– Me alegra, entonces, que me hayas llamado. Hay que ser una mujer muy sabia para poder conservar la amistad del rey y de la reina.

El rey volvió a reír.

– Directa y sincera como de costumbre. Nadie me ha hablado como tú. Lamento que no quieras continuar aquello que dejamos pendiente.

– Soy una campesina, mi señor, y los campesinos vemos las cosas de manera diferente.

– Entonces adieu, bella Rosamund -dijo Enrique Tudor. Luego la atrajo hacia él y la besó en los labios.

Rosamund se apartó riendo y dijo sacudiendo el dedo acusador:

– Nunca dejarás de ser el chico malo. -Hizo un gesto ceremonioso y añadió-: Agradezco tu amistad, Enrique. Mi hija Philippa servirá a la reina como dama de honor dentro de dos años. Espero que ella también disfrute de tu amistad. Es hija de Owein y los Meredith siempre fueron fieles súbditos de la Casa Tudor.

– La cuidaré como si fuera mi propia hija -aseguró. La tácita frase: "Si tuviera un hijo" quedó reverberando en el aire.

– Ya tendrás tu hijo, Enrique. Rezaré por que eso ocurra -prometió Rosamund.

Tras hacer otro galante floreo, se alejó para reunirse con su primo. En el camino se cruzó con el paje que caminaba en dirección a su amo.

– Quería despedirse de ti -dijo lord Cambridge-. ¡Qué encantador! Es bueno saber que aún gozas de sus favores.

– Si me hubiese quedado y hubiésemos continuado nuestro amorío, el rey se habría aburrido enseguida, Tom. Siempre le gustó perseguir lo inalcanzable. Es un hombre que disfruta más de la cacería que de la posesión -señaló Rosamund.

– Entonces, prima, parece que nuestros asuntos aquí han terminado.

– Sí, Tom, y estoy muy ansiosa por volver a Friarsgate.

CAPÍTULO 18

– Me pregunto cuánto tiempo le llevará a Logan Hepburn enterarse de tu regreso -azuzó Tom a su prima, mientras cabalgaban camino a Friarsgate.

– ¿Cuándo dejarás de comportare como un tábano, Thomas Bolton? ¿Acaso no viste a sus hombres en lo alto de la colina? -replicó Rosamund, echándose a reír.

– No puedes culparlo por su impaciencia. Te ha estado esperando desde los tiempos de Adán y Eva.

– Jamás le he dicho que me casaría con él. Además, ni siquiera me lo ha preguntado.

– ¿Todavía dudas de sus intenciones, mi bella dama?

– Quizá le permita ser mi amante. ¿Para qué contraer un nuevo matrimonio? Tengo tres herederas. Él tiene uno. Yo soy inglesa. Él, escocés. Yo no abandonaré Friarsgate hasta que me muera. Él no dejará Claven's Carn. Empiezo a percatarme de que somos muy parecidos.

– ¡Dos seres semejantes hacen una pareja perfecta, querida prima!

– Veremos.

La situación empezaba a sacarlo de quicio. No deseaba estar presente cuando su prima y Logan Hepburn se molieran a golpes. No envidiaba al señor de Claven's Carn y, por mucho que amara a su prima, a veces le resultaba difícil soportarla.

Philippa fue la primera en apearse del caballo cuando llegaron a Friarsgate. Se arrojó a los brazos de Maybel y no paró de hablar hasta que la puso al tanto de sus aventuras y de su nueva amistad con Cecily Fitz-Hugh, a quien consideraba su mejor amiga. Maybel la abrazó, la besó y la retuvo firmemente a su lado, al tiempo que observaba a Rosamund. La dama desmontó de la cabalgadura, se dirigió a la anciana y, sin decir palabra, la estrechó con fuerza.

– ¡Por Dios! Qué bueno es estar otra vez en casa, Maybel. ¿Las cosas anduvieron bien? Las ovejas están bastante gordas, por lo que veo.

– Edmund te contará todo: lo que debes saber y lo que no deberías saber, pero no puedo cerrarle el pico. Has vuelto de la corte con mejor aspecto que en otras ocasiones, muchacha.

– Porque estuve poco tiempo. Una vez que hice las paces con el rey y la reina, casi no participé en las actividades de la corte, lo que me permitió comer y dormir bastante. No puedo decir lo mismo de Philippa, que adora la vida palaciega, me temo.

Rosamund enlazó el brazo de Maybel y se encaminaron a la casa, donde se sentaron en una banqueta junto al fuego.

– Los buenos modales de Philippa, que son evidentemente obra tuya y no mía, le ganaron el favor de la reina. Volverá dentro de dos años para servirla.

