– Entiendo.

– Entonces, ¿hacemos el trato? -le preguntó ella, forzando un tono desenfadado.

– Vas a tener que trabajar duro -le advirtió Mal-. No será como trabajar en una oficina. Parece que tu padre tenéis una imagen muy romántica de la vida en el interior, pero se trata de una vida muy dura. Los días son largos, calurosos, polvorientos, y al final de cada uno de ellos no hay ninguna parte a donde ir, nadie a quien ver. No va a ser una experiencia romántica, te lo garantizo.

– Yo no soy en absoluto una mujer romántica -replicó Copper con frialdad.

Era verdad. A Copper le gustaba la vida tal cual era, y no creía en los sueños. Sus amigos se morirían de risa si supieran que alguien la había acusado de ser una romántica… pero también era cierto que con ninguno de ellos había hablado de aquellos tres días que pasó con Mal en Turquía… Para Copper, aquella experiencia había sido demasiado especial para que pudiera compartirla con cualquier otra persona. Mal había sido su secreto, su aberración, su única experiencia romántica.

– Pues eso debe de resultarle decepcionante a tu novio -repuso Mal con un cierto tono burlón.

– Eso depende de lo que entiendas por «romántico», ¿no? -lo desafió-. Prefiero aceptar las cosas tal y como son -«¿bah, sí?», le preguntó una voz interior. ¿Entonces por qué nunca había tenido éxito en olvidarse de Mal, a pesar de todos sus esfuerzos? ¿Por qué le dolían tanto sus recuerdos?-. Es igual -continuó Copper, dominando su tono de voz-. Todo lo que necesitas saber es que voy a trabajar duro, y no estoy dispuesta a perder más tiempo hablando de tu hermano. Por lo que a mí respecta, Birraminda es una pura cuestión de negocios, y no estoy interesada en nada más.

– De acuerdo -dijo al fin Mal, apartándose de la barandilla-. Te quedarás aquí trabajando de ama de llaves, pero sólo hasta que venga la chica de la agencia. Lo cual puede suceder en cualquier momento.

– Muy bien -convino Copper, levantándose aliviada después de haber sorteado el primer obstáculo. ¡Al menos ya no tendría que conducir de vuelta a Adelaida!-. ¿Y me darás una oportunidad para que te explique nuestra propuesta?

– Sí, mientras no te dediques a recordármelo constantemente -replicó Mal-. No quiero que andes rezongando todo el tiempo. Podrás presentarme tu plan de financiamiento y tus propuestas, pero sólo tendrás una sola oportunidad para hablarme de ello.

– Con una será suficiente -comentó Copper con una sonrisa.

Capítulo 3

Hacia el mediodía del día siguiente Cooper se encontraba exhausta. Mal no se había equivocado al advertirla sobre lo duro que resultaba ese trabajo. Se había levantado a las cinco para preparar el desayuno a Mal y a Brett, así como a los tres jackaroos, y tenía la sensación de haber pasado toda la mañana haciendo viajes de la casa al comedor común.

Había lavado, fregado, barrido… Había dado de comer a las gallinas, a los perros, a seis hombres que desayunaban y comían como animales… y, en medio de todo, había tenido que ocuparse de una vivaracha e incansable niña de cuatro años.

No la había ayudado precisamente el hecho de que hubiera pasado la mayor parte de la noche anterior despierta, pensando en Mal… La única cosa que se había jurado no hacer. A pesar del cansancio, su mente se había negado a dejar de funcionar evocando una y otra vez su imagen. Analizándolo desde todos los ángulos, desconcertada. ¿Cómo se explicaba que no la hubiera reconocido? ¿Se había olvidado de sus caricias, de la pasión con que habían hecho el amor?

Pero Copper se había esforzado por enterrar aquellos recuerdos en el olvido. Había ido a Birraminda únicamente por una cuestión de negocios; eso era lo único que debía importarle. Y eso era lo que se había repetido sin cesar, apretando los dientes.

