– Veo que estás muy bien informado.
– Casi nada de lo que hace un rey pasa inadvertido. Siempre hay alguien dispuesto a vender información al comprador apropiado. En este caso, el sirviente de lord Cambridge, el primo de tu dama, pensó que yo podría estar interesado en acostarme con ella. Pero, por el momento, gozo de los favores de una amante perfectamente satisfactoria: Isabel Estuardo, la hija de mi primo, el conde de Buchan. Mi esposa está de nuevo embarazada y no deseo perturbarla porque sé que el niño que dará a luz esta primavera será varón y sobrevivirá, a diferencia de las criaturas diminutas y frágiles que hemos procreado hasta ahora.
– Soy yo quien necesita a Rosamund, no la reina -dijo el conde-. Ninguno de tus súbditos te es tan fiel como yo, lo sabes de sobra, Jacobo. Pero no iré a San Lorenzo sin mi muchacha. Hablaré con Rosamund cuando llegue el momento y ella convencerá a la reina de que debe regresar a su amado Friarsgate, pero que volverá en la primavera cuando dé a luz al niño. ¿Un varón, dijiste? ¿Y cómo puedes estar tan seguro? Ah, me olvidaba de tu maldito instinto.
– Sí, un varón -suspiró el rey-. Desearía vivir lo suficiente para verlo crecer, pero eso no será posible.
El conde no quiso contradecirlo, pues no deseaba enterarse de lo que sabía el rey. Jacobo Estuardo era famoso no solo por su increíble intuición, sino por su capacidad de ponerse en contacto con fuerzas sobrenaturales. Patrick concluyó que si el rey estaba preocupado, entonces su misión debía ser realmente importante.
– Seré un viejo, Jacobo, cuando me toque servir a tu hijo.
El rey soltó la carcajada. Había recuperado el buen humor, como si las palabras del conde le hubieran quitado un peso de encima.
– ¡Ya te acostaste con ella! -dijo. No era una pregunta sino una afirmación.
– Unas horas después de conocernos. ¡Te lo juro, Jacobo, cuando estoy con ella me siento de nuevo un joven de treinta años! Dios sabe cuántas amantes he tenido en mi vida, pero ninguna se apoderó de mi corazón como lo ha hecho esta dama.
– Dicen que tiene un pretendiente.
– Sí, el primo del conde de Bothwell, uno de los Hepburn de Claven's Carn. Me contó que vendría el Día de San Esteban para casarse con ella. Se sentirá de lo más sorprendido cuando descubra que la novia no se ha limitado a esperar su llegada sumisa y ansiosamente.
– ¡Pero San Esteban es hoy! -Exclamó el rey, sin poder contener la risa-. Qué chica tan traviesa, Patrick. ¿Estás seguro de que se quedará contigo?
– Mientras así lo disponga el destino -respondió el conde.
– Ah, entonces no crees que sea para siempre y no te casarás con ella.
– Si me aceptase, lo haría. Pero seré su amante, no su esposo. Para empezar, no quiere casarse de nuevo ni abandonar su amado Friarsgate. Tampoco yo estoy dispuesto a irme para siempre de Glenkirk. Pero un día se lo pediré -dijo, sonriendo con tristeza-, lo que demostrará lo que ambos ya sabemos: que mi amor es auténtico. Por esa razón ha rechazado al de Claven's Carn, porque piensa que a él sólo le interesa tener un heredero. Compadezco al pobre muchacho, pues ¿cómo podría convencerla de lo contrario y hacerle entender que la ama? Si es que la ama…
– Cuando descubra que ha perdido a Rosamund, vendrá a buscarla aquí, a la corte, no me cabe duda. Los Hepburn se caracterizan por su obstinación y no se dan fácilmente por vencidos. Además, cuenta con la ayuda de su primo Bothwell, que no vacilará en interceder por él.
– Rosamund es inglesa y no puedes ordenarle que se case con ese hombre -respondió el conde con voz calma.
– Esa será mi defensa, pero Meg se entrometerá. He descubierto que mi inglesita es una romántica, una cualidad que no deja de sorprenderme en un Tudor. Rosamund tendrá que confiar en mi reina o Meg no cerrará el pico ni descansará hasta no haber encontrado un marido conveniente para su querida amiga. La reina opina que una mujer no puede ser realmente feliz, o al menos sentirse satisfecha, sin un compañero legítimo. Cuando algo la contraría se vuelve peligrosa, Patrick. Y como es suelta de lengua, tu amorío pasará a ser de conocimiento público.
