– ¿Y bien? -Preguntó al fin Copper-. ¿Qué es lo que quieres decirme?

– Quería saber por qué te habías marchado sin despedirte.

– Pues deberías saberlo -repuso con amargura-. Me dejaste muy claro lo que pensabas de mí la noche anterior. Pensé incluso que te alegrarías de que me fuera.

– ¿Pensaste que me alegraría al volver a casa y descubrir que mi esposa me había abandonado? -se volvió para mirarla.

– Pero yo no era realmente tu esposa, ¿verdad, Mal? Para estar verdaderamente casados hacen falta más cosas que una simple ceremonia. Por lo que a ti se refería, yo sólo era un ama de llaves, y ya antes habías tenido muchas. Ni siquiera tuviste que molestarte en llamar a la agencia para conseguirte otra, ya que Georgia estaba allí, preparada para ocupar mi lugar. ¿Por qué no intentas chantajearla para que se case contigo? ¡Sería mucho mejor esposa de lo que yo lo he sido!

– Ciertamente es ideal… -empezó a decir Mal, sonriendo.

Copper yo no pudo soportarlo más. Salió del coche, cegada por las lágrimas, y empezó a caminar hacia la playa. Pero Mal la siguió.

– ¡No vuelvas a huir de mí! -le gritó, deteniéndola-. ¿Por qué crees que he venido a buscarte?

– ¡No lo sé! -se enjugó las lágrimas, furiosa-. Supongo que para repasarme ese papel por la cara, ¿Qué es lo que vas a hacer, denunciarme por incumplimiento de contrato?

– No -Mal sacó el documento de su bolsillo-. Aunque si, me lo he traído. Mira, aquí está -y mientras hablaba, lo rompió en pedazos.

– ¿Qué es lo que has hecho? ¡Era el contrato! -exclamó, asombrada.

– Ya no existe.

– Pero… ¿no lo quieres?

– Jamás lo he querido.

– ¡Tú mismo insististe en que lo firmáramos! Siempre estabas hablando de él. No lo entiendo…

– Dios mío, ¿es que no te das cuenta? -gritó Mal, desesperado -¡Recurrí al contrato porque era la única manera de conseguir que te quedaras conmigo!

Aquellas palabras permanecieron suspensas en el aire, en medio del silencio que los rodeaba. Copper no podía moverse, y Mal se acercó a ella para tomarla de los brazos con suavidad.

– Yo nunca quise ese contrato, Copper. Sólo te quería a ti.

– Tú querías un ama de llaves… -lo corrigió ella. Estaba temblando, aterrada de enfrentarse a la amargura de su desilusión, pero incapaz de ignorar la esperanza que acababa de concebir.

– Eso mismo me decía a mí mismo, pero sólo era una excusa. Una excusa que estuve buscando desde el día en que volví a casa y te encontré sentada en los escalones de la veranda, junto a Megan. Fue un milagro volver a verte después de siete años.

– Yo creía que ni siquiera me habías reconocido, que no te acordabas… -repuso Copper con voz temblorosa-. ¡No me dijiste que me habías estado esperando durante todo ese tiempo!

– No te esperaba -explicó Mal-, y eso es algo de lo que siempre me arrepentí. Había aceptado que jamás volvería a verte otra vez, y luego conocí a Lisa. Con ella quería sentir lo que había sentido contigo, pero no pudo ser; el matrimonio fue un desastre desde el principio. Constantemente pensaba en ti, en tu forma de sonreír, en la manera que tenias de cerrar los ojos cuando te besaba… -se interrumpió, mirándola enternecido-. Solía preguntarme cómo habría sido mi vida si mi padre no hubiera fallecido justo en aquel entonces, o si hubieras estado en tu casa cuando te llamé. Pero, como no tenía mucho sentido lamentarse de eso, me esforcé todo lo posible para olvidarte. Y, cuando ya había creía haberte enterrado en el fondo de mi memoria, de repente apareciste…

– ¿Por qué no me dijiste eso entonces? -le preguntó Copper, insegura.

