Permaneció tumbada en la cama, satisfecha, ocupada en acariciar la espalda de Mal, saboreando su cálido cuerpo tan relajado en aquel momento como el suyo, escuchando cómo se iba calmando poco a poco su respiración. De repente, Mal se tensó y se incorporó sobre un codo para mirarla sonriente, con una expresión de inmensa ternura.

– Sé que estamos fingiendo -le dijo con tono muy suave -pero si estuviera enamorado de ti, ahora mismo te diría lo mucho que te quiero.

Por un instante, Copper estuvo a punto de confesarle la verdad, pero se contuvo a tiempo. Si le confesaba que realmente estaba enamorada de él, Mal podría sentirse irritado o avergonzado, y no quería estropear aquella mágica noche. En vez de eso lo abrazó con exquisita ternura murmurando:

– Y yo te diría que yo también te quiero.

Capítulo 8

Cuando Copper se despertó a la mañana siguiente, Mal ya se había levantado y vestido. Se encontraba de pie frente al tocador, pero al oírla bostezar se volvió para mirarla con un extraño brillo en los ojos.

Aunque soñolienta, aquel cambio de expresión no le pasó desapercibido a Copper, y se incorporó cubriéndose con las sábanas.

– Buenos días -le dijo, sintiéndose ridículamente tímida después de todo lo que habían compartido aquella noche.

– Buenos días -la saludó Mal con tono suave pero distante, como si entre ellos se hubiera levantado una invisible barrera.

Copper sintió un nudo en la garganta. ¿Qué era lo que había sucedido? La noche anterior Mal le había hecho el amor con una pasión que había estado más allá de las palabras. ¿Cómo podía permanecer en ese momento tan tranquilo, tan indiferente, tan tremendamente inabordable? Luego bajó la mirada y descubrió que tenía algo en la mano. El contrato.

– Esta es tu copia -le dijo Mal, dejando despreocupadamente el documento sobre la mesa del tocador-. Será mejor que la guardes bien.

Copper se dijo, desengañada, que Mal no había podido dejarle más claro que lo de la noche anterior no había sido más que un puro fingimiento, al menos para él.

Apoyando la cabeza en la almohada, se volvió para mirar hacia otro lado.

– Lo haré.

Permaneció tensa y callada durante el trato a la ciudad, para recoger a Megan. Todo aquel día transcurrió en una especie de atmósfera de pesadilla. Durante el desayuno. Mal se había comportado como si nada absolutamente hubiera sucedido entre ellos. Sólo le había hablado de la conveniencia de comprar fruta y verdura fresca para la granja. Y de la hora a la que había quedado en recoger a Brett en el hotel, pero no hizo la más mínima mención a las largas y dulces horas que habían pasado haciendo el amor.

Copper le había pedido que fingiera que la quería, y eso era lo que había hecho: fingir. Estaba muy claro.

Temía lo que pudiera suceder a la noche siguiente. El contrato pertenecía al reino de la dura luz del día. Pero una vez que cayera la noche, y se encontraran encerrados en el dormitorio, podrían recrear una vez más la ternura y el gozo que habían compartido. No le preocupaba que Mal sólo estuviera fingiendo, llegó a decirse Copper, con tal de volver a tenerlo en sus brazos otra vez.

Anhelaba regresar a Birraminda, pero aquel día parecía no terminar nunca. Tuvieron que hacer las compras necesarias, recoger a Megan, despedirse de todo el mundo hasta que, después de recoger a Brett, llegaron por fin al aeropuerto.

El vuelo a Birraminda, a bordo de la pequeña avioneta, resultó especialmente largo e incómodo. Todo el mundo estaba muy cansado. Mal llevaba los controles del aparato, frunciendo el ceño; Brett estaba de pésimo humor y Megan muy irritable; en cuanto a Copper, habría querido encerrarse en una habitación a oscuras para desahogarse llorando.

Cuando aterrizaron en la pista de la granja ya estaba a punto de caer la noche, y después de cargar todas sus compras en la camioneta, se dirigieron hacia la casa. Copper tuvo que dar de cenar a Megan, bañarla y acostarla, así que, para cuando se retiró a su dormitorio con Mal, se sentía demasiado cansada como para pensar en los planes que había trazado para redescubrir la magia que había compartido con su marido…

– ¡Estoy agotada! -suspiró dejándose caer sobre la cama, mientras Mal cerraba la puerta.

– No hay necesidad de que me lances indirectas -repuso él, y Copper lo miró sorprendida.

