– Dentro de tres días. Pero si yo estuviera en tu lugar, iría a Lochmaben lo antes posible y esperaría escondido en el bosque, por si deciden adelantar la partida.
Edmund hizo girar al caballo y se preparó para abandonar el campamento de su sobrino, pero el joven no estaba dispuesto a dejarlo partir sin antes decirle:
– Si me has mentido, te juro que volveré y te mataré, tío.
Edmund lanzó una breve y áspera carcajada.
– Eres el digno hijo de tu padre, no puedes negarlo.
Luego galopó con sus hombres rumbo a Friarsgate y, al llegar allí, se encontró con Tom, que acababa de regresar de su visita a lord Dacre.
Los dos entraron juntos al salón, donde Rosamund los esperaba ansiosamente.
– ¿Y bien? -les preguntó.
– Según tu primo, me matará si le he mentido -dijo Edmund, chasqueando la lengua-. Pero no te preocupes, sobrina, ha mordido el anzuelo.
– ¿Y a ti cómo te fue, Tom?
Lord Cambridge hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
– Al principio, lord Dacre no lograba entender de qué estaba hablando. Pero le dije: "Querido muchacho, no he viajado por media Inglaterra para deleitarme con sus verdes colinas y tomar aire fresco. La información que te traigo proviene de una fuente impoluta y digna de fe". Luego, hice referencia a su pésima costumbre de atacar las fronteras, pese a que el rey le había pedido que se detuviese. "Me enteré de pura casualidad cuando estaba en la corte y convengamos que tus continuas incursiones ponen en peligro a los ingleses que vivimos allí. Mi prima, lady Rosamund Bolton, íntima amiga de la reina Catalina, y cuando digo 'íntima' me refiero a una amistad que data de la infancia, tiene una importante propiedad, Friarsgate, situada junto a la frontera’’. Después bajé la voz y decidí tratar a lord Dacre como si fuera un amigote, y para eso no hay nada mejor que compartir algunos secretillos. "Dentro de dos años, su hija será dama de honor de la reina. Y si tú no dejas de armar revuelo, a despecho del edicto del rey, los escoceses terminarán por vengarse depredando cuanto encuentren a su paso: Friarsgate, entre otras cosas. Ahora escúchame bien, mi querido. Uno de los hombres encargados de custodiar Friarsgate tiene una hermana casada con un escocés. Y él le ha dicho que en una abadía, en Lochmaben, hay un enorme cargamento de oro que transportarán a Edimburgo dentro de tres días. Al parecer, lo escondió allí el finado conde de Bothwell para Jacobo, pero ahora lo necesita la reina regente para mantener a su hijo, el pequeño rey. Si te apoderas del oro, nuestro soberano se sentirá de lo más complacido. Últimamente ha tenido problemas con su hermana, Margarita de Escocia, y si logra despojarla del precioso cargamento, ella se verá obligada a comportarse de un modo más razonable. ¿Te das cuenta de lo que te digo? Claro que si tienes miedo de esa banda de renegados que han estado acosándonos, te comprendería, querido muchacho, aunque me pregunto si Enrique Tudor lo entenderá".
Rosamund y Edmund se desternillaron de risa.
– Eres un perfecto malvado, Tom Bolton. ¿Crees que lord Dacre seguirá tu consejo?
– Le di todos los detalles, el dónde y el cuándo, además de sugerirle que se apresurara. Y, como Edmund, dejé a un hombre en las inmediaciones para vigilarlo, que regresará cuando nuestras crédulas víctimas lleguen a Lochmaben y todo haya concluido. Lord Dacre y sus hombres están armados hasta los dientes.
– Henry no se dará fácilmente por vencido -comentó Edmund.
– Tal vez, pero terminará perdiendo -dijo Tom.
– Entonces solo nos resta esperar las noticias -replicó Rosamund.
– ¿Dónde está tu aguerrido escocés, preciosa?
– ¡No es mío, Tom!
– Por supuesto que lo es -respondió lord Cambridge con una sonrisa-. ¿Pero dónde está, si se puede saber?
– Ha ido a Lochmaben. No creeré que Henry esté muerto hasta que no vea su cadáver y lo entierre.
– ¡Por Dios, querida! Me alegro de no ser tu enemigo -exclamó Tom.
– No lo hago por venganza, Thomas Bolton, sino para proteger a Philippa. Es mi primo, tenemos la misma sangre y, por lo tanto, debemos enterrarlo aquí. Como su padre, es lo único que obtendrá de Friarsgate.