– No estaba segura de que los días que habíamos pasado juntos en Turquía significaran para ti lo mismo que para mí. Obviamente, habías seguido disfrutando con la vida que llevabas y no parecías arrepentirte de nada -esbozó una mueca-. Y Lisa me enseñó a ser desconfiado. Fue un golpe tremendo descubrir la importancia que le dabas a tu negocio, pero pensé que si podía conseguir que te quedaras un poco más, tendríamos la oportunidad de conocernos el uno al otro. Cuando tú misma me propusiste quedarte para trabajar de ama de llaves, me pareció demasiado bueno para ser cierto, pero no tardé mucho tiempo en darme cuenta de que eso no sería suficiente. Me dejaste muy claro que tu negocio era tu absoluta prioridad, y comprendí que no te quedarías si yo simplemente te lo pedía.

– ¿Por eso recurriste al chantaje? -le preguntó Copper, esbozando una sonrisa.

– Fue lo único que se me ocurrió, pero con ello sólo conseguí empeorar las cosas -esbozó una mueca-. Me sentía culpable por haberte forzado a un matrimonio que no deseabas, y el mismo hecho de que hubieras aceptado me indicaba a las claras la absoluta prioridad que le concedías a tu negocio.

– ¿Te parecía que estaba pensando en mi negocio en nuestra noche de boda?

– No estaba seguro -le confesó Mal-. Cuando hicimos el amor, estaba convencido de que sentías lo mismo que yo, pero te había observado mientras hablabas con Glyn después de la ceremonia y recordé lo que me habías dicho acerca de que todavía lo amabas. Temía que simplemente estuvieras intentando olvidarlo, y cuando me desperté a la mañana siguiente y vi las dos copias del contrato, me di cuenta de que yo mismo te había colocado a ti y a mí en una situación imposible. Sabía que no tenía ningún derecho a tocarte a no ser que tú misma me lo pidieras, porque era eso lo que habíamos convenido. Pero no tenía ni idea de lo duro que resultaría acostarme a tu lado cada noche, sin hacer el amor…

– ¿Ah, no? -inquirió ella, sonriendo.

– Copper -pronunció Mal con súbita urgencia-. Sobre el amor, te dije un montón de estupideces. Fingí que no quería saber nada más del amor después de mi experiencia con Lisa, cuando durante todo el tiempo sentía miedo de confesarte lo mucho que te amaba. He venido a buscarte para pedirte disculpas por la manera en que te he tratado, pero en realidad lo que más deseo es pedirte que vuelvas conmigo -vaciló por un momento, para sorpresa de Copper-. Sé que no tengo derecho a pedírtelo pero Birraminda no es lo mismo sin ti. No es como antes. Te necesito ahora, y Megan también -le acunó la cara entre las manos con infinita ternura-. ¿Volverás, Copper? No como mi ama de llaves, sino como mi esposa…

Copper lo abrazó por la cintura y le sonrió con los ojos brillantes.

– Eso depende de cuánto tiempo quieras que me quede esta vez.

– Para siempre -respondió Mal.

– De acuerdo -aceptó, y lo besó exultante de alegría.

Mal la estrechó entre sus brazos, besándola con ansia desesperada, y Copper pensó que nunca en toda su vida se había sentido tan feliz. Acurrucada contra su pecho, empezaron a caminar por la playa.

– Yo creía que Georgia era tu esposa ideal… -musitó provocativamente.

– Será la esposa ideal de Brett. También tenías razón en eso, Copper…

– ¿Georgia y Brett se van a casar? -preguntó deleitada.

– Se comprometieron después de que tú te fueras. De hecho, creo tu partida les hizo tomar conciencia de cómo se sentirían si uno de los dos se marchaba…

– ¡Sabía que Brett estaba enamorado, pero no me había dado cuenta de lo que Georgia sentía por él! -Copper abrazó a Mal mientras continuaban paseando.

