– ¿Lista?

– Sí -Copper se aclaró la garganta-. Sí -repitió con mayor firmeza en esa ocasión.

Megan ya había montado en su pony, y cabalgaba al trote por el patio con humillante destreza para Copper. Abrieron la puerta en ese momento. Mal espoleó levemente a su montura y abrió la marcha tirando de Duke. Y Copper observó maravillada que podía conservar el equilibrio.

Al principio marcharon lentamente. Megan se había adelantado al trote con su pony, mientras que los dos caballos iban al paso, juntos y tranquilos. Aquella lentitud no parecía molestar a Mal, lo cual no era de extrañar, pensó Cooper. El nunca tenía prisa, jamás se ponía nervioso ni se inquietaba. La joven era muy consciente de su presencia a su lado, tranquilamente sentado en la silla, escrutando el horizonte con la mirada.

Después de un rato, ella también empezó a relajarse y a mirar el paisaje. Iban siguiendo el curso del arroyo, por entre los árboles de caucho que lo flanqueaban. Todo estaba muy tranquilo y silencioso, y sólo se oía el ruido de las hojas bajo los cascos de los caballos.

Seguía siendo muy consciente de Mal, impresionantemente seguro a su lado. Al contrario que ella, no llevaba gafas oscuras, pero el sombrero le protegía los ojos del sol. Copper no podía vérselos,pero sí podía distinguir la forma de su boca firme,particularmente excitante…

Mal guió los caballos hacia un claro cercano al arroyo, que servía de abrevadero. Desmontó ágilmente y ató las riendas a la rama de un árbol caído, antes de bajar a Megan de su pony. La niña corrió alegremente hacia la ribera, donde había una pequeña playa de arena, y Mal se volvió entonces hacia Copper, que ya se estaba preguntando cómo se las iba a arreglar para bajar del caballo.

– Saca el pie izquierdo del estribo -la instruyó-. Luego levanta la pierna y pásala al otro lado. Yo te agarraré.

Mal mantenía los brazos extendidos hacia ella mientras hablaba, pero una timidez paralizante se apoderó de Copper una vez más, y sólo pudo mirarlo indefensa. Desvalida… deseando que nunca se hubiera casado, que los siete últimos años que había pasado se disolvieran en la nada y todo volviera a ser como antes…

– Vamos -la animó Mal-. ¡Algún día tendrás que bajar!

De alguna forma, Copper se las arregló para decidirse, pero lo hizo tan torpemente que estuvo a punto de caer al suelo…, si Mal no la hubiese agarrado de la cintura. La sostuvo por un momento y ella apoyó las manos en sus hombros, luchando contra la abrumadora necesidad de acariciarle el cuello y echarse en sus brazos.

– Gracias -musitó, incapaz de mirarlo a los ojos por temor a que Mal leyera aquel anhelo en los suyos.

– Este es el abrevadero donde tu padre quería montar el campamento turístico -le dijo Mal después de soltarla, mirando a su alrededor.

– Parece perfecto -Copper se aclaró la garganta, y se apartó de él-. Bueno… será mejor que tome algunas notas.

Caminó por el lugar mientras garabateaba en su cuaderno, pero su mente no estaba ocupada en los emplazamientos de las tiendas, o en las cocinas del campamento. Estaba ocupada en Mal, que había llevado los caballos a beber antes de dejarlos descansar a la sombra. Emanaba una seguridad, una firme serenidad lentitud que parecía encajar perfectamente con aquel paisaje.

De repente, Mal se volvió para sorprenderla observándolo, y Copper se apresuró a bajar la cabeza a su cuaderno. Sin embargo, no podía seguir tomando notas eternamente, y cuando pensó que ya lo había impresionado suficientemente con su obsesiva profesionalidad, se reunió con él junto al árbol caído.

Mal le hizo un sitio para que se sentara. Durante un rato permanecieron sentados sin hablar, observando a Megan mientras jugaba al lado del agua. Detrás de ellos, los caballos resoplaban suavemente. Poco a poco aquella paz fue envolviendo a Copper, y empezó a relajarse.

– Este lugar es precioso -comentó al fin.

– Sí -Mal miró a su alrededor, y luego a ella-. No lo sería tanto con un montón de tiendas instaladas y una manada de turistas bullendo por todas partes, ¿verdad?

– Todo podría encajar bien con el paisaje -replicó Copper, mirándolo a los ojos-. Te quedarías sorprendido de la manera en que toda esta belleza podría conservarse, pero ahora no voy a intentar convencerte -sonrió-. No he olvidado los términos de nuestro acuerdo… ¡y no voy a desperdiciar la única oportunidad de la que dispongo!

