– ¡Ay, Tom, todo parece tan calculado!
– Y lo es.
– Pero mi deseo es que se enamore y que el amor dure para siempre.
– ¡Cómo si la vida fuera tan simple, querida primita! Con suerte, conseguirá casarse con alguien a quien ame, si tienen tiempo de conocerse. Pero lo más probable es que el amor surja más tarde. Tanto el matrimonio con tu primo como la boda con Hugh Cabot se arreglaron con el fin de mantener a Friarsgate dentro de la familia. En esa época eras demasiado joven para comprender el amor, pero luego, cuando te casaste con Owein Meredith, tampoco estabas enamorada de él, ¿verdad?
Rosamund negó con la cabeza.
– Sin embargo, con el tiempo llegaste a amarlo porque era un buen hombre y respetaba tu posición de propietaria de Friarsgate. Si planificamos todo con cuidado, Philippa tendrá la misma suerte que tú. Es preciso iniciar la búsqueda ahora mismo; de lo contrario, las oportunidades se irán reduciendo cada vez más. Y, por favor, te lo suplico, no empieces con la historia del gran amor que se profesaban tú y lord Leslie. Fue un caso único y excepcional. Son muy pocos los que logran vivir una experiencia tan intensa.
– Lo sé -sollozó.
– Mi dulce prima -dijo Tom secándole las lágrimas que caían por sus mejillas-, tienes que estar agradecida de haber conocido ese tipo de amor, pero también debes ser sensata y realista en lo que concierne a tu hija.
Rosamund asintió.
– Está bien. Conoceré a esas personas que deseas presentarme -acordó con una sonrisa-, pero en otro momento, ¿sí? Hoy fue un día fatal y no veo la hora de regresar a tu casa y sentarme en el jardín para contemplar el río.
– Y pensar, tal vez, en ese escocés sinvergüenza -bromeó Tom.
– Sí -replicó, provocando el asombro de lord Cambridge.
– Ve tú sola; yo regresaré más tarde con Lucy y Philippa.
La joven besó las suaves mejillas de su primo.
– ¿Qué haría sin ti, mi adorado Tom?
– Si quieres que te diga la verdad, ¡tiemblo de sólo pensarlo!
– No se queden hasta muy tarde. Es el primer día de Philippa en la corte y pronto tendremos que partir a Windsor. Tom asintió y la observó alejarse.
Rosamund abordó la barca, se sentó en el banco de terciopelo azul y cerró los ojos.
– Llévenme a casa -ordenó a los remeros.
El aire era cálido; el río estaba bajo y despedía un olor fétido a causa de las marismas que se habían formado en las márgenes. Suspiró: lo peor había pasado y comenzaba a sentir nostalgia de su amado Friarsgate. Pero Tom tenía razón. Si deseaba ver a sus hijas casadas con hombres de familias prominentes, debía empezar ya mismo a conocer gente y establecer contactos. Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando recordó que unos pocos años atrás era solo una niña. Ahora era una mujer de veinticinco años, tres veces viuda y a la caza de maridos, no para sí, sino para sus tres hijas. Aunque, sin duda, persistía en ella la necesidad de amor.
Rosamund sabía que estaba sola. Pero, ¿deseaba volver a casarse? ¿Quería a Logan Hepburn? Tenía la impresión de que había estado escapando de él toda su vida, o que Logan la había estado persiguiendo eternamente. Por supuesto, era solo una impresión, pues jamás había oído hablar del señor de Claven's Carn hasta que… ¡Por Dios! ¿Hacía tanto tiempo que Logan, montado en su caballo en la cima de la colina que dominaba todo Friarsgate, le había pedido matrimonio? ¡Once años! ¡No, no podía ser! Sin embargo, había sido justo antes de casarse con Owein y Philippa ya tenía diez años, de modo que hacía once años que ella había discutido acaloradamente con él y le había prohibido asistir a su boda. Pero él se había presentado, con sus dos hermanos, grandes cantidades de whisky y salmón, y habían tocado las gaitas en honor a los novios. ¡Once años!
A decir verdad, Rosamund nunca llegó a conocer realmente a Logan. Sabía que era un hombre decidido y testarudo, que prefería legar sus tierras a los hijos de sus hermanos antes que casarse con otra mujer que no fuera Rosamund Bolton. Siempre lo había considerado una molestia, un ser insufrible. Lo había llamado bruto fronterizo, canalla escocés, y lo había dicho muy en serio.
Había rechazado su propuesta matrimonial porque Logan, en lugar de amor, le había hablado de hijos, pero ese hombre tan preocupado por su descendencia también estaba enamorado de ella. Qué tonta había sido.