– ¿Qué quieres decir?

Irritado, Mal empezó a desabrocharse la camisa.

– Quiero decir que no tienes por qué inventarte una excusa cada noche para evitar acostarte conmigo. La noche anterior me lo dejaste suficientemente claro.

– Pe…Pero… pero si no era una indirecta… -tartamudeó Copper-. ¡Solamente estaba diciendo que me encontraba cansada!

– Muy bien -repuso Mal, dejando su camisa en el respaldo de una silla y tomando una toalla-. Tú estás cansada, yo estoy cansado, así que intentaremos dormir.

Cuando Mal volvió del cuarto de baño, Copper ya estaba acostada, rígida y tensa, de espaldas a la lámpara de la mesilla. Tenía los ojos cerrados y fingía dormir, pero su cuerpo vibraba de deseo. Podía sentir a Mal moviéndose por la habitación, oírlo mientras se desvestía, y se lo imaginaba con tanta claridad como si tuviera los ojos bien abiertos.

Luego Mal apagó la luz y Copper sintió que la cama se hundía cuando se acostó a su lado. En medio de la oscuridad, contuvo el aliento. Si en ese momento se volvía hacia ella, si le hablaba, evidentemente todo estaría bien. Lo recibiría en sus brazos y se reirían juntos de todas las tensiones y equívocos del día…

Pero Mal no se volvió hacia ella. Ni siquiera le dio las buenas noches. Simplemente se quedó inmóvil y se durmió.

Decepcionada, Copper se volvió del otro lado. La noche anterior, ¿habría querido Mal simplemente satisfacerla? Ese pensamiento la hacía arder de humillación. Si Mal pensaba que ella iba a suplicarle que le hiciera el amor cada noche, estaba muy equivocado. Se lo había pedido una vez, ¡y sería la última! La próxima ocasión sería él quien hiciera el primer movimiento.

De madrugada. Copper tomó una decisión. Le resultaba sencillo tomar decisiones cuando estaba furiosa. Pero eso no cambiaba el hecho de que todavía lo amaba. De alguna manera, iba a tener que conseguir que Mal se enamorara de ella, como ella lo estaba de él. Si Mal quería una esposa práctica, nada romántica, la tendría. Jugaría su papel y no le pediría nada a cambio. Quizá, con el tiempo, se daría cuenta de que no se parecía en absoluto a Lisa y decidiría que, después de todo, quería una mujer que lo amara como ella.

Durante las semanas siguientes, Copper se esforzó realmente por ser como Mal quería que fuese. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Megan, enseñándola a leer con unos manuales que había comprado en Adelaida. Cuando no estaba con la pequeña, limpiaba, fregaba y mantenía en orden la casa. Arregló la despensa, reorganizó el despacho e incluso se ofreció a ayudar a Mal con la contabilidad. Y también estaba lo del campamento turístico. Copper se sumergió totalmente en su proyecto, reservándose siempre cierto tiempo cada día para estudiar las propuestas de construcción del edificio o rediseñar los planos, a la luz de todo lo que había ido aprendiendo acerca de la vida en el interior.

Tan ocupada estaba que los días se le pasaban volando, pero no así las noches. No era muy difícil charlar a punto de caer la noche, y después de cargar todas sus compras en la camioneta, se dirigieron hacia la casa. Copper tuvo que dar de cenar a Megan, bañarla y acostarla, así que, para cuando se retiró a su dormitorio con Mal, se sentía demasiado cansada como para pensar en los planes que había trazado para redescubrir la magia que había compartido con su marido…

– ¡Estoy agotada! -suspiró dejándose caer sobre la cama, mientras Mal cerraba la puerta.

– No hay necesidad de que me lances indirectas -repuso él, y Copper lo miró sorprendida.

– ¿Qué quieres decir?

Irritado, Mal empezó a desabrocharse la camisa.

– Quiero decir que no tienes por qué inventarte una excusa cada noche para evitar acostarte conmigo. La noche anterior me lo dejaste suficientemente claro.

– Pe…Pero… pero si no era una indirecta… -tartamudeó Copper-. ¡Solamente estaba diciendo que me encontraba cansada!

– Muy bien -repuso Mal, dejando su camisa en el respaldo de una silla y tomando una toalla-. Tú estás cansada, yo estoy cansado, así que intentaremos dormir.

