Logan no confiaba en la gente con dinero, especialmente en los ricos con ambiciones políticas; y en el puesto número uno de la lista de las personas en las que no confiaba estaban Anthony Polidori y Witt Danvers. Polidori estaba metiendo mucho ruido con la intención de presentarse a senador del Estado, y los votantes católicos e italianos estaban de su lado; Witt tenía la vista puesta en convertirse en alcalde o gobernador, por lo que sospechaba Logan, y los blancos protestantes de Portland estaban dispuestos a votar por él. A Logan se le revolvió el estómago solo de pensarlo. Si las cosas acababan saliéndole bien, Witt Danvers podría terminar siendo el jefe de Logan. ¡Maldita mierda!

Aceleró su Ford para pasar un semáforo en ámbar en el boulevard McLoughin y puso rumbo al sur, a las afueras de la ciudad, hacia Milwaukee, donde se había ido extendiendo un enclave de granjeros italianos que vivían en caravanas desde mediados de aquel siglo. Los Polidori habían sido en otra época vendedores de verduras, pero habían ahorrado, habían invertido en tierra barata, habían vendido sus productos a los mejores restaurantes de Portland y poco a poco habían amasado una fortuna; no tan grande como la de los Danvers, pero en esencia igual de importante.

Sí, pensó Logan exhalando una larga bocanada de humo, le gustaría ver a Anthony Polidori estrellarse a causa del secuestro de la pequeña Danvers. Iba a ser divertido ver a aquel miserable arrastrándose por el suelo de la sala de interrogatorios. Pero eso no iba a pasar. Él lo sabía, Polidori lo sabía y Witt Danvers, por mucho que el viejo se empeñara en no admitirlo, también lo sabía.

Tiró la ceniza, del cigarrillo por la ventana y apretó el pedal del acelerador. Ignorando los límites de velocidad, cruzó a toda marcha las calles de Milwaukee en dirección a la carretera que llevaba alWaverley Country Club, donde unas cuantas mansiones con jardines rodeaban el club más prestigioso de toda la ciudad. Los alrededores del exclusivo club estaban formados por varias hectáreas de exuberante verde y por canales que se extendían por la parte este de los bancos de arena del río Willamette.

Frunciendo ligeramente el entrecejo, Logan se metió en el camino del club y esperó en la puerta a que el guarda de seguridad determinara si podía pasar o no. Logan no tenía tiempo para perder en tonterías. Le mostró la cartera abierta con su placa (lo cual era una pérdida de tiempo, pues el guarda sabía de sobra quién era) y luego apagó su cigarrillo en el cenicero.

Las puertas se abrieron lentamente con un sonido de motor eléctrico. Logan apretó el acelerador y el Galaxy cruzó por en medio de los jardines de rosas y las fontanas que rodeaban el edificio principal.


Anthony Polidori salió a esperarlo a la puerta de entrada de la casa. Era un hombre bajo, de hombros anchos, con un fino bigote sobre los labios, unos ojos negros que brillaban cuando se enfadaba y un diente de oro. Acompañó a Logan hasta un vestíbulo de tales dimensiones que podría contener todo el apartamento de Logan en Sellwood.

– No te molestes en decirme por qué has venido -dijo Polidori, haciéndole pasar por unas puertas dobles de lustrosa madera negra-. Sé que se trata de nuevo de la chica de Danvers. -Señalando con una mano una silla de cuero, se acercó al bar, echó tres dedos de whisky irlandés en dos vasos bajos de cristal y le acercó uno de ellos a Logan.

El perfume ahumado del whisky acarició las fosas nasales de Logan, pero dejó el vaso en una esquina de la mesa de escritorio de Polidori. Le apetecía mucho tomar un trago, pero se las apañó para no demostrarlo.

– Tu nombre ha salido a colación en el asunto.

– Ya he dicho lo que tenía que decir -dijo Polidori sin molestarse en sentarse, tan solo se acercó a las enormes ventanas de vidrio que daban sobre el río-. Tus hombres han estado aquí cada día. Sabes que tengo mucha paciencia, pero aun así considero que esto es una pérdida de tiempo y del dinero de los contribuyentes. No tengo nada más que decir que no le haya dicho ya a ellos. Habla con tus hombres, Logan. Y luego diles que vayan a buscar a los verdaderos criminales.

Logan no se molestó en contestar. Era mejor dejarlo hablar. Que él solo fuese tirando del hilo.

– Me sorprende que hayas venido aquí personalmente.

– No me he quedado satisfecho con el informe de Taylor. Me ha parecido incompleto.