– Quizá sea lo mejor -dijo el conde con aire pensativo-, lo mejor para disuadir a la reina, al conde de Bothwell y a este Hepburn de Claven's Carn. Pero primero debo consultarlo con Rosamund. No es una mujer a quien le guste que la sorprendan en asuntos que son importantes para ella.
– Ah, conque has vuelto a enamorarte. Eres un hombre afortunado, Patrick. Yo no me he sentido así desde la muerte de Margaret Drummond.
– Sí, he vuelto a enamorarme -admitió el conde con una sonrisa.
Los dos hombres, sentados frente a un buen fuego, departían amigablemente en la cámara privada del rey, al tiempo que bebían whisky de unas copas de plata que descansaban en las palmas de sus manos. Conversaron hasta bien entrada la noche, mientras todos los habitantes del castillo de Stirling daban por descontado que el rey estaba con su amante.
– Un navío francés te llevará a Francia. Desde allí, viajarás por tierra hasta San Lorenzo. Cruzar el golfo de Vizcaya en esta época del año es peligroso, y no quiero que corras ningún riesgo. Sin embargo, con una mujer el viaje puede llevar más tiempo de lo previsto -opinó el rey, evaluando la situación.
– Rosamund es una joven de campo, al igual que su doncella. Un coche con todos sus aditamentos llamaría la atención. No. Cabalgaremos. Durante años no ha hecho otra cosa que cumplir con su deber y tiene sed de aventuras. Me lo ha dicho. Si esta no es una aventura…
– ¿Y su vestimenta? ¿Y todos los malditos enseres tan queridos por las mujeres? -lo interrumpió el rey.
– Llevaremos solo lo indispensable y le compraré ropa nueva cuando lleguemos a San Lorenzo.
– Me gustaría ver adonde va a parar la sed de aventuras de tu dama cuando le cuentes todo esto.
– Vendrá, no lo dudes. Aún no ha llegado la hora de separarnos.
– Volveremos a hablar antes de que partas. Ahora ve a tu cama que yo iré a la mía.
Los dos hombres se pusieron de pie, se estrecharon las manos y partieron en direcciones opuestas. Jacobo Estuardo se encaminó al aposento de su actual amante, Isabel, y el conde de Glenkirk, al de Rosamund.
La dama de Friarsgate había decidido instalar al conde en su habitación y no había vacilado en desterrar a Annie al dormitorio destinado a las doncellas. Pero cuando una criada que compartía el lecho de su ama aparecía de pronto en el dormitorio común, se daba indefectiblemente por sentado que su señora tenía un nuevo amante. Rosamund le había advertido a Annie que fuera discreta, sin dejar por ello de escuchar y comunicarle cualquier habladuría que pudiera interesarle.
Cuando el conde entró en la habitación, ella estaba durmiendo de espaldas a la puerta. Se desvistió sin hacer ruido y luego de meterse en la cama, la tomó en sus brazos y la besó en la nuca. Ella emitió un sonido de satisfacción y él le susurró al oído: "¿Estás despierta, mi amor? Tengo noticias". Ahuecó la palma de la mano sobre uno de sus pechos y lo acarició con ternura.
– ¿Qué noticias? -preguntó con voz suave, mientras hundía las caderas en su cuerpo de un modo insinuante.
– Eres una chica mala -bromeó el conde con el único propósito de provocarla.
La lujuria se había apoderado de él con tal celeridad que no pudo menos que preguntarse qué clase de hechizos poseía Rosamund para ponerlo en ese estado, y a semejante edad.
– ¿Porque quiero fornicar?
Rosamund se dio vuelta de modo de quedar frente a él y se quitó el camisón. Sus brazos rodearon el cuello del conde y sus redondos y mórbidos senos se aplastaron contra su pecho.
Patrick la tomó de las nalgas y la atrajo con fuerza hacia sí.
– Porque tu delicioso cuerpecillo y tu voracidad me inflaman como ninguna otra mujer lo ha hecho jamás, Rosamund. Y porque ahora que has despertado mis más frenéticos apetitos tendré que satisfacernos a ambos antes de comunicarte las noticias, bruja malvada.
Su boca se encontró con la de ella en un cálido, imperioso e insistente beso que ella devolvió con ardor.
– ¿Sabes acaso cuánto te quiero, corazón mío? ¿Lo sabes realmente? -dijo Patrick cuando sus bocas se separaron y pudo recuperar el aliento.
– Sí, milord, lo sé. Y no creo que te sorprendas si te digo que mi amor iguala al tuyo. ¡Oh, Patrick, estoy loca por ti! ¿Qué otro sentido tuvo mi vida sino el de conducirme hasta este maravilloso momento? ¿Cómo es posible tal cosa, Dios mío? Amé a Hugh porque era un padre para mí. Amé a Owein porque él amaba Friarsgate. Pero esto es diferente. La locura de la que soy presa no tiene nada que ver con Friarsgate, sino con nosotros. ¡Podría permanecer contigo en este cuarto por toda la eternidad!