Al cabo de diez días llegó Logan con sus hombres. Entre ellos había un caballo sin jinete con un cuerpo colocado sobre el lomo. El cadáver había comenzado a heder, pero Rosamund, anticipándose a los acontecimientos, ya había mandado cavar una sepultura y tenía listo el sudario. Envolvieron el cadáver en el lienzo mortuorio. Rosamund observó el rostro de su primo: la muerte lo había transformado en un muchacho hermoso y apacible, nada peligroso. Meneó la cabeza en silencio y luego se encargó personalmente de coser los extremos del sudario antes de darle cristiana sepultura.
– Se acabó, por fin -dijo, cuando todos se hubieron reunido esa noche en el salón-. Me pasé la vida batallando con Henry el viejo y con Henry el joven. Por suerte, la pesadilla terminó.
Luego se dirigió a los tres hombres allí sentados y les dio las gracias.
– ¿Todo salió tal como lo planearon? -preguntó Maybel, ansiosa de conocer los detalles.
– Exactamente -replicó Logan-. Nunca supe de un plan ejecutado con tanta perfección. Ambos grupos llegaron sin percatarse de la existencia del otro. Se situaron en los lados opuestos del camino, y después de hablar en secreto, se mantuvieron silenciosos y al acecho. Henry fue el primero en dirigirse al carro. Al verlo, los falsos monjes saltaron del pescante y huyeron a los bosques. Y en ese momento, lord Dacre y sus hombres los atacaron por sorpresa. El lord supuso que eran escoceses y se comportó como un salvaje. Ninguno de los hombres de Henry sobrevivió. -Logan hizo una larga pausa, rememorando lo ocurrido. -Lord Dacre levantó la cubierta del carro y sacó uno de los ladrillos. Sintió el peso y sonrió con deleite. Al desenvolverlo y comprobar lo que había dentro, lanzó una maldición. Después, él y sus hombres comenzaron a desenvolver los ladrillos hasta que no quedó ninguno. Jamás en mi vida escuché juramentos tan variados y coloridos -dijo Logan, sonriendo.
– ¿Qué ocurrió entonces? -preguntó Maybel. Su curiosidad era tan grande que estuvo a punto de caerse de la silla.
– Él y sus hombres galoparon rumbo a la abadía y, desde luego, la encontraron desierta. Luego, retornaron al camino y desmontaron para examinar cuidadosamente el vehículo. Yo estaba lo bastante cerca como para oír al inglés. Supuso que los monjes habían escapado sabiendo que el carro estaba vacío, pero que el oro, seguramente, había estado allí, escondido en Lochmaben, a causa de los renegados que intentaban robarlo. Así pues, llegó a la conclusión de que un vehículo con un precioso cargamento se encontraba entre ese lugar y Stirling, y que procuraría encontrarlo antes de que fuera demasiado peligroso para él y sus hombres adentrarse en territorio escocés. Desengancharon los caballos del carro y se los llevaron con la tropa.
– De modo que perdiste dos caballos. Lo siento -intervino Rosamund-. Te los repondré.
– No es necesario. Los volví a robar esa misma noche.
Todos soltaron una carcajada y luego los sirvientes empezaron a servir la cena. Habían convenido que Logan pasaría la noche en Friarsgate.
– Mañana traerás a las niñas -acotó ella.
– Si quieres a Banon y a Bessie de regreso, tendrás que ir a buscarlas a Claven's Carn, Rosamund Bolton -dijo. Y sus ojos azules brillaron de pura malicia.
Rosamund sintió que la furia la invadía y lo miró encolerizada. Pero Logan, sentado a la mesa frente a ella, se limitó a fruncir los labios como si le estuviera dando un beso. Ante la sorpresa de la familia, Rosamund se mantuvo en silencio. Sabía lo que él estaba pensando y también que estaba conteniendo la risa. No permitiría que Logan Hepburn le hiciera perder los estribos. Luego, con un gesto de burla, levantó la copa a su salud y la bebió de un trago. Lo escuchó chasquear la lengua mientras ella apoyaba la copa de nuevo en la mesa.
Más tarde, Edmund y Tom jugaron una partida de ajedrez junto al fuego. Maybel cabeceaba, somnolienta, con los pies extendidos hacia el calor de la chimenea. Varios lebreles deambulaban por el salón y el único gato de la casa dormitaba en el regazo de Philippa.
– ¿Estoy realmente a salvo, mamá? ¿Friarsgate también?
– Todos estamos a salvo, muñeca. Un día heredarás Friarsgate, y después de ti, lo heredarán tus descendientes. No habrá nadie que te lastime, ni a ti ni a los tuyos.