– Desde luego, Georgia es la única chica que Brett se ha tomado en serio, y creo que les irá muy bien. Ahora mi hermano es más firme, más responsable. He estado tan desesperado buscándote que ha tenido que asumir una gran cantidad de trabajo en la granja, y eso le ha sentado maravillosamente bien. Sólo están esperando a que vuelvas para casarse.

– Entonces, ¿ya no estás celoso de Brett? -le preguntó Copper, bromista.

– Ahora no -respondió Mal, sonriendo arrepentido-. Aunque sí que lo estaba. Pero no tan celoso como lo estuve de Glyn. Sentía verdadero terror de que decidieras volver con él -se tensó por un momento antes de confesarle-: La última noche te dije cosas imperdonables, Copper. Jamás en mi vida me he sentido tan asustado como cuando descubría que Megan y tú os habíais perdido, pero todavía seguía furioso por la discusión que habíamos tenido y me desahogué contigo. Al día siguiente me sentí tan mal que volví a salir con el ganado, con tal de no quedarme en casa. Quería decirte que lo sentía, que no había tenido intención de decirte todo aquello, pero cuando regresé y Georgia me contó que te habías marchado… -se interrumpió por un momento, como si aquel recuerdo lo torturara de una manera insoportable-. Fue el peor momento de mi vida. Georgia estaba llorando, lo mismo que Megan, y Brett no hacía más que decirme lo condenadamente estúpido que había sido… pero lo único que se me ocurrió fue que, después de todo, habías decidido volver a probar suerte con Glyn… Al principio me sentí tan furioso y desesperado que me negué a ir a buscarte. Los últimos diez días fueron un verdadero infierno; no hacía más que imaginarte con Glyn… Pero esta mañana ya no pude soportarlo más. Tomé el primer avión y fui directamente a casa de tus padres… Dan me echó en cara haberte hecho tan desgraciada, pero cuando le dije que no le veía sentido a la vida mientras no pudiera convencerte de que volvieras conmigo… ¡se apiadó de mí y me prestó las llaves de su coche!

– ¿Mal? -Copper lo apartó ligeramente de sí para poder mirarlo a los ojos-. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

– Ahora que lo dices… -sonrió-… creo que no.

– Pues te quiero -dijo ella, y le dio un beso largo, cálido, inefablemente dulce que anunciaba la promesa de los años por venir.

Poco después se quitaron los zapatos y caminaron descalzos por la playa. El contacto de la arena tibia y cálida bajo sus plantas le recordó a Copper la playa de Turquía por la que habían caminado juntos siete años atrás, de la mano.

– ¿Tendremos que casamos otra vez ahora que ya hemos roto los contratos? -le preguntó a Mal en un murmullo.

– No necesitamos otra boda, pero creo que sí podríamos pasar otra luna de miel, ¿no te parece? ¿Por qué no le damos la buena nueva a tus padre y después salimos para el hotel de las colinas? Podríamos celebrar una verdadera luna de miel ahora que ya no necesitamos fingir más. ¿Qué te parece?

– ¡Me parece maravilloso! -exclamó Copper mientras volvían hacia el coche.

Tres días después, la avioneta sobrevoló el arroyo y aterrizó en Birraminda.

– Bienvenida a casa -declaró Mal, besando tiernamente a Copper.

Brett y Georgia los estaban esperando en la pista, conteniendo a duras penas a la impaciente Megan, ansiosa por salir corriendo hacia ellos antes de que terminara de detenerse la hélice del aparato.

– ¡Copper, Copper! -la llamó mientras se lanzaba a sus brazos-. ¡Has vuelto a casa!

Copper le dio un tierno abrazo, y por encima de la cabeza de la pequeña su mirada se encontró con la de Mal.

– Sí -repuso-. Ya he vuelto a casa.

Jessica Hart

  • 1
  • 20
  • 21
  • 22
  • 23
  • 24