– Entonces, cada uno seguirá su camino, señora -respondió en un tono ligeramente irónico.

– ¿Qué? -Gritó Rosamund, apartándolo de un empujón-. Ustedes me seducen y después me abandonan, malditos escoceses. Y tú, Logan Hepburn, eres el escocés más canalla y sinvergüenza de todos.

– Señora, fue usted la que ha puesto en duda nuestra pasión, no yo.

Rosamund se preguntó qué demonios estaba haciendo allí, y sin pensarlo dos veces saltó de la cama, resuelta a vestirse y a abandonar el cuarto.

– ¡Jamás seré tuya, monstruo del infierno!

– Claro que serás mía, querida.

Logan se levantó y la siguió hasta atraparla. Le sacó la camisa y la abrazó con fuerza. Los senos de Rosamund se aplastaron contra el velludo pecho del joven. Sus vientres se unieron.

– ¡Maldito seas, Logan! ¿Acaso piensas violarme?

Nunca se había sentido tan desnuda como ahora y no vaciló en golpearlo con los puños. Él se limitó a rodearle el rostro con las manos y a cubrirlo de besos. Su boca era insistente, exigente y húmeda. No permitiría que lo rechazara y ella se dio cuenta de que ambos se necesitaban en igual medida.

– Si realmente quieres irte -le dijo de pronto, aflojando el abrazo-, entonces vete, muchacha. Pero si te quedas, no podrás evitar que estos dos cuerpos enfebrecidos sean uno solo.

Los ojos azules la miraban fijamente.

– No lo sé -murmuró ella.

– ¡Sí que lo sabes!

– ¿En verdad me amas, Logan Hepburn?

– Desde que tengo memoria, Rosamund Bolton. Y siempre te amaré -dijo con voz calma y segura.

– No quisiera cometer una tontería.

– Hablaremos de eso en la mañana, mi amor -dijo, tendiéndole la mano.

Ella la tomó, aceptando la invitación, y juntos volvieron a la cama donde yacieron en silencio. Lenta y tiernamente comenzaron a explorar sus cuerpos. Él le acarició los pechos. Ella le cubrió de besos el chato abdomen. Sus bocas se unieron, incansables. Sus miembros se entrelazaron. Rodaron de un lado a otro de la cama hasta que ella quedó debajo de Logan. Con infinito cuidado, como si fuera una virgen, entró lentamente en el cuerpo de la muchacha hasta llenarla con toda la intensidad de su deseo. Después, comenzó a moverse a un ritmo pausado. Ella echó la cabeza hacia atrás y gimió, presa de un placer creciente.

Cuando sintieron que el deseo por el otro se volvía insoportable, entrelazaron los dedos y, una vez alcanzado el clímax, se despeñaron juntos en el cálido abismo, satisfechos.

Después, le dijo que a la mañana siguiente retornarían juntos a Claven's Carn para contraer matrimonio.

– Si así lo deseas -se apresuró a tranquilizarla Logan, con una sonrisa.

Sus ojos llenos de amor la devoraban y ella pensó que le era imposible resistirse a tanta dulzura.

– No puedo vivir siempre en Claven's Carn. Soy la dama de Friarsgate.

– Y yo no puedo vivir siempre en Friarsgate. Soy el señor de Claven's Carn.

– Entonces haremos como los aristócratas ricos que se desplazan de una propiedad a otra. A veces viviremos en tu casa y a veces, en la mía.

– ¿Y si nuestros países siguen en guerra?

– En ese caso, tú te quedarás en Escocia y yo, en Inglaterra -respondió la joven con ánimo de provocarlo.

– Desde luego. Pero si nos mantenemos al margen de los enredos políticos y nos olvidamos de cuanto ocurre fuera de nuestras respectivas tierras, nunca nos separaremos -le dijo, dándole un beso en la punta de la nariz.

– Eres un hombre muy listo y me casaré contigo después de todo,

Logan Hepburn.

– ¿Llegarás a amarme algún día?

– Una parte de mí siempre te ha amado, Logan -admitió-. Seré una buena esposa y una buena madre para tu hijo, te lo prometo.