– Mira, Logan -dijo Polidori con un suspiro-, yo no tengo nada que ver con la desaparición de la pequeña.

– Corta el rollo -dijo Logan en una voz baja que ni él mismo reconoció como suya.

– Tampoco tú me crees, ¿verdad? -Los ojos de Polidori empezaron a brillar.

– Deja que te aclare una cosa. Dos de tus matones atacaron a Zachary Danvers, y lo dejaron lo bastante mal como para que acabara en el hospital, y, casi al mismo tiempo, la pequeña London Danvers y su niñera desaparecían. ¿Coincidencia?

– ¿Tengo que llamar a mis abogados?

– Dímelo tú.

– Yo no tengo nada que ver con ninguno de los dos incidentes -insistió Polidori y luego se volvió a acercar al bar y se sirvió otra copa.-Nada.

Logan no creía ni una sola palabra.

– Puede que te interese saber por qué voy tan duro. Tengo muy buena memoria y te recuerdo muy bien haciendo unas temerarias declaraciones el día que murió tu padre.

– Eso fue hace un montón de años.

Sin pestañear, Logan lo miró fijamente a la cara.

– No vacilaste en culpar a Julius Danvers, el padre de Witt, por el accidente en el restaurante.

El rostro de Anthony se puso rojo de ira.

– Juraste vengarte de todo el clan Danvers.

Los extremos de la boca de Polidori se arquearon, pero sus ojos reflejaban un odio tan intenso que llegaron a atravesar la piel de cuero de Logan.

– Eso fue hace años. Julius Danvers…

– Está muerto.

– …era un desgraciado y un asesino. Mató a mi padre, Logan. Tú, yo y todo Portland lo sabe. Contrató a un matón para que rociara el hotel con queroseno y le prendiera fuego. -Sus fosas nasales palpitaron mientras se acercaba al detective-. Aquel infierno mató a siete personas. La única razón por la que no perdió la vida más gente fue porque aquel fin de semana el hotel estaba cerrado. Alguien que conocía a mi padre apostó a que él estaría allí. Y acertó.

– O bien lo preparó tu propio padre para cobrar el seguro. -A Logan le encantaba hacer de abogado del diablo.

– Lo asesinaron, Logan. -La mandíbula de Polidori empezó a temblar-. Le golpearon en la cabeza y lo dejaron tendido en el suelo de su oficina, mientras rociaban el hotel con queroseno y luego echaban una cerilla encima. Nunca sabré si mi padre murió inconsciente o si se dio cuenta de lo que estaba pasando, gritando y retorciéndose, sintiendo la agonía de las llamas devorando su carne. No ha pasado un solo día de mi vida en que no piense en eso. -Sorbió un trago de su whisky y se cruzó con la mirada de Logan sobre el espejo del bar-. Stephano era un hombre decente. Un mando fiel. Un buen padre. Y Julius Danvers lo convirtió en una antorcha humana. Witt lo sabe perfectamente.

– Conjeturas.

– ¿Cuánto te paga para mantenerte de su parte, Logan? -preguntó Polidori con una fría sonrisa-. Sea lo que sea, nunca será suficiente.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Jack. Pensó en coger su bebida, pero volvió a sentarse en la silla tratando de aparentar serenidad.

– Volvamos a la pequeña de Witt, ¿dónde está?

– No lo sé. Ya te lo he dicho antes. No sé nada de ese asunto.

– ¿No habrás decidido tomarte finalmente la revancha haciendo desaparecer a la pequeña?

– Seamos serios -contestó Polidori, echando un trago, mientras sus nudillos se ponían blancos por la presión con la que agarraban el vaso.

– ¿Qué mejor manera de hacer que Witt pierda la cabeza que quitándole a su hija predilecta, no? No podrías haber hecho nada que le doliera más que eso.

– Créeme, yo no lo hice. Ahora, si piensas seguir acusándome, llamaré a mis abogados. -Se acercó hasta el escritorio y descolgó el teléfono.

– No te creo -añadió Logan con una voz plana, mientras se quedaba mirando a Polidori con tanta intensidad que pudo ver las pequeñas gotas de sudor que empezaban a aparecer en las grises patillas del viejo. Era culpable como un diablo. Pero ¿de qué?

– No importa lo que tú creas, Jack. Lo que importa es lo que puedas probar. Y ahora, si es que has venido en visita social, cuida tus modales y bébete ese whisky que tan amablemente te he ofrecido. Y si estás aquí de servicio, será mejor que tengas alguna prueba para acusarme o ya te puedes ir de mi casa inmediatamente.

Jack no se inmutó. Por fin parecía que estaba llegando a alguna parte. Polidori había perdido su sangre fría.

