Copper reflexionó amargamente sobre el absurdo de aquella situación, cuando delante de todo el mundo parecían dos enamorados.

– No, porque entonces no habría sido capaz de ejecutar mi proyecto en Birraminda, ¿verdad? -replicó exasperada. ¿Acaso no podía Mal darse cuenta de cómo se sentía? ¿No se daba cuenta de ello cuando la besaba?

De inmediato se arrepintió de sus palabras. La mención de su negocio había sido suficiente para endurecer aun más la expresión de Mal, y Copper no tuvo dificultades en adivinar que estaba pensando en Lisa, quien siempre había antepuesto su trabajo a todo lo demás.

– ¿Me estás recordando por qué te has casado conmigo? -le preguntó él.

– No creo que necesite hacer eso -repuso Copper en voz baja, sabiendo que Mal nunca se olvidaba de las verdaderas motivaciones de su matrimonio, al igual que ella.

Más tarde, cuando al fin terminó la fiesta, Copper no pudo pensar en nada más que en la noche que se avecinaba. La tensión provocada por su discusión acerca de Glyn se había evaporado, para ser sustituida por una nueva y distinta inquietud en el mismo momento en que se quedaron solos.

Reinaba un silencio incómodo en el coche mientras se dirigían colina arriba, hacia el hotel. Para cuando llegaron, Copper casi temblaba de expectación y estaba tan nerviosa que apenas podía hablar; fue Mal quien se encargó de recibir las felicitaciones del director del hotel y quien cerró al fin la puerta de la habitación.

– Gracias a Dios que todo esto ha terminado -suspiró, dejándose caer en uno de los sillones.

– Sí -fue todo lo que pudo decir Copper. Observó cómo Mal se desabrochaba el botón superior de la camisa y cerraba los ojos.

– Todo ha ido bien, ¿verdad?

– Sí -respondió ella, con la garganta cerrada.

Mal parecía agotado. Copper anhelaba acercársele, darle un masaje en los hombros, sembrar su rostro de pequeños besos hasta lograr que sonriera y se olvidara de su cansancio. Aquel anhelo era tan intenso que, debilitada, tuvo que sentarse en una silla, frente a él. Sentía un nudo de opresión en su interior, un nudo que la estrangulaba y que le aceleraba el corazón. Se obligó a sí misma a respirar pausadamente, aspirando el aire y reteniéndolo por un momento antes de soltarlo.

De repente Mal abrió los ojos, dando al traste con todos los esfuerzos que estaba haciendo Copper por tranquilizarse.

– Yo… creo que voy a tomar una ducha -balbuceó, levantándose, y se dirigió al cuarto de baño.

Bajo la ducha, se vio asaltada por imágenes de su pasado, por recuerdos de los días que había pasado con Mal en Turquía. Ansiaba acurrucarse contra él. Como había hecho entonces; quería saborear su piel, escuchar el latido de su pulso… Las manos le temblaban mientras se ponía la bata, y cuando se miró en el espejo vio que los ojos le brillaban con febril intensidad. «Todo lo que tienes que hacer es pedírmelo»; aquellas palabras de Mal resonaron de nuevo dentro de su cerebro y Copper acogió aliviada la oleada de furia que acompañó a aquel recuerdo. Mal era injusto al obligarla a que le pidiera algo parecido. ¿Qué esperaba que le dijera ella? ¿Que, después de todo, le gustaría acostarse con él?

No podía hacer eso… ¿o sí?

Al fin y al cabo, Mal había sido completamente franco con ella. No había visto ninguna razón por la que los dos no pudieran satisfacerse físicamente. Lo único que no quería era comprometerse emocionalmente, pero Copper no tenía por qué confesarle que estaba enamorada de él. Nada podría ser peor que pasar tres largos años soportando aquella terrible necesidad…

– ¿Te has quedado dormida ahí dentro?

– No, no… Ahora salgo -aspirando profundamente, se ajustó el cinturón de la bata. «Ahora o nunca», pensó.

Cuando Copper abrió la puerta, Mal estaba sentado en el borde de la cama, con el torso desnudo, quitándose los zapatos y los calcetines.

– Estaba empezando a preguntarme si pensabas pasar la noche allí -le dijo sin mirarla.

– Lo siento -musitó ella con voz débil.

Ahora era el momento. Todo lo que tenía que hacer era sentarse a su lado y acariciarle la espalda desnuda. «Hazme el amor, Mal»; eso era lo único que tenía que decirle. No sería tan difícil, se dijo a sí misma. Pero sus pies se negaban a moverse y aquellas palabras se le habían atascado en la garganta, y cuando Mal se levantó para entrar en el cuarto de baño. Copper se dio cuenta de que había desperdiciado una buena oportunidad.

