Le habían enviado allí justo después de haber sido interrogado por Roger Phelps, una especie de detective privado que había contratado su padre. El detective era paciente, hablaba despacio e intentaba hacer que Zach dijera cosas que no tenía intención de decir. Zach había acabado el interrogatorio con la sensación de que Phelps lo consideraba el principal sospechoso del secuestro de London. Había pensado decirle la verdad, pero no le pareció que fuera a salir nada bueno de mezclar a Jason con la prostituta. ¿A quién le podía importar? Los dos incidentes no tenían ninguna relación entre sí. Y Zach tenía su propio código moral, por muy flexible que fuera. Una cosa que no iba a hacer jamás era chivarse.
Después de hablar con Phelps, le habían mandado allí. Witt había pensado que las largas horas trabajando en el rancho, cargando heno, colocando alambre de espino, cuidando el ganado y teniendo que andar todo el día sobre una silla de montar le harían bien, mucho mejor que el internado que había sido una amenaza constante para él desde que London desapareciera. Witt había dicho a su hijo que creía que las interminables horas de trabajo lo mantendrían alejado de más problemas y Zach no le había replicado. Tenía ganas de marcharse de casa, lejos de las miradas suspicaces que le dirigían todos los miembros de la familia, lejos de la influencia de su madrastra, y no digamos lejos de los policías. Jack Logan, al igual que Roger Phelps, parecía creer que él era culpable de cualquier delito que se cometiera en la ciudad.
Si ellos supieran.
Por supuesto que había tenido sus problemas con la ley. Cuando aún era menor de edad le habían detenido por posesión de alcohol más veces de las que le gustaba admitir; y una vez había robado el coche de una funeraria para darse una vuelta, dejando al director de la funeraria y a la familia del difunto bastante enfadados. Witt había tenido que hablar con ellos para que a Zach, que era menor de edad, no le acusaran de robo de automóvil. Le habían echado de la universidad por haber quemado los retretes de la facultad, y había estado metido en todo tipo de peleas y accidentes de motos -aun antes de haberse sacado el carnet de conducir.
«Demonio sobre ruedas», así lo había definido en más de una ocasión Jack Logan.
Jason había dado la cara por su hermano pequeño:
– No es más que una etapa -había dicho a su padre-. Se está rebelando un poco, eso es todo. No es nada más. Déjalo y ya se calmará.
A Kat todo aquello parecía divertirle.
– Estoy convencida de que a su edad tú también debiste de hacer de las tuyas -le había dicho ella a Witt cuando este se puso furioso por el incidente del coche fúnebre, mirando como si tuviera ganas de estrangular a aquel muchacho que había criado como su segundo hijo varón.
Nelson, cada vez que Zach regresaba a casa en mitad de la noche herido y sangrando por alguna pelea, le pedía que le contara todos los detalles y había estado siguiéndole a todas partes durante varios días, diciendo a Zach lo mucho que se alegraba de que su hermano fuera tan «valiente».
La única que no decía nada era Trisha, sonriendo contenta como si le alegrara que Zach se estuviera llevando las broncas en lugar de tener que sufrirlas ella misma.
Sí, había sido un problema para todos los que había a su alrededor, pero eso le importaba una mierda. Y aquello era lo que más molestaba a Witt, el hecho de que Zach no tuviera medida y no le importara nada. Al menos Trisha tenía sus estudios de arte y Jason iba a convertirse en el maldito mejor abogado de todo el nordeste, pero Zach no tenía ninguna ambición, no quería hacer nada; no parecía interesado por los negocios hoteleros, por las explotaciones madereras o por cualquier cosa remotamente relacionada con Danvers International.
Pero a Zach le encantaba el rancho.
Y no tenía nada que ver con el secuestro. ¿Por qué nadie le creía?
Por supuesto que London había sido una molestia, y Witt había exagerado su favoritismo, pero, a decir verdad, a Zach le gustaba aquella chiquilla que podía salir de cualquier problema con solo sonreír pícaramente a su padre, y mirándole con aquellos ojos azules que brillaban como si contuvieran un secreto personal. Cualquiera que fuera capaz de manipular al viejo era persona a la que Zach respetaba. Aunque solo se tratara de una preciosa niña de cinco años.