Al mediodía había comido con los jackaroos y con los demás trabajadores, excepto Bill, en el comedor común. Bill era el decano del grupo, y todos le llamaban «el casado». Mientras que los jackaroos dormían en barracones, él tenía su propia casa a un par de kilómetros de la granja, y acudía allí a comer. Su esposa, Naomi, era la encargada de preparar la comida a los trabajadores por las tardes, afortunadamente para Copper…

Mal le había dicho que lo único que querían los hombres para comer a mediodía eran carnes frías y pan, así que Copper no había tenido que complicarse mucho la vida cocinando. En aquel momento estaba tachando el apartado de comidas de su lista de tareas para empezar a estudiar las que le quedaba, mientras se preguntaba si dispondría de tiempo suficiente para conocer la granja. Necesitaría hacer fotografías y explorar bien el lugar, con el fin de reunir materiales con que confeccionar el atractivo folleto turístico que tenía en mente.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Mal, estirando el cuello para ver que Copper anotaba en su lista de tareas las palabras preparar las verduras y baño de Megan. Arqueó las cejas con gesto burlón al leer lo que había escrito-. ¡Nunca he conocido a nadie que hiciera por adelantado un programa de las actividades del día siguiente!

– Me gusta ser organizada -explicó Copper, poniéndose de inmediato a la defensiva-. De otra manera me resultaría imposible.

– Espero que te hayas concedido tiempo para respirar, al menos -repuso burlón.

– ¡Tengo tantas cosas que hacer! -exclamó, algo molesta-. ¡No sabía que la esclavitud todavía fuera legal en el interior!

– Has trabajado muy duro -le comentó Brett en ese momento, quitándole la lista de la mano. Había recibido con entusiasmo la decisión de su hermano de que Copper se quedara con ellos y, en ese momento, sentado a su lado en el banco de la cocina, se acercó a ella con actitud insinuante-. Esta tarde te mereces un descanso… ¿Por qué no sales un poco para que pueda enseñarte lo que tu padre había proyectado para este lugar?

– Brett, a lo mejor te has olvidado del trabajo que todavía te queda por hacer esta tarde… -lo interrumpió Mal, antes de que Copper abriera la boca para aceptar; su tono de voz era tranquilo, pero implacable-. Megan y yo saldremos con Copper.

Megan levantó entonces la mirada, súbitamente alerta.

– ¿Vamos a montar a caballo?

Mal miró a Copper. Ese día llevaba una ropa mucho más adecuada para las tareas que debía desempeñar: una camisa ligera, de color verde, y unos vaqueros, pero todavía seguía teniendo un aire indefinible de chica de ciudad. Durante la comida, la conversación había girado en torno al próximo rodeo que iba a celebrarse, y sus expresivos ojos verdes habían reflejado una intensa sorpresa ante las imágenes de la doma de toros a lazo y la monta de potros salvajes.

– Creo que probablemente Copper preferirá ir en el coche -comentó con tono provocativo, sonriendo burlón.

La joven se tensó, consciente de que en aquel ambiente parecía completamente fuera de lugar.

– Me niego -replicó, levantando la barbilla. ¡No estaba dispuesta a darle a Mal una excusa para que desechara sus propuestas… sólo porque pensara que no podía adaptarse bien a la vida del interior! Se dijo que no tenía ninguna importancia que jamás antes hubiera montado… no podía ser tan difícil-. Me encantará montar a caballo.

Pero se arrepintió de su propia audacia tan pronto como puso los ojos en el caballo que Mal le ofreció. Parecía inmenso, y en el momento en que sacudió las crines para ahuyentar las moscas, Copper no pudo menos que retroceder asustada, apretando nerviosa su carpeta contra el pecho. Quizá lo del coche habría sido una mejor idea.

– ¿Qué llevas ahí? -le preguntó Mal, señalando la carpeta.

– Unos cosas que necesito, el proyecto de papá para el lugar, las medidas de la tienda…, y también tendré que tomar algunas notas.

– ¿Y dónde vas a llevarla? -le preguntó, exasperado-. ¿O es que esperas agarrar las riendas con una sola mano?

Copper no había pensado en eso hasta ese momento.

– ¿No lleva la silla una alforja o algo parecido?

– Anda, dámela a mí -le ordenó suspirando-. Yo te la llevaré mientras tú montas.

– De acuerdo -Copper aspiró profundamente y cuadró los hombros-. De acuerdo.

El caballo sacudió la cabeza con gesto impaciente cuando Copper agarró las riendas. Había visto muchos caballos antes en la televisión. Lo único que tenía que hacer era apoyar un pie en el estribo y auparse sobre la silla. No tenía ninguna complicación…

Pero en la televisión, sin embargo, los caballos no se movían cuando la gente montaba en ellos. Ese caballo en concreto se movía en todas direcciones tan pronto como ponía el pie sobre el estribo, y de esa manera se fueron alejando los dos varios metros, mientras los tres jackaroos, sentados cómodamente en lo alto de la cerca, los miraban divertidos.

