Copper sentía la casa horriblemente vacía cuando se quedó sola con Megan, después de que Georgia y los hombres se marcharan. Deprimida, empezó a limpiar la cocina, pero el silencio le resultaba tan opresivo y acusador que al final ya no pudo soportarlo más.
– Vámonos de picnic -le propuso a Megan, desesperada por alejarse de aquella casa y de todo lo que le recordaba a Mal-. Iremos en mi coche y haremos algo diferente para variar.
Copper no había vuelto a utilizar su coche desde que llegó en él desde Adelaida, y le resultaba extraña la sensación de conducir. La última vez que se había sentado al volante, Mal solamente era un recuerdo atesorado en lo más profundo de su memoria, una desvaída imagen del pasado o un vago arrepentimiento, y ahora… Ahora Mal formaba una parte tan fundamental de su vida que le resultaba imposible imaginarse la vida sin él. Tenía la sensación de que toda su vida había estado enfocada hacia el momento trascendental en que llegó a Birraminda por primera vez.
Pensó en lo mucho que había cambiado desde entonces. Mientras conducía por un accidentado sendero hacia una zona agreste y rocosa que nunca había podido llegar a visitar. Mal se la había señalado en cierta ocasión, en una de las excursiones a caballo. Le había hablado de sus extrañas rocas rojizas, de sus hermosos árboles de caucho y de sus enormes termiteros, que creaban en aquel lugar una atmósfera muy especial.
Al recordar aquellas excursiones, Copper sintió que se le encogía el corazón: Mal, sentado en su caballo, relajado e inmóvil, contemplando el enorme y vacío horizonte. En aquel entonces todo le había parecido posible. Todavía no conocía el desdén que podía reflejar su mirada, o la crueldad que podían destilar sus palabras. ¿Había cambiado Copper, o lo había hecho él?
Tardaron mucho más de lo que había esperado Copper en llegar a su objetivo, y al fin comieron tranquilamente debajo de una gran roca. Aquel era un lugar extraño, salvaje, tan antiguo como el tiempo, y la joven se alegraba de haberlo visitado. Distraída, observaba cómo Megan se entretenía jugando a las casitas con las piedras que encontraba. Aquel paisaje le comunicaba su propia quietud, su serenidad, tranquilizando sus excitados nervios y capacitándola para pensar con claridad…
Mal y ella habían sido felices antes, y podrían volver a serlo otra vez. No tenía sentido seguir aferrándose a su orgullo si con ello sólo conseguía deprimirse. Esa misma noche hablaría con Mal y le confesaría que lo amaba. Tal vez la rechazara, pero ese gesto al menos sería sincero. Copper no soportaba la perspectiva de pasarse tres años fingiendo que su negocio la importaba más que el propio Mal.
En todo caso, tenía que hacer algo. No podía continuar así, dejando que estúpidos equívocos se enredaran de continuo convirtiéndose en amargas discusiones, El deseo que cada uno sentía por el otro era demasiado intenso para que desapareciera simplemente en cuestión de días. Si pudieran pasar otra noche juntos, todo volvería a la normalidad.
Impaciente por regresar y confesarle exactamente cómo se sentía, Copper se levantó, desperezándose.
– Vámonos, Megan. Vámonos a casa.
Tardó un rato en convencer a Megan de que abandonara la casita de piedras que había construido, pero al fin subió al coche. Ensimismada como estaba pensando en Mal y en lo que le diría, al principio no se dio cuenta de que el motor no arrancaba. Cuando tomó conciencia de ello, frunció el ceño e hizo girar de nuevo la llave del encendido. Nada sucedió.
Copper lo intentó otra vez…, y otra… Su exasperación se tomó en furia, y luego en temor. Esforzándose por controlar su miedo, salió del coche para echar un vistazo al motor. No tenía ni idea acerca de cómo funcionaba, y no sabía por dónde empezar a mirar. El metal estaba ardiendo, y el reflejo del sol la cegaba.
– ¡Qué calor! -se quejó.
Mordiéndose el labio, abrió la puerta trasera del coche para decirle a Megan:
– Anda, ve a jugar un rato a la sombra -le sugirió, antes de volver a ocuparse del motor.
No le parecía que hubiera nada roto. Revisó el agua y el aceite, más por hacer algo que por otra cosa, y luego intentó encender de nuevo el motor. No funcionó, por supuesto. Copper se enjugó el sudor de la frente con el dorso del brazo mientras se decía que no había ninguna necesidad de preocuparse. Cuando volviera con el ganado, Mal se daría cuenta de que se habían perdido y comenzaría a buscarlas de inmediato.
