Copper estaba tan irritada que decidió no pensar siquiera en su propuesta. El problema era que no podía evitarlo; tomó perfecta conciencia de ello cuando se acostó aquella noche con la yana intención de conciliar el sueño. Poco antes, cuando se dirigía a su habitación, pasó un momento por la de Megan con la intención de arroparla, al ver que se había destapado. Mientras le acariciaba tiernamente el cabello la oyó suspirar y murmurar algo en sueños, y sintió que se le encogía el corazón. Y pensó que quizá hubiera peores maneras de pasar los próximos tres años… que asegurándose de que aquella pequeña recibiera todo el amor y la seguridad que tanto necesitaba.
En un principio, había pensado en volver a Inglaterra para pasar un par de años trabajando allí, una vez que el proyecto de Birraminda empezara a funcionar. Recientemente habían contratado a una nueva persona, muy prometedora, para que se hiciera cargo de las tareas de administración de la empresa, así que su partida no le dolería tanto a su padre… Eso significaría un conveniente cambio de aires, y le proporcionaría una oportunidad para librarse de la humillante simpatía de sus amigos. ¿Por qué, en vez de eso, habría de pasar los siguientes tres años en Birraminda? ¿Qué diferencia podría suponer para ella?
La diferencia estaba en Mal. El solo pensamiento de casarse con él le provocaba escalofríos. «Un trato de negocios», había dicho Mal, pero ¿cómo podía pretender que un matrimonio se transformara en eso? ¿Dormirían tranquilamente en habitaciones separadas por las noches, como lo hacían ahora, o compartirían un dormitorio? ¿Esperaría Mal que ella durmiera cada noche a su lado, en la misma cama?
Una ama de llaves o una esposa; ¿qué era lo que realmente deseaba Mal? ¿Y hasta qué punto podría ella soportar serlo?
Agotada, al fin se durmió, y al despertarse se quedó sorprendida al descubrir que se sentía mucho más tranquila. Incluso fue capaz de sostener una tranquila conversación con Mal acerca de las tareas de la granja. Por la mañana, tomó conciencia de que lo único que le importaba no era si Mal dormiría o no con ella, sino el efecto que le causaría a su padre si se negaba a casarse con él y, en consecuencia, fracasaba su ansiado proyecto en Birraminda.
Dan experimentaría una amarga decepción al perder aquella granja, a la que había considerado el lugar ideal. Se quedaría frustrado al ver retrasado su proyecto, y deprimido por la perspectiva de tener que empezar otra vez desde cero. Era lo último que necesitaba en aquel momento, cuando el futuro de su empresa se hallaba en peligro. Si Copper volvía a su casa sin haber conseguido el consentimiento de Mal, tendría la sensación de haberle fallado.
En cierta ocasión, cuando terminó sus estudios en la universidad, Copper había tenido que elegir entre pasar dos días trabajando y estudiando en Europa, o ayudar a su padre en la empresa durante un período particularmente difícil. Dan la había animado a marcharse mientras pudiera, ya que era el momento más adecuado de su vida, pero al tener que hacer frente a tantas dificultades solo, había sufrido su primer ataque al corazón. Y Copper, cuando volvió de Inglaterra jamás pudo perdonarse a sí misma haberlo abandonado. No; ya le había fallado a su padre una vez, y no volvería a hacerlo de nuevo.
En aquel momento, Megan se encontraba cómodamente sentada ante la mesa de la cocina, observando un dibujo de su propia creación titulado Dos caballos en un prado. La niña le había explicado el significado de un garabato casi idéntico, en el que Copper había creído ver un tercer caballo; lo había hecho de manera desdeñosa, como si la sorprendiera su ignorancia en cuestiones artísticas:
– No es una casa, ni tampoco un cocodrilo… Es papá. ¿No te das cuenta?
Copper no pudo evitar pensar que habría preferido mil veces enfrentarse a un cocodrilo antes que con su padre. Estas eran sus reflexiones mientras marcaba el número de sus padres en su teléfono móvil. No tenía intención de pedirles consejo… ya que se quedarían de piedra si supieran lo que pretendía hacer…, pero necesitaba hablar con ellos antes de tomar una u otra decisión.