Rosamund pasó un brazo en torno a su hija y Philippa recostó la cabeza en el hombro de la madre, buscando seguridad y consuelo.
– Jamás seré tan valiente como tú, mamá.
– Quise que tú y tus hermanas tuvieran una infancia más dichosa que la mía. Pero también han tenido su cuota de tristeza, mi ángel. Sé cuánto te dolió perder a tu padre.
– Pero si te casaras de nuevo, mamá, tendría otro padre.
– Veremos -musitó Rosamund, sin percatarse de que Tom acababa de dar un respingo al escuchar otra vez esa palabreja.
– ¿Cuándo volverán Banon y Bessie, mamá?
– Pronto. Y ahora vete a la cama, Philippa.
La niña se despidió de sus mayores con una reverencia. Maybel y Edmund no tardaron en retirarse y lord Cambridge, tras servirse una última copa de vino, se deslizó fuera del salón.
Rosamund se levantó de la banqueta donde había estado sentada con Philippa y se dispuso a acompañar a Logan al cuarto de huéspedes.
Una vez que llegaron a la habitación, Rosamund abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarlo pasar, pero él la tomó de la mano y la arrastró al interior, cerrando la puerta tras de sí.
– ¡Logan!
Él le tapó la boca con un profundo beso.
– Esta noche, señora, empezaremos a conocernos, algo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo, pero tú preferiste casarte con otros hombres. Estamos demasiado grandes para esta clase de juegos, querida mía -dijo, estrechándola contra su cuerpo.
– Yo no he dicho que me casaré contigo -murmuró Rosamund sin aliento.
Logan recorrió con el índice el perfil de la muchacha, con infinita ternura.
– No te pedí que te casaras conmigo, Rosamund -respondió con voz suave-. Sólo he dicho que ha llegado la hora de conocernos en el sentido bíblico, mi querida.
– Quieres hacerme el amor.
– Sí, quiero hacerte el amor.
– Logan… Oh, Logan. No sé si podré amarte como tú me amas.
– ¿Ves? Acabas de reconocer que te amo. Es un buen comienzo, mi vida.
Logan le besó dulcemente la frente, los párpados, la nariz y, finalmente, sus apetitosos labios. Luego, sus ojos indeciblemente azules se encontraron con los ambarinos de ella. Su mano le acarició la mejilla.
– Nunca me amarás como amaste a lord Leslie, Rosamund. Pero me amarás, te lo prometo.
Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de la joven y él se las bebió a besos. Luego, la hizo girar y comenzó a desabrocharle su sencillo vestido de terciopelo marrón, al tiempo que le besaba la nuca.
Rosamund suspiró, preguntándose por qué se sentía de pronto tan aliviada.
– Pareces tener mucha experiencia en estos menesteres, Logan Hepburn -dijo, recuperando el equilibrio. Acto seguido se dio vuelta para enfrentarlo y empezó a desabrocharle el jubón.
– Sí, tengo bastante experiencia -admitió con una sonrisa modesta, alzándola, depositándola en la cama y arrodillándose para sacarle los zapatos y las medias.
– No he terminado de desvestirte -dijo Rosamund con cierto descaro.
– Yo lo haré más rápido, paloma -replicó el señor de Claven's Carn. Y procedió a quitarse la camisa, los zapatos y las medias. Finalmente, se liberó de los calzones y se metió en la cama. Por pudor, había dejado a Rosamund en camisa, pero él estaba tan desnudo como Dios lo echó al mundo.
– Eres un hombre fornido -apreció ella tras echarle un vistazo.
Logan asintió y comenzó a desatarle los lazos que cerraban su camisa. Luego separó las dos mitades y se quedó mirando el pecho de Rosamund.
– ¡Dios santo! Eres increíblemente bella -exclamó, contemplando sus redondos senos con admiración, aunque se abstuvo de acariciarlos.
– ¿No quieres sacarme la camisa ahora? -le preguntó suavemente la joven, observando los maravillosos ojos azules de Logan. Era un hombre tan apuesto que no pudo contenerse y hundió la mano en su cabello negro y rebelde.
– No. Quiero sumergirme en tu belleza un poco más. No soy un hombre codicioso -dijo, inclinando la negra cabeza y besándole un pezón.
Ella se estremeció de placer ante el contacto de una boca masculina después de casi dos años de abstinencia amorosa.
– Me encanta -susurró Rosamund, con los ojos entrecerrados.
– Me alegro, pues quiero saber lo que te agrada para enseñarte luego lo que a mí me gusta.
– ¿Y si descubrimos que no disfrutamos el uno del otro?
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