Decepcionada, Copper se volvió del otro lado. La noche anterior, ¿habría querido Mal simplemente satisfacerla? Ese pensamiento la hacía arder de humillación. Si Mal pensaba que ella iba a suplicarle que le hiciera el amor cada noche, estaba muy equivocado. Se lo había pedido una vez, ¡y sería la última! La próxima ocasión sería él quien hiciera el primer movimiento.

De madrugada. Copper tomó una decisión. Le resultaba sencillo tomar decisiones cuando estaba furiosa. Pero eso no cambiaba el hecho de que todavía lo amaba. De alguna manera, iba a tener que conseguir que Mal se enamorara de ella, como ella lo estaba de él. Si Mal quería una esposa práctica, nada romántica, la tendría. Jugaría su papel y no le pediría nada a cambio. Quizá, con el tiempo, se daría cuenta de que no se parecía en absoluto a Lisa y decidiría que, después de todo, quería una mujer que lo amara como ella.

Durante las semanas siguientes, Copper se esforzó realmente por ser como Mal quería que fuese. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Megan, enseñándola a leer con unos manuales que había comprado en Adelaida. Cuando no estaba con la pequeña, limpiaba, fregaba y mantenía en orden la casa. Arregló la despensa, reorganizó el despacho e incluso se ofreció a ayudar a Mal con la contabilidad. Y también estaba lo del campamento turístico. Copper se sumergió totalmente en su proyecto, reservándose siempre cierto tiempo cada día para estudiar las propuestas de construcción del edificio o rediseñar los planos, a la luz de todo lo que había ido aprendiendo acerca de la vida en el interior.

Tan ocupada estaba que los días se le pasaban volando, pero no así las noches. No era muy difícil charlar normalmente con Mal durante el día, pero cada noche, cuando se acostaban, los dos se mantenían apartados sin dirigirse la palabra. Copper no volvió a hacerle ninguna petición a Mal, pero como resultaba evidente que esa táctica no estaba dando resultado, se fue sintiendo cada vez más frustrada.

Estaba haciendo grandes esfuerzos por convertirse en una buena esposa, adaptándose además a la vida del interior, pero al parecer eso no era suficiente. No podía marcar una vaca ni montar a caballo muy bien, y para Mal lo demás no contaba. Era como si no tuviera mérito para él que mantuviera en orden la casa, o que advirtiera que uno de los jackaroos no se sentía bien, o descubriera que Naomi se encontraba profundamente deprimida. Y tampoco tenía ni una sola palabra de agradecimiento para ella por la educación que le estaba proporcionando a Megan.

Cuanto más reflexionaba sobre ello, más crecía su resentimiento… hasta que casi se convenció a sí misma de que no estaba en absoluto enamorada de Mal. ¿Cómo podía estar enamorada de un hombre que apenas reconocía su existencia?

Conforme transcurrían las semanas, la tensión fue aumento hasta alcanzar un límite insoportable para Copper.

Cierto día se encontraba en el despacho, trabajando con algunos diseños, cuando Mal entró de repente y le dijo que los hombres necesitaban que les preparase algo de comida para llevar, ya que pretendía mandarlos a revisar unos cercados.

Copper dejó a un lado su bolígrafo y lo fulminó con la mirada.

– ¿Por qué no me lo dijiste durante el desayuno?

– Porque entonces no lo sabía -respondió Mal, impaciente-. Creí que tardarían más en terminar lo que habían empezado ayer, pero han sido muy rápidos y será mejor que comiencen esta misma mañana a revisar esas vallas.

– Pues si han ahorrado tanto tiempo. Muy bien podrían prepararse ellos mismos la comida -repuso Copper, y volvió a tomar su bolígrafo.

Un ominoso silencio siguió a sus palabras.

– ¿Por qué no puedes prepararla tú? -le preguntó Mal con frialdad.

– Porque estoy ocupada -le espetó.

– No estás ocupada; ¡sólo te estás entreteniendo con ese precioso proyecto tuyo!

– ¡No me estoy entreteniendo! -estalló Copper, furiosa-. Estoy estudiando la forma más barata de aprovisionar a los grupos de turistas, y la manera más adecuada de calcular los costes. ¡Creo que eso es un poquito más importante que preparar unos sándwiches que tú y todos los demás sois perfectamente capaces de hacer solos!

– Por supuesto, piensas que eso es mucho más importante -replicó Mal, desdeñoso-. Estás obsesionada con tu negocio. Siempre estás aquí, moviendo papeles de un lado a otro. ¡Aunque Birraminda se cayera a pedazos a ti no te importaría, siempre y cuando pudieras sacar adelante tu proyecto!

