– Siéntese, señorita Nash -le sugirió en un tono de voz que la mayoría de los testigos en los tribunales obedecía sin rechistar.


Pero ella se quedó allí de pie, sin moverse del sitio, y Jason pudo ver por el rabillo del ojo cómo la boca de Zach se torcía con una mueca jocosa. Se estaba divirtiendo con aquello, sobre todo porque él no tenía ya mucho más que perder de la herencia. El viejo lo había desheredado ya una vez y luego, cuando él se había hecho mayor, Witt se había ido ablandando y al final había tratado de arreglar las cosas entre ellos, ofreciéndole a Zach el rancho, que era la única propiedad que realmente le interesaba.

Zachary había sido reticente, pero al final había aceptado. El viejo y su hijo rebelde habían llegado a algún tipo de trato, algo de lo que nadie hablaba. No había papeles firmados, pero al final Zach había acabado remodelando el hotel Danvers tal y como deseaba Witt. A cambio, Zach heredaría el rancho de Bend: gran cantidad de hectáreas de rica tierra de cultivo, pero una gota tan pequeña en el cubo de las propiedades de la familia que a nadie le importaba demasiado. El hecho de que Zach deseara tener aquel rancho le parecía a Jason que era una ganga en una negociación con su cabezota hermano. Aunque sospechaba que en el fondo era tan codicioso como el resto del clan.

Si de repente apareciera London, la parte de la herencia de Zach no se vería muy afectada. No tenía ningún porcentaje de los bienes activos, tan solo el maldito rancho, que apenas se vería disminuido en unas pocas hectáreas si tuviera que pagarle su parte a su hermana London. Pero Jason, Trisha y Nelson se verían seriamente afectados porque Witt, maldito fuera, había ordenado a sus abogados que cedieran el cincuenta por ciento de sus posesiones, incluido el valor del rancho, a su hija más joven. Un maldito cincuenta por ciento. No se había previsto, sin embargo, el hecho de que pudiera no aparecer jamás. Solo al cabo de cincuenta años -¡cincuenta años!-podrían devolverse esos activos al resto de los propietarios. Para entonces, Jason ya tendría un pie bien metido en la tumba. ¡Demonios, menudo desastre! Por suerte, muy poca gente conocía los términos de aquel testamento, pues de lo contrario no dejarían de aparecer una London Danvers tras otra, saliendo de debajo de las piedras con la intención de meter las manos en aquella fortuna.

Y esta de ahora lo miraba desafiante a los ojos, y se parecía tanto a Kat que despertaba en él los mismos deseos lujuriosos de cuando él tenía veinte años y su madrastra aún era la mujer más atractiva y excitante que había sobre la faz de la tierra. La había deseado, había tenido fantasías con ella y había soñando que hacía el amor con ella, pero ella solo parecía tener ojos ¡para Zach, que en aquella época no era más que un adolescente.

Zach, ¡por el amor de Dios!

La actitud de Zach atufaba a insolencia y no tenía»ningún respeto por las cosas buenas de la vida, a pesar de que tenía a las mujeres haciendo cola por él. Kat había sido la primera de la larga lista de mujeres que habrían dado sus diamantes o cualquiera de sus joyas más preciadas por tenerlo en la cama. El hecho de que Zach hubiera aparentado siempre indiferencia parecía haberlo hecho todavía más codiciado.

Jason no lo entendía, nunca lo había entendido. Todo lo que sabía es que Zach siempre había causado más problemas de lo que valía.

– Mira -estaba diciendo Adria con la barbilla levantada en su dirección-:¿por qué no pones la cinta de vídeo?

– Lo haré -le aseguró Jason mientras echaba un vistazo a su reloj-. Pero podemos esperar unos minutos hasta que lleguen Trisha y Nelson.

– Así que, después de todo, va a ser una fiesta familiar -dijo Zach con un tono de cinismo en sus palabras-. Nos lo vamos a pasar en grande.


– Te lo estoy diciendo, Trisha, fue totalmente sobrecogedor -dijo Nelson mientras detenía su coche delante del garaje, al lado del jeep de Zach y el Jaguar de Jason-. Quiero decir que sentí como si hubiera vuelto veinte años atrás en el tiempo. Es igual a Kat.

Trisha no parecía estar impresionada. Había pasado por eso mismo demasiadas veces. Nelson apagó el motor del coche.

– ¿Y qué es lo que quiere?

– No lo sé. Dinero, imagino.

– ¿De dónde ha venido?

– Te estoy diciendo que nadie sabe nada de ella.

