– Querida muchacha, has armado un verdadero revuelo en la corte. Se rumorea que lord Leslie es tu amante. ¿Es cierto? Jamás había escuchado en mi vida un cotilleo tan delicioso. La corte escocesa es mucho más divertida que la inglesa, donde imperan la pobre Catalina, tan española ella, y nuestro indigesto rey Enrique. Allí todo es corrección y protocolo, aunque el rey siempre ande a la pesca de alguna damisela y se las ingenie para mantener en secreto sus nuevas conquistas. Lo digo sin ánimo de ofender a nadie, querida prima.

– No me doy por aludida, queridísimo Tom -replicó secamente Rosamund.

– Pero en esta deliciosa corte la gente no es tan condenadamente circunspecta en lo que respecta a sus pasiones, y me parece fantástico. Ahora ven y cuéntame absolutamente todo -se entusiasmó lord Cambridge, enlazando el brazo de Rosamund con el suyo, enfundado en terciopelo.

– Me muero de hambre, Tom. No he comido desde anoche -protestó ella.

– Iremos a casa y mi cocinera te alimentará como corresponde. Además, gozaremos de una confortable privacidad, prima, pues hablo en serio cuando te digo que debes contármelo todo.

– ¡Compraste una casa en Stirling! -exclamó Rosamund.

– No la compré, la alquilé. Un chalecito de lo más encantador. La dueña es una anciana que cocina como un ángel. No estoy dispuesto a dormir en el vestíbulo del rey con esas pobres almas privadas de todo privilegio de la corte. A ti te dieron una cajita donde anidar, pero yo no soy amigo de la reina, primita, sino tu acompañante. Por consiguiente, me las tuve que arreglar solo. Tus regios anfitriones no son mezquinos en lo tocante a la hospitalidad, pero vienen tantos a la corte que es imposible alojarlos decentemente a todos. Ahora, en marcha, mi querida -Y luego agregó en tono de chanza y pellizcándole el brazo-: ¿Quieres que invitemos al conde?

– ¿Necesitaré mi caballo? -preguntó Rosamund, ignorando la provocación.

– No, iremos a pie, queda a unos pocos metros de las puertas del castillo, colina abajo. La anciana solía cocinar para la guardería infantil. Pero tu diminuta reina no juzgó conveniente que el rey albergara a sus hijos ilegítimos en un castillo por el que sentía un cariño especial. Cuando descubrió por primera vez a los pequeños bastardos, armó tal alboroto que el rey no tuvo más remedio que mudar la guardería a un lugar más discreto, fuera de la vista de la reina. El rey deseaba que Alejandro, su hijo mayor, fuese el heredero, y la reina aún teme que lo haga si ella es incapaz de darle un bebé saludable.

– Alejandro Estuardo es el obispo de St. Andrew.

– Sí, y es sorprendentemente apto para la tarea, pese a su juventud. La reina está celosa del profundo amor que los une. Sabe incluso que, aun dándole un heredero saludable, Alejandro será siempre el preferido del rey. Por lo demás, es el primogénito.

– ¿Cómo te las ingenias para enterarte de tantas historias en tan poco tiempo? Ni siquiera hace una semana que estamos aquí -rió Rosamund.

Bajaron por una callejuela adoquinada donde se alineaban pulcras casas de piedra con techos de pizarra negra. Lord Cambridge se detuvo en la tercera y entró en el edificio, al tiempo que llamaba a la dueña:

– Señora MacHugh, he traído a mi prima. Acabamos de salir de misa y estamos hambrientos.

Una mujer alta y delgada emergió de las profundidades de un oscuro corredor.

– ¿Su prima, milord?

– Rosamund Bolton, dama de Friarsgate e íntima amiga de la reina. Ya le he hablado de ella, señora MacHugh.

Tom se sacó la capa y ayudó a Rosamund a quitarse la suya.

– Desde que alquiló mi casa, usted no ha hecho más que parlotear replicó la anciana con sequedad. Luego se dirigió directamente a Rosamund-: ¿Alguna vez para de hablar su primo, milady?

El tono de su voz era cortante, pero sus ojos resplandecían.

– Me temo que casi nunca, señora MacHugh -respondió con una sonrisa y luego fue presa de un involuntario estremecimiento.

La anciana lo advirtió y la invitó a pasar a la sala, donde ardía un buen fuego.

– Es la habitación más confortable de la casa. Les serviré la comida allí -dijo, y volvió a sumergirse en el corredor.

La sala era, en efecto, cálida y acogedora. Rosamund se sentó junto a la chimenea, en una silla tapizada en gobelino. Tom colocó en su mano una copa de vino, aconsejándole que la bebiera para devolver el calor a su esbelto cuerpo.