Sin embargo, ese descubrimiento no implicaba que estuviese dispuesta a casarse de nuevo. Necesitaba intimar más a fondo con Logan, a quien había tratado con tanto desdén que no pudo advertir la enorme devoción que sentía por ella. Sabía que él la estaría esperando y, de pronto, la acometió un fuerte deseo de regresar a su hogar. Ahora bien, si Logan lograba conquistarla, ¿se sentiría satisfecho con su victoria o terminaría perdiendo el interés?
La barcaza golpeó suavemente contra el muelle de piedra de la residencia de su primo. Rosamund abrió los ojos y parpadeó varias veces para acostumbrarse a la luz. Tomó la mano que le ofreció el sirviente, salió de la barca y corrió hacia el interior de la casa. Hoy no tenía ganas de sentarse en los jardines; necesitaba meditar. Si iba a permitir que Logan Hepburn entrara en su vida y que su relación se convirtiera en algo más que una simple amistad, había que dejar muy en claro ciertas cosas. Reconoció que era muy bondadoso con sus hijas y que las niñas sentían afecto por él. Ese era, sin lugar a dudas, un importante punto a su favor. Pero era escocés, y siempre habría problemas entre Inglaterra y Escocia. Aunque esa enemistad tendría escasa incidencia en el minúsculo y remoto rincón del mundo donde ambos vivían, concluyó.
Lord Cambridge y Philippa llegaron a la casa cuando el crepúsculo dejaba paso a la oscuridad. La niña no paraba de hablar de las cosas extraordinarias que había visto y de las personas que había conocido en la corte.
– Vamos a Windsor, ¿verdad, mamá? Cecily también irá. Su familia viaja continuamente.
– ¿Y quién es Cecily? -Preguntó Rosamund acariciando el cabello revuelto de su hija-. ¿Es alguien que te presentó el tío Tom?
– Es Cecily Fitz-Hugh, mamá, la hija del conde de Renfrew. Tiene dos hermanos: Henry, el heredero, Giles, y dos hermanas: Mary y Susanna, que son más jóvenes que Cecily. ¡Nos hemos hecho amigas íntimas!
– ¿En una sola tarde, muñeca? ¡Qué curioso!
Philippa ignoró la broma de su madre.
– Como yo, es la primera vez que se presenta en la corte, mamá. Antes la dejaban en la casa junto con sus hermanas. Henry es uno de los caballeros del rey y su otro hermano es paje. A las dos nos encanta andar a caballo.
– Bueno, parece que has tenido un gran día, Philippa, pero ahora debes meterte en la cama. Lucy te acompañará y yo iré luego a darte el beso de las buenas noches.
Philippa obedeció a su madre.
– ¿Qué estuviste haciendo sola en la casa? -inquirió lord Cambridge.
– Estuve pensando en Logan Hepburn, Tom, y si realmente quiero volver a casarme. También pensé si lo elegiría a él como marido.
– ¿Y qué decidiste?
– No lo sé. Debería conocerlo más a fondo. No volveré a contraer matrimonio solo para tener un marido. ¿Me entiendes?
– Por supuesto. Sin embargo, sigo sosteniendo que deberías reconsiderar tu posición al respecto, prima.
– Insinúas que me estoy volviendo demasiado vieja y debería apresurarme a buscar esposo. Después de todo, ya tengo veinticinco años.
– ¡Oh, no! -Rió Tom-. Jamás serás demasiado vieja para conseguir marido, Rosamund. Eres bella e inteligente como pocas y, si fuera un hombre que buscara esposa, te elegiría a ti sin vacilar.
– ¡Oh, Tom, es muy dulce lo que me dices!
– Pero no soy de los que buscan esposa -aclaró con una sonrisa.
– Sería tan sencillo si lo fueras.
– ¡Te equivocas, querida! Una vez Logan amenazó con matarme si intentaba ser tu amante. -Sintió un escalofrío al recordar el episodio. -Sus feroces palabras fueron muy convincentes.
Rosamund se echó a reír.
– Ahora cuéntame de la familia Fitz-Hugh que le presentaste a mi hija, Tom.
Deseosos de conversar, se sentaron en el salón, junto a la ventana que daba al río.
