Mantenía una voz muy controlada, pero Copper podía percibir su tensión. Ahora comprendía el porqué de aquella expresión suya, siempre distante, dura. No se extrañaba que Mal hubiera cambiado tanto.
Copper ansiaba ofrecerle su consuelo, pero no sabía cómo. Si hubiera sido una mujer diferente habría sido capaz de tomarle una mano, o de abrazarlo… Pero se había condenado a ser una mujer que anteponía a todo su trabajo, igual que la esposa de Mal, y temía que éste pudiera rechazar su contacto. Así que se limitó a sujetar su sombrero entre las manos, sin decir nada. Al cabo de un rato Mal continuó su relato, como si necesitara desesperadamente ponerle punto final.
– Los dos sabíamos que no tenía ningún sentido fingir que nuestro matrimonio iba a funcionar después de todo. En cierta manera era un alivio, pero el acuerdo de divorcio terminó arruinándome. Todo mi dinero está en estas tierras, y todavía estoy luchando por volver a la situación que antes disfrutaba. Lo peor fue tener que abandonar a Megan pero todo el mundo decía que con quien necesitaba estar era con su madre -su expresión era distante, implacable-. Yo mismo lo creí hasta que vi la cantidad de niñeras que contrataba Lisa para Megan, una tras otra, mientras ella se dedicaba por entero a trabajar en su negocio. Viajaba en avión a Brisbane para verla con tanta frecuencia como me era posible, pero la niña no tenía ninguna oportunidad de llegar a conocerme. Cuando Lisa murmuró en un accidente de coche y fui a la ciudad para traerme a Megan a casa, la cría estaba aterrada. Yo debí de parecerle un completo desconocido.
Copper miró en ese momento a Megan, que seguía jugando en la pequeña playa, Tenía las manos llenas de barro y hablaba sola, absorta en sus juegos, ajena a los dos adultos que la estaban observando.
– Ahora parece muy feliz.
– Yo también lo creo cuando la veo así, pero es que también ha tenido que acostumbrarse a jugar sola -suspiró Mal-. No guarda muchos recuerdos de Lisa, pero se resiente de no tener una madre. Las cosas serían diferentes si pudiera contratar a una niñera para que se quedase aquí por lo menos un año. Necesita algún tipo de seguridad.
– Tú eres su seguridad -comentó Copper con tono suave, pero Mal negó con la cabeza.
– No basta con eso. No puedo estar todo el tiempo en la casa. Megan necesita más atención de la que yo puedo darle. Demasiado a menudo tiene que quedarse sentada en el cercado para que yo no pueda perderla de vista mientras trabajo. Evidentemente, lo que yo necesito es una esposa de verdad -añadió con una sonrisa irónica-. Pero no creo que pueda volver a pasar por un matrimonio como el que tuve.
– No tiene por qué ser así -objetó Copper tras una leve vacilación.
– ¿Ah, no? -Inquirió Mal-. ¿Dónde voy a encontrar a una mujer que esté dispuesta a dejarlo todo para venirse a vivir aquí? Nada de amigos, ni de tiendas, ni de restaurantes, ningún trabajo de interés…, sólo calor, polvo y duro trabajo.
«Sí que sería duro», pensó Copper. No había duda alguna sobre ello. Pero aun así, la esposa de Mal podría contar con otras cosas. Podría contar con el arroyo, con los árboles del caucho, con aquel cielo tan radiante. Podría extender una mano y acariciar a Mal siempre que lo deseara. Pasaría largas, dulces noches en sus brazos, y cuando se fuera a dormir, sabría que al día siguiente lo vería nada más despertarse. ¿Qué clase de mujer había sido Lisa para dar la espalda a todo aquello? ¿Una mujer tal vez como ella misma?, se preguntó Copper, inquieta.
– Nada de eso le importaría si te amara -dijo con una voz levemente temblorosa.
– Si algo he aprendido de mi matrimonio, es que el amor no es suficiente -repuso Mal-. Lisa me amaba… o al menos eso era lo que me decía… y mira lo que nos ocurrió. Y mírate a ti. Tú quieres a Glyn, pero no lo suficiente para que puedas renunciar a las cosas que verdaderamente te importan. ¿Por qué habría de ser diferente la mujer con quien me casara? ¡Eso suponiendo que pueda encontrar alguna detrás de un arbusto! No -declaró levantándose para dirigirse hacia donde estaba atado el pony-. No volveré a casarme. Megan estará bien si consigo encontrar a un ama de llaves decente. Todo lo que puedo hacer es esperar a que una aparezca tarde o temprano por aquí -y se volvió para mirar a su hija-. Venga, Megan. Vamos a casa.