Decepcionada, despreciándose a sí misma por su falta de coraje, Copper salió al balcón para que el frío aire de la noche refrescara sus ardientes mejillas. Allá abajo podía distinguir las luces de Adelaida, entre las colinas y el mar. Una de aquellas luces podría ser la de su casa, donde sus familiares y amigos todavía estarían celebrando su matrimonio, y quizá imaginándosela pasando una luna de miel inolvidable con Mal…

– ¿Qué estás haciendo ahí fuera? -le preguntó él cuando salió del cuarto de baño y la vio asomada al balcón, descalza y medio oculta por las sombras. Después de un momento de vacilación se reunió con ella y se apoyó en la barandilla. Se había quitado los pantalones y sólo llevaba unos pantalones cortos, tipo boxeador.

– Estaba pensando -respondió al fin Copper.

Una leve brisa se levantó procedente de los árboles, despeinándola, y la joven se subió el cuello de la bata, como si tuviera frío.

– ¿En qué?

– Oh… sólo en que esta noche de bodas no es como me había imaginado que sería -contestó, fijando firmemente la mirada en las luces de la ciudad.

– ¿Qué te habías imaginado? -inquirió Mal con tono suave desde las sombras, y Copper tragó saliva, nerviosa.

– Una habitación como ésta, quizás. Una vista, una noche semejante… Creía que todas estas cosas podrían ocurrir, pero nunca pensé que todo lo demás sería tan diferente.

– Me fijé en la manera en que mirabas a Glyn esta tarde -le comentó de repente Mal con voz áspera-. Supongo que habrías esperado pasar esta noche con él.

– Simplemente había esperado pasar esta noche con alguien a quien amara -repuso ella con dificultad-. Eso es todo.

Siguió un largo e incómodo silencio. Copper era atrozmente consciente del latido acelerado de su propio corazón, de la textura de la bata sobre su piel desnuda, del poderoso cuerpo de Mal a su lado…

– ¿Mal?

– ¿Si?

– Yo… yo… -empezó a decir, desesperada-… he estado pensando en lo que me dijiste… -se interrumpió, sin poder evitarlo.

– ¿Qué es lo que te dije? -le preguntó él, súbitamente alerta.

– Tú… dijiste que no me tocarías a no ser que yo te lo pidiera -respondió Copper con precipitación. Todavía tenía la mirada fija en las lejanas de luces de la ciudad, que parpadeaban como si se burlaran de sus torpes intentos por explicarse-. Y… yo me preguntaba si… bueno, si podríamos fingir… sólo por esta noche… que… que todo esto es realmente como me había imaginado y que nos hemos casado… porque nos queremos de verdad y no porque hayamos firmado ese contrato… -volvió a interrumpirse, incapaz de mirar a Mal pero decepcionada por su silencio-. Bueno, no tienes por qué hacerlo. Probablemente no sea una buena idea, después de todo -añadió desesperada-. Ha sido un día muy largo, los dos estamos cansados y…

El resto de la frase murió en su garganta mientras Mal se le acercaba para volverla tiernamente hacia sí.

– Yo no estoy cansado -le dijo con tono suave, acariciándole el rostro-. ¿Y tú?

Copper sintió que se le detenía el corazón al ver la expresión de su mirada.

– No… no… -susurró.

– ¿Fingimos entonces?

– Sólo por esta noche -tartamudeó Copper.

– Sólo por esta noche -le confirmó Mal con tono solemne, aunque ella llegó a detectar un brillo de alegría en las profundidades de sus ojos castaños mientras le acariciaba tiernamente la nuca-. ¿Por dónde empezamos?

Sus caricias la inflamaban de deseo por instantes, y de pronto Copper comprendió que la respuesta a aquella pregunta era muy fácil.

– Bueno… -fingió reflexionar-. Si estuviera enamorada de ti, no me mostraría tan tímida. Podría acercarme un poquito más a ti… así -explicó mientras le acariciaba el pecho desnudo con una inefable sensación de alivio-. Y luego podría besarte… justo aquí -tentadoramente, le acarició con los labios el pulso que latía en su garganta, deslizándolos con deliciosa lentitud por el cuello hasta llegar a la mejilla y al lóbulo de la oreja-. O tal vez aquí… -susurró mientras continuaba-. O aquí… o aquí…

Mal se había quedado inmóvil al primer contacto, pero cuando sus besos se fueron tornando cada vez más provocativos, enterró los dedos en su cabello y la obligó a levantar la cabeza.