– ¿Quieres saber lo que he estado haciendo esta mañana, Mal? -Inquirió Copper, conteniéndose con dificultad-. He preparado el desayuno para ti y para tus hombres, después he lavado los platos y he arreglado la cocina, he barrido el suelo, te he hecho la cama, te he lavado la ropa y te he limpiado la ducha. Y además -continuó, sin darle oportunidad a Mal de replicar-, he dado de comer a tus perros y a tus gallinas, he preparado el guisado del mediodía y dos tartas de manzana para la cena, para no hablar del helado que he guardado en la nevera. Y por si fuera poco, he bañado a tu hija y la he vestido, y después he jugado con ella… y ahora que dispongo de unos pocos minutos para mí sola, estoy trabajando en un ventajoso negocio que le reportará jugosos beneficios a la propiedad, unos beneficios de los que está muy necesitada a juzgar por las cuentas… que, por cierto, también he puesto al día. ¡Y todavía te atreves a insinuarme que no hago nada por Birraminda!

– No te estoy acusando de estar sentada todo el día sin hacer nada -replicó Mal, imperturbable-. Pero sólo estás haciendo lo que haría en tu lugar cualquier ama de llaves, y eras perfectamente consciente de tus deberes cuando firmaste el contrato.

– ¡Lo que no sabía era que estaba firmando tres años de esclavitud! -exclamó Copper con amargura.

– Si tienes tanto que hacer, ¿por qué no dejas de cocinar por las tardes para la gente? A Naomi no le importaba hacerlo.

– ¡Naomi no estaba contenta haciéndolo! -Estalló Copper-. Si tuvieras ojos para ver algo más que tus estúpidas vacas, te habrías dado cuenta de eso -se levantó de repente para acercarse a la ventana, cruzándose de brazos-. El otro día descubrí a Naomi llorando -explicó, volviéndose para mirarlo con expresión acusadora-. Tiene dos niños pequeños y otro más en camino, Bill está fuera de la casa todo el día, y ella no puede dar abasto con tanto trabajo. Cuando estuve hablando con ella, se encontraba tan mal que pensaba incluso largarse con los niños y regresar a Brisbane. Si yo no la hubiera escuchado, si no me hubiera esforzado por facilitarle las cosas, ofreciéndome a cocinar y a cuidarle los críos cuando pudiera, a estas alturas ya no estaría aquí -Copper se interrumpió por un momento, furiosa, antes de continuar-: Bill no es un tipo muy expresivo, pero cualquiera se daría cuenta de que adora a su mujer, y si se hubiera marchado él la habría seguido, y tú te habrías quedado corto de personal. Y como tú te habías pasado las últimas semanas contándome lo muy ocupado que estabas, supuse que preferirías que convenciera a Naomi de que se quedara. ¿Pero acaso me estás agradecido por eso? ¡No! Piensas que simplemente puedes entrar aquí y chasquear los dedos para conseguir que al momento me ponga a hacer unos pocos sándwiches. Y cuando protesto. ¡Me echas en cara los términos de nuestro contrato!

Durante todo el tiempo Mal la miraba asombrado, sin saber qué responder.

– Bueno, yo también soy empresaria -añadió Copper, con los ojos brillantes-, y leo los contratos antes de firmarlos. Allí no figuraba nada acerca de preparar sándwiches o algo parecido. ¡Lo que sí figuraba era el acuerdo de que pasaría parte de mi tiempo elaborando el proyecto, lo cual era la única razón por la que me casé contigo, por silo has olvidado!

– No lo he olvidado -repuso Mal con frialdad-. Nunca me diste la oportunidad de que lo olvidara.

– ¡Mira quién habla! -exclamó Copper, furiosa-. ¡Apenas abres la boca excepto para recordarme las cláusulas del contrato! Si fuera por ti, me pasaría todo el día a tu entera disposición. ¿Quizá debería estarte agradecida de que al menos me dejes dormir por las noches?

– Supongo de unos pocos minutos para mí sola, estoy trabajando en un ventajoso negocio que le reportará jugosos beneficios a la propiedad, unos beneficios de los que está muy necesitada a juzgar por las cuentas… que, por cierto, también he puesto al día. ¡Y todavía te atreves a insinuarme que no hago nada por Birraminda!

– No te estoy acusando de estar sentada todo el día sin hacer nada -replicó Mal, imperturbable-. Pero sólo estás haciendo lo que haría en tu lugar cualquier ama de llaves, y eras perfectamente consciente de tus deberes cuando firmaste el contrato.

– ¡Lo que no sabía era que estaba firmando tres años de esclavitud! -exclamó Copper con amargura.