– Papá está mucho mejor -le informó su madre, Jill. Había bajado la voz para que Dan no pudiera oírla desde el dormitorio, donde se hallaba descansando-. Ya sabes que se preocupa demasiado, y estaba muy inquieto por el resultado de tus gestiones en Birraminda… Pero desde que nos llamaste para decirnos que ibas a quedarte allí una temporada, se encuentra mucho más tranquilo. Creo que piensa que eso es una buena señal, y ya me está volviendo loca con sus planes. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan optimista -le confió-. Eso le ha hecho mucho bien y los dos te estamos muy agradecidos, querida.
– Mal… el señor Standish… todavía no se ha comprometido a firmar nada -dijo Copper. Sentía la necesidad de advertirla, pero aparentemente su madre se mostraba tan confiada como su padre.
– No podría negarse cuando tú ya llevas allí cerca de dos semanas, ¿verdad? Y a propósito, ¿cómo es él?
– continuó, antes de que Copper pudiera contestar-. Tu padre no es muy locuaz. Simplemente dice que no es ningún estúpido. ¿Está casado?
– No -respondió Copper, después de una breve vacilación.
– Ah -exclamó su madre, de manera especialmente significativa.
– No seas tonta, mamá -repuso Copper, molesta-. ¿Quieres pasarme con papá?
Dan se mostró encantado de hablar con ella, y tanto le habló de sus planes que Copper apenas pudo abrir la boca.
– Bueno, ¿cómo te está yendo con Mathew Standish?
– le preguntó al fin, optimista-. ¿Ya habéis llegado a la etapa en que podemos hablar de firmar un contrato?
Copper miró entonces a Megan, inclinada sobre su dibujo, y luego al teléfono que tenía en la mano.
– Sólo quedan un par de detalles por arreglar, papá -dijo lentamente-, y luego podremos firmar ese contrato.
– ¡Buena chica! -exclamó Dan, exultante -¡Sabía que no me fallarías!
– No -pronunció Copper casi para sí misma mientras cortaba la conexión-. No te fallaré, papá -cuidadosamente recogió la antena y dejó el móvil sobre la mesa.
Al parecer, ya había tomado una decisión.
Capítulo 5
Copper caminaba rodeando el cercado, contemplando impresionada la inmensa cantidad de reses. Un par de horas antes, desde la veranda, se había preocupado al distinguirlas a lo lejos, dirigiéndose tumultuosamente hacia la casa y levantando a su paso una gran nube de polvo rojizo. Le resultaba difícil creer que tantos animales podían ser conducidos por tan sólo seis hombres, pero allí estaban todos dentro del cercado, desaparecido todo el mido y la confusión anteriores.
Dos jackarooes se hallaban encaramados en la valla, satisfechos del trabajo real izado.
– ¿Habéis visto a Mal? -les preguntó.
– La última vez que lo vi se dirigía hacia el prado -le contestó uno de ellos, sonriendo.
Así que había vuelto, pensó Copper, tensa. Habían transcurrido dos días desde que Mal le presentó su propuesta… o, más bien, su ultimátum, y desde entonces no había hecho ningún esfuerzo por acercarse a ella. Tenía que aprovechar aquella oportunidad que se le presentaba de hablar con él.
Durante todo aquel día. Copper había estado muy nerviosa, esperando a que Mal volviera a la casa. Pero al parecer no tenía ninguna prisa por saber qué había decidido, y al final tendría que ser ella quien acudiera en su busca, incapaz de soportar la espera por más tiempo.
El prado donde se encontraban pastando los caballos estaba regado, y a la luz del crepúsculo su verdor contrastaba vívidamente con el terreno árido y rojizo que lo rodeaba. De repente descubrió a Mal, que se acercaba hacia ella montado en Red, su enorme caballo pardo. Había estado esperando dos días para hablar con él y, ahora que estaba allí, no se le ocurría nada que decirle.
– Hola -lo saludó, protegiéndose con una mano los ojos del sol mientras Mal detenía su montura frente a ella.
Montado en el caballo, Mal parecía imposiblemente remoto e inabordable mientras miraba a Copper, que permanecía frente a él vestida con unos vaqueros y una camiseta clara. La luz del sol arrancaba reflejos a su melena de color castaño cobrizo, salpicando de oro sus largas pestañas. Muy consciente de la intensidad de su mirada, la joven se sorprendió a sí misma sin poder dejar de mirarlo. En vez de ello, acarició la nariz de Red mientras lo sujetaba de la brida.
– ¿Dónde está Megan? -le preguntó Mal al cabo de un momento.
– La he dejado con Naomi. Yo… quería hablar contigo a solas.
– ¿Acerca de lo del matrimonio?
– Sí.
