– Hola -los saludó Copper con una sonrisa mientras se acercaba a ellos, y Mal se quedó inmóvil al verla; llevaba un ligero vestido de color amarillo pálido, con escote, y en las manos sostenía un sencilla pamela.
– Copper… -pronunció, sin saber qué añadir. Su voz sonaba extraña, casi como si estuviera turbado. Luego la tomó de una mano para acercarla hacia sí mientras sostenía a su hija con el otro brazo. El fugaz contacto de sus labios en los suyos sacudió a Copper como si se tratara de una descarga eléctrica-. Te he echado de menos -le confesó.
Copper no sabía si lo había dicho sinceramente o si sencillamente estaba actuando delante de Brett que contemplaba la escena interesado.
– Yo también te he echado de menos -pronunció con voz ronca.
En el caso de Copper era verdad. Hacía unas dos semanas que había llegado a Adelaida en compañía de Megan, y había echado de menos a Mal mucho más de lo que había creído posible. Se había acostumbrado a convivir con él, a su manera de sonreír cuando volvía del trabajo… A veces le ocurría que se olvidaba por completo de que todo aquello era una farsa.
Y a veces, cuando Mal la sacaba a pasear a caballo por el arroyo, o cuando se sentaban en la veranda para contemplar la luna, le parecía absolutamente natural que estuvieran juntos, hablando tranquilamente de los sucedidos en el día. Sólo cuando sus miradas se encontraban de manera inesperada, el ambiente se llenaba de una súbita tensión y Copper recordaba que no estaban enamorados de verdad, que sólo estaban fingiendo.
Y no se trataba de que Mal no le hubiera dejado suficientemente clara su posición. A juzgar por su ostentosa ausencia cada noche. Brett no parecía albergar duda alguna acerca del carácter de su relación, pero Copper tenía demasiado bien presente el hecho de que Mal y ella se despedían amablemente en el pasillo para retirarse cada uno a su dormitorio.
– Supongo que con esa actitud pretende ser discreto -le había comentado Mal la primera noche, cuando Brett había salido del salón asintiendo con la cabeza y haciendo expresivos guiños.
– ¿Te das cuenta de que está esperando que nos lancemos a la cama tan pronto como cierre la puerta a su espalda? -le había preguntado Copper en un fallido intento por adoptar un tono de diversión.
– Claro.
– ¿Quieres… quieres que empecemos ahora? Me refiero a lo de compartir una habitación -le había comentado, incómoda-. ¿No crees que será un poco extraño si no lo hacemos?
– Dejemos a Brett que saque las conclusiones que quiera mientras esté fuera -había repuesto Mal con tono despreocupado-. Pronto nos casaremos, y luego dispondrás de tiempo más que suficiente para acostumbrarte a compartir un dormitorio.
Copper debería haberse sentido aliviada, pero en vez de eso no pudo evitar sentir una punzada de decepción. Cuando aparentaba tanta indiferencia, no estaría bien insistir en acostarse con él…
Durante el día tenía tantas cosas que hacer que le resultaba fácil olvidarse de ello, pero por la noche el convencimiento de que Mal en realidad no la deseaba le recordaba constantemente el acuerdo que habían firmado. Y conforme fueron transcurriendo las semanas, la irritabilidad de Copper fue en aumento.
Al final, fue un verdadero alivio cuando Mal la llevó a ella y a Megan en su avioneta a Brisbane, donde las embarcó en un avión para Adelaida con el fin de que organizara los preparativos de la boda. Y sin embargo, cuando se despidió de Mal, Copper no pudo evitar sentir un nudo de emoción en la garganta, algo que siempre le sucedía cuando pensaba en él. Conforme se acercaba la fecha de la boda se había sentido cada vez más nerviosa… una sensación que, en aquel instante, después de volver a verlo en el aeropuerto de Adelaida, se había acrecentado aun más.
Mal y Brett habían tenido tanto trabajo en la granja que sólo dos días antes de la boda habían podido abandonarla, para volar a Adelaida en su avioneta de seis plazas. Copper sintió un escalofrío al pensar que cuando volvieran a Birraminda todos juntos en aquel aparato, para entonces ya sería la esposa de Mal…
– ¡Hey, Megan! -La llamó Brett-. Ven a darme un abrazo para que papá pueda saludar a Copper apropiadamente Mal bajó a la pequeña, que de inmediato corrió alegremente a los brazos de su tío. Copper apenas podía oírlos. Mal se había vuelto hacia ella, con una sonrisa brillando en las profundidades de sus ojos castaños, y la joven se alarmó terriblemente al darse cuenta de que se disponía a besarla.