– Prometo no hablar del tema hasta que la mesa esté servida. No deseo que me interrumpan y supongo que tú no querrás compartir las noticias con el mundo entero.

Ella asintió y comenzó a beber el vino dulce de a pequeños sorbos.

– Te has puesto uno de mis vestidos favoritos. Las nuevas mangas ribeteadas en piel te van de maravillas y armonizan con tu adorable cabello rojizo, prima.

– Es lindo, ¿verdad? Me complace que te gusten las mangas. La marta es una piel magnífica, tanto en textura como en color.

La señora MacHugh entró en la sala con una enorme bandeja que depositó en el aparador.

– Milord, ayúdeme con la mesa, si es tan amable.

La dueña y lord Cambridge levantaron la pesada mesa de roble y la colocaron frente a la chimenea. Rosamund acercó de inmediato la silla. La anfitriona llenó dos platos de peltre con pequeñas albóndigas de avena, una mousse de huevos, jamón y rebanadas de pan tostado. Luego de poner un recipiente de piedra con un buen trozo de manteca, otro con cerezas en conserva y una generosa porción de queso, se retiró de la sala.

Comieron en silencio hasta vaciar los platos y devorar la mitad del queso. El vino era realmente exquisito. Una vez satisfechos, suspiraron al unísono, se rieron y Tom le dijo a su prima que ya era hora de que le contara absolutamente todo.

– Somos amantes… -comenzó Rosamund.

Él se limitó a asentir, sin demostrar sorpresa alguna. Cualquiera que no pensase lo mismo en la corte no era sino un tonto y un simplón.

– Partiremos dentro de poco a San Lorenzo. Te lo contaré todo, pero debes prometerme guardar el secreto, pues muchas vidas dependen de ello. ¿Mantendrás la boca cerrada, primo?

Lord Cambridge hizo un gesto de asentimiento.

– Tú sabes, Rosamund, que si bien amo a Inglaterra no me involucro en política. ¿Me juras que esto no implicará una traición de tu parte… o de la mía, por el mero hecho de escucharte?

– No significa traición alguna, te lo juro.

– Entonces guardaré el secreto; ¿acaso no lo he hecho siempre, querida niña?

– Sí, Tom. Pero esto es diferente. Enrique ha firmado un acuerdo con el Santo Padre en Roma, cuya finalidad es expulsar a los franceses del norte de Italia. Venecia, España y el Sacro Imperio Romano los apoyan y han constituido lo que ellos llaman la Santa Liga. Enrique está presionando al rey Jacobo para que se una a ellos. El rey de Escocia ha mantenido siempre una relación privilegiada con el Papa. Pero Enrique ha puesto en peligro esa relación, insistiendo en que Escocia debe unirse a su causa. Y Patrick me ha contado lo que piensa hacer su rey.

– ¡Ah! -Exclamó lord Cambridge cayendo en la cuenta-. Se trata, desde luego, de la vieja alianza con Francia. El rey Jacobo es un hombre honorable y no tiene motivo alguno para faltar a su palabra.

– Exactamente. Por eso el rey va a mandar a lord Leslie a San Lorenzo, donde una vez sirvió a Escocia como embajador. Allí se reunirá en secreto con los representantes de Venecia y del Imperio y tratará de convencerlos de retirarse de la liga y, de ese modo, debilitar la alianza. Pero para que el plan tenga éxito, lo que es muy improbable, todo debe hacerse de forma encubierta. Cuando lord Leslie desaparezca de la corte, supondrán que ha vuelto a sus tierras. Después de todo, no ha visitado la corte en dieciocho años y nadie lo considera un hombre poderoso o influyente. Me pidió que lo acompañara y acepté, aunque será más difícil explicar mi ausencia, pues fue la reina quien me invitó a Stirling y todos saben que soy su amiga. Tendré que mentirle a Meg. Le diré que acabo de recibir un mensaje donde me comunican que una de mis hijas está muy enferma y que debo regresar a Friarsgate de inmediato, aunque volveré a la corte lo antes posible… que es justamente lo que pienso hacer.

– ¿Quieres que regrese a Friarsgate y hable con Edmund y Richard? ¿Es eso?

– Sí, es eso Tom, pero hay más. Te harás cargo de mis tierras y de mis hijas hasta que vuelva. No permitiré que Henry Bolton robe a mis niñas, lo que supondría despojarme de Friarsgate. Procurará intimidar a Edmund e incluso al párroco Richard, pero no podrá contigo. Tú eres lord Cambridge y él sólo es el plebeyo vulgar Henry Bolton. Sé que te pido demasiado, primo. Pensabas pasar el invierno conmigo, en la corte escocesa, acompañarme a casa y luego regresar a tus posesiones, cerca de Londres.

