Copper se alegró de que se marchara. Pero al día siguiente se disgustó consigo misma por echarlo tanto de menos. Todo en aquella casa le recordaba su ausencia…

Por la tarde, Brett y ella se sentaron tranquilamente en las mecedoras a tomar una cerveza juntos. Al ver su sombría expresión, el joven le preguntó:

– ¿Has discutido con Mal?

– ¿Qué te hace pensar eso? -replicó Copper.

– Ayer estaba furioso, y cuando le pregunté qué le pasaba, estuvo a punto de romperme la cabeza -explicó Brett, preocupado.

Copper se dijo entonces que no tenía sentido fingir que no sucedía nada entre Mal y ella.

– Si quieres saberlo, ¡últimamente está insoportable! -le confesó, y se sintió reconfortada al encontrar en Brett a un comprensivo confidente.

– Lo sé -comentó-. ¡Hace semanas que he intentado evitarlo todo lo posible! No estoy diciendo que Mal no sea un gran tipo, pero cuando se pone así lo mejor es guardar las distancias. ¡Deberías haberlo visto el otro día, cuando me olvidé de encargar a los jackaroos que revisaran la cerca! -Se interrumpió, haciendo una mueca-. Si piensas que es duro estar casado con él, deberías ponerte en mi lugar alguna vez. Al menos está enamorado de ti…

– ¿Tú crees? -inquirió Copper con un tono de amargura que no fue capaz de evitar. No podía confesarle a Brett la verdad de su relación con Mal, pero no veía por qué debería fingir que funcionaba maravillosamente bien-. Jamás lo habrías creído si lo hubieras visto ayer, te lo aseguro.

– No es muy bueno exteriorizando sus sentimientos, eso es todo -Brett se movió un tanto incómodo en su mecedora-. Nunca se lo había dicho a nadie antes, pero lo pasó muy mal con Lisa. La odiaba -añadió con súbita vehemencia-. Era la mujer más bonita que he visto en mi vida, pero de alguna forma destrozó por dentro a Mal. Lo convirtió en un hombre amargo, duro, y creo que jamás volverá a ser el que era -Brett suspiró y sacudió la cabeza antes de beber un trago de cerveza-. Por eso me alegré tanto cuando se casó contigo… ¡dejando a un lado mi propia y amarga decepción, por supuesto! -Exclamó con una sonrisa-. Tú eres buena para él, Copper. Generalmente se cierra en banda, como si no tuviera emociones, ni sentimientos. El hecho de que esté furioso es en sí una buena señal.

– Te recordaré eso la próxima vez que tengamos una discusión -repuso Copper con una amarga sonrisa, y Brett dejó su cerveza en el suelo de la veranda.

– Mira, abramos una botella de vino para acompañar la cena de esta noche -le sugirió, animado-. Los dos nos lo merecemos. Mal estará ahora mismo cómodamente instalado en un buen hotel…, ¡así que lo menos que podemos hacer es demostrarle que podemos divertirnos perfectamente sin él!

Al final fueron dos botellas las que abrieron, y Copper se sintió fatal al día siguiente. No recibió ninguna llamada de Mal, y cuando se reunió con Brett aquella tarde, le preguntó si no debería llamar al hotel para saber qué le había sucedido.

¿Crees que se encontrará bien? le preguntó preocupada.

– Claro que sí. Habrá decidido quedarse una noche más, eso es todo.

– Entonces, ¿por qué no nos ha llamado?

– Quizá se le haya olvidado -repuso Brett con naturalidad, dejándose caer en una silla y agarrándose la cabeza con las dos manos-. ¡Qué dolor, Dios mío!

Pero Copper seguía pensando en Mal. Volvería cuando le apeteciera, y no antes, pero… ¿tanto trabajo le habría costado dejárselo saber? ¡Probablemente habría consignado en su maldito contrato que ella tendría que esperarlo pacientemente y estar preparada para servirle la comida cuando se dignara aparecer!

Cerró la puerta del horno, contrariada, y fue a sentarse ante la mesa de la cocina al lado de Brett.

– ¿Crees que otra botella de vino nos sentaría bien? -le preguntó él.

– ¿Lo aprobaría Mal? -inquirió a su vez Copper sonriendo.

– No.

– En ese caso… ¡iré por el a borrarnos!

Acababan de servirse el primer vaso cuando oyeron el sonido de la avioneta, y se miraron decepcionados.

– ¿No sería mejor que fueras a buscarlo? -le sugirió ella, pero Brett negó con la cabeza.

– En la pista de aterrizaje tiene la camioneta -señaló-. ¡Que se las apañe solo!