Sin decir una palabra, Mal hizo girar su montura y se dirigió hacia el prado. Copper tuvo que esperar a que desmontara y colgara la silla en la cerca. Sólo entonces, después de darle una palmada cariñosa al animal y dejarlo en libertad, volvió a reunirse con ella.
– ¿Y bien? -le preguntó, con los brazos apoyados en la valla.
– No hay necesidad de que te muestres tan ansioso de saber lo que he decidido -le comentó Copper, irónica.
– ¿Qué sentido tendría eso? -le preguntó él, suspirando-. No puedo obligarte a cambiar de idea, sea cual sea tu decisión.
– ¡Tiene gracia que digas eso después de haberme sometido a chantaje!
– No fue chantaje -replicó Mal-. Que te cases o no es solamente asunto de tu elección.
– ¡Como si pudiera elegir! -musitó Copper.
– ¿Quieres decir que tu respuesta es no? -le preguntó Mal, mirando a los caballos que pastaban bajo los árboles.
– ¿Estás seguro de que quieres molestarte en escucharla?
– ¿Qué quieres decir con eso? -inquirió él, frunciendo el ceño.
– Me hiciste una extravagante propuesta de matrimonio para luego ignorarme durante dos días enteros -lo acusó-. ¡No me parece un comportamiento normal para un hombre que esté realmente interesado en mi decisión!
– He estado reflexionando durante los dos últimos días -señaló Mal-. ¿Cómo podía ignorarte cuando ni siquiera estaba aquí? Ya sabes que he estado muy ocupado con el ganado, y he tenido que pasar una noche con los muchachos en el monte.
– Me ignoraste durante toda la última tarde, antes de que te marcharas. ¡Y esta tarde también! ¡Hace horas que has vuelto, pero no se te ocurrió ir a buscarme!
– Llevo aquí apenas media hora -repuso Mal-. Hace unos minutos que he terminado de encerrar el ganado, así que no he dispuesto de muchas posibilidades de ignorarte. Pero, ya que me lo preguntas, incluso aunque hubiera regresado antes no habría salido corriendo a buscarte para saber tu respuesta… ¡para que luego tú me acusaras de presionarte! Pensé que necesitarías tiempo para reflexionar y yo estaba dispuesto a esperar hasta que tomaras una decisión -su voz adquirió un tono de especial dureza-. Ahora que ya estás lista, al parecer, quizá puedas contármelo. ¿O es que esperas que lo adivine?
– Teniendo en cuenta las circunstancias, eso no te resultaría demasiado difícil -replicó Copper; al menos podía sentirse satisfecha de haber exasperado a Mal.
– Mira, Copper, ¿por qué no me dices de una vez qué es lo que has decidido? -suspiró-. ¿Vas a casarte conmigo sí o no?
– Sí -musitó, aclarándose la garganta-. Sí, me casaré contigo -explicó con mayor claridad-. Pero sólo si firmas un acuerdo formal consintiendo que Viajes Copley disponga del acceso y del control de Birraminda.
– Bien -respondió Mal.
Copper esperó durante un momento, pero al parecer eso era todo.
– ¿Bien? -repitió, ofendida-. ¿Bien? ¿Es eso lo único que tienes que decir?
– ¿Qué más quieres que diga? No tengo ninguna objeción a firmar un acuerdo formal… todo lo contrario. Te sugiero que antes de que nos casemos, firmemos un contrato legal que especifique las condiciones en las que ambos estamos de acuerdo. No me arriesgaré a pasar por otro divorcio como el que tuve, a fin de que cuando acordemos una fecha para el fin del matrimonio, pueda estar de acuerdo también con las condiciones económicas.
– Yo no quiero tu dinero -replicó Copper con desdén-. Lo único que quiero es la seguridad de que Viajes Copley pueda continuar utilizando Birraminda después de que termine nuestro matrimonio.
– Eso es algo de lo que podremos discutir cuando preparemos el contrato -repuso Mal, indiferente-. Lo que quiero decirte es que deberíamos conocer exactamente la situación en que nos encontramos antes de casarnos. Estoy seguro de que una mujer de negocios tan práctica como tú comprenderá el sentido de un contrato legal.
La perspectiva de reducir su matrimonio a una serie de cláusulas no pudo menos que estremecer a Copper, pero teniendo en cuenta que la idea había sido suya, no se encontraba en situación de protestar.
– Creo que ahora mismo tengo cosas más importantes que hacer que discutir sobre un contrato prenupcial.
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