Momentos del Pasado

Título Original: Outback Bride

Serie: 1º Amor en Australia

Capítulo 1

– ¿Hola?

Detrás de su mosquitero, la puerta se encontraba abierta. Copper asomó la cabeza, pero sólo pudo distinguir un largo y sombrío pasillo, a lo largo de cuyas paredes estaban alineadas botas, abrigos y diversos aparejos de montar.

– ¿Hola? -Llamó otra vez -¿Hay alguien?

Ninguna respuesta. Podía escuchar el eco de su propia voz en la casa vacía. Consultó su reloj; ya eran cerca de las cuatro. Era extraño que no hubiera nadie en la casa; su padre le había mencionado la existencia de un ama de llaves. ¿Acaso no debería estar allí, cuidando la casa, en lugar de abandonarla y dejarla abierta a riesgo de que entrara cualquier forastero?

Aunque eran pocos los forasteros que frecuentaban aquel lugar. Copper se volvió para mirar hacia el lugar donde había dejado aparcado su coche. Había conducido por un polvoriento camino hasta llegar a aquella casa que reflejaba los rayos del sol abrasador. Y allí se había detenido. Fin de la carretera.

Y sin embargo, pensaba Copper, era aquello lo que precisamente sus clientes esperaban ver: una graciosa casa de estilo colonial enclavada en el centro de una inmensa granja de ganado, solamente accesible por avión o por setenta kilómetros de accidentada carretera.

Copper se ajustó las gafas de sol a la nariz y miró impaciente a su alrededor. Resultaba frustrante haber llegado tan tejos para eso. Empezó a caminar arriba y abajo, preguntándose durante cuánto tiempo tendría que esperar a Matthew Standish y qué aspecto ofrecería. Su padre solamente le había dicho que era un tipo «nada tonto», y que tendría que tener cuidado con él. Copper no tenía ninguna intención de desatender su consejo. El futuro de Viajes Copley dependía de que Matthew Standing consintiera en utilizar Birraminda como base de sus excursiones de turismo rural, y no estaba dispuesta a volver a casa hasta que el acuerdo estuviera firmado y sellado.

Miró su reloj de nuevo. ¿Dónde estaba todo el mundo? Copper odiaba esperar a que las cosas sucedieran; le gustaba hacerlas realidad ella misma. Contrariada, se sentó en un escalón, consciente del imponente silencio que la rodeaba, apenas roto por el lastimero chillido de un cuervo allá abajo, en el arroyo. Odiaría tener que vivir en un lugar tan silencioso.

Aquel lugar habría sido el preferido de Mal. Copper recordaba las veces que Mal le había hablado de las zonas despobladas del interior del país, de su silencio, de su quietud, de los vacíos horizontes sin fin. Le resultaba fácil imaginárselo allí, tranquilo y despreocupado, bajo aquel despiadado cielo azul.

Frunció el ceño. Le dolía no haber podido olvidar a Mal. El pertenecía al pasado, y ella era una chica a quien le gustaba el presente y mirar hacia el futuro. Había creído hacer un buen trabajo al vaciar su memoria de tantos recuerdos, por muy románticos que hubieran sido; pero el largo trayecto a través de aquellas soledades del interior había dado al traste con aquellos esfuerzos. La imagen, el recuerdo de Mal había escapado libre como un genio de su lámpara mágica, y a esas alturas le resultaba imposible ignorarlo.

Copper, que nunca había creído en el amor a primera vista, se había enamorado de Mal casi de inmediato. En el momento en que sus miradas se encontraron, comprendí que su vida había cambiado para siempre. Sonaba casi cursi…

Lo recordaba bien. Se encontraba rodeada de una multitud, como era habitual en ella, cuando distinguió a un hombre que se mantenía al margen, solitario. Parecía emanar una especie de tranquila seguridad en sí mismo que lo separaba de los demás que estaban en la playa. Y cuando levantó los ojos y sus miradas se encontraron, tuvo la inequívoca sensación de que todas las canciones de amor del mundo habían sido especialmente compuestas para ella…

Copper suspiró. Tres cálidas noches en Turquía; en eso había consistido todo. Tres noches, al otro lado del mundo, hacía más de siete años. Era lógico que a esas alturas hubiera olvidado todo aquello… sólo que Mal no era el tipo de hombre que cualquiera pudiera olvidar con facilidad.

– Hola.

