– Es algo que suele pasar -insistió Logan-. Uno de los hijos tiene celos de otro…

– Imposible. No niego que Zach tiene facilidad para meterse en problemas, pero él no puede haberse llevado a London.

– Piénsalo con calma -le sugirió Logan antes de ordenar a dos de sus hombres que se entrevistaran con todas aquellas personas que estuvieran, ya fuera solo remotamente, relacionadas con la familia Danvers.

Ordenó a los otros dos que interrogaran a todo el personal del hotel, y que luego revisaran los libros de visitas y hablaran con todos los que hubieran pasado por el hotel en los últimos tres meses.


Cuando hubo interrogado hasta dos y tres veces a cada uno de los miembros de la familia, el sargento detective empezó a poner en marcha la investigación a través de su radio. Había colocado a sus hombres en los alrededores del hotel y había hecho que registraran cualquier lugar en el que pudiera esconderse alguien, y había hecho salir a las calles de la ciudad a todos los hombres de los que disponía con la orden de que le notificaran cualquier cosa que pudiera resultar sospechosa.

Se había contactado con los informadores y se había investigado a todos aquellos que tuvieran antecedentes por secuestro, a pesar de que Logan sospechaba que este caso era diferente. No se trataba de un asunto de alguien que buscaba una recompensa; se trataba de algo diferente y mortal.

Logan era una persona práctica, un policía que había trabajado duro para llegar a convertirse en sargento detective. No había conseguido ese puesto por su educación o por su sofisticación; se había labrado una reputación por la sencilla razón de que siempre había hecho bien su trabajo. A lo largo de más de veinte años de esfuerzo, se había dicho de él que era una mula, un sabueso e incluso un bastardo egocéntrico, pero lo más importante era que conseguía buenos resultados. Arisco y gruñón, con un vocabulario de apenas cuatro palabras, había dedicado su vida a limpiar las inmundas calles de Portland.

Pensaba, y así lo hacía saber a quien quisiera oírlo, que Zachary Danvers era una mala pieza. Puede que ni siquiera fuera hijo de Witt. Se rumoreaba que lo había engendrado Anthony Polidori, y a pesar de que Logan no daba demasiado crédito a la mayoría de los rumores que oía, era de los que creía que por el humo se sabe dónde está el fuego. Había detenido a más de un criminal gracias a alguna información anónima, al «rumor» de la calle. De modo que el resentimiento que existía entre Witt y Zach era mayor de lo que el viejo estaba dispuesto a admitir. Puede que Zach odiara al hombre que lo había criado. Considerando la enemistad entre las familias Pohdori y Danvers, cualquier cosa podía ser posible.

Logan estaba convencido de que cuanto antes localizara a Zach antes podría encontrar a London, y cuando lo hiciera, el aprecio de Witt por él aumentaría de manera muy considerable. Los miembros de la familia, vistiendo los albornoces del hotel, despeinados y fumando, estaban sentados en la habitación y cuchicheando en voz baja, intentando no molestar a Katherine, quien, cruzada de brazos, no dejaba de mirar a través de la ventana, con un cigarrillo Virginia Slim asomando entre sus dedos.

Trisha se mordía las uñas. Jason iba y venía sin parar de la ventana a la mesilla. Nelson estaba nervioso y con los ojos muy abiertos, como si hubiera estado tomando anfetaminas, algo a lo que Witt tenía aversión. Todos estaban allí, excepto London, Ginny y Zach.

Witt se quedó mirando los ojos adormecidos de su hijo pequeño y rogó a Dios que su pequeña London estuviera bien, a pesar de estar lejos de él. Pensaba que a lo mejor la niña, al haber sido apartada de la fiesta, había intentado protestar «escapándose» y escondiéndose en algún lugar del hotel; y Ginny, la estúpida niñera, en vez de dar la cara y admitir que había perdido su más preciado tesoro, estaría dando vueltas por el hotel, tratando de encontrar a la pequeña. Pero en el fondo de su corazón sabía que estaba perdiendo su tiempo con tales ideas esperanzadoras. London había, desaparecido. Raptada, secuestrada y probablemente algo peor. Sus dientes se apretaron en señal de frustración, mientras intentaba imaginar dónde podría estar si es que aún estaba viva. Pero no podía dejar que su mente avanzara demasiado por aquel oscuro camino, si no quería acabar perdiendo el poco juicio que todavía le quedaba.

Todos los policías, excepto Jack Logan, salieron de la habitación.

