– Háblame de mi madre -dijo ella, como si le hubiera leído el pensamiento.
– Si es que era tu madre -dijo él, poniendo en marcha los limpiaparabrisas.
– ¿Cómo era? -continuó ella, ignorando la indirecta.
– ¿Qué quieres saber de ella? -preguntó Zach, mirándola de reojo en la oscuridad.
– Por qué se suicidó.
– Nadie sabe si intentó matarse o simplemente tomó demasiadas pastillas y se cayó -contestó él con un parpadeo en los ojos.
– ¿Y tú, qué piensas?
– No pienso nada. No serviría de nada. No la iba a traer de vuelta aquí. -Su mandíbula estaba dura como el granito.
– ¿Eso te gustaría? ¿Que estuviera todavía viva?
– Deja que te aclare una cosa, ¿de acuerdo? -dijo él, lanzándole una desdeñosa mirada-. No me gustaba Kat. En mi opinión no era más que una sucia manipuladora. -Redujo la marcha para girar en una esquina y añadió- Pero tampoco deseaba que muriera.
Era obvio que Adria había metido el dedo en la llaga, pero le parecía que Zachary no estaba siendo completamente honesto con ella. Había demasiada tensión en sus músculos, demasiado enfado escondido en las líneas de su cara. Y había algo más que no le estaba contando.
– ¿Y qué me dices del resto de la familia, cómo se sienten al respecto?
– Tendrás que preguntárselo a ellos -resopló él. El jeep llegó a la parte más baja de la colina y Zach se metió en la carretera que conducía al este-. ¿Dónde te alojas?
– En el Benson -mintió ella. Él alzó una ceja con interés y Adria supo por qué. El Benson, al igual que el hotel Danvers, era uno de los hoteles más antiguos y prestigiosos de Portland. Su vestíbulo era la reminiscencia de un antiguo club inglés, con cálidas paredes de madera, una gran chimenea y enormes escaleras que llevaban a los pisos superiores. En él se alojaban dignatarios, embajadores, estrellas de Hollywood y políticos de todo tipo, lo mismo que en el hotel Danvers. Las habitaciones no eran en absoluto baratas.
Pero como necesitaba algo de intimidad, un poco de espacio fuera de la mirada que todo lo abarcaba de la familia Danvers, mintió. ¿Qué importaba realmente si estaba alojada en un motel de mala muerte de la calle Ochenta y dos? Ninguno de los miembros del clan Danvers necesitaba saber nada más de ella. Al menos no por el momento. No hasta que estuviera preparada. No tenía ninguna intención de inventarse un pasado. Les contaría toda la verdad en cuanto creyera que era oportuno, pero en ese momento estaba cansada, se sentía sin fuerzas y no tenía ganas de comenzar un segundo asalto de aquella pelea.
– ¿Dónde vives, cuando no te alojas en el Benson? Ya eran demasiadas preguntas. Una sonrisa afloró a sus labios. Se le había pegado el cínico humor de él.
– Montana, ya te lo he dicho, crecí en una pequeña ciudad, cerca de Bitterroots, llamada Belamy. -Nunca había oído hablar de ella. -Poca gente la conoce.
– ¿Has vivido allí toda tu vida?
– Sí.
Sus preguntas la ponían al borde del abismo. Él estaba intentando descubrir si mentía. De modo que se mantuvo estrictamente en la verdad. Aunque nunca se había sentido demasiado cerca de su madre, Víctor era amable y cariñoso, y estaba empezando a sospechar que era un padre mucho más paciente de lo que Witt Danvers había sido jamás.
– ¿También pensaba tu madre que eras London?
– No creo -contestó Adria, negando con la cabeza.
Acelerando para pasar un semáforo en ámbar, él preguntó:
– ¿Recuerdas la primera vez que conociste a tus padres? Si eras London, debías de tener unos cinco años. Como tú misma dijiste, los niños de cinco años también tienen recuerdos.
Ella se quedó mirando los rascacielos que se elevaban hacia el oscuro cielo nocturno delante de ellos.
– Yo no tengo recuerdos, al menos no auténticos recuerdos. Solo imágenes. -¿Imágenes? ¿De qué?
Zach metió el coche en una calle lateral que conducía hasta el hotel Benson.
– De la fiesta. Había mucho ruido y fue muy excitante, y…
– Eso lo has podido leer.
– Recuerdo a Witt, con su cabello plateado. Me hacía pensar en un oso polar… tan grande…
– Eso también está en los periódicos. -Paró delante del Benson, en el carril reservado para los invitados y ella volvió hacia él sus radiantes ojos azules.
