– No tengas ninguna duda -Copper decidió que ya era hora de derivar aquella conversación hacia el tema de los negocios-. Espero ver todo lo posible de Birraminda -afirmó, bastante satisfecha con su tono de voz.
– Veremos lo que se puede hacer -le dijo Mal, mirándola de una forma tan extraña que consiguió alarmarla-. De cualquier forma -continuó-, ya estás aquí, así que tendremos que hacer un esfuerzo. Si estás preparada para ponerte al tanto de todo, entonces estoy seguro de nos las arreglaremos.
Copper se dijo que aquellas palabras no parecían muy estimulantes, pero al menos no se había negado a colaborar.
– Por mí bien -afirmó, resuelta.
Mal la miró fijamente por un momento con expresión impenetrable, y casi de inmediato pareció relajarse.
– Estupendo -dijo y, justo cuando menos se lo esperaba Copper, esbozó una sonrisa que la conmovió.
«Sólo es una sonrisa», se dijo desesperada, intentando sobreponerse a su efecto, al irresistible y devastador encanto de aquel simple gesto, que transfiguraba completamente sus rasgos…
– Me disculpo por no haber sido muy amable contigo-le estaba diciendo en aquel instante-. Durante las últimas semanas hemos recibido la visita de muchas chicas que se marchaban inmediatamente a su casa porque no aguantaban la vida que llevamos aquí… Por eso me he mostrado un tanto cínico, pero si realmente quieres llegar a conocer Birraminda y no le tienes miedo al trabajo duro, entonces me alegro de que hayas venido -la miró de nuevo con una extraña intensidad-. Me alegro mucho -añadió con tono suave, y le tendió la mano.
Pero Copper no lo estaba escuchando. Todavía estaba concentrada en controlar su respiración. Se recordó que había ido allí por un asunto de negocios. Nunca lograría convencer a Mal de que era una verdadera profesional si se derretía de placer cada vez que lo veía sonreír. Era absolutamente estúpido que su sonrisa la afectara de esa manera, sobre todo cuando había decidido enterrar los recuerdos que conservaba de Mal. Era peor que estúpido; resultaba patético.
Concentró su mirada en Mal, que a su vez la estaba observando algo sorprendido por su expresión, y se le encogió el corazón al ver su mano tendida a través de la mesa que los separaba. No podía ignorarla. Ahora no tendría más remedio que tocarlo ¡Era lo último que le faltaba!
Intentando sobreponerse, Copper le estrechó la mano diciéndose que sólo era un gesto simbólico de su trato de negocios.
Pero cuando los dedos de Mal se cerraron sobre los suyos, todos los sentidos de Copper se agudizaron ante aquel mágico contacto. Sí, era una especie de magia, pensó de manera incoherente. Sentía cada línea de su palma, cada pliegue de sus dedos, y veía su rostro con una nueva claridad que revelaba cada detalle: sus largas y espesas pestañas, su cabello, la leve cicatriz que tenía en la mandíbula… Copper podía recordar haber delineado esa cicatriz, podía recordar exactamente el contacto de su cálida, áspera mejilla bajo sus labios…
Capítulo 2
– ¡Aja! ¡Ya os estáis dando la mano!
Copper no siquiera había oído pasos en los escalones de la veranda, y cuando la puerta de la cocina se abrió de repente, dejó de estrechar la mano de Mal como si la hubieran sorprendido abrazándolo apasionadamente, ruborizada.
Uno de los hombres más guapos que había visto en su vida apareció entonces en el umbral. Era tan alto como Mal, rubio, de ojos azules y con un aire de encanto casi tangible. Riendo, entró con Megan en los brazos.
– ¡Ya ves lo que sucede cuando dejas solo a tu padre con una chica tan bonita!
– ¡Brett! -exclamó Mal con una expresión mezclada de resignación y algo más que Copper no consiguió identificar-. ¿Ya has terminado con esas reses?
– Los chicos se encargarán de eso -respondió Brett despreocupadamente, en apariencia insensible a su recriminación-. Cuando Megan me dijo que papá se había quedado con una bonita chica para él solo, tuve que venir a ver esto personalmente -sus ojos azules, de mirada juguetona, observaron a Copper con expresión aprobadora mientras bajaba al suelo a su sobrina. Emanaba una alegría tan contagiosa que la joven no pudo evitar corresponderle con una sonrisa.
– Este es mi hermano, Brett -le presentó Mal con gesto severo, apretando la mandíbula-. Brett, ésta es Copper… -se detuvo, haciendo un evidente esfuerzo por recordar su apellido.