– Oh, sí, a propósito de nuestro acuerdo… -Mal se dio un leve toque en el sombrero, echándoselo hacia atrás-. A mediodía llamé a la agencia para saber qué había sucedido con mi nueva ama de llaves. Al parecer, le ofrecieron trabajar como camarera, y decidió renunciar en el último minuto.

Mirando el reflejo de los árboles en el agua. Copper se preguntó por qué alguien habría podido elegir trabajar en un restaurante cuando podía disfrutar de aquella maravillosa experiencia. Pero luego recordó las tareas que había tenido que realizar aquella mañana y decidió que la chica, quienquiera que fuera, había tomado una decisión muy razonable.

– ¿Van a enviarte a alguien más?

– No tienen a nadie inmediatamente disponible, así que tendrán que poner un anuncio. Pasará al menos una semana antes de que consigan a otra persona, quizá más -Mal la miró-. ¿Crees que podrás quedarte tanto tiempo?

– Por supuesto -respondió Copper, secretamente aliviada. Todavía no estaba preparada para volver a Adelaida… pero tampoco estaba dispuesta a analizar su propia reluctancia a abandonar Birraminda-. Te dije que me quedaría hasta que consiguieras un ama de llaves, y lo haré.

– ¿No tienes ningún compromiso en tu casa?

– Eso no es problema -respondió con cierta sorpresa-. Disponemos de alguien que nos ayuda en la oficina, así que puedo concentrarme por completo en los planes que tenemos aquí. Papá puede echarle un vistazo al negocio. No hay mucho trabajo en esta época del año, por otro lado.

– Yo me refería a compromisos más personales -comentó secamente Mal-. ¿No tienes a nadie que te eche de menos?

“¿Quién habría de echarme de menos?», se preguntó Copper. Tenía muchos amigos que se preguntarían dónde estaba, y desearían que asistiese a alguna fiesta con ellos, pero nada más. Se hallaban tan ocupados con sus propias vidas que no se molestarían en acordarse de ella dos veces.

– No -le confesó Copper sonriendo tristemente-. No creo que nadie me eche mucho de menos.

– ¿Qué hay acerca del hombre del que estás enamorada?

Copper pensó entonces que se había olvidado de lo que le había dicho sobre Glyn.

– No creo que esta ausencia signifique una gran diferencia -suspiró-. Siempre se está quejando de que nunca estoy en casa, de todas formas. Me veo obligada a viajar mucho, y cuando estoy en Adelaida tengo demasiado trabajo en la oficina. No puedo estar en casa todos los días a las cuatro, esperando a que venga.

– Podrías cambiar de trabajo -le sugirió Mal.

– Lo mismo me dice Glyn -repuso con amargura-. Dejando a un lado el hecho de que papá me necesita ahora, me encanta mi trabajo. ¿Por qué habría de abandonarlo?

– Por ninguna razón, si es que tu trabajo te importa más que tu novio.

– ¿Por qué siempre hay que elegir una de las dos cosas? -estalló Copper, frustrada-. Soy muy feliz con la vida que llevo. Glyn sabe cómo soy. ¿Por qué tendría que ser yo la única en asumir todos los compromisos?

– No dirías eso si estuvieras verdaderamente preparada para asumir esos compromisos -comentó Mal con una inesperada nota de dureza en la voz.

– Eso es lo que siempre me dice Glyn -Copper se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello-. En cualquier caso, eso ya no importa. Estuve diez días en Singapur. Y cuando volví Glyn me dijo que quería hablar seriamente conmigo. Al principio me lo tomé a broma, y le comenté que antes tenía que consultar mi agenda para ver si podía concertar una cita, pero él se lo tomó a mal. Me dijo que estaba harto de regresar a casa para no encontrar a nadie, y que no le parecía que tuviera sentido fingir que éramos una pareja, cuando él pasaba solo la mayor parte del tiempo. Luego, me confesó que estaba frecuentando a Ellie, una buena amiga mía. Su marido la había dejado a principios de años, y los dos se sentían solos, así que… -Copper intentó fingir indiferencia, pero aquel recuerdo todavía le dolía-. Bueno, al final me dijo que iba a mudarse con ella. Todo fue muy civilizado. Tanto Glyn como Ellie siempre habían sido mis amigos. Formábamos parte de la misma pandilla, y no podía evitar volver a verlos si quería conservar a mis amistades…

– Pero tenías tu propio trabajo para consolarte, ¿no? -le comentó Mal, irónico.

– Sí, tenía mi trabajo -respondió dolida.

– Entonces, cuando ayer me dijiste que estabas enamorada de ese Glyn, ¿no me estabas diciendo la verdad?