Sobresaltada al escuchar aquella voz, se volvió con rapidez para descubrir a una niña pequeña que la estaba mirando fijamente. Había aparecido detrás de un ángulo de la veranda, sorprendiéndola. Era una niña preciosa, pensó Copper. o al menos lo habría sido si no presentara un aspecto tan desarreglado. Su cabello era una masa de rizos oscuros, y en sus enormes ojos azules brillaba una mirada obstinada, terca. Llevaba un peto sucio, desastrado, y tenía la carita sucia de polvo.

– ¡Me has asustado!

– ¿Como te llamas? -le preguntó la pequeña, sin dejar de mirarla.

– Copper.

– ¡Copper no es un nombre de verdad! -exclamó la niña, con un brillo de sorpresa en los ojos.

– Bueno, no -admitió-. Es un apodo… así es como me llaman mis amigos -al ver que la cría no parecía muy convencida, se apresuró a añadir -¿Y tú cómo te llamas?

– Megan. Y tengo cuatro años y medio.

– Pues yo tengo veintisiete y tres cuartos -repuso Copper.

Megan reflexionó sobre sus palabras y, aparentemente satisfecha, tomó asiento en el escalón al lado de Copper, que a su vez la miró llena de curiosidad. Su padre no le había dicho nada de ninguna niña. Ahora que lo recordaba mejor, había estado tan ensimismado relatándole las maravillas de aquella propiedad que poco había añadido acerca de la gente que vivía allí.

– ¿Tu madre está en casa? -le preguntó a Megan, esperando que la niña pudiera presentársela mientras esperaba a que apareciera Matthew Standish.

Megan la miró entonces como si fuera estúpida.

– Está muerta.

– Oh, querida -exclamó Copper sin saber qué decir, impresionada. ¿Qué podría decirle a una niña que había perdido a su madre?-. Lo siento, Megan. Y… ¿quién te cuida entonces?

– Kim.

– ¿Y dónde está Kim ahora? -inquirió Cooper, pensando que se trataría del ama de llaves.

– Se ha ido.

– ¿Se ha ido? -Repitió Cooper, incrédula-. ¿A dónde?

– No sé -admitió Megan-. Pero papá está enfadado con el tío Brett porque ahora ya no hay nadie que me cuide.

Copper sintió un nudo en la garganta al mirar a aquella niña, tan extrañamente segura de sí misma, sentada con toda tranquilidad a su lado. ¡Pobre criatura! ¿Acaso la habrían dejado completamente sola? Ya se disponía a preguntarle si había alguien que supiera dónde se encontraba, cuando una voz masculina llamó a la pequeña. Y al momento vio a un hombre que se dirigía hacia la casa desde un establo cercano.

Era alto y esbelto y, como todavía se encontraba muy lejos, Copper apenas acertaba a distinguir algo más que su sombrero de granjero, su vieja ropa de trabajo y sus botas altas. A aquella distancia parecía un ranchero cualquiera, pero había algo en él, en la despreocupada tranquilidad de sus movimientos, que hizo que Copper sintiera de repente un nudo en la garganta. Por un instante le recordó tan vívidamente a Mal que perdió el aliento, y fue incapaz de hacer otra cosa que mirarlo con fijeza, paralizada.

«No puede ser Mal», se dijo mientras se esforzaba por tranquilizar su respiración. Se estaba comportando de una manera ridícula. Mal pertenecía al pasado, a aquellas calurosas noches estrelladas de Turquía. La imaginación le estaba jugando una mala pasada. Había estado pensando tanto en él durante los últimos días que ahora creía verlo por todas partes. Lo que pasaba simplemente era que ese hombre tenía aquel mismo aire de tranquila fuerza, de seguridad en sí mismo.

Pero cuando el granjero salió de las sombras que proyectaba la casa, acercándose cada vez más, Copper empezó a levantarse temblorosa, incrédula, con el corazón latiéndole acelerado. No podía ser Mal, pero lo era… ¡lo era! Nadie más tenía aquella boca y aquellos ojos castaños de mirada distante, firme y pensativa, bajo las cejas oscuras bien delineadas…

¿La recordaría Mal tan bien como ella a él? ¿O acaso se habría olvidado? Copper no sabía qué sería peor…

Bajo las alas del sombrero, Mal entrecerró los ojos al mirar a Copper, que no tuvo más remedio que apoyarse en uno de los postes de la veranda; era como si de repente sus piernas se hubieran negado a sostenerla. Llevaba unos elegantes pantalones cortos y una chaqueta de lino, la ropa que había escogido para impresionar al formidable señor Standish. Aquella mañana, en el hotel, le había parecido el atuendo ideal para proyectar una imagen práctica y elegante a la vez, pero después del largo y accidentado viaje que había tenido que hacer, se sentía sudorosa, incómoda, fuera de lugar con aquella ropa. Y su hermosa melena ondulada de color castaño, que habitualmente lucía un corte impecable, presentaba en aquel momento un triste aspecto, sucia de polvo.