– Copley -dijo ella, ruborizada-. Sé que suena estúpido, pero en mi escuela había otra chica que se llamaba Caroline, y solían llamarme por mi apellido. De alguna manera Copley llegó a convertirse en Copper, y desde entonces he tenido que cargar con ese nombre. Ahora ya nadie me llama Caroline, excepto mi familia, y creo que hasta algunos de mis amigos todavía no saben que Copper no es mi verdadero nombre.
– Lo mismo le pasa a Mal -explicó Brett, ignorando la mirada de advertencia de su hermano y sentándose al lado de Copper-. Lo bautizaron con tres nombres: Matthew Anthony Langland Standish… así que siempre se lo recortábamos en «Mal» cuando éramos pequeños, y ahora sólo la gente con la que hace negocios lo llama Matthew.
– Quizá entonces sea mejor que yo también te llame Matthew -dijo Copper, volviéndose hacia Mal. Aquélla le parecía una buena oportunidad para colocar su relación en el lugar apropiado.
– No creo que sea necesario -Mal frunció el ceño levemente-. Si vas a vivir aquí como un miembro más de la familia, no hay necesidad de mantener esas formalidades.
– Estoy completamente de acuerdo -convino Brett, lanzando una apreciativa mirada a la recién llegada mientras le estrechaba la mano con burlona solemnidad-. Vamos a llamarte por tu apodo; de esa forma seremos recíprocamente informales. Copper te sienta muy bien -añadió, extendiendo una mano para acariciarle el cabello-. Un bonito nombre… para alguien con un pelo castaño cobrizo tan precioso como el tuyo…
Copper frunció los labios; evidentemente aquella era una táctica de flirteo por parte de Brett. Lanzó una subrepticia mirada a Mal. Los estaba observando con una adusta expresión y parecía tenso y sombrío comparado con la radiante alegría que demostraba Brett. Copper pensó en lo extraño que resultaba que el hermano menos guapo resultara, por el contrario, mucho más atractivo e intrigante.
– Creo que deberías ir a echar un vistazo a los jackaroos -le comentó Mal a su hermano, esbozando una mueca de disgusto.
– Estarán bien -repuso Brett, haciendo un gesto despreocupado-. Creo que es más importante que me quede aquí para darle la bienvenida a nuestra nueva ama de llaves.
– ¿Cómo? -inquirió Copper, sorprendida -¿Es que estáis esperando a alguien más hoy?
Un corto y tenso silencio siguió a sus palabras. Los dos hermanos se volvieron para mirarla.
– Te estábamos esperando a ti, claro está -explicó Mal, sombrío.
Copper miró a uno y a otro, intuyendo que debía de haberse producido un malentendido.
– Entonces, ¿quién es la nueva ama de llaves que va a venir?
– Tú eres la nueva ama de llaves -declaró Brett.
– ¿Yo? -preguntó, incrédula.
– ¿Quieres decir que no has venido para sustituir a Kim? -inquirió a su vez Mal, frunciendo el ceño.
– ¡Pues claro que no! -Exclamó indignada Copper-. ¿Acaso parezco yo un ama de llaves?
– ¿Por qué crees que me sorprendí tanto al ver cómo ibas vestida? -Le espetó Mal, pellizcándose el puente de la nariz-. La agencia de Brisbane me dijo que hacía cerca de una semana que habían enviado a una nueva chica, por eso supuse que serías tú.
– Bueno, eso explica también por qué pensaste que debí haber venido en autobús.
– Pero eso no explica el motivo de tu presencia aquí, ¿verdad? -había un ominoso matiz en las palabras de Mal, y Copper se irguió, a la defensiva.
– Creí que habrías recibido la carta de mi padre.
– ¿Qué carta? -preguntó Mal, impaciente.
– La carta que te escribió hace un par de semanas, diciéndote que acababa de sufrir un ataque de corazón y que yo vendría a verte en su lugar -Copper lo miró expectante pero evidentemente Mal no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo-. ¿Te suena el nombre de Dan Copley? ¿Viajes Copley? -Añadió apresurada, esperando a que hiciera memoria-. Estuvo aquí hace unos dos o tres meses. Vino a hablar contigo acerca de la posibilidad de utilizar Birraminda como base para nuestros nuevos proyectos de turismo rural.
– ¡Oh, sí! -un brillo de reconocimiento apareció en sus ojos-, ya recuerdo. ¿Pero, qué tiene que ver eso con tu presencia aquí?