– Joey Siri y Rudy Gianotti trabajaban para ti.

– No últimamente.

– Entonces trabajaban para tu chico.

Polidori se apoyó en el escritorio mientras su calmado rostro se ponía rojo de ira.

– Deja a Mario fuera de esto -le ordenó casi sin que sus labios se movieran bajo su bien recortado bigote.

– Puede que se haya metido en este lío por su cuenta -replicó Logan-. Se rumorea que tuvo un asunto con la chica de Danvers, la mayor, hace varios años. En aquel momento ella era menor de edad, dieciséis, si no recuerdo mal, cuando se les agrió el romance.

– Mi chico estaba en Hawai cuando desapareció la pequeña -dijo Polidori con las fosas nasales palpitándole.

– Qué casualidad.

– Él no sabe nada del secuestro.

– Todo el mundo en esta ciudad ha oído hablar de eso, Tony. Ha salido en todos los periódicos, e incluso en la televisión nacional. Y seguramente hasta lo emitieron en las noticias de Waikiki. -Dedicó a Polidori una de sus miradas torcidas de policía malo-. Tal y como yo lo veo, hay alguien que quiere joderle la vida a Witt Danvers. De manera que he estado investigando por aquí y por allá, averiguando cuánta gente tiene algo contra ese tipo, y ¿a que no te imaginas cuál es el nombre que está al principio de la lista?

– No tengo por qué seguir escuchándote -contestó Polidori, volviendo a descolgar el auricular.

– ¿Está Mario en casa? Me gustaría hablar con él. -Logan sintió que por fin empezaba a ganar la partida. Cogió su bebida. Aunque estaba de servicio. ¡Qué demonios!

– No tienes nada que hablar con Mario.

– Puedo hablar con él aquí -dijo Logan, pasando un dedo por el borde del vaso-. O bien puedo ponerle las esposas y llevarlo a la comisaría para interrogarlo. -Frunció el entrecejo pensativamente, como si estuviera considerando la idea-. He visto a un montón de periodistas merodeando por aquí. En busca de una historia. Bueno, tú decides.

– Eres un cerdo, Logan.

– Y tú un mentiroso -dijo Logan, dirigiendo la mirada hacia aquel hombre bajito embutido en un traje caro-. Así que, ¿qué me dices?

Polidori colgó de nuevo el auricular y se arregló la chaqueta. Logan casi podía ver las ruedecillas que se movían en su mente. Por Dios, hacer sudar un rato a ese bastardo le hacía sentirse de maravilla.

– Si Mano colabora, es probable que no tenga que ir tras él. Si no… -Logan alzó uno de los hombros y miró a Polidori por encima del borde de su vaso-, bueno, la cosa no creo que tenga muy buen aspecto en la prensa si toda la antigua basura que hay sobre tu hijo vuelve a salir a la luz. -Sonrió hacia dentro de su vaso-. Los escándalos tienen la mala costumbre de volver a enseñar sus sucias uñas cada cierto tiempo. Y la gente de esta ciudad tiene mucha memoria.

– ¿Mantendrás todo esto en secreto? -Los ojos de Polidori se entornaron durante una fracción de segundo.

– Puede que sea un cerdo, pero no miento.

Con un bufido de incredulidad, Polidori se dejó caer en una silla de color rojo oscuro, presionó un botón oculto bajo un cajón de su escritorio y apareció un guarda. Tras intercambiar unas rápidas frases en italiano, en las que el nombre de Mario se pronunció varias veces, el guarda volvió a salir. Logan tomó un trago de su bebida. A los pocos minutos, Mario hacía su aparición en la puerta de entrada.

De unos veintiséis años, era casi una cabeza más alto que su padre y sus ojos eran de color castaño claro. Con el cabello rizado y de sonrisa fácil, era el perfecto playboy de padre rico. Cuando no estaba conduciendo coches de carreras, o navegando por el Caribe, Mario dirigía el restaurante de la familia en el centro de la ciudad. ¿Drogas? ¿Adrenalina? ¿ O el clásico plan «vive al límite». Anthony se acercó a la silla de Logan.

– Ya conoces al sargento detective Logan.

– Nos hemos encontrado antes -dijo Mario, mirando a Logan de pasada solo un segundo. Logan no se molestó en ponerse de pie.

– Cree que puedes saber algo sobre el secuestro de la pequeña Danvers.

– Eso lo habrás soñado, Jack -dijo Mario, apoyando una cadera embutida en un pantalón tejano contra el borde del escritorio. Uno de los pies no dejaba de moverse nerviosamente-. Yo estaba en Hawai.