«Pero no sabrá por dónde buscar», le susurró una voz interior, provocándole un escalofrío. No, Mal las encontraría. Todo lo que tenía que hacer era resistir y cuidar bien de Megan.
¡Megan! Copper salió del coche, apresurada ¿Dónde estaba Megan? A su alrededor no había más que rocas, árboles y un opresivo silencio, pero ni rastro de ella.
– ¿Megan? -la llamó, consternada-. ¿Megan?
De inmediato, el paisaje había adquirido una cualidad de pesadilla. Tenía la sensación de encontrarse en otra dimensión, donde nada tenía sentido. Megan se encontraba jugando tranquilamente a su lado hacía apenas un minuto. ¿A dónde podría haber ido?
Copper se obligó a tranquilizarse, controlando su respiración. Lo último que debía hacer era dejarse llevar por el pánico. Empezó a llamar a Megan, dando vueltas en círculos concéntricos alrededor del coche, alejándose cada vez más… cuando de repente un grito, bruscamente interrumpido, le heló la sangre en las venas. Copper empezó a rezar para sus adentros mientras buscaba desesperadamente algún rastro de la niña, abriéndose paso entre los árboles…, hasta que salió un claro y la vio por fin, tumbada inmóvil, demasiado inmóvil, bajo una saliente rocoso.
– ¡Megan! -frenética, Copper cayó de rodillas a su lado; era como si de repente el mundo se hubiera tornado sombrío, negro…-. Por favor, por favor, no… Por favor, no…
Podía escuchar una voz que murmuraba incoherencias, y tardó algún tiempo en darse cuenta de que era la suya. Y en poder salir de la oscuridad que la abrumaba para tomarle el pulso a Megan… un leve latido que le indicaba que la niña estaba inconsciente, pero viva-. ¡Oh, gracias a Dios!
Las lágrimas le corrían por el rostro mientras Megan empezaba a reaccionar, gimiendo.
– ¡Me duele mucho el pie!
La primera reacción de Copper fue de alivio, al darse cuenta de que sólo se había herido en un pie. La examinó con mucho cuidado. Tenía el tobillo muy hinchado, pero no sabía si estaba roto o si simplemente era un esguince.
– ¿Qué ha pasado, Megan? -le preguntó.
– Te oí llamarme, y quería esconderme en las rocas, pero me caí -explicó, empezando a llorar-. La cabeza también me duele -sollozó.
Copper pensó que debía de haberse golpeado en la cabeza cuando cayó. Al levantar la mirada a la enorme roca bajo la que se encontraban, se quedó helada. Estaba medio suelta, y muy bien podría haberse caído encima de la pequeña.
– Tranquilízate -consoló a la niña mientras la levantaba en brazos, sosteniéndole el tobillo.
¿Por qué nunca se le había ocurrido hacer un curso de primeros auxilios? Aparentemente. Megan no parecía tener más que un tobillo hinchado, ¿pero quién podía asegurar que el daño que había sufrido al golpearse en la cabeza no era grave?
– Sshh -musitó, acunándola con dulzura entre sus brazos. Sospechaba que estaba más asustada que otra cosa por la caída, pero quizá estuviera equivocada.
Copper nunca en toda su vida se había sentido más inútil. Fingiendo saber lo que estaba haciendo, se arrancó un jirón de la camisa para improvisar un vendaje y atarlo en torno al tobillo de Megan, pero el más ligero contacto la hacía gritar de dolor.
– ¡Quiero irme a casa! -sollozaba.
Sólo entonces Copper se acordó del coche.
– Todavía no podemos irnos a casa, corazón -pronunció con dificultad-. Pero te llevaré al coche y te daré un poco de agua.
– No quiero agua. ¡Quiero volver a casa!
– Lo sé, lo sé -Copper dejó a Megan en el suelo, cerca del coche, y se arrancó otro jirón de la camisa para enjugarle el sudor de la frente. Al menos había llevado agua consigo. Era la cosa más sensata que había hecho en todo el día.
Durante todo el tiempo, estuvo hablando alegremente con Megan, de manera que la niña no alcanzó a percibir su preocupación, pero por dentro intentaba desesperadamente calcular el tiempo que tardaría Mal en descubrir que se habían perdido, y en organizar su rescate. Se había llevado el ganado a pastar a unos prados lejanos. ¿Y si no volvía a casa hasta que cayera la noche, y se le hacía entonces demasiado tarde para salir a buscarlas? No quería pensar en lo que significaría pasar una noche entera en aquel lugar con Megan aterrorizada, herida, provista tan sólo de una botella de agua.