– Oh, no lo sé… -Copper empezó a girar su sombrero entre las manos-. Quiero a Glyn. Es una gran persona. Incluso un día pensamos en casamos, pero nunca llegamos a eso… por culpa mía. Siempre tenía demasiadas cosas que hacer… y ahora me alegro de que fuera así. Viajes Copley significa demasiado para mí, y si hubiera tenido que renunciar a la empresa por Glyn… estoy segura de que lo nuestro tampoco habría funcionado. El tampoco me habría querido, por mucho que deseara que cambiara.

Mal no dijo nada. A Copper le resultaba imposible discernir si su silencio reflejaba desprecio o simpatía.

– En cualquier caso -continuó ella-, al menos ya sabes por qué no tengo ninguna prisa por volver a Adelaida. Realmente no me importa ver a Glyn y a Elije juntos, pero si estoy fuera durante un tiempo, podré facilitarle a todo el mundo una oportunidad para acostumbrarse a la nueva situación.

– Eso me suena como si a Glyn le estuvieses poniendo un puente de plata para que se escape mejor.

– Mal seguía observando cómo su hija jugaba alegremente en la arena, pero sus labios esbozaban una mueca amarga, como si estuviera recordando algún penoso suceso-. Debió de quedarse consternado al descubrir que estabas dispuesta a anteponer tu negocio a cualquier otra cosa -se interrumpió, para luego añadir-: Mi esposa era como tú. Creía que podría conseguirlo todo. Cuando la conocí, tenía su propia cadena de tiendas en Brisbane. Nunca se me ocurrió pensar que estaría dispuesta a abandonarlo todo para venir aquí, pero a Lisa le gustaba la idea de ejercer de dueña de una enorme granja del interior. Todo lo hacía a lo grande, y Birraminda tenía las dimensiones adecuadas. Por supuesto, yo procuré que pasara algún tiempo viviendo aquí antes de que nos casáramos, para que pudiera ver exactamente la clase de vida que iba a elegir, ¡pero no! Lisa sabía siempre lo que quería… y lo que quería, lo conseguía.

– ¿Por qué te casaste con ella entonces? -le preguntó Copper con mayor agresividad de lo que hubiera deseado. Se había preparado para soportar los celos de su esposa fallecida… ¡pero no para que la comparara con ella!

– No me di cuenta de cómo era hasta que fue demasiado tarde -explicó Mal-. Y era tan bonita… -se interrumpió como si estuviera conjurando su imagen en la memoria-. Tendrías que haberla conocido para comprender cómo era. Poseía una voluntad de hierro y nunca dudaba de cuáles eran sus prioridades. Al principio, pensó que podría administrar su negocio desde aquí, así que invertí una fortuna en equiparla con un despacho especial -se detuvo, para luego añadir, mirando a Copper-: Deberías visitarlo alguna vez. Dispone de teléfonos, un ordenador, fax, fotocopiadora… todo lo necesario para llevar un negocio. Pero eso no le bastaba a Lisa. No estaba interesada ni en lavar ni en limpiar, aunque también le había instalado una nueva cocina. Se aburría si no tenía nada que quisiera hacer realmente, así que siempre estaba detrás de mí pidiéndome que la dejara volar a Brisbane, para que pudiera revisar las cuentas, visitar a los diseñadores o negociar uno u otro acuerdo. Oh. Desde luego era una empresaria muy inteligente…

Copper se preguntó por qué Mal había hecho ese comentario, como si pareciera un insulto. Ella misma no podía evitar reconocerse en Lisa. ¿Qué tenía de malo ser enérgica e inteligente?

– Si era tan inteligente, no se habría casado contigo de no haber estado muy segura de ello -comentó al cabo de un momento.

– Eso mismo era lo que yo pensaba -repuso Mal-. Por supuesto, yo tenía lo que tú llamarías una estúpida y romántica idea acerca del matrimonio, pero la actitud de Lisa no era mucho más práctica. A ella nunca le gustó la vida de aquí, y terminó pasando cada vez más tiempo en Brisbane.

– ¿Megan?

– Megan fue el resultado de un intento desesperado por salvar un matrimonio condenado al fracaso -explicó Mal con frialdad-. No funcionó, por supuesto. Lisa encontró en su embarazo una excusa para escapar permanentemente a la ciudad. Decía que necesitaba estar cerca de un hospital, que Birraminda no era un lugar adecuado para un bebé, así que un día se marchó a Brisbane y no volvió jamás. Ni siquiera me llamó después de que la niña naciera -esbozó una mueca de amargura-. Me dijo que había tenido tanto trabajo que hacer que ni siquiera había tenido tiempo para telefonearme y decirme que había ido al hospital, pero no era verdad. Se suponía que todavía tenía que estarle agradecido por permitirme que viera a nuestra propia hija.