El la reclinó suavemente contra las almohadas, la cubrió con su cuerpo y sus dedos se entrelazaron, pues entrelazar los dedos se había vuelto ahora una nueva y dulce costumbre. Se miraron a los ojos mientras él la penetraba y ella emitía un profundo suspiro. Patrick se quedó quieto por un instante, gozándola mientras ella acogía su virilidad con un placer tan intenso que lo conmovió hasta las lágrimas. Luego comenzó a moverse y sólo se detuvo cuando los ojos de ella se cerraron y suspiró una vez más, cuando la última embestida los condujo a una culminación apasionada y perfecta.
– ¡Oh, Patrick, te amo tanto! Tal vez demasiado -admitió, una vez recuperada la conciencia, apoyando la cabeza en el vigoroso pecho del conde.
– Me pregunto si alguna vez podremos amar lo suficiente, pues amar demasiado nos resultará imposible -dijo, mientras acariciaba las trenzas de Rosamund-. Tu cabello es tan suave, amor mío.
– Annie piensa que estoy loca porque lo lavo todas las semanas y dice que de milagro no me he muerto de un resfrío de tanto meter la cabeza bajo el agua.
– ¿Se enfadó cuando la desterraste al dormitorio de la servidumbre?
– Creo que ya se ha acostumbrado y que incluso le gusta estar con las otras doncellas.
– ¿Piensas que le agradaría emprender un viaje, mi amor?
– No tengo la menor idea. ¿Por qué me lo preguntas?
– Porque he decidido pasar el invierno en un clima cálido y quiero que me acompañes.
– Eso significará cruzar el mar en el peor momento del año -y tras reflexionar unos instantes, exclamó-: No me trates como si fuera una imbécil, Patrick.
– Es por el rey, amorcito. Por ahora es lo único que puedo decirte y sé que comprenderás mi parquedad. Incluso lo poco que te he dicho ha puesto mi destino en tus adorables manos, Rosamund.
– ¿Puedo saber por qué?
– Porque fuiste una vez la amante del rey Enrique -contestó el conde con total franqueza.
– ¿Cómo demonios te enteraste? Solamente Tom y Annie lo saben. Debe de haber sido alguien de la servidumbre, y no de la mía, espero.
– No. Annie no fue o no me hubieses preguntado si le gustaría viajar, pues deseas que me acompañe. De modo que el rey está al tanto del asunto y teme que yo te traicione, ¿no es cierto? Por favor, dime que Meg no lo sabe.
– No. Ni tampoco la reina Catalina.
– Jamás traté de seducir a Enrique, pero él se había empeñado en acostarse conmigo y le importaba muy poco lo que yo pensara al respecto. Accedí a sus caprichos lo más cortésmente que pude, por el bien de mi familia. No hubo un verdadero amor entre nosotros y aunque soy leal a Inglaterra, no creo que todo cuanto hagas al servicio de tu rey, sea lo que fuere, perjudique a mi país. El rey Jacobo es un hombre inteligente y pacífico. Conozco a Enrique Tudor lo bastante para saber que es ambicioso y fatuo. Tiene la mala costumbre de pretender que Dios está siempre de su parte, lo que podría ser divertido, si no fuera tan peligroso. Nunca, bajo ninguna circunstancia, sería capaz de traicionarte, milord.
– Lo sé -sonrió, y luego la besó en la boca-. ¿Vendrás conmigo, Rosamund?
– Iré contigo, Patrick Leslie, pues donde tú estés, estará mi corazón.
– ¿Y qué pasará con Logan Hepburn?
– Logan necesita un hijo y un heredero. Debería haberse casado hace mucho tiempo, pero se encaprichó con una niñita que vio en la feria del ganado cuando tenía dieciséis años. Yo era esa niña, pero ya no lo soy. Ni tampoco deseo casarme porque me consideren capaz de parir buenos terneros, como si fuera una vaca.
– Un hombre espera engendrar hijos en el cuerpo de su mujer.
– Estoy de acuerdo. Pero eso y la estúpida historia de la niña de la feria son los únicos argumentos de que se vale para justificar el deseo de casarse conmigo. Según él, me quiere; pero yo no me siento realmente amada ni tampoco voy a correr el riesgo de casarme para descubrir que lo único que lo atrajo es mi fecundidad. Nunca conocí el amor hasta que llegaste tú, Patrick, y no pienso renunciar a él para contraer un matrimonio respetable. ¡No lo haré!
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