– Es cierto. Pero lo que más me decepciona es no poder viajar contigo a San Lorenzo. Tengo entendido que es un pequeño ducado bellísimo.

– Le dije a Patrick que si no nos acompañabas, te sentirías defraudado -respondió Rosamund con una sonrisa incómoda. Lord Cambridge soltó la carcajada.

– Y él te contestó que lamentaba enormemente no poder gozar de mi compañía.

– De pronto, y para nuestra mutua sorpresa, nos enamoramos locamente. Es preciso pasar este tiempo juntos antes de separarnos. Perdónanos, Tom.

– ¿No piensas casarte con él, prima? -lord Cambridge la miró perplejo.

– Yo no dejaré Friarsgate y él no dejará Glenkirk. Ambos lo sabemos y agradecemos al destino esta breve felicidad que nos ha concedido. Muy pronto nos reclamarán nuestros deberes. Tom, no comprendo qué nos sucedió ni por qué, pero es la primera vez en la vida que estoy enamorada y que me aman con la misma intensidad con que yo amo. Es la primera vez que no cedo ante la voluntad ajena, sino que hago lo que me place. Y lo que me place es pasar esta breve temporada junto a él. Nada ni nadie podrá impedirlo.

– Guardaré tu secreto y seré tu cómplice. Luego regresaré a Friarsgate y me haré cargo de las niñas. Edmund es quien se ocupa de tus tierras y como compañero es muy entretenido, aunque insista en ganarme al ajedrez. No será exactamente el invierno que había imaginado, pero eres mi bien amada Rosamund y me sacrificaré por ti. ¿Cuándo nos iremos de Stirling?

– No hasta después de la Noche de Epifanía.

– ¿Qué pasará con Logan Hepburn? ¿Qué le diré si me pide explicaciones? ¿Y si se le ocurre venir a la corte antes de tu huida?

– Me ocuparé de eso cuando llegue el momento. Si me busca en Friarsgate, le dirás que me fui con un amante. No permitiré que un salvaje y prepotente fronterizo pretenda intimidarme.

– Está enamorado de ti, prima.

– Quiere un hijo de mí, que es distinto. Y no seré yo la yegua destinada a darle un potrillo. ¡Qué engendre en otra a su condenado heredero!

– La familia puede obligarlo a casarse, querida niña. ¿Qué ocurrirá cuando tú y lord Leslie se separen y decidas que quieres a Logan Hepburn, después de todo? -le preguntó con franqueza.

– En ese caso, le permitiré ser mi amante -respondió alegremente-. Si me ama por mí misma y no por mi fecundidad, se sentirá más que satisfecho.

– ¡Cómo has cambiado desde la muerte de Owein! Antes eras una dulce paloma inocente y ahora te has convertido en una gata testaruda y belicosa. Pese a todo, te amo y te comprendo.

– Entonces eres, probablemente, el único que lo hace. Gracias, Tom, por ser el mejor amigo que jamás he tenido y que jamás tendré -respondió Rosamund con voz tierna y conmovida.

– Lord Leslie no te hará daño, lo sé. Pero temo que te dañes a ti misma. No pierdas el sentido común, Rosamund. Disfruta de tu idilio y mantén firme la cabeza sobre los hombros, te lo suplico.

– Lo haré, querido Tom. Estoy enamorada, pero no soy tonta. Y Patrick, sospecho, me protegerá de mí misma.

– ¿Pero quién, me pregunto, protegerá al conde de Glenkirk? -murmuró lord Cambridge.

CAPÍTULO 03

El último día del año, Logan Hepburn llegó al palacio. Le comentó a su primo, el conde de Bothwell, que debería haber llegado un día antes, pero el mal tiempo lo había retrasado.

– Vine a desposar a mi amada -dijo con una sonrisa radiante.

Patrick Hepburn se mostró preocupado.

– ¿Por qué te enamoraste de esa muchacha inglesa? ¿Acaso no hay en Escocia suficientes jóvenes bellas para desposar? Esa mujer no es para ti.

Los ojos azules de Logan no solo evidenciaban curiosidad sino también recelo.

– ¿La has visto últimamente?

– Sí, Logan, y coincido contigo. Es bella y encantadora, pero me temo que no es para ti -respondió con calma el conde de Bothwell.

Logan se movió en la pequeña silla donde estaba sentado.

– ¿Y por qué Rosamund Bolton no es una muchacha para mí, querido primo?