– Edward Fitz-Hugh es de origen gales, como tu Owein. Tiene una propiedad no muy grande que se encuentra en la frontera entre Inglaterra y Gales. Su esposa es inglesa y pertenece a la aristocracia terrateniente de Hereford. Su dote fue más que generosa, pues la familia estaba encantada de desposarla con el hijo de un conde. Ned era el tercer hijo y se convirtió en el heredero tras la muerte de sus dos hermanos. El mayor murió de peste un verano y el otro se ahogó en el mar. Regresaba de España, donde se había comprometido, y el barco se hundió en el golfo de Vizcaya debido a una terrible tormenta. Al poco tiempo, murió el viejo conde, dicen que de tristeza, y el tercer hijo heredó toda su fortuna y sus propiedades. Ned estudió con el rey por un tiempo, pues al principio su destino era el sacerdocio, y al convertirse en conde de Renfrew aprovechó esa antigua relación para llevar a su familia a la corte. Además, antes de morir, su difunto hermano se había comprometido con una prima lejana de Catalina de Aragón. La familia es muy devota y por eso goza de los favores de la reina. Dicen que la pequeña Cecily terminará siendo dama de honor de Su Majestad. Ahora es muy joven, por cierto, pero si ella y Philippa cultivan su amistad, tu hija también podría ser dama de honor de la reina.
– Nunca dejas de sorprenderme, Thomas Bolton. ¿Cómo diablos te enteras de todas esas cosas? Debo reconocer que esta vez te superaste a ti mismo.
– Tonterías, mi querida -exclamó Tom, halagado por esas palabras-. El padre de la condesa de Renfrew y mi abuelo se conocieron en Londres hace siglos. Hicieron algunos negocios juntos que dieron excelentes ganancias, sobre todo para el padre de la condesa. La relación se mantuvo a lo largo de los años. Incluso fui invitado a la boda de Ned cuando aún vivían sus hermanos, y le hice regalos bastante costosos. Al fin y al cabo, nunca se sabe, prima mía.
– Ya tienes en la mira al segundo hijo del conde para Philippa, ¿verdad?
– Así es. Giles Fitz-Hugh tiene catorce años. Además de ocuparse de sus estudios, sirve a la reina, pero no por mucho tiempo más. Según Ned, en el otoño lo mandará a estudiar a Francia y luego a Italia. Su hermano tiene dieciséis años y ha estado al servicio del rey desde los seis. Se casará en agosto con una heredera de Gales. Giles, pese a su sangre noble, siente vocación por el comercio y será ideal para Philippa, pues, sin duda, necesitará un marido que entienda de negocios.
– ¿Y qué pasa si el hermano mayor muere?
– Es improbable que se repita la historia. Además, la novia del heredero ya está encinta. Así lo decidieron sus respectivos padres.
Rosamund se quedó pasmada al escuchar esto último.
– Jamás permitiría que mis hijas… -empezó a decir con indignación, pero Tom le indicó con la mano que se calmara.
– Es un caso único. Ned quería asegurarse de que el heredero de su hijo mayor los sucediera y el padre de la novia quería que la hija llevara el título de condesa. Los jóvenes, vigorosos y apasionados, aceptaron con gusto satisfacer las exigencias paternas -explicó Tom guiñándole el ojo.
– Podría nacer una niña.
– Es cierto. Pero, gracias a Dios, los hermanitos Fitz-Hugh son muy saludables y el heredero continuará preñando a su novia hasta que le dé uno, dos e incluso tres varones.
– ¿Y si Philippa y Giles no se llevan bien?
– Todavía no se han conocido y se verán por primera vez en Windsor. Philippa tiene apenas diez años y Giles no está en condiciones de comprometerse, así que este viaje será una expedición meramente exploratoria. Si no congenian, conozco otras familias cuyos hijos serían excelentes candidatos.
– De acuerdo. Pero después de Windsor quiero volver a casa. Tengo que ocuparme de ciertos asuntos importantes, Tom. Y antes de partir de Londres debemos reunimos con tu orfebre y elegir un representante para nuestra pequeña empresa.
– ¡Encantadísimo! Mañana, después de dejar a Philippa con su nueva amiga, terminaremos con los asuntos comerciales, mi querida. Luego, iré a Leith para ver cómo marcha la construcción de nuestro barco. Me gustaría bautizarlo con tu nombre.
– Se me ocurrió uno mejor que ese, Tom. Qué te parece si lo llamamos Audaz Aventura, ya que es realmente una audaz aventura la que emprenderemos juntos.
– Sí, me gusta. Audaz Aventura. Es perfecto.
A la mañana siguiente llevaron a Philippa a la corte y dejaron que Lucy y ella se encargaran de encontrar a Cecily Fitz-Hugh. Siguieron camino hasta la calle de los Orfebres, donde se realizaban las operaciones bancarias. Lord Cambridge presentó a su sobrina al maestro Jacobs, su orfebre personal. Rosamund estampó su firma varias veces en un pergamino para que el orfebre luego pudiera compararla con cualquier mensaje aparentemente enviado por ella. Lord Cambridge le entregó una copia de su testamento para que Jacobs la guardara y supiera que Rosamund y sus hijas eran sus herederas. También le dio una copia del acuerdo que habían firmado los dos en relación con su empresa.
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