Capítulo 4
«No volveré a casarme otra vez». Aquellas palabras resonaron sin descanso en la mente de Copper durante los siguientes días, aunque no podía explicarse por qué la habían impresionado tanto. Después de todo, Mal y su hija no eran problema suyo. Era una pena que su matrimonio hubiera sido tan desastroso, desde luego, pero no podía evitar resentirse de la forma en que Mal la había comparado con Lisa. Ella no había roto ningún matrimonio, ni privado a ningún padre de su hijo. Había sido Glyn quien la había dejado. Lo único que había hecho era conservar el trabajo que tenía. ¿Qué podía tener eso de malo?
Al menos ahora comprendía la razón del distante comportamiento de Mal. Era amable pero siempre se mostraba alerta, y sonreía muy pocas veces. En algunas ocasiones, Copper había sentido su mirada sobre ella con una expresión que nunca había podido discernir… pero que le había hecho desear gritarle que ella no era ni mucho menos como Lisa.
A veces, Copper se sorprendía odiando a Lisa por haber convertido al Mal que tan bien recordaba en aquel ser frío y reservado. Y en otras ocasiones, como ahora, mientras yacía despierta en la oscuridad, se había sorprendido envidiándola. Había sido una mujer muy hermosa, según le había informado Mal. Debía de haberla amado mucho. Se había casado con ella, se la había llevado a Birraminda y había hecho todo lo posible para que se quedara.
Lo cual significaba que no Mal no había tardado mucho tiempo en olvidarla a ella. Megan ya tenía cuatro años y medio, así que debía de haberse casado con Lisa al menos hacía cinco, seis si se tenía en cuenta el hecho de que el matrimonio ya estaba fallando antes de que la niña fuera concebida. Y eso significaba también que un año después de su idílico encuentro en aquella playa del Mediterráneo, Mal se había desentendido de ella para casarse con otra mujer.
El pensamiento de que se hubiera olvidado de ella con tanta rapidez la hacía sentirse una entupida, porque su propio comportamiento había sido precisamente el opuesto. Siempre lo había recordado con claridad, incluso cuando ya no existía esperanza alguna de que volviera a verlo. Aquellos tres días que pasaron juntos en Turquía habían sido tan maravillosos que, simplemente, le resultaba imposible pensar que no hubieran tenido ninguna continuación, ninguna consecuencia. Solía inventarse interminables excusas para explicarse por qué Mal nunca se había puesto en contacto con ella en Londres, tal y como le había prometido, pero ni una sola vez se le había ocurrido pensar que se había enamorado de otra mujer.
Quizá Mal nunca hubiera estado realmente enamorado de ella. Quizá sólo había sido para él una chica más que conoció en una playa. Ese pensamiento se hundió en el corazón de Copper como un cuchillo.
Al menos así le resultaría más fácil fingir que no le importaba que Mal la hubiera despreciado, calificándola de mujer egoísta, fría, obsesionada por su propio trabajo. Lo único que tenía que hacer era convencerlo de que cediese Birraminda a Viajes Copley… ¡entonces se sentiría más que contenta de volver a Adelaida y olvidarse de una vez por todas de él!
Pero conforme los días fueron pasando, Copper casi empezó a olvidarse del motivo principal de su viaje a Birraminda. Había llamado a su padre para explicarle que se quedaría allí para defender extensamente su proyecto, pero se había atenido a su palabra y todavía no le había hablado de ello a Mal.
La mayoría de las tardes salían a cabalgar con Megan. Y Mal le enseñaba las partes más alejadas de la granja. Durante los primeros días, llevaba un cuaderno donde apuntaba notas y medidas, por ejemplo de la pista de aterrizaje donde Mal tenía una avioneta particular pero después todo aquello empezó a perder importancia.
Sin un contacto diario con su oficina, el negocio había empezado a convertirse en algo irreal para ella. Lo verdaderamente real era la radiante luminosidad del interior, o el rostro alegre de Megan; el sonido de los pájaros cantando en los árboles o la manera en que Mal escrutaba el vacío horizonte sin fin.
Y le encantaba estar con Megan. Le había enseñado a escribir su nombre, le leía cuentos y jugaba con ella. Cada tarde, Copper la acostaba y le daba un beso de buenas noches antes de que entrara Mal. El tierno abrazo que le daba la pequeña era suficiente para que sintiera que aquella jornada de duro y esforzado trabajo había merecido la pena.