– He venido a negociar un trato contigo, por supuesto-declaró Copper, sorprendida.
– ¿Un trato? -Mal se apoyó en la mesa, inclinándose hacia adelante-. ¿Qué trato? -Inquirió; no levantó la voz, pero algo en su expresión alarmó de inmediato a la joven-. ¡Yo nunca firmé ningún trato!
– Lo sé -respondió Copper-. Pero te mostraste de acuerdo con que papá volviera cuando tuviera un plan de viabilidad económica. Dijiste que estarías dispuesto a discutir los términos en caso de que él te convenciera de que el proyecto tenía visos de funcionar.
Para el inmenso alivio de Copper, Mal suavizó su expresión.
– Puede que dijera algo parecido -admitió-. Pero no puedo decir que me gustase su plan. ¡La sola idea me pone enfermo!
– No es una idea tan mala -replicó Copper-. De hecho, es extremadamente buena. A mucha gente le gustaría experimentar el estilo de vida del interior. No desean quedarse sentados en los autobuses o en las habitaciones de sus hoteles, pero tampoco quieren pasar por las con la radiante alegría que demostraba Brett. Copper pensó en lo extraño que resultaba que el hermano menos guapo resultara, por el contrario, mucho más atractivo e intrigante comodidades de pernoctar en una pequeña tienda de campaña. Nosotros podemos ofrecerles tiendas más grandes y cómodas con literas, sanitarios, una buena cocina y guías especializados, expertos, ornitólogos, gente así…
– A mí me suena bien -intervino Brett-. ¡Sobre todo si están dispuestos a pagar un montón de dinero por el privilegio de reventarse los tímpanos a base de escuchar miles de cacatúas!
– Bueno, el dinero es ciertamente algo de lo que tenemos que hablar -pronunció con cuidado Copper.
– Ahora mismo no vamos a hablar de nada -declaró Mal con tono rotundo-. Siento que tu padre se haya puesto enfermo pero, francamente, no podías haber elegido un momento peor. Si hubiera sabido que venías, te habría dicho que no te tomaras la molestia.
– Pero mi padre te escribió -protestó ella-. Por eso pensaba que me estabas esperando. ¡Tuviste que recibir la carta!
– Puede que sí -se encogió de hombros, indiferente-Últimamente hay mucho que hacer por aquí, y las cosas han estado tan mal desde que Kim se marchó, que cualquier papel que no fuera absolutamente urgente ha tenido que esperar…
Copper lo miraba resentida. Puede que aquello no fuera urgente para él, pero si se hubiera molestado en leer la carta… ¡ella se habría ahorrado tres días de viaje en coche desde Adelaida!
– Pues ahora ya estoy aquí -señaló-. ¿No podrías escuchar al menos nuestras propuestas?
– No -respondió Mal, terco-. Tengo demasiadas cosas que hacer en este momento, sobre todo cuando tú no vas a trabajar para nosotros de ama de llaves. Eso es lo que necesito, un ama de llaves, y no un descabellado plan que promete problemas desde el principio hasta el final. Un ama de llaves que pueda cuidar de la casa, o a mi hija -después de recoger su sombrero, se levantó-. Pero lo que sí tengo son ochenta mil cabezas de ganado, y mil de ellas se encuentran ahora mismo ahí afuera, a decenas de kilómetros de aquí, así que tendrás que disculparnos -señaló la puerta con un movimiento de cabeza-. Y este «nosotros» te incluye a ti, Brett. Todavía tenemos trabajo que hacer.
Cubierto ya con el sombrero, miró a Copper. La joven mantenía levantada la barbilla con gesto de desafío y sus ojos verdes ardían de indignación. Todavía estaba hirviendo de rabia por la manera en que había despreciado su ansiado proyecto. ¡El futuro de la empresa de su padre estaba en juego y todo lo que se le ocurría decir a Mal era que aquello era un plan descabellado!
– Puedes quedarte aquí esta noche, por supuesto -añadió él-. Pero te aseguro que no vamos a hablar de negocios.
A espaldas de Mal, Brett le lanzó a Copper una sonrisa de simpatía.
– Estoy seguro de que encontrarás alguna otra cosa que hacer -le comentó de manera significativa, al tiempo que le hacía un guiño.
– Vamos, Brett -le espetó su hermano-. Ya hemos perdido bastante tiempo.
Copper observó cómo se marchaban tranquilamente. ¡Todos aquellos años soñando con Mal y en encontrarse de nuevo con él, para que le dijera que aquel encuentro le había significado una pérdida de tiempo!
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