– Si tienes tanto que hacer, ¿por qué no dejas de cocinar por las tardes para la gente? A Naomi no le importaba hacerlo.

– ¡Naomi no estaba contenta haciéndolo! -Estalló Copper-. Si tuvieras ojos para ver algo más que tus estúpidas vacas, te habrías dado cuenta de eso -se levantó de repente para acercarse a la ventana, cruzándose de brazos-. El otro día descubrí a Naomi llorando -explicó, volviéndose para mirarlo con expresión acusadora-. Tiene dos niños pequeños y otro más en camino, Bill está fuera de la casa todo el día, y ella no puede dar abasto con tanto trabajo. Cuando estuve hablando con ella, se encontraba tan mal que pensaba incluso largarse con los niños y regresar a Brisbane. Si yo no la hubiera escuchado, si no me hubiera esforzado por facilitarle las cosas, ofreciéndome a cocinar y a cuidarle los críos cuando pudiera, a estas alturas ya no estaría aquí -Copper se interrumpió por un momento, furiosa, antes de continuar-: Bill no es un tipo muy expresivo, pero cualquiera se daría cuenta de que adora a su mujer, y si se hubiera marchado él la habría seguido, y tú te habrías quedado corto de personal. Y como tú te habías pasado las últimas semanas contándome lo muy ocupado que estabas, supuse que preferirías que convenciera a Naomi de que se quedara. ¿Pero acaso me estás agradecido por eso? ¡No! Piensas que simplemente puedes entrar aquí y chasquear los dedos para conseguir que al momento me ponga a hacer unos pocos sándwiches. Y cuando protesto. ¡Me echas en cara los términos de nuestro contrato!

Durante todo el tiempo Mal la miraba asombrado, sin saber qué responder.

– Bueno, yo también soy empresaria -añadió Copper, con los ojos brillantes-, y leo los contratos antes de firmarlos. Allí no figuraba nada acerca de preparar sándwiches o algo parecido. ¡Lo que sí figuraba era el acuerdo de que pasaría parte de mi tiempo elaborando el proyecto, lo cual era la única razón por la que me casé contigo, por silo has olvidado!

– No lo he olvidado -repuso Mal con frialdad-. Nunca me diste la oportunidad de que lo olvidara.

– ¡Mira quién habla! -exclamó Copper, furiosa-. ¡Apenas abres la boca excepto para recordarme las cláusulas del contrato! Si fuera por ti, me pasaría todo el día a tu entera disposición. ¿Quizá debería estarte agradecida de que al menos me dejes dormir por las noches?

– No hay problema de que hagas otra cosa más que dormir por las noches. ¿Verdad? -Replicó Mal, y giró sobre sus talones-. No eres tan imprescindible como piensas, Copper. Nos las arreglábamos muy bien antes de que vinieras, y nos las arreglaremos muy bien otra vez tanto si te quedas aquí como si no -se detuvo con una mano en la puerta y se volvió para mirarla-. Yo mismo prepararé los sándwiches… ¡por nada del mundo querría distraerte de ese importante negocio tuyo!

Se marchó dando un portazo dejando a Copper sola. Rechinando los dientes de furia. Había trabajado sin cesar para Mal… Y todo lo que hacía él era repasarle el contrato por la cara y exigirle que le preparase unos o hay problema de que hagas otra cosa más que dormir por las noches. ¿Verdad? -Replicó Mal, y giró sobre sus talones-. -No eres tan imprescindible como piensas, Copper. Nos las arreglábamos muy bien antes de que vinieras, y nos las arreglaremos muy bien otra vez tanto si te quedas aquí como si no -se detuvo con no en la puerta y se volvió para mirarla-. Yo mismo prepararé los sándwiches… ¡por nada del mundo querría distraerte de ese importante negocio tuyo!

Demasiado irritada para permanecer quieta en un sitio, se puso a pasear por el despacho. Así que Mal pensaba que estaba obsesionada por su propio negocio, ¿verdad? ¡Pues todavía no había visto nada! Copper se prometió a sí misma demostrarle a Mal que aquellas «distracciones», que le ocupaban parte de su tiempo, producirían el mejor negocio de turismo mal del país. ¡Le demostraría cuán obsesiva podría llegar a ser!

Por la tarde reinó una atmósfera muy tensa. Copper habló solamente con Brett y se mostró muy cuidadosa en no decirle nada que, de alguna manera, no estuviera relacionado con su proyecto. El propio Mal apenas pronunció una palabra, excepto para anunciar que volaría a Brisbane a la mañana siguiente, y que regresaría un día después.