Kat se pasó los dedos de una mano por el revuelto pelo y miró con mala cara a su marido. Apagó el cigarrillo con esfuerzo.

– Creo que deberíamos hacer algo.

– Logan tiene a sus hombres registrando el edificio. Va a investigar uno a uno a todos los invitados. Ya ha interrogado a todos los que estaban en el hotel.

– Eso no es suficiente -dijo ella con una calma mortal que contradecía sus tensas emociones-. Mí niña ha desaparecido, Witt. Nuestra hija. Se ha ido. Ha desaparecido.

Tragándose las lágrimas, caminó hasta donde estaba su bolso, sacó de él un paquete dorado de cigarrillos y lo abrió con dedos temblorosos. Encendió otro cigarrillo y se rodeó la cintura con un brazo, como si estuviera protegiéndose de un fuerte dolor.

– ¿Qué quieres que haga? -dijo él con un tono de voz completamente impotente, y odiando ese sentimiento. Siempre había sabido controlarse, siempre había sido un hombre de cabeza fría…

– Utiliza tus influencias, por el amor de Dios. Eres el hombre más rico de esta ciudad, de manera que no puedes quedarte aquí de brazos cruzados esperando a que la policía resuelva todos nuestros problemas. Haz algo, Witt. Me da igual a quién tengas que sobornar o extorsionar. ¡Llama al maldito FBI! -Las manos le temblaban mientras se acercaba el cigarrillo a los labios.

– Ya han llamado a los federales, por si la cuestión excediera las fronteras del estado. Y haré todo lo que esté en mi mano para encontrar a London, lo sabes bien. Créeme, lo intentaré todo.

– ¡De acuerdo, pues inténtalo todo! -Ella apagó su medio consumido cigarrillo en un cenicero de vidrio-. Puede que esté con Zach -dijo por primera vez, a pesar de que antes había defendido la inocencia del muchacho. Ahora había sido la primera en sugerir que Zachary podría estar involucrado, pero enseguida cambió de parecer, como si aquella idea fuera demasiado desagradable-. Puede que Zach se la haya llevado a alguna parte solo para darnos un susto… -Se dio cuenta de la expresión escéptica del rostro de su marido-. O bien, puede que tenga algo que ver. Tú ya le conoces, Witt, siempre está metido en problemas… siempre ha estado moviéndose al otro lado de la ley… como su padre.


Aquellas palabras fueron como una bofetada en plena cara. Sin embargo, Witt se mordió la lengua. Los rumores acerca de la paternidad de Zach volvían a estar sobre la mesa, pero él no podía reprocharle aquel comentario. Él nunca lo había creído, nunca se había permitido plantearse ni un solo minuto que Zach hubiera sido engendrado por Polidori. Un sabor amargo le llenó la boca con solo pensarlo. Era imposible; no, no era posible que aquel a quien había considerado durante tantos años su segundo hijo no fuera hijo suyo. Pero no pensaba ponerse a discutir aquel tema con Kat. Ahora era imposible razonar con ella y él debía procurar mantener la calma, pasara lo que pasara.

Nelson, su hijo pequeño, los miraba, asustado. Witt nunca se había preocupado demasiado por aquel muchacho; con catorce años, todavía era un chico delgado que se parecía mucho a él, pero que siempre le recordaba a su primera esposa, Eunice. Había algo en Nelson que era… extraño. Inquietante.

– ¿Por qué no me dijiste que Zach no había subido a su habitación? -preguntó al muchacho, quien tragó saliva intentando apartar la mirada de su padre-. Se suponía que los dos compartíais la misma habitación.

– No lo sé.

– ¿Dónde está?

– No lo sé.

Witt dejó escapar un suspiro y miró a Nelson fijamente, con una intensidad que hubiera hecho estremecerse a un leñador de fornidos brazos.

– Tú sabes dónde está. -¡No!

– Pero sabes algo -le pinchó Witt, dándose cuenta de que el muchacho retrocedía. Demonios, qué manojo de chiquillos de cabeza dura había criado.

– Yo, eh, le vi marcharse de la fiesta -admitió Nelson de manera huraña, mirándole como si creyera que era un santo, ¡por el amor de Dios!

– ¿Marcharse? ¿Cuándo? -preguntó Witt sin moverse.

Katherine se acercó a Nelson.

– Eso debió de ser después de que cortaras el pastel, porque yo le vi aquí antes.

Nelson asintió con la cabeza.

De manera que Kat no lo había perdido de vista.

– ¿London iba con él? -preguntó Witt, sabiendo la respuesta de antemano.