Demasiado consciente de su propia apariencia, Copper se alegró de que las gafas de sol le ocultaran los ojos. Tragando saliva, se las arregló para murmurar un débil saludo con una voz que apenas reconocía como suya. Antes de que Mal tuviera oportunidad para replicar algo, Megan ya se había levantado para abrazarlo:

– ¡Papá!

Copper sintió entonces que la cabeza le daba vueltas. «¿Papá?». Innumerables veces se había preguntado qué estaría haciendo Mal, pero ni una sola se lo había imaginado como padre. Pero… ¿por qué no? Ya debía de tener unos treinta y cinco años, una edad más que suficiente para tener esposa e hijos. Y sin embargo, siempre había sido un hombre tan solitario…

Resultaba difícil imaginarse a alguien tan centrado en sí mismo llevando una vida familiar, eso era todo. ¿Podía ser eso razón suficiente para que se sintiera tan impresionada, como si acabara de recibir un golpe en pleno plexo solar? Aquello no tenía nada que ver con cualquier estúpida fantasía que él hubiera podido tener acerca de permanecer leal al recuerdo de aquellos escasos días que habían pasado juntos. Ella no lo había sido, entonces, ¿por qué habría de haberlo sido él?

Mal había levantado en brazos a la niña antes de que terminara de bajar los escalones, y en ese momento le estaba diciendo:

– Creí haberte dicho que te quedaras en el cercado, donde yo pudiera verte, ¿no?

Su amonestación quedaba suavizada por la ternura con que le acarició la cabeza antes de bajarla al suelo.

Luego se dirigió a Copper, adoptando una expresión indescifrable:

– Al fin -le dijo de manera inesperada-. Te estaba esperando.

Por un instante, Copper tuvo la sensación de que, después de todo lo sucedido entre ellos, Mal se refería a que la había estado esperando durante aquellos largos siete años.

– ¿A mí? -musitó, esforzándose por no mirarlo.

Su rostro era justo como lo recordaba; relajado, tranquilo pero fuerte, de rasgos bien definidos, con unos labios que en reposo casi parecían severos, pero que en cualquier momento podían esbozar una inesperada sonrisa. Copper jamás había olvidado aquella sonrisa.

Pero en aquel momento Mal no estaba sonriendo. Los años habían dejado su huella en las arrugas que rodeaban su boca, y en sus ojos brillaba una mirada de desconfianza. Copper pensó que parecía cansado, y fue en ese mismo instante cuando recordó que la madre de Megan había muerto. No resultaba sorprendente que Mal ofreciera aquel aspecto tan huraño, tan severo.

– Llegas tarde -le estaba diciendo él, aparentemente inconsciente de la turbación que la asaltaba-. Hace por lo menos cuatro días que te espero.

¿Le había dado su padre la fecha exacta de su encuentro con ella cuando le escribió?, se preguntó asombrada Copper, pero antes de que pudiera decir algo, Megan informó a Mal tirándole de la manga de la camisa:

– Se llama Copper.

Un tenso silencio siguió a aquellas palabras. Copper pensó que, al menos, Mal debía de ser capaz de recordar su nombre. Llevaba gafas oscuras y un diferente corte de pelo, pero seguía llamándose igual.

– ¿Copper? -repitió Mal con tono inexpresivo, sin dejar de mirar a su hija.

– No es un nombre de verdad -explicó Megan-. Es un apodo.

En ese instante Mal miró a la joven, pero la expresión de sus ojos castaños resultaba inescrutable. ¿Realmente se había olvidado de ella? Cooper no pudo evitar sentir una punzada de resentimiento.

– Me llamo Caroline Copley -declaró, satisfecha de su tono de voz práctico, casi profesional; al menos había dejado de balbucear-. Esperaba encontrarme con Matthew Standish.

– Yo soy Matthew Standish -repuso Mal con tono tranquilo.

– ¿Tú? Pero… -se interrumpió, asombrada y azorada a la vez.

– ¿Pero qué? -Mal arqueó una ceja.

Copper se preguntó qué podía decirle. Difícilmente podía acusarlo de no conocer su propio nombre, y silo hacía tendría que recordarle que ya se conocían de antes. Copper tenía su orgullo, ¡y moriría antes que recordarle a un hombre que en cierta ocasión había hecho el amor con ella!