Copper se dijo que Mal no tenía por qué besarla por obligación, sólo porque Brett le hubiera recordado que un simple beso de bienvenida no era un saludo adecuado para dos amantes que habían estado separados durante dos semanas. Eso fue lo que pensó irritada en el momento en Mal la tomó de las dos manos, acercándola hacia sí.
Se esforzaba por mantener su orgullo intacto y comportarse como la fría mujer de negocios que era, pero por otro lado su corazón la urgía a renunciar a luchar contra el anhelo que latía en su interior. Al fin, consolándose con la idea de que sólo estaba fingiendo, se apoyó en el pecho de Mal con un débil suspiro.
Se encontraban muy cerca, envueltos en una especie de halo mágico. Poco a poco, todo empezó a desaparecer a su alrededor hasta que sólo quedó Mal, deslizando las manos por sus brazos desnudos. Muy lentamente inclinó la cabeza hasta acariciarle los labios con los suyos. Poseída por un delicioso sentimiento de anticipación, Copper cerró los ojos, esperando. Y fue entonces cuando Mal se apoderó de su boca con un beso violento, apasionado, dolorosamente dulce.
Copper pudo sentir cómo sus dudas anteriores se disolvían en un aquel hechizo. Deslizó las manos por su pecho y le acarició el cuello, mientras se abandonaba a aquel torrente de sensaciones que la hacían perder toda noción del tiempo o del espacio. Fue como una bendición sentir sus brazos en torno a su cuerpo, hasta el punto de que, cuando él empezó a apartarse, no pudo evitar musitar una débil protesta. Mal la besó entonces de nuevo, un beso más tierno y breve, y luego otro, todavía más fugaz… Cuando al fin la soltó, esbozó una sonrisa ver su turbada expresión.
– Hola -la saludó, obediente a las instrucciones de Brett.
– ¡Papá, tengo un vestido rosa! -exclamó en ese momento Megan, acercándoseles. Tantas novedades tenía que contarle a su padre, que se había impacientado al verlos mirándose el uno al otro, en silencio.
Copper parpadeó y se echó a reír, convencida de que debería agradecerle a Megan aquella interrupción. «Tómatelo con calma», se dijo desesperada. Aquél no había sido un beso de verdad; Mal simplemente había estado fingiendo porque Brett andaba cerca. Y ella también había estado fingiendo… ¿O no?
Sentía débiles las piernas y, fingiendo o no, se sintió patéticamente alegre cuando Mal volvió a tomarla de la mano. Su contacto era reconfortante, indescriptiblemente consolador.
– ¿Un vestido rosa? -Le estaba diciendo Mal a su hija-. Eso suena muy elegante.
– Sí, y ahora tengo una amiga que se llama Kathryn -le informó solemnemente Megan mientras correteaba entre ellos seguida de Brett, que llevaba las maletas-. Esta tarde voy a jugar con ella.
– Espero que no te importe… -le comentó Copper a Mal, humedeciéndose los labios-. Sé que llevas mucho tiempo sin ver a Megan, pero ha congeniado maravillosamente con la hija de mi prima y…
– No, claro que no me importa -respondió Mal cuando llegaron al coche que Copper le había pedido prestado a su padre-. Hoy tenía intención de pasar el día contigo a solas.
– ¿Oh? -esperando no parecer demasiado contenta, Copper se concentró en buscar en su bolso las llaves del coche.
Aprovechando que Megan había rodeado el coche para entrar por la otra puerta, y que Brett se hallaba entretenido apuntando el teléfono de una chica a la que había conocido en el avión, Mal le dijo a Copper bajando la voz:
– Ya he hablado con un despacho de abogados de la ciudad para que nos redacte el contrato. Hoy será el único día de que dispongamos para firmarlo antes de la boda.
– Estupendo -repuso Copper, tensa, sintiéndose una estúpida por haberse ilusionado tanto de aquella forma. Bueno, ¿qué se había esperado? Aquel beso, ¿había supuesto acaso alguna diferencia para Mal?
Megan no dejó de hablar durante todo el trayecto hasta la casa de los Copley, y Copper se alegró de concentrarse en conducir para dominar la amarga decepción que sentía. Por otro lado, no podía evitar sentirse nerviosa ante la perspectiva del primer encuentro de Mal con su madre, que siempre había estado muy encariñada con Glyn y que además se había mostrado mucho menos convencida que su padre acerca de sus planes de boda.