– Tienes razón -repuso Copper, irguiéndose-. No hay motivo para no disfrutar de un buen vino si nos apetece, ¿verdad?

– Verdad.

La situación era tan ridícula que los dos empezaron a reír nerviosamente como dos críos traviesos, disfrutando de su rebeldía. Y cuando Mal entró en la cocina, todavía seguían riendo a carcajadas.

Copper se interrumpió de inmediato nada más verlo, emocionada. Su primer impulso fue echarse en sus brazos y suplicarle que no volviera a marcharse otra vez, pero de alguna manera se obligó a exteriorizar una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.

– Vaya, ya has vuelto.

– Sí, he vuelto -Mal miró sombrío a uno y a otro -¿Qué creéis que estáis haciendo?

– Consolándonos el uno al otro por tu ausencia -respondió ella.

– Bueno… -señaló Brett-… pensaba que era mí deber reconfortar a Copper.

– A mí no me parece que tenga mucha necesidad de que la reconforten -replicó Mal-. Si hubiera sabido que iba a pasar esto, habría vuelto solo.

– ¿Qué quieres decir? -inquirió ella, asombrada-. Has venido solo.

– No. Te he traído un ama de llaves.

– ¿Que me has traído qué?

– Un ama de llaves -repitió Mal, y luego se volvió hacia la veranda-. Aquí está.

Mientras hablaba, una chica preciosa y esbelta, de cabello color miel y brillantes ojos azules, entró en la cocina y sonrió a Brett y a Copper… que la miraban estupefactos, con la boca abierta.

– Os presento a Georgia -dijo Mal.

Copper apenas pudo esperar a que Mal cerrara la puerta del dormitorio para lanzarse sobre él.

– ¿Cómo te atreves a traer a esa chica sin consultarme antes? Creía que te habías marchado a Brisbane por un asunto de negocios.

– Y así fue.

– Y simplemente te encontraste a una chica bonita y se te ocurrió traértela a casa. ¿Es eso?

– Ya te lo expliqué al presentarte a Georgia -repuso impaciente-. Tenía que ver a nuestro contable, que es un viejo amigo mío. Y como me había comentado que la hija de un amigo suyo estaba buscando trabajo en el interior, me preguntó si conocía a alguien que pudiera emplearla.

– ¡Y tú dijiste que sí!

– No, fuiste tú. Tú eras la única que se quejaba de todo el trabajo que tenías que hacer. Me pareció bien contratar a una chica para que te ayudara… ¡aunque sólo fuera para evitar que siguieras acusándome de esclavizarte! Y Georgia es una chica del interior. Creo que nos será muy útil.

– Oh, sí, es ideal -exclamó Copper, celosa.

Durante la cena, Georgia les había contado que su padre había poseído una granja muy similar a la de Birraminda, así que había pasado la mayor parte de su vida en el interior. Una vez que él se jubiló, Georgia se marchó a la ciudad para encontrar trabajo, pero no había sido muy feliz y había saltado literalmente de alegría ante aquella oportunidad de regresar a su tierra natal. Era una chica amable y muy competente, a juzgar por la forma en que había salvado la desastrosa cena que Copper había preparado. De hecho, Copper no había podido evitar sentirse acomplejada al compararse con ella. Georgia sabía montar bien a caballo, lacear un becerro y pilotar un avión…, y era cinco años más joven que Copper.

– Qué pena que no visitaras a tu contable antes de que yo apareciera por aquí -añadió resentida mientras empezaba a desnudarse.

Mal también estaba desvistiéndose, y ambos estaban demasiado furiosos para darse cuenta de ello.

– Vamos a ver, ¿cuál es el problema? -le preguntó él-. Dijiste que tenías demasiado trabajo que hacer y yo he encontrado a alguien para que te ayude. ¡Imaginaba que me estarías agradecida!

– Te recuerdo que tenemos un teléfono -le espetó Copper mientras se quitaba los vaqueros-. ¡Podrías haberme preguntado antes si quería ayuda!

Mal juró entre dientes al tiempo que se despojaba de la camisa.

– ¡Nunca imaginé que podrías llegar a comportante de una manera tan irracional!

– Simplemente, me habría gustado que me consultaras -repuso ella, obstinada-. Se supone que soy tu esposa.

– ¡Sólo cuando tú te sientes como tal!

– ¿Sólo cuando yo me siento como tal? -Repitió Copper, incrédula-. ¡Tú eres el único que me trata como si fuera un ama de llaves… y no muy satisfactoria, además!

– Si eso fuera verdad… no me habría complicado tanto la vida para conseguir simplemente un ama de llaves, ¿no te parece?