– Si yo estuviera enamorado de ti -le dijo con voz grave, profunda, mirándola directamente a los ojos-, te diría que estás preciosa, que me he pasado el día entero pensando en este momento, ansiándolo… -murmuró, inclinando la cabeza para besarla.

Copper abrió la boca como un capullo de flor entregándose al sol. Deslizó las manos por sus hombros y le devolvió el beso, mareada por el placer de poder tocarlo y saborearlo, de saber que era real y que, a pesar de lo que sucediera al día siguiente, aquella noche era suya, de los dos.

En ese instante, después de haberla estrechado entre sus brazos, Mal se dispuso a abrirle la bata, mientras Copper gemía de deseo.

– Creo -musitó él contra su cuello -que podríamos ponernos más cómodos, ¿no te parece? Esto es, si estuviéramos enamorados -añadió, apartándole la bata para besarle un hombro.

– Sí… -respondió Copper con voz temblorosa.

De repente, Mal apagó la luz principal, y durante un buen rato permanecieron mirándose solamente iluminados por las lámparas de la cama, saboreando de antemano lo que seguiría a continuación. Copper podía sentir cómo temblaba su cuerpo de expectación mientras Mal se quitaba los pantalones cortos y luego, con movimientos deliberadamente lentos, terminaba de despojarla a ella de la bata.

Su piel desnuda brillaba bajo la tenue luz y Mal contuvo el aliento a la vez que deslizaba las manos por su cintura, impresionado por su belleza.

– Copper…

Eso fue todo lo que dijo, pero pronunció su nombre como si fuera una caricia, y todos los sentidos de la joven se enardecieron de deseo al escuchar su voz profunda al ver la expresión de su mirada, al sentir la firme promesa de sus manos. Sin atreverse a respirar por miedo a que se rompiera aquel hechizo y se despertara para descubrir que sólo había estado soñando, Copper esperó… hasta que Mal la abrazó sonriendo y la llevó a la cama. Entonces, fue como si el mundo hubiera estallado en mil pedazos candentes de placer.

El contacto de sus cuerpos desnudos fue tan intenso que Copper casi sollozó de deseo. Deslizaba las manos impaciente por su piel, explorando su textura, la dureza de sus músculos, admirando la suavidad y la fuerza de aquel cuerpo que clamaba por su posesión… Pero Mal no parecía tener prisa.

– Si estuviéramos enamorados… -murmuró mientras le acariciaba un seno-…, te diría que he soñado contigo, que he ansiado tocarte así…

Exploraba cada centímetro de su cuerpo sin apresuramiento, deteniéndose posesivamente en cada curva, en cada ángulo, sonriendo contra su piel. Sus manos expresaban la misma firmeza y seguridad que recordaba Copper, su boca seguía siendo igual de excitante, pero la necesidad que sentía por él era más grande, mucho mayor que antes. Su cuerpo parecía tener el temple del acero, implacable pero cálido, suave, gloriosamente excitante.

Intoxicada de placer, Copper se colocó sobre él sembrando de besos su pecho, su vientre plano, acariciándolo con la lengua hasta que Mal gruñó y volvió a tumbaría de espaldas. Luego la castigó besándola lentamente, prolongando su tormento, y sólo cuando ella le suplicó que la liberara, cedió a aquella urgencia que ya no podía contener por más tiempo.

Copper gimió al sentirlo dentro de sí. Abrazándose a él, sollozó su nombre y Mal respondió instintivamente moviéndose a un ritmo salvaje, tan antiguo como el tiempo, arrastrándola cada vez más cerca del abismo, de la eternidad… Se detuvieron durante un momento mágico, interminable, antes de que una irrefrenable marea de sensaciones los barriera por completo lanzándolos a aquel abismo, en el que fueron cayendo una y otra vez. Abrazados desesperadamente, Mal y Copper pronunciaban sus nombres sin cesar, sin dejar de moverse, y justo cuando ya creían que sus cuerpos iban a romperse en mil pedazos, como una copa al estallar contra el suelo, cayeron en un puro éxtasis, en una pura tormenta de gozo que poco a poco fue amainando…

Tiempo después, Copper abrió los ojos lánguidamente y se quedó sorprendida al ver que la habitación seguía todavía allí. Aparentemente, nada había cambiado. Se habían dejado abierta la puerta del balcón y la brisa movía las cortinas, pero por lo demás todo seguía tan inmóvil como si el tiempo se hubiese detenido. Podía escuchar el sonido de sus respiraciones aceleradas, pero era como si procedieran de un lugar lejano, fuera del mundo.