Durante lo que le pareció una eternidad, Copper se quedó sentada a la sombra, acunando a Megan en su regazo y contándole cuentos para distraerla, hasta que al fin consiguió que se durmiera, exhausta. Después de eso, ya no tuvo nada más que hacer salvo esperar. A cada segundo, el silencio que la envolvía se tornaba más opresivo. Copper podía sentirlo vibrando en el aire, aplastándola, ensordeciéndola, hasta que creyó confundir su ruido con el de un avión…
Dejando suavemente a la niña en el suelo, salió de la roca bajo la que se encontraba. Sí, era la avioneta, volando baja sobre los árboles, pero todavía algo alejada de allí. El primer impulso de Copper fue gritar, hasta que se dio cuenta de que con ello sólo conseguiría despertar innecesariamente a Megan, así que se apresuró a entrar en el coche para hacer señales con las luces.
Con una insoportable lentitud, la avioneta viró y se dirigió hacia ella, volando lo suficientemente bajo como para que Copper distinguiera a Georgia haciéndole señas desde la cabina mientras hablaba por radio. Desesperadamente, señaló la capa levantado del coche para indicarle que se había averiado. Georgia asintió con la cabeza y levantó el pulgar para darle ánimos. Luego volvió a virar y se dirigió hacia la casa.
Copper se quedó contemplando la avioneta hasta que desapareció, y en seguida se dio cuenta de que por allí cerca, con tantas rocas, no había ningún lugar donde pudiera efectuar un aterrizaje. Georgia debía de haber transmitido por radio su posición a Mal. El alivio que sintió fue tan abrumador que tuvo que apoyarse en el coche para no caer.
Volviendo a su refugio bajo la roca, volvió a acunar a la pequeña en su regazo.
– Todo saldrá bien, Megan -murmuró-. Papá viene hacia aquí.
Capítulo 10
El silencio era tan completo que Copper alcanzó a escuchar el motor del todoterreno de Mal mucho antes de que lo viera aparecer, cuando ya había anochecido. Para entonces se encontraba demasiado cansada para moverse, y no tuvo más remedio que quedarse sentada, indefensa, con Megan en su regazo.
– Estarnos aquí -intentó llamar a Mal, que se había bajado del todoterreno y escrutaba nervioso la oscuridad.
Su débil voz, apenas un murmullo, bastó para que se volviera de repente y las descubriera en su refugio, debajo de las rocas. A partir de aquel instante todo se volvió borroso para Copper, interrumpido a intervalos por fogonazos de terrible claridad… como la expresión de Megan cuando vio a su padre o la desesperada ternura con que Mal abrazó a la pequeña. Tampoco le pasó desapercibida la palidez de su rostro, la dureza de su expresión al mirarla y el horrible silencio que reinó en el coche durante el trayecto de vuelta a la casa.
– Las explicaciones pueden esperar-replicó con tono cortante cuando Copper intentó explicarle lo sucedido.
Georgia los estaba esperando en la casa. Fue ella quien le vendó apropiadamente el tobillo a Megan y quien ayudó a Mal a consolar a la pequeña, a bañarla y a acostarla. Dejaron sola a Copper, que se retira al dormitorio caminando con dificultad, cansada y dolorida. Se sentía demasiado deprimida para hacer algo más que quedarse sentada en el borde de la cama, con su camisa hecha jirones. Todo había sido culpa suya. Nunca debió haber salido con Megan de la casa.
Su remordimiento era tan grande que ni siquiera intentó defenderse cuando Mal entró en la habitación cerrando la puerta a su espalda.
– ¿Te das cuenta de que esta tarde pudiste haber matado a mi hija?
Copper simplemente volvió la cabeza. Sentía la mirada de Mal fija en ella mientras paseaba por la habitación.
– La metiste en un coche que no habías conducido desde que llegaste de la ciudad. Y la llevaste al lugar más peligroso de toda la propiedad -pronunció Mal. No levantaba la voz, pero cada palabra restallaba como un látigo-. ¡Y luego, la dejaste alejarse tranquilamente de tu lado!
– Lo siento -susurró Copper, entrelazando las manos para dominar su temblor.
– ¿Lo sientes? ¿De qué sirve que lo sientas? -Mal estaba pálido de furia-. ¿Cómo te has atrevido a arriesgar así la vida de mi hija? ¡Ni siquiera se te ocurrió dejar una nota para decirnos a dónde ibas! Si Georgia no hubiera vuelto temprano y te hubiera descubierto, habríais pasado toda la noche ahí fuera, perdidas. ¡Si no me hubiera transmitido por radio vuestra posición, a estas horas todavía estaría conduciendo como un desesperado, tratando de encontraros!
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