– ¡Qué honor! -dijo Maybel con entusiasmo. Luego recapacitó y se inquietó. -¡Pero será todavía una niña, no es posible dejarla ir!

– Es la única alternativa, Maybel. Estará bajo la tutela de la reina, cuyo séquito es disciplinado y casto. Sus damas de honor son las jóvenes más virtuosas del reino. Y Philippa se ha hecho amiga de Cecily Fitz-Hugh, que servirá con ella a Catalina. Es la hija del conde de Renfrew. Tiene dos hermanos y el menor, de catorce años, puede ser un posible candidato para mi hija. Ha formado parte de la comitiva de la reina y ahora lo enviarán a Francia y a Italia para proseguir sus estudios.

Maybel la escuchaba en silencio, asintiendo a medida que hablaba Rosamund.

– ¿Philippa conoce al muchacho? ¿Qué dice al respecto?

– No he tocado el tema con ella, pero lo haré lo antes posible, aunque estoy segura de que lo conoce. Las niñitas de la corte son aun más chismosas que la servidumbre. Además, pueden trabar amistad y decidir si se gustan el uno al otro. Nada se ha discutido o establecido formalmente. Tal vez haya otro joven más adecuado para Philippa. Estoy dispuesta a esperar, pero Tom tiembla de impaciencia como una solterona.

– Y por buenas razones, querida -intervino lord Cambridge, acercándose a las dos mujeres-. Tú no comprendes la necesidad de buscar ahora y separar la paja del trigo, o lo posible de lo imposible.

– Es cierto, Tom Bolton -dio Maybel con voz calma-. Mientras Rosamund confíe en ti, no tomará ninguna decisión equivocada. Pero si algún día se vuelve a casar, tu influencia se disipará, desde luego.

– Su influencia nunca menguará en lo que concierne a mi persona, Maybel. Y en cuanto al matrimonio, veremos.

Al oír el eterno "veremos", lord Cambridge apretó las mandíbulas con tanta fuerza que le dolieron los dientes.


– ¿Hubo novedades durante mi ausencia, tío? -preguntó Rosamund en la cena.

– Ninguna de importancia, sobrina -respondió Edmund-. Sin embargo, le estoy muy agradecido al señor de Claven's Carn por haber enviado a sus hombres, pues recientemente hubo algunos extraños observando Friarsgate desde lo alto de las colinas.

– ¿Quiénes eran? Vi a uno de ellos mientras cabalgábamos y supuse que era alguien del clan Hepburn.

– No estoy seguro, pues cada vez que traté de acercarme, huyeron. Sospecho que son los rufianes de tu primo.

– ¡Maldito sea! El muy demonio anda detrás de Philippa. ¡Lo atraparé y lo colgaré yo misma!

El padre Mata se persignó al escuchar esas palabras.

– Señora, debe de haber otra manera de resolver el asunto.

– Dígame cuál, señor cura. El joven Henry Bolton sabe que jamás se casará con Philippa. Se lo he repetido hasta el cansancio. ¿Qué más puedo hacer si no me escucha?

– En primer lugar, vigilar a su hija noche y día. Y en segundo, explicarle con claridad el peligro al que se halla expuesta.

– Ya es hora, sobrina -admitió Edmund, y los demás comensales se mostraron de acuerdo.

– ¿Ya es hora de que me expliquen qué cosa? -preguntó Philippa. Se había aburrido soberanamente durante el trayecto de Windsor a Friarsgate, sobre todo porque su tío y su madre no le habían prestado la menor atención.

– Mi primo Henry quiere secuestrarte, obligarte a ser su esposa y, de ese modo, apoderarse de Friarsgate. Por eso debemos protegerte.

– Pero yo me casaré algún día con Giles Fitz-Hugh y…

– ¡No es cierto! -la interrumpió su madre con voz tajante

¿Quién te dijo semejante cosa?

– Cecily. Dice que escuchó a sus padres hablar sobre el tema. Giles es muy buen mozo, mamá.

Rosamund meneó la cabeza, extenuada.

– Pero yo jamás discutí el asunto con el conde de Renfrew, Philippa. Tal vez Giles Fitz-Hugh sea un buen marido cuando crezca, o tal vez no. Y hay que considerar otras posibilidades antes de tomar una decisión con respecto a tu futuro.

– Pero me gusta Giles Fitz-Hugh -insistió Philippa-. ¡Es tan apuesto!

– Ya lo dijiste, Philippa -acotó su madre secamente-. No obstante, un esposo debe tener otras cualidades más importantes que bellos rasgos. Por lo demás, eres demasiado joven para pensar en casarte. Hasta que no cumplas catorce años, olvídate del tema.

– ¡Oh, mamá! A los catorce, ya te habías desposado tres veces -contraatacó Philippa.