Nelson negó con la cabeza enérgicamente, con su larga cabellera rubia rozando la parte superior de sus hombros.

– Se fue solo. No quería que nadie le molestara.

– ¿Por qué no nos lo has contado antes? -Katherine parecía tan tensa que hubiera sido capaz de abofetear al muchacho.

– No quería meterle en problemas.

– ¡London ha desaparecido! -gritó ella. Estaba a punto de ponerse histérica, a punto de perder la cordura-. ¡Me importa una mierda que tu hermano vuelva a meterse de nuevo en problemas!

Witt se colocó entre su hijo y su joven mujer. -Todavía no sabes lo que ha pasado. Aún no. No saquemos conclusiones precipitadas.

– Ese muchacho siempre ha tenido mala sangre -dijo Katherine-. No me gusta tener que admitirlo, pero no puedo pasar por alto que él…

– ¡Basta ya! -gritó Witt mientras miraba a su hijo mayor, que había estado observando aquella discusión con una mueca de diversión en los labios-. ¿Te parece que todo esto es divertido? -le inquirió chillando.

– No.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Witt.

– Me parece que tú sabes dónde está tu hermano.

– Probablemente tenía una cita con alguna chica -replicó Jason y luego añadió con indiferencia-Siempre está caliente. Mi opinión es que está pasando la noche con alguna chica con la que ha ligado.

Katherine lo miró con afectación.

– Venga, papá. No hagas ver que ya no te acuerdas de lo que sentías a los diecisiete años, cuando estabas tan caliente como las bodegas del infierno. Zach simplemente quería acostarse con alguien.

Witt apenas podía recordar aquella época, pero no le importaba lo más mínimo. No ahora. No cuando London acababa de desaparecer.


Sirenas.

En algún lugar a lo lejos sonaban sirenas que aullaban en la noche. Bocinas de coches, gente que gritaba y el martilleo en su cabeza que no cesaba. Poco a poco, Zach abrió los ojos. El suelo parecía moverse y por unos momentos no supo dónde se encontraba. Trató de incorporarse y un dolor rebotó por su brazo. Estaba mareado y sentía que la cabeza le pesaba una tonelada.

Apretando los dientes, consiguió apoyarse sobre las rodillas y vio el oscuro charco de sangre -su sangre- en la alfombra barata. La habitación daba vueltas. Se sentía aturdido, con la mente ofuscada, hasta que vio su reflejo ensangrentado en el espejo que había sobre el tocador. El hotel Orion. Habitación 307. Sophia. De golpe lo recordó todo. La hermosa muchacha, los matones dándole una paliza hasta dejarlo medio muerto. «¿Porqué?»

Porque aquellos tipos habían creído que él era Jason.

Maldito malnacido. Le había tendido una trampa. Su propio hermano. Zach se puso de pie con esfuerzo y se dirigió hacia el cuarto de baño. Sentía punzadas en la cabeza, un fuerte dolor en la ingle a causa de la patada recibida y el hombro parecía que le ardiera, pero aun así consiguió abrir el grifo del lavabo y echarse un poco de agua en lo que hasta hacía poco había sido su cara. Tenía realmente mal aspecto. Sus ojos ya estaban empezando a ponerse completamente morados, tenía costras de sangre reseca en las fosas nasales y alrededor de los labios. Tenía uno de los huesos de la mejilla aplastado y un corte limpio le recorría la otra mejilla desde la raíz del pelo casi hasta la mejilla.

Su disfraz de mono, el esmoquin que Kat le había comprado, estaba desgarrado y lleno de sangre.

La vergüenza y la rabia se mezclaban en él, mientras veía su reflejo en el espejo. Jason había utilizado el señuelo de la puta -una asquerosa puta- y le había tendido una trampa en la que él había caído y que, ¡por el amor de Dios!, había estado a punto de costarle la vida. Pero todavía estaba vivo. Estaba vivo y pensaba que quizá, debería ir al hospital, y que sobreviviría lo suficiente para hacerle pagar todo aquello a su maldito hermano. Se limpió la sangre de la cara con una toalla blanca de felpa que tenía bordada una «O» de color negro, y dio un respingo cuando el agua caliente tocó la herida de navaja. Decidió no hacer nada con su hombro, para evitar que empezara a sangrarle de nuevo. Además, tenía que marcharse de allí enseguida. De ninguna manera quería tener que dar explicaciones sobre la razón que le había llevado hasta allí, ni darles otra oportunidad a aquellos matones. Tenía que regresar al hotel Danvers y subir a su habitación sin que nadie le viera.