– Tanto mi prima como yo haremos depósitos y extracciones de fondos, maestro Jacobs. Lady Rosamund es una importante terrateniente de Cumbria, donde actualmente resido.
– ¿Para qué usarán el barco, milord?
– Exportaremos a Europa la lana que fabrica Rosamund. Su calidad es insuperable y la más vendida será la de color azul.
– ¿Y qué productos traerá el barco a la vuelta?
– ¡Somos unos tontos! No consideramos esa posibilidad. Es un despropósito que el barco regrese vacío, Tom. ¡Podríamos duplicar nuestras ganancias!
– Tengo contactos en Holanda y en el mar Báltico, milord y milady. A cambio de un pequeño porcentaje de sus ganancias, estarían dispuestos a llenar la bodega de la nave en su viaje de regreso.
– Deben ser productos que no huelan mal -advirtió Rosamund-, pues el hedor impregnará la madera de la bodega y pasará al próximo cargamento de lana. No quiero pieles de animales ni quesos. Podrán cargar vino, madera, objetos de alfarería, oro, pero nada que despida olores fétidos. Le daré a mi capitán órdenes muy estrictas al respecto, maestro Jacobs.
– Por supuesto, milady. Ahora entiendo por qué necesitaban un navío completamente nuevo. La tarifa que sugiero es muy razonable: quince por ciento.
– No, no -replicó con firmeza-. Es demasiado alta.
– Doce, entonces -propuso el maestro Jacobs, pero al ver la expresión de la joven se corrigió-: Diez es lo mínimo que puedo ofrecerle, milady. -Frunció la boca, nervioso.
– Ocho por ciento y ni un penique más. Soy generosa con usted en virtud de la larga relación que mantiene con mi primo. Nosotros construimos el barco, criamos y esquilamos las ovejas, e hilamos la lana. El riesgo corre enteramente por nuestra cuenta, señor. Ocho por ciento por traer un cargamento es más que justo.
El orfebre esbozó una sonrisa.
– ¡De acuerdo, milady! -Y dirigiéndose a Tom, agregó-: La dama sabe negociar y argumentar muy bien, mi viejo amigo. -No le quepa duda, maestro.
– ¿Qué haremos con el representante?-preguntó Rosamund cuando estaban en la barcaza en medio del río.
– Ese asunto puede esperar hasta nuestra próxima visita a Londres. Me lo dice el instinto.
– Que nunca falla, querido. Esperaremos.
Al día siguiente, la corte salió del palacio de Westminster en dirección a Windsor, donde el rey pensaba pasar el verano cazando. Viajaron con la comitiva real. Lucy, el sirviente de Tom y el carro con sus pertenencias iban junto a la caravana con el equipaje y los hombres armados que había contratado lord Cambridge. Philippa cabalgaba a la par de su amiga Cecily Fitz-Hugh, y Rosamund y Tom marchaban al lado del conde y la condesa de Renfrew.
El conde era un hombre corpulento de ojos grises y cabello rubio. Su esposa era menuda, de cabello oscuro y hermosos ojos azules.
– Recuerdo a su último marido, sir Owein -dijo Ned a Rosamund-. Era un hombre honorable y un súbdito leal de la Casa Tudor. Yo también tengo sangre galesa.
– Owein apenas recordaba su lugar de nacimiento, milord. Fue paje de Jasper Tudor a los seis años.
– Mi esposa y yo pasamos más tiempo en la corte que en nuestras tierras. Nuestro hijo y su esposa tendrán que aprender a administrar las posesiones de la familia, pues algún día las heredarán. Tom dice que posee una gran propiedad en el norte.
– En Friarsgate. Mis padres y hermanos murieron cuando tenía solo tres años y me convertí en la heredera de Friarsgate. Philippa será mi sucesora. Tenemos tierras, ganado y muchas ovejas, milord. Con Tom fundamos una empresa que exportará a Europa mis tejidos de lana, que son de excelente calidad. Estamos construyendo un barco especial porque el transporte de la lana requiere muchos cuidados.
– Y su hija heredará todo eso en algún momento.
– Así es. Banon, quien la sigue en edad, recibirá Otterly por voluntad de Tom y la más pequeña, Bessie, obtendrá una suculenta dote. Tengo esperanzas de conseguirle un título nobiliario.
El conde de Renfrew asintió, dando a entender que comprendía perfectamente la situación. Las conexiones familiares eran muy importantes.
– Mi segundo hijo, Giles… -empezó a decir. -Philippa es demasiado joven, milord -lo interrumpió Rosamund-para considerar la posibilidad del matrimonio, pero se lo agradezco. Dentro de tres años, si su hijo aún está disponible, podremos hablar del tema.