– No lo sé -Copper se quitó la camiseta y se apartó el cabello de los ojos-. Mis funciones como esposa son bien escasas, ¿verdad? Ni siquiera soy una esposa en la cama.

– ¿Y de quién es la culpa? -exclamó Mal-. En cierta ocasión me dejaste muy claro que sólo me querías por una sola noche. Yo me comprometí a que no te tocaría a no ser que tú me lo pidieses, y ciertamente no lo has hecho.

– Una esposa de verdad no le hace esas peticiones a su marido -repuso Copper, desabrochándose el sostén y tomando su camisón-. ¿Por qué no podemos comportamos normalmente?

– De acuerdo -desnudo como estaba, Mal rodeó la cama y le quitó el camisón de las manos-. Vamos a acostarnos.

– ¿Qué?

– Que vamos a acostarnos -repitió-. Quieres que seamos una pareja normal. Las parejas normales se acuestan.

– No seas ridículo -replicó Copper, tensa, e intentó arrebatarle el camisón.

– ¡Ah, no! -exclamó Mal acercándola hacia sí y arrastrándola consigo a la cama.

El contacto de su cuerpo desnudo la dejó sin habla por un momento, pero cuando se disponía a apartarse Mal se colocó encima de ella y le sujetó los brazos.

– Tú eres la única que quiere ser normal -le recordó-. Así que vamos a empezar.

La sensación de su piel contra la suya resultaba indescriptiblemente excitante, y los intentos que hizo Copper por liberarse sólo consiguieron aumentar su deseo. Mal debió de haber sentido su reacción, porque le soltó los brazos y, tomándole una mano, se la llevó a los labios.

– Un marido normal se disculparía con un beso -murmuró, depositando un cálido beso en su palma-. Siento no haberte consultado antes lo de contratar a una nueva ama de llaves -continuó mientras la besaba delicadamente la parte interior del brazo, hasta llegar al hombro-. Lo siento mucho -y dejó de hablar para besarla apasionadamente en los labios.

Copper se había olvidado de su intención primera de resistir. Se había olvidado de la furia, de los celos, de la terrible tensión que había soportado durante las últimas semanas. Nada importaba en ese momento salvo aquel fuego que le corría por las venas, consumiéndola de deseo. Se abrazó a Mal y entreabrió los labios entregándose a la seductora exploración de su lengua, mientras se estiraba voluptuosamente bajo su cuerpo.

– Ahora es tu turno -susurró Mal, sonriendo contra su piel.

Era tan maravilloso poder tocarlo otra vez, poder acariciar sus poderosos músculos… Rápidamente se colocó sobre él, excitada por su propio poder sobre aquel cuerpo fuerte, bronceado, que yacía a su merced.

– Siento haber sido tan gruñona y desagradecida-dijo Copper con tono obediente mientras empezaba a besarlo.

– ¿Cuánto lo sientes? -inquirió Mal.

– Ya te lo demostraré -repuso ella con una sonrisa.

Capítulo 9

Protegiéndose del resplandor del sol con una mano, Copper contempló el patio. Sí, allí estaban el padre y la hija, charlando animados mientras caminaban. No podía distinguir la expresión de Mal, que inclinaba la cabeza para escuchar atentamente a Megan, pero de repente vio que alzaba la mirada como si hubiera intuido su presencia, y le sonreía. Copper estaba demasiado lejos para poder escuchar lo que decían, pero debían de estar hablando de ella, porque Mal le dijo algo y la niña la señaló con alegría y se lanzó corriendo a su encuentro.

Mal la siguió, sin dejar de sonreír, y a Copper le dio un vuelco el corazón cuando abrazó a la pequeña, emocionada.

Los últimos días habían sido maravillosos. La terrible tensión anterior de su relación con Mal había desaparecido, como fulminada por la pasión que habían compartido la noche en que llegó Georgia. A partir de entonces, Mal se había mostrado tan contenido y callado como siempre, pero algo en su interior se había relajado, aunque rara vez tocaba a Copper delante de los demás. Sin embargo, cuando se retiraban por las noches a su habitación y cerraban la puerta, su silenciosa reserva se evaporaba y le hacía el amor con una ternura y una pasión que la dejaban exultante, vibrante de alegría.

No le había dicho que la amaba, pero Copper estaba contenta con la situación actual. Le resultaba difícil de creer que Mal podía hacerle el amor de esa forma sin sentir algo por ella, y no veía necesidad alguna de forzarlo a contraer un compromiso para el cual quizá no estuviera preparado. A fin de cuentas, todavía disponía de tres años para que se enamorara de Copper.