– Mira, papá, ¡me estoy lavando el pelo! -le dijo la niña a su padre una tarde, mientras se lavaba la cabeza con champú en la bañera.
Copper estaba de rodillas al lado de la bañera y, al ver a Mal, se incorporó sobresaltada, y disgustada también porque, después de diez días, seguía sin acostumbrarse a sus inesperadas apariciones. Había estado haciendo reír a la pequeña cantando con un vaso de plástico pegado a la boca y, ruborizada, se lo quitó rápidamente al ver la expresión entre burlona y sorprendida de Mal. ¿Por qué cuando más empeño ponía en parecer una mujer fría y profesional, Mal siempre se las arreglaba para sorprenderla haciendo el ridículo?
– Has vuelto temprano -le comentó ella, resentida.
– Lo sé -repuso Mal con irritante tranquilidad-. Pensé que éste sería un buen momento para que me explicases tu proyecto del campamento turístico.
– ¡Oh! -Copper se sentó sobre los talones, sujetándose un mechón de pelo detrás de la oreja con gesto nervioso. Se había arremangado la camisa y el vaso de plástico le había dejado un círculo rojizo en torno a la boca-. ¿Ahora?
– Después de ducharme acostaré a Megan; así mientras tanto tú podrás preparar los documentos que necesites. Luego, podremos discutir tranquilamente sobre ello.
– Bien.
Copper se dijo que si Mal iba a tomar una ducha, ella también. No podía enfrentarse con él tal como estaba, cansada y sudorosa después de una jornada de duro trabajo. Aquélla era su gran oportunidad y no podía desaprovecharla.
Poco después, mientras se duchaba, intentó fortalecer aun más su resolución. Pensó en su padre, que estaría esperando ansioso la decisión de Mal, y en la manera en que estaba decayendo la demanda de Viajes Copley. Necesitaban desesperadamente un nuevo proyecto que cautivara la imaginación de la gente, y las excursiones a Birraminda podrían colocarlos a la cabeza del negocio turístico. Si Mal se negaba, podrían hablar con otros propietarios, pero su padre había puesto todo su corazón en Birraminda… y, en cualquier caso, a esas alturas tardarían demasiado tiempo en cerrar un trato con otros granjeros. ¡Mal tenía que aceptar!
Copper se puso un vestido de color crema, compuesto de una falda plisada y una chaqueta corta. Cuando se miró en el espejo pensó que ofrecía un aspecto fresco y a la vez profesional. Desde su habitación podía escuchar a Mal acostando a Megan, y salió al pasillo con sus carpetas bajo el brazo con la idea de revisar antes su proyecto.
– ¡Estás impresionante! -le comentó Brett silbando de admiración, cuando Copper entró en la cocina para sacar la cena del horno.
Copper pensó que le resultaba imposible que Brett no le cayera bien. Era egoísta, frívolo e irresponsable, pero incluso cuando flirteaba con ella, Copper no podía menos que echarse a reír cuando precisamente más quería expresarle su desaprobación. Cada vez que lo veía se quedaba impresionada por su atractivo, pero sus súbitas apariciones jamás surtían el más ligero efecto sobre ella, y no se le aceleraba el pulso del corazón…, lo cual era bastante extraño, teniendo en cuenta la manera en que reaccionaba ante Mal.
Después de cerrar la puerta del horno, Copper se volvió para sonreír a Brett.
– ¿Habéis tenido mucho trabajo hoy?
– Ha sido un día frenético -respondió Brett con tono perezoso-. Mal no parece darse cuenta de que los días sólo tienen veinticuatro horas -levantó la tapa de la olla para oler satisfecho el guisado-. A propósito, ¿dónde está el negrero?
– Acostando a Megan.
– Oh, bien, así que por el momento lo tenemos fuera de juego -exclamó con expresión radiante, y deslizó un brazo por la cintura de Copper-. Nunca tenemos la oportunidad de hablar a solas tú y yo. Mal siempre anda por ahí y no le gusta que me acerque a ti. ¿No lo has notado?
Copper sí lo había advertido. Mal había decidido no dejarla sola con Brett, aunque resultaba obvio que ella no estaba interesada en él. En cualquier otro hombre, aquel comportamiento habría sido considerado como celoso, pero Copper albergaba la penosa impresión de que ella la última mujer por la que podría estar interesado.
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