– ¿Y no te parece que hubiera sido más inteligente investigarla antes de tener que reunimos con ella?

– Jason no quiso que montara una escena en la fiesta. Había allí demasiados periodistas.

– Así que nos la ha metido aquí. Fabuloso -dijo Trisha mientras bajaba del Cadillac y cerraba la puerta de un golpe.

Trisha no tenía tiempo para esos juegos de niños. Siempre había habido alguna mujer que pretendía ser London Danvers y siempre la habría. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? ¿Por qué no le habían dado un buen susto a esa zorra o le habían pagado para que dejara en paz a la familia? Las impostoras se compraban normalmente con poco dinero. Ofrecerles un cheque por dos o tres mil dólares y prometerles no iniciar acciones legales contra ellas por fraude era suficiente para tenerlas contentos y conseguir de ellas lo que quisieran. Siempre acababan firmando declaraciones en las que se comprometían a no volver a afirmar que eran London Danvers y a no molestar a la familia, y en algunos casos -sospechaba Trisha-hasta era posible que se hubieran acostado con Jason. Parece ser que se pirraba por acostarse con cualquier mujer que se pareciera, ya fuese remotamente, a Kat. Algún extraño tipo de complejo de Edipo. A Trisha no le importaba en absoluto, mientras que la mujer en cuestión desapareciera luego. Pagar a esas impostoras les ahorraba un montón de tiempo y dinero en abogados, de manera que todos quedaban contentos. Así que, ¿por qué no habían hecho lo mismo en esta ocasión?

– En este momento no podemos permitirnos ninguna publicidad adversa. Mi trabajo… -balbuceaba Nelson.

– No es tan importante, pequeño arribista. No eres más que un abogado de oficio -le recordó ella-. Y si no te mandaran cada mes el cheque del fondo fiduciario, andarías gorreándonos a todos para poder pagar el alquiler.

– Sabes muy bien por qué trabajo donde trabajo -dijo Nelson, mirando a su hermana con desafío-. No es más que un escalón en mi carrera, Trisha.

– Política-dijo ella con desprecio-. Eres igual de despreciable que tu padre. Delirios de grandeza.

– La política es poder, Trisha, y los dos sabemos lo que sientes por los hombres poderosos.

– Lo mismo más o menos que sientes tú -contestó ella con voz de gorgorito, aunque se sentía como si le estuviera abofeteando.

Sabía que había metido el dedo en la llaga, pero también sabía que Nelson tenía la extraña habilidad de reconocer las debilidades de las personas y exponerlas a la luz. A veces Trisha se preguntaba si habría algún secreto en la familia que Nelson no conociera y que no fuera capaz de utilizar para su propio beneficio. Bueno, él también tenía unos cuantos esqueletos en su armario. Mientras caminaban hacia la puerta, Trisha miró su reloj. Era más de medianoche y estaba cansada. La inauguración del hotel había sido todo un éxito y habría preferido quedarse dándose un baño de elogios de los invitados en lugar de regresar a esa casa, la casa en la que había crecido, un lugar lleno de fantasmas y malos recuerdos, de traiciones y mentiras. Allí se habían oído las risitas haciendo eco por los pasillos de la casa Danvers. Aunque la verdad era que ella no recordaba nada más que las continuas discusiones y los continuos arrebatos de ira, cuando Witt Danvers trataba de obligar a sus cinco hijos cabezotas a convertirse exactamente en lo que él quería que fueran. Trisha metió la mano en el bolso y sacó una cajetilla de cigarrillos. Se paró en el vestíbulo y encendió uno. Necesitaba algo más fuerte. Una bebida o una raya de cocaína podría servir, pero se conformó con la nicotina y siguió avanzando por el pasillo, intentando no recordar las peleas y el odio que habían inundado aquella casa cuando su padre descubrió que ella estaba saliendo con Mario Polidori.

– ¡Lo has hecho para reírte de mí! -había gritado Witt con la cara completamente roja y las venas de las sienes a punto de estallarle.

– No, papá, le amo…

– ¿Le amas? -había gritado Witt con sus ojos azules echando chispas de disgusto-. ¿Que le amas?

– Quiero casarme con él.

– ¡Por el amor de Dios! Por supuesto que no te vas a casar con él. ¿Acaso no sabes quiénes son los Polidori? ¿Lo que le han hecho a esta familia?

– Le amo -volvió a decir ella con firmeza, con lágrimas en los ojos.

– Entonces estás loca, Trisha, y de todas las cosas que he pensado de ti, te aseguro que nunca imaginé que eras tan estúpida.