– Por supuesto que tienes razón -dijo ella, cogiendo el pomo de la portezuela-. Pero hay algo en todo esto que no encaja. Entre todas las imágenes borrosas que dan vueltas por mi mente, hay una tan clara que incluso da miedo.
– ¿De qué se trata? -dijo él burlonamente, aunque se sentía como si le estuvieran apretando un tornillo en el pecho y el corazón le latía con fuerza.
– Te recuerdo a ti, Zach -dijo ella, mirándole fijamente.
– Lo dudo -replicó él, sintiendo que aquel tornillo se apretaba un poco más.
– Tan claramente como si hubiera sido ayer. Recuerdo a un huraño muchacho de cabello negro al que yo adoraba.
Ella abrió la puerta, bajó del coche y echó a andar por la acera. Zach salió tras ella, pero ya había desaparecido. Como un fantasma que se esfuma en medio de un humo blanco, ella había desaparecido en el hotel.
Pensó en llamarla para que bajara de su habitación y pedirle explicaciones. ¿Qué era lo que recordaba de él? Pero no se movió. Evidentemente, aquel último gesto estaba pensado de antemano, un comentario final para llamar su atención.
Sonó un claxon detrás de él y apretó el acelerador alejándose, pero no pudo dejar atrás aquellas palabras; flotaban en el aire y le acompañaron durante todo el camino hasta el hotel Danvers, donde, para evitar a cualquiera de los invitados que pudiera estar aún en el bar después de acabada la fiesta, tomó el ascensor de servicio hasta la planta séptima y se metió en su habitación. La luz roja del contestador telefónico parpadeaba. No le sorprendió que Jason le hubiera llamado.
«Magnífico», pensó Zach, mirando sus bolsas de viaje. Tenía el equipaje listo y estaba preparado para marcharse, pero de repente supo con claridad que no iba a irse a ninguna parte. Al menos, no aquella noche. Quitándose los zapatos, se sentó en el borde de la cama y marcó el número de teléfono. Jason levantó el auricular al segundo timbrazo.
– Ya has llegado, ¿dónde estabas?
– La he dejado en la puerta del Benson.
– ¿Allí es donde se aloja? -preguntó Jason desconfiado.
– Tiene gracia, ¿no te parece? Pretende ser la heredera desaparecida de los Danvers y se aloja en la competencia.
La voz de Jason sonaba amortiguada, pero Zach le oyó ordenar a Nelson que llamara al Benson por la otra línea y que hablara con Bob Everhart, quien en otro tiempo había trabajado para Witt, para que averiguara el número de la habitación de Adria. Su voz era dura cuando volvió a dirigirse a Zach.
– Te deberías haber quedado por allí después de dejarla en la puerta del hotel -¿Para qué?
– ¿Para qué? Para vigilarla, por supuesto.
– Por supuesto -repitió Zach-. ¿Cómo no se me había ocurrido?
– Ella representa una amenaza para nosotros, Zach.
– No lo creo. -Tumbándose sobre la cama, se preguntó por qué se estaba tomando la molestia de conversar con su hermano-. Mira, es muy tarde, de modo que me voy a marchar…
– ¿Ahora? ¿Te vas a marchar ahora?
– Pronto.
– ¿Cuando estamos en medio de una jodida crisis familiar?
– Me importa una mierda.
– Ya lo sé -dijo Jason, y Zach se quedó mirando al techo.
Estaba mintiendo un poco. Sí le importaba. Por el rancho. Y además sentía curiosidad por Adria. ¿A qué estaba jugando?
Jason no se daba por vencido.
– Te crees que tu rancho está protegido, ¿verdad? Porque es un legado específico. Pero te diré que las cosas cambiarán si esa mujer demuestra que es London. Se compraron muchas hectáreas más después de que se firmara el testamento original, y todos esos acres no se van a considerar parte del rancho, por ejemplo. Y si todos los demás tenemos que darle una parte, para asegurarnos de que recibe su cincuenta por ciento, tú también tendrás que hacerlo, Zach.
– Parece que has estado muy ocupado -dijo Zach, frunciendo el ceño al auricular.