– Es usted una buena madre.
Finalmente, llegaron a Windsor, donde Tom había reservado todo un piso en una elegantísima posada. Incluso había conseguido alojamiento para los custodios armados y les dijo que si deseaban ganar dinero extra podían ofrecer sus servicios a otras personas mientras él no los necesitara. La única condición era que se presentaran a fines de julio para acompañar a su familia a Friarsgate. El primer día Tom y Rosamund casi no vieron a Philippa, pues ella y su nueva amiga formaban parte del grupo de jovencitas de buena familia que seguían a la comitiva real. Durante el día las muchachas anduvieron a caballo, cazaron y pasaron la noche bailando y jugando. Philippa no conocía ese tipo de vida, pero le gustaba la corte mucho más que a su madre.
– Será tan aburrido volver a Friarsgate -comentó una mañana, antes de salir de cacería.
– Te guste o no, por ahora es el lugar donde perteneces, hija mía.
– ¡Oh, mamá, me tratas como a una criatura y ya estoy bastante grande! -protestó.
– Tienes apenas diez años -replicó la madre con firmeza-y te falta mucho para ser una adulta, por más que creas lo contrario.
Philippa emitió un prolongado suspiro.
– No veo la hora de regresar a casa -dijo Rosamund a Tom después de contarle la conversación que había tenido con su hija-. Philippa es muy terca y hay que controlarla.
– Me pregunto de quién habrá heredado ese carácter -murmuró el primo mirando al cielo.
– No seas injusto, Tom. Yo siempre cumplía con mis deberes cuando tenía su edad.
– No me consta, querida, pues en esa época no te conocía -repuso jocoso.
– Pídele a Edmund que te cuente -declaró acaloradamente.
– Partiremos dentro de unos días, prima -la calmó Tom-. Deja que Philippa disfrute un poco. Muy pronto estará de nuevo en el salón de Friarsgate estudiando con sus hermanas las lecciones del padre Mata.
– Cuanto antes, mejor-murmuró Rosamund. Empezaba a sentirse una vieja por culpa de Philippa.
El castillo de Windsor era impresionante. Situado en lo alto de una colina, dominaba un paisaje prodigioso: verdes praderas, bosques exuberantes y el río Támesis. Los normandos comenzaron a construirlo en el año 1080 y formaba parte de una serie de nueve castillos erigidos con el fin de rodear y defender la ciudad de Londres. Al principio, era una residencia de madera que los reyes normandos usaban como refugio de caza. Enrique II, el primer monarca Plantagenet, edificó en su lugar un castillo de piedra. El rey Juan Sin Tierra firmó la Carta Magna en Runnymede, muy cerca de allí, en 1215. Al año siguiente, Windsor fue sitiado, pero logró resistir la agresión. Enrique III, hijo del rey Juan, reparó las partes dañadas y también agrandó los apartamentos reales. Pero en 1296 un gran incendio destruyó gran parte de lo que se había reconstruido.
Eduardo III, nacido en Windsor, amaba el castillo y no solo lo embelleció, sino que lo hizo más confortable. Mandó traer piedras gris plata de una cantera cercana, situada en Bagshot, y las usó para levantar nuevos muros y edificios. Eduardo IV comenzó la construcción de la magnífica capilla dedicada a san Jorge, pero no pudo concluirla durante su reinado. Su nieto, Enrique VIII, tenía el firme propósito de finalizar la obra. El monarca adoraba el castillo por su extenso bosque, donde podía cazar a sus anchas.
Rosamund reconocía que el castillo era muy imponente, pero le gustaba más el palacio de Greenwich. En Windsor no había jardines ni senderos por donde caminar. A Philippa no le importaban esas cosas, pues pasaba todo el día cabalgando con Cecily Fitz-Hugh. Y cuando no salían de cacería, estaban con la reina. Catalina pidió hablar con Rosamund el día anterior a su regreso a Friarsgate.
– Quiero que Philippa vuelva a la corte cuando cumpla doce años.
– Ella y Cecily Fitz-Hugh serán mis damas de honor. Sabes que la cuidaré muy bien y que se mantendrá pura y casta mientras esté conmigo. -Sus palabras no admitían réplica.
A Rosamund no le agradó la idea, pero no se podía discutir con una reina. Philippa se había aficionado demasiado a la vida palaciega, y si permanecía por siempre en la corte, ¿quién se ocuparía de Friarsgate?