Ella empezó a sentir que se derrumbaba por dentro, pero intentó mantenerse firme.

– Odias a Mario por culpa de mamá. Porque ella se acostó con Anthony…

La bofetada la mandó contra la pared del estudio de Witt y su cabeza golpeó contra la esquina de la chimenea.

– No vuelvas a hablarme nunca más de esa mujer, ¿me has entendido? Ella me abandonó a mí, lo mismo que abandonó a todos sus hijos, para poder seguir su romance con Polidori. ¡De manera que no me vengas ahora con cuentos de que estás enamorada de su maldito hijo!

– Tú no lo entiendes…

– No, Trisha, tú eres la que no me entiende. ¡No volverás a verlo nunca más! ¿Lo has entendido?

Aplastada contra la pared, enfrentada al rostro lleno de rabia de su padre, ella se negaba a aceptarlo. Estaba enamorada de Mario. Lo estaba. Tenía los puños apretados y tensos, y las lágrimas empezaban a correrle por las mejillas; aquel día se dio cuenta claramente de que su padre era un ogro, un horrible y rudo monstruo al que solo le importaba una cosa: su hermosa hija, London. Trisha se enjugó las lágrimas del rostro con la manga y se mordió el labio para intentar dejar de llorar. ¡En aquel momento odiaba a Witt Danvers y pensaba intentar todo lo que estuviera en su mano para hacerle daño!


Ahora, después de tantos años, todavía sentía la pena. Su padre había sido un bastardo mientras estuvo vivo y todavía ahora manejaba a sus hijos desde la tumba, poniendo riendas a su dinero para hacerles saltar a través de aros, como animales de feria. Se sentía furiosa. Caminó a lo largo del vestíbulo. Su padre nunca la había querido, en absoluto. Solo había querido a su hija pequeña, y ahora esta -o más probablemente cualquier impostora- había vuelto e intentaba meter sus codiciosos deditos en la fortuna del viejo. Bien, Trisha estaba decidida a pelear contra aquella cazafortunas con uñas y dientes. London se había librado mientras ellos tuvieron que enfrentarse y sufrir a su padre día tras día, y besarle el culo para que no los dejara fuera de su testamento.

Excepto Zach. Él había sido el único capaz de mandar a su padre al infierno y luego regresar a las buenas maneras de Witt. Por mucho que odiaba tener que admitirlo, Trisha admiraba la firmeza de su hermano.

Y en cuanto a Adria Nash, incluso si era capaz de demostrar que ella era London, Trisha se prometió en silencio que nunca le permitiría tocar un penique de la fortuna de los Danvers. No había pagado su deuda, no había tenido que vivir con el tirano sin corazón que había sido Witt Danvers. London no se merecía la mitad de las propiedades del viejo, y, de todos modos, lo más probable era que aquella mujer no fuera más que otra buscadora de fortunas.

– ¿Qué estás pensando? -preguntó Nelson con las cejas ansiosamente levantadas mientras observaba a su hermana.

– Nada.

– Procura comportarte bien, Trisha, y escucha lo que tenga que decirnos -dijo él sin creerla-. Prepárate. Es igual que nuestra querida madrastra hace veinte años.


Entraron en el estudio y Trisha estuvo a punto de tropezar cuando su mirada se detuvo en aquella mujer, una hermosa mujer. El parecido era sorprendente, y a pesar de que aquella muchacha no tenía la innata sensualidad felina de la mujer de la que afirmaba ser hija, era prácticamente el vivo retrato de Kat.

Alguien, probablemente Nelson, colocó un vaso en las manos de Trisha y ella tomó un trago. Zach los presentó, pero Trisha no prestó demasiada atención; estaba demasiado envuelta en los recuerdos de su madrastra. Sintió un nudo en la garganta. Cielos, ¿sería posible? ¿Era aquella mujer de verdad su hermanastra? Tomó otro relajante trago de su bebida y apagó el cigarrillo. Jason estaba hablando…

– …de manera que os hemos esperado para verla juntos. Adria asegura que esta es la prueba que necesitamos. -Metió la cinta de vídeo en el magnetoscopio y pulsó el botón de encendido. Trisha apartó su atención de aquella mujer que tanto se parecía a Kat y la dirigió hacia la pantalla.

Zachary volvió a su posición al lado de la ventana. El ambiente en la habitación era tenso, pero a él le pareció divertido ver las miradas de reojo que se intercambiaban sus hermanos. Adria los había conmovido. A todos ellos. Ahora estaban preocupados. Por primera vez en casi veinte años.