Maldiciendo entre dientes, Copper intentó auparse nuevamente sobre la silla, en vano. Mal sacudió entonces la cabeza entre irritado y divertido.

– ¿Quieres que te lo sujete? -le preguntó con un tono de voz tan suave que resultaba humillante. En el momento en que agarró la silla, el caballo, sensible a la mano de su amo, se quedó quieto.

– Gracias -repuso Copper, tensa.

Sujetando con fuerza las riendas con una mano, lo intentó de nuevo, pero no tuvo más éxito que en las anteriores ocasiones. Al final, Mal tuvo que agarrarla de un pie y auparla sin muchas ceremonias sobre la silla.

– Oh, Dios mío -musitó, aterrada de verse tan lejos del suelo. Iba a necesitar un paracaídas para volver a bajar. Demasiado nerviosa para advertir la expresión resignada de Mal, miró fijamente hacia adelante mientras él soltaba la brida del caballo para hacerse a un lado.

Impaciente, el caballo se puso en marcha de inmediato.

– ¡Ay! -exclamó Copper alarmada y tiró de las riendas con fuerza, pero eso sólo pareció excitar aun más a su montura y se puso al trote. En ese momento, soltó los pies de los estribos y empezó a balancearse peligrosamente sobre la silla, gritándole al animal que parase. De alguna parte del patio escuchó unas voces desternillándose de risa. ¡Al menos alguien se estaba divirtiendo con aquella situación!

El caballo se dirigió entonces hacia la puerta del cercado. “¡Oh, Dios mío! ¿Y si ahora le da por saltar?», exclamó Copper para sí.

– ¡Sooooo…! -chilló, tirando frenéticamente de las riendas, y el caballo, astuto, giró hacia un lado haciéndola balancearse hacia el otro, antes de detenerse bruscamente al ver a su amo delante de él. Sorprendida, Copper se vio lanzada hacia adelante por un puro movimiento de inercia, resbaló todo a lo largo de su cuello y aterrizó en el suelo del patio con el trasero, en una postura muy poco digna, a los pies de Mal.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, sonriendo maliciosamente. No hizo nada por disimular su diversión mientras Megan se tronchaba de risa y los jackaroos estallaban en carcajadas desde la valla.

Sin esperar su respuesta, Mal se agachó para agarrarla de un brazo y ayudarla a levantarse.

– Creo que sí -respondió con resentimiento convencida de que no habría mostrado mayor interés ni aunque se hubiera roto una pierna. Todo el mundo se lo había pasado en grande a su costa…

– ¿Por qué no me dijiste que no sabías montar? -le preguntó Mal con tono suave.

– No tenía la menor idea de que me ibas a hacer montar un caballo salvaje’ -le espetó ella, casi decepcionada al descubrir que la única parte de su persona que había sufrido algún daño era su orgullo.

– ¿Salvaje? -Mal se echó a reír-. El viejo Duke es el caballo más lento y perezoso que he tenido. Lo había elegido especialmente para ti.

– Muy amable de tu parte -murmuró entre dientes-. ¡Recuérdame que jamás vuelva a pedirte un favor!

– ¿Quieres volver a montar?

Copper desvió la mirada hacia los sonrientes jackaroos. El más joven le gritó:

– ¡Hey, Copper! ¡Vamos a contratarte para el rodeo! ¡Será mejor que sigas practicando!

– ¿Por qué no? -replicó ella-. ¡No me gustaría privaros de tan buena diversión!

– Buena chica -Mal le sonrió-. Esta vez te enseñaremos a hacerlo -añadió-. Mira, tienes que sujetar las riendas así -la instruyó después de levantarla en brazos y montarla en la silla.

Por un momento, Copper sintió que se le detenía el corazón. Podía distinguir cada detalle de su rostro: los pliegues a ambos lados de la boca, el brillo amable de sus ojos…

– ¡Relájate! -le pidió, al tiempo que palmeaba cariñosamente el lomo de Duke.

Copper sonrió débilmente y se esforzó por desviar la mirada de su rostro.

– ¡Creo que tengo vértigo!

Mal alzó los ojos al cielo, sonriendo, y montó a su vez en otro caballo de color pardo, con una estrella blanca sobre la frente. En ese momento se les acercó uno de los jackaroos con una cuerda; después de atarla a la brida de Duke, le tendió el otro extremo a Mal, que la agarró mientras colocaba su montura delante de la de Copper.