– Y yo seré un buen marido y un buen padre para tus hijas. Owein Meredith era un hombre honorable y pienso estar a su altura. No puedo defraudarlas.

– ¿Y si tenemos hijos, Logan?

– Pertenecerán a Claven's Carn -replicó con firmeza. Rosamund asintió.

– Entonces, asunto arreglado, milord. Ahora bien, en caso de tener hijos, me tendrás que prestar más atención de la que me has concedido hasta el momento -dijo, con el propósito de azuzarlo.

– Ya he puesto un hijo en tu vientre, Rosamund, pero a menos que la criaturita oponga reparos, tú y yo continuaremos practicando nuestro deporte favorito.

Rosamund soltó una carcajada y sintió que su corazón echaba a volar de felicidad. Sí, sería nuevamente dichosa, y con Logan a su lado su felicidad duraría para siempre, aunque el mundo que los rodeaba y al cual pertenecían no fuese el mejor de los mundos posibles.

EPÍLOGO

Logan y Rosamund no se casaron al día siguiente, sino un mes más tarde, el 18 de octubre, el Día de San Lucas. La ceremonia religiosa no se llevó a cabo en Claven's Carn ni en Friarsgate, sino en la frontera que separaba oficialmente Escocia de Inglaterra. La novia permaneció en el lado inglés y el novio no abandonó el suelo escocés. Ambos se mostraban sonrientes cuando unieron sus manos a través de la línea imaginaria que constituía el límite entre los dos países. Era un día perfecto de otoño. En el cielo, celeste y traslúcido, el sol resplandecía y quemaba la piel. Las colinas se hallaban cubiertas de una vegetación rojiza y dorada, y el aire estaba en calma.

A la sencilla ceremonia a cargo del prior Richard Bolton y del padre Mata, concurrieron solamente Maybel, Edmund, Thomas Bolton, Philippa, Banon y Bessie Meredith, y el pequeño John Hepburn. Una vez cumplidas las formalidades del caso, Logan los invitó a celebrar el acontecimiento en Claven's Carn. Luego, alzó a la novia, la depositó en la montura y la pareja partió al galope en el mismo corcel.

Cuando el día comenzó a desvanecerse, los hombres y mujeres del clan Hepburn se reunieron en el salón y brindaron una y otra vez por los recién casados. Sonaron las gaitas y hubo baile hasta bien entrada la noche. El pequeño John pasó casi toda la tarde acurrucado en el regazo de su nueva madrastra. De tanto en tanto, Rosamund le acariciaba la oscura cabecita y se preguntaba si el niño que llevaba en su vientre tendría también el cabello renegrido.

Ochos meses más tarde, cuando Alexander Hepburn llegó al mundo para delicia de sus cuatro medio hermanos, comprobó que así era. Fue bautizado en la iglesia de Friarsgate por el padre Mata y tuvo por padrinos a Edmund y a Tom. La madrina, desde luego, no podía ser otra que la buena Maybel. Observando la ceremonia, Philippa no pudo evitar pensar si ese era el último de los hijos de su madre que vería nacer, pues dentro de diez meses partiría rumbo a la corte a fin de unirse al séquito de la reina.

En solo diez meses volvería a encontrarse con su amiga Cecily Fitz-Hugh. Para ese entonces habría cumplido doce años, una edad lo bastante razonable para contraer matrimonio con un joven adecuado. Se preguntó si ese joven sería Giles Fitz-Hugh o alguien que aún no había conocido. Alguien de quien se enamoraría locamente, como su madre se había enamorado de Patrick Leslie.

"No puedo esperar -se dijo Philippa-. ¡No puedo esperar!" Y sonrió mientras contemplaba, esperanzada, los dichosos días por venir.

Bertrice Small


Nacida en Manhattan, Bertrice Small ha vivido al este de Long Island durante 31 años, lugar que le encanta. Sagitaria, casada con un piscis, sus grandes pasiones son la familia, sus mascotas, su jardín, su trabajo y la vida en general.