Pero se había olvidado de lo encantador que podía mostrarse Mal cuando quería. Al cabo de muy poco tiempo, la señora Copley ya veía a los dos hermanos como a los hijos que nunca había tenido, y para cuando empezó a relatarles embarazosas anécdotas de su infancia, Copper decidió que preferiría firmar el contrato después de todo.
Dan Copley, interpretando correctamente la angustiada expresión de su hija, se apresuró a cambiar de tema.
– Me temo que vais a tener que soportar una fiesta familiar esta noche, pero habíamos pensado que quizá Caroline y tú desearíais pasar la tarde a solas…
– Me parece muy bien -observó Mal y, después de mirar su reloj, se levantó-. Brett y yo hemos reservado una habitación en un hotel del centro, así que será mejor que vayamos para allá. ¿Por qué no vienes con nosotros, Copper? Luego podríamos comer juntos.
La joven sonrió, tensa, sabiendo que tan pronto como se desembarazara de Brett, Mal no la llevaría a un romántico restaurante sino al despacho de abogados para firmar su contrato.
No tardaron mucho tiempo en hacerlo. Instruido por Mal desde Birraminda, un abogado admirablemente discreto había redactado un conciso documento que recogía exactamente los términos que habían acordado. Copper inclinó la cabeza sobre el documento fingiendo leerlo, pero tenía los ojos llenos de lágrimas cuando al fin lo firmó.
– Aquí tienes tu copia -le dijo Mal cuando ya se marchaban-. Será mejor que la guardes bien.
Hacía un día soleado y caluroso, y Copper se alegró de poder esconder los ojos detrás de sus gafas de sol.
– ¿Podrías guardármela tú hasta después de la boda?
– le preguntó con frialdad-. No me gustaría que mis padres la encontraran por error, y supieran el precio que estoy teniendo que pagar para que su negocio tenga éxito…
– Si eso es lo que quieres… -Mal se guardó las dos copias en un bolsillo de la chaqueta-. Bueno, pues ahora iremos a comer, que eso es lo que supone que deberíamos estar haciendo en estos momentos.
Caminaron en silencio hasta llegar a un restaurante con vistas al río, donde eligieron una mesa al aire libre, a la sombra de un emparrado. Mal se había cambiado en el hotel y ahora llevaba unos ligeros pantalones de piel y una camisa de algodón color azul pálido. Sacó las dos copias del contrato del bolsillo interior de su chaqueta y las extendió sobre la mesa, entre ellos. Copper intentó no mirarlas mientras Mal hablaba con los camareros, y cuando levantó la cabeza se llevó una sorpresa al ver que pedía tranquilamente una botella del mejor champán de la casa.
– Pasado mañana nos vamos a casar -le explicó en respuesta a la pregunta que leyó en sus ojos.
– Lo sé, pero… bueno, ahora que estamos solos no necesitamos fingir, ¿no? -pronunció Copper con alguna dificultad.
– No, pero tus padres quizá nos pregunten por esta comida, y creo que esperarían que pidiéramos champán, ¿no te parece?
– No creo que necesiten una mayor dosis de convencimiento por nuestra parte -repuso ella-. Mamá pensó al principio que lo de la boda era un tanto precipitado, pero al final ha terminado por acostumbrarse a la idea. Y a los dos les encantará tener a Megan como nieta, así que a estas alturas ya te consideran parte de la familia.
– Con Brett ha pasado igual -comentó Mal-. Ha aceptado lo de la boda sin hacer una sola pregunta.
– Entonces, es que debemos de ser mejores actores de lo que creíamos en un principio -sonrió Copper con amargura.
– Supongo que si -comentó Mal después de un largo y tenso silencio.
Llegó el camarero con el champán. Copper pudo ver cómo los otros comensales contemplaban sonrientes la escena, evidentemente pensando que eran amantes, y deseó levantarse para gritarles que no era verdad, que Mal no la quería… ¡que todo aquello no significaba nada, nada!
Pero no podía hacer eso. Mientras observaba el líquido burbujeante en su copa, recordó la alegría que se llevaría su padre cuando viera en marcha su proyecto. Luego pensó en Mal, en la tibieza de sus labios, en sus manos…
– Bueno… -sonrió valientemente y levantó su copa-. ¡Por nuestro acuerdo!
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