Cuando Mal volvió del cuarto de baño, Copper ya estaba acostada, rígida y tensa, de espaldas a la lámpara de la mesilla. Tenía los ojos cerrados y fingía dormir, pero su cuerpo vibraba de deseo. Podía sentir a Mal moviéndose por la habitación, oírlo mientras se desvestía, y se lo imaginaba con tanta claridad como si tuviera los ojos bien abiertos.

Luego Mal apagó la luz y Copper sintió que la cama se hundía cuando se acostó a su lado. En medio de la oscuridad, contuvo el aliento. Si en ese momento se volvía hacia ella, si le hablaba, evidentemente todo estaría bien. Lo recibiría en sus brazos y se reirían juntos de todas las tensiones y equívocos del día…

Pero Mal no se volvió hacia ella. Ni siquiera le dio las buenas noches. Simplemente se quedó inmóvil y se durmió.

Decepcionada, Copper se volvió del otro lado. La noche anterior, ¿habría querido Mal simplemente satisfacerla? Ese pensamiento la hacía arder de humillación. Si Mal pensaba que ella iba a suplicarle que le hiciera el amor cada noche, estaba muy equivocado. Se lo había pedido una vez, ¡y sería la última! La próxima ocasión sería él quien hiciera el primer movimiento.

De madrugada. Copper tomó una decisión. Le resultaba sencillo tomar decisiones cuando estaba furiosa. Pero eso no cambiaba el hecho de que todavía lo amaba. De alguna manera, iba a tener que conseguir que Mal se enamorara de ella, como ella lo estaba de él. Si Mal quería una esposa práctica, nada romántica, la tendría. Jugaría su papel y no le pediría nada a cambio. Quizá, con el tiempo, se daría cuenta de que no se parecía en absoluto a Lisa y decidiría que, después de todo, quería una mujer que lo amara como ella.

Durante las semanas siguientes, Copper se esforzó realmente por ser como Mal quería que fuese. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Megan, enseñándola a leer con unos manuales que había comprado en Adelaida. Cuando no estaba con la pequeña, limpiaba, fregaba y mantenía en orden la casa. Arregló la despensa, reorganizó el despacho e incluso se ofreció a ayudar a Mal con la contabilidad. Y también estaba lo del campamento turístico. Copper se sumergió totalmente en su proyecto, reservándose siempre cierto tiempo cada día para estudiar las propuestas de construcción del edificio o rediseñar los planos, a la luz de todo lo que había ido aprendiendo acerca de la vida en el interior.

Tan ocupada estaba que los días se le pasaban volando, pero no así las noches. No era muy difícil charlar a punto de caer la noche, y después de cargar todas sus compras en la camioneta, se dirigieron hacia la casa. Copper tuvo que dar de cenar a Megan, bañarla y acostarla, así que, para cuando se retiró a su dormitorio con Mal, se sentía demasiado cansada como para pensar en los planes que había trazado para redescubrir la magia que había compartido con su marido…

– ¡Estoy agotada! -suspiró dejándose caer sobre la cama, mientras Mal cerraba la puerta.

– No hay necesidad de que me lances indirectas -repuso él, y Copper lo miró sorprendida.

– ¿Qué quieres decir?

Irritado, Mal empezó a desabrocharse la camisa.

– Quiero decir que no tienes por qué inventarte una excusa cada noche para evitar acostarte conmigo. La noche anterior me lo dejaste suficientemente claro.

– Pe…Pero… pero si no era una indirecta… -tartamudeó Copper-. ¡Solamente estaba diciendo que me encontraba cansada!

– Muy bien -repuso Mal, dejando su camisa en el respaldo de una silla y tomando una toalla-. Tú estás cansada, yo estoy cansado, así que intentaremos dormir.

Cuando Mal volvió del cuarto de baño, Copper ya estaba acostada, rígida y tensa, de espaldas a la lámpara de la mesilla. Tenía los ojos cerrados y fingía dormir, pero su cuerpo vibraba de deseo. Podía sentir a Mal moviéndose por la habitación, oírlo mientras se desvestía, y se lo imaginaba con tanta claridad como si tuviera los ojos bien abiertos.

Luego Mal apagó la luz y Copper sintió que la cama se hundía cuando se acostó a su lado. En medio de la oscuridad, contuvo el aliento. Si en ese momento se volvía hacia ella, si le hablaba, evidentemente todo estaría bien. Lo recibiría en sus brazos y se reirían juntos de todas las tensiones y equívocos del día…

Pero Mal no se volvió hacia ella. Ni siquiera le dio las buenas noches. Simplemente se quedó inmóvil y se durmió.