– Ahora, escúchame. Parece que Adria confía en ti. Tú fuiste la primera persona a la que se dirigió. Mantente cerca de ella. Averigua cuál es su precio… ¿Qué? -Su voz se debilitó al volver la cabeza, pero Zach lo escuchó todo a pesar de que su hermano hubiera tapado el auricular con la mano-. ¡Lo sabía! Vale, pues empieza a llamar a las compañías de taxi… No sé. Tú haz lo que te digo. La policía lo hace siempre; de acuerdo, llama a Logan. Todavía lo tenemos en nómina y sigue teniendo sus contactos a pesar de estar retirado. Oh, por el amor de Dios, ¡por qué tengo que cargar yo con esta mierda de conflicto de intereses! -La conversación parecía tener para rato y Zach estuvo a punto de colgar el auricular, pero Jason volvió de nuevo a dirigirse a él-: Menuda sorpresa. Ni Adria Nash o London Danvers, ni Adria Danvers o London Nash está alojada en el Benson. Seguramente se escondió en el lavabo de señoras hasta que vio que te habías marchado y luego salió para tomar un taxi a Dios sabe dónde.
– Ya se dejará ver. Las de su clase siempre lo hacen.
– Olvidas una cosa, Zach. Esta es diferente. No está aquí afirmando que es London, proclamando a los cuatro vientos que ella es nuestra querida hermanita perdida, no, la suya es una historia muy diferente; y ese es el tipo de historias que más le gustan a la prensa. «¿Es ella o no es ella?» Y se parece tanto a Kat que haría que todo el mundo se pusiera a especular. Tenemos que conseguir que mantenga la boca cerrada.
– ¿Cómo?
– Para empezar, tendrías que haberla seguido…
– Debes de estar bromeando.
– Pues no bromeo.
La mandíbula de Zach estaba tan tensa que le dolía. No le gustaba ser manipulado, y hasta donde le alcanzaba la memoria, siempre había habido alguien en su familia -Witt, Kat o Jason- intentando manejar los hilos. -Mi opinión es que trabaja con un cómplice.
– Venga ya…
– ¿Por qué no? Estamos hablando de un montón de dinero. Muchísimo. La gente haría cualquier cosa con tal de meter las manos en él, incluso hacerse pasar por una chica muerta. Piensa en ello, Zach, nuestra mayor preocupación es que ahora aparezca alguien afirmando ser la heredera, cuando Kat y Witt están muertos, y no hay manera de recoger muestras de ADN de ningún tipo.
– Yo no estoy en absoluto preocupado.
– Pues deberías estarlo. Tanto si te gusta como si no, eres un miembro de esta familia y… espera un minuto. -Tapó el auricular con la mano otra vez durante un momento y luego siguió hablando-: Mira, Logan está investigando en las compañías de taxi. Te volveré a llamar cuando haya averiguado algo.
– No hace falta que te molestes. Zach colgó el teléfono de un golpe. Estaba harto de Portland, harto de su familia, harto de todo ese lío. Se quitó el esmoquin -alquilado-, lo colocó de nuevo en su envoltorio y dejó la bolsa en el armario. Cuando ya se había vestido con un suéter y un pantalón tejano, sonó de nuevo el teléfono. Estuvo tentado de no contestar, pero volvió a levantar el auricular. No hacía falta que adivinara quién le estaba llamando.
– Está en el Riverview Inn, en la calle Ochenta y dos, en algún lugar cerca de Flavel -dijo Jason, contento consigo mismo-. Parece que nuestra pequeña caza-fortunas no nada en la abundancia, ¿no crees?.
– Y eso qué importa.
– Por supuesto que importa. No podrá pagar a los mejores abogados si ni siquiera puede permitirse una habitación decente. ¿Por qué no te das una vuelta por allí, Zach, y compruebas cuál es la situación? Y si trabaja sola, llévatela al rancho contigo.
– Ni lo sueñes.
– Allí estará a salvo. Aislada.
– No creo que quiera venir conmigo.
– Convéncela
– ¿Cómo? ¿Diciéndole que a lo mejor así puede llegar a conseguir una parte de la herencia?
– Venga, Zach. Hazlo. ¿Quién sabe? Puede que incluso sea London.
– No me hagas reír -dijo él, ignorando la extraña sensación que le encogía el estómago al recordar aquellos claros ojos azules y aquella voz ronca y seductora. «Te recuerdo a ti, Zach. Tan claramente como si hubiera sido ayer. Recuerdo a un huraño muchacho de cabello negro al que yo adoraba.» Sus manos empezaron a sudar alrededor del auricular del teléfono.
– Espero que tengas razón, pero te aseguro que me gustaría averiguarlo.
– Pues hazlo tú solo.
– Como te he dicho, ella confía en ti.
– Pero si ni siquiera me conoce. Zach empezó a golpear con un pie en el suelo con desesperación, pensando en Adria. Era hermosa y seductora, y él se sentía atraído por ella. Y esa atracción, solo por sí misma, ya era peligrosa. Ni quería ni deseaba que ninguna mujer se metiera en su vida, y menos aún una que tuviera la vista puesta en la fortuna familiar. Ya había aprendido antes esa lección.
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