Haciendo una graciosa reverencia, le dijo a Catalina:
– Es un gran honor, Su Alteza, y sé que Philippa se sentirá muy emocionada. ¿Quieres que se lo diga yo o prefieres decírselo tú?
– Ya he hablado con ella y con la hija del conde de Renfrew.
– Con el permiso de Su Majestad, me retiro -dijo Rosamund flexionando sus rodillas-. Partiremos rumbo a Friarsgate a la mañana.
– Estás ansiosa -sonrió Catalina-. Siempre amaste tu hogar. Ve con Dios y que tengas un buen viaje. Rezaré por ti.
– Y yo rezaré por Su Alteza.
Cuando le contó a Tom la conversación con la reina, lord Cambridge se mostró entusiasmadísimo.
– Nuestro viaje ha sido todo un éxito, querida. Has vuelto a gozar de los favores de Su Majestad y Philippa será su dama de honor dentro de dos años. ¡Maravilloso!
Estaban sentados en el pequeño comedor privado de la posada, disfrutando del plato principal.
– Me inquieta que a Philippa le guste tanto la corte. Si se apega demasiado a esa vida, descuidará Friarsgate. No me agrada eso, pero nada puedo hacer al respecto.
– Philippa es una niña dotada de un extraordinario sentido común y no se dejará arrastrar por los placeres y los lujos palaciegos.
– Yo era distinta a su edad.
– No, en esa época eras una obediente castellana casada con un marido viejo -le recordó Tom-. Friarsgate era una carga demasiado pesada para tus frágiles hombros, prima. Pero Philippa no es como tú y los tiempos han cambiado. Además, mientras permanezca en la corte, estará a salvo del joven Henry.
– Ojalá lo hayan colgado. No sé cómo soportaremos estos dos años si sobrevive y anda al acecho todo el tiempo -se inquietó Rosamund
– No será fácil proteger a Philippa, pero la defenderé con todas mis fuerzas. ¡Lo juro por Dios, Tom!
– Lo sé, prima. ¡Ay, no me mires así que me matas de miedo!
– ¿Ya has reunido a los hombres armados?
– Nos marcharemos ni bien te levantes de la cama.
– No veo la hora de regresar.
– ¿A tu casa o a la del escocés desvergonzado? -inquirió Thomas Bolton enarcando una ceja.
– ¡A Friarsgate, por supuesto! No tengo la menor idea de lo que pasará entre Logan Hepburn y yo. Veremos.
Tom no siguió hablando del tema. A diferencia de ella, él sabía muy bien lo que sucedería. Desposaría al señor de Claven's Carn, y esperaba que lo hicieran a tiempo. Ignoraba cómo se las ingeniaría Logan para obrar semejante milagro, pero lo lograría. El escocés amaba profundamente a Rosamund, aunque la muy testaruda se negara a verlo. Los dos habían sufrido mucho en sus vidas, pero era hora de que compartieran juntos la felicidad. Lord Cambridge se encargaría de que eso sucediera y no cejaría hasta verlos casados. Sabía que contaba con la complicidad de Edmund y Maybel, que opinaban como él. Era preciso hacer entrar en razón a su prima. Tom se devanaba los sesos tratando de entender cómo una mujer tan sensata e inteligente en todo lo referido a Friarsgate, era tan tonta en lo tocante a sus sentimientos. Sabía que Patrick Leslie siempre estaría en su corazón, aunque últimamente apenas lo mencionaba, pero también podía amar a otro hombre. Por primera vez en mucho tiempo, Tom rezó.
Golpearon a la puerta del comedor y apareció el mismo paje que había escoltado a Rosamund hasta el cuarto del rey en el palacio de Westminster. El muchacho hizo una elegante reverencia y anunció:
– Su Majestad desea ver a la dama de Friarsgate antes de su partida. Por favor, acompáñeme.
– ¿Dónde está el rey?
– En la entrada del bosque detrás de la posada, milady. -Ven conmigo, Tom. Te suplico que me acompañes para no mancillar mi reputación.
Los primos siguieron al muchacho hacia la puerta trasera de la cocina. Atravesaron un pequeño prado y llegaron al bosque donde el rey estaba medio escondido entre los árboles. El paje y Tom se detuvieron, y Rosamund se acercó a Enrique VIII haciendo una reverencia.
– Estás decidido a hacerme quedar mal ante la reina.
El rey se echó a reír.
– Y tú, bella Rosamund, estás decidida a decir siempre lo que piensas. -Tomó su pequeña mano y la besó. -Sólo vine para decirte que siempre contarás con mi amistad y la de Catalina. Quiero disipar todo posible malentendido entre nosotros.
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