– No estamos hablando de mí sino de tu futuro. Ahora retírate de la mesa, si has terminado de comer.

Philippa se alejó del comedor, seguida por uno de los hombres del clan Hepburn y Rosamund se preguntó qué ocurriría de ahora en adelante. Luego, miró al sacerdote.

– Padre Mata, mande buscar al señor de Claven's Carn en la mañana.

– Muy bien, milady -respondió, aunque ambos sabían que ya lo había hecho.

– Además de los extraños que observaban Friarsgate, ¿hay otras novedades, tío Edmund?

– No. Los campos están exuberantes y hemos comenzado la recolección. Será una buena cosecha, te lo aseguro. Los huertos darán frutos en abundancia, aunque no tan grandes como los del año pasado, pues este verano ha llovido menos que lo acostumbrado. Sin embargo, las peras y las manzanas serán más dulces, debido, precisamente, a la escasez de lluvia.

– ¿Y la lana?

– De excelente calidad. Las ovejas están gordas y satisfechas. Nunca hemos tenido tejidos tan maravillosos. Si nos quedamos con una parte de las existencias, estaremos listos para el año próximo. Los comerciantes de Carlisle ya se están quejando porque no hay suficientes tejidos en el mercado. Los he puesto al tanto de que venderemos la mercancía con cuentagotas y no están del todo felices.

Lord Cambridge asintió, sonriendo.

– ¿Ya comenzaron con el teñido?

– Una vez que terminemos con la cosecha, Tom. El teñido y el tejido son tareas que conviene realizar en invierno. Al menos la gente de Friarsgate siempre lo ha hecho así. Pero te prometo que para la primavera la bodega de tu navío contará con un excelente cargamento.

– El año que viene, para esta misma fecha, seremos muy ricos -dijo Tom, con una sonrisita codiciosa-. La famosa lana azul de Friarsgate nos aportará un montón de dinero, sobre todo si minimizamos la oferta. Debes guardar por lo menos la mitad de lo producido anualmente en el depósito, Edmund. Solamente nosotros regularemos las ventas de lana azul de Friarsgate.

– ¿No deberíamos ser más generosos el primer año y luego acaparar la mercadería a fin de subir su precio? -preguntó Rosamund.

– No -replicó Tom-. Puede haber entre nosotros algunos merceros más inteligentes que otros, quienes no dudarán en reducir las ventas con el propósito de enriquecerse. No podemos correr ese riesgo, pues nuestras ganancias mermarían. Cualquier mercero que no venda todas sus existencias no recibirá ninguna el año próximo. Sabremos cuánto venden basándonos en lo que les hemos vendido, y les exigiremos pruebas de la venta de toda la provisión.

– Lo mejor será que tú te encargues de las estrategias, primo. Yo me limitaré a cuidar de Friarsgate y todo lo que ello implica.


Logan Hepburn llegó al atardecer del día siguiente. Por primera vez en muchos años, Rosamund lo miró como a un hombre. Todavía era un bello ejemplar masculino, pese a cierta rusticidad. Sus ojos aún conservaban ese color tan azul que le había quitado el aliento y aflojado las rodillas cada vez que los miraba. Se preguntó si ahora le causarían el mismo efecto. En las sienes, entremezclados con el cabello grueso y negro como el ébano, se veían algunos hilos de plata.

Logan se deslizó con agilidad de la cabalgadura y se acercó a saludarla, sonriente.

– Bienvenida a casa, Rosamund.

– ¿Por qué no trajiste a Banon y a Bessie? -preguntó extrañada.

– Porque hasta que no resolvamos el problema con tu primo estarán más seguras en Claven's Carn. Sus hombres han estado espiando Friarsgate y nosotros los hemos vigilado, pero ellos no lo saben -respondió con una sonrisa.

Seguramente, el padre Mata lo había puesto al tanto de lo que ocurría en Friarsgate. Al fin y al cabo era su pariente.

– No sé qué hacer -dijo la joven con toda honestidad-. No puedo pasarme la vida mirando por encima del hombro para comprobar si alguien me sigue o si corro peligro. Ni tampoco permitir que Philippa viva en constante zozobra.

– Entonces debemos encontrar la manera de librarnos del joven Henry de una vez por todas.

– ¿Pero cómo?

– Si somos listos, poniendo a lord Dacre en su contra. Henry comete sus fechorías en ambos lados de la frontera. Lord Dacre, por su parte, se limita a atacar a los escoceses, aunque el rey le ha dicho que no lo hiciera. Sin embargo, Enrique Tudor no hace ningún esfuerzo por imponer su edicto, e infiero que sus desmanes en las zonas limítrofes cuentan con su aprobación implícita, aunque el rey proclame lo contrario.