Sentía mucho su desaparición y tenía que mantener su mente ocupada con otros pensamientos para que no se notara demasiado su oscura inquietud al respecto de lo que podía haberle sucedido. Pensaba que lo más probable es que hubiera muerto. O que quienquiera que la había secuestrado ya no la dejaría marchar, seguramente no después de tanto tiempo.
– Bueno, ¡esto ya está listo! -dijo Manny, comprobando el poste y satisfecho de lo bien que se sostenía aquella sección de alambrada; luego hizo un gesto a Zach levantando el pulgar de la mano derecha-. Hoy es viernes, creo que podemos dar la jornada por acabada. Zach echó un vistazo a su reloj. Las seis menos diez. Desde que llegara al rancho, hacía poco más de una semana, Manny no le había dejado terminar el trabajo hasta que no habían dado las ocho. Cada día la misma rutina. Zach regresaba a casa cada noche muerto de cansancio, se lavaba, cenaba y se iba a dormir antes de las nueve, para poder estar en forma al día siguiente, en que la jornada empezaba a las cinco de la mañana.
Se quitó el pañuelo, se secó el sudor y la mugre de la cara, y echó a andar hacia el sombreado banco de un riachuelo, donde había dejado su caballo después de la comida. Podía haber vuelto en la cabina de la desvencijada camioneta, o podía haberse sentado en el sucio remolque mientras este se balanceaba por los polvorientos caminos de vuelta a casa, pero él prefería ir a caballo; y especialmente en este, Ciclón, que era su favorito. Se trataba, de un testarudo potro alazán con las cuatro patas blancas, famoso porque mordía y coceaba; pero Ciclón era el caballo más rápido de todo el rancho.
– Vamos, muchacho -dijo Zach, colocándole la manta y la silla al potro-. Es hora de irse.
Con las orejas tiesas, el caballo se movió e intentó cocearlo, pero Zach fue lo suficientemente rápido como para evitar el golpe y agarrar con fuerza las riendas.
– Eres un maldito hijo de perra, ¿verdad? -dijo, saltando a la silla y tirando de las riendas-. Bueno, a mí no me importa, porque yo también lo soy, ¡arre!
Apretó los talones contra los costados del potro, se echó hacía delante en la silla y Ciclón empezó a correr. El viento revolvía el cabello de Zach y hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas. Los altos pinos y los rojizos abetos pasaban borrosos a su alrededor y Zach una vez más se sintió libre y salvaje, como si en aquel momento pudiera hacer cualquier cosa que le viniera en gana.
No echaba de menos en absoluto a sus hermanos, Jason, quien vendería su alma por un poco más de dinero, o Trisha, quien intentaba rebelarse de la única manera que sabía: liándose otra vez con Mario Polidori, hijo del mayor enemigo de Witt. Obviamente, ella no suscribía el refrán de «una vez es mucho; dos, demasiado». Se rumoreaba que estaba metida en asuntos de drogas, aunque Zach no tenía ninguna evidencia de que así fuera. Y en cuanto a Nelson -ese muchacho sí que era un coñazo-, la cosa era clara y simple: desde el secuestro de London, Nelson había vuelto a seguir a Zach como un perrito faldero, esperando que le contara una y otra vez lo sucedido con la puta y con los matones del cuchillo, como si Zach fuera una especie de héroe de guerra. Aquello molestaba a Zach porque Nelson era un tipo blandengue y su adoración era demasiado intensa.
Pero London era otra cosa. Él se había negado a pensar en ella, prefiriendo hacerse el tonto en lugar de pensar en los horrores que podría estar sufriendo su hermanastra.
– ¡Vamos! -gritó al caballo. Zach tiró de las riendas y el potro respondió sin dudarlo un instante, tomando velocidad como si fuera un cometa cruzando el cielo estrellado y acercándose al barranco, allí donde un río cortaba en dos el campo. Con los músculos tensos y al galope, caballo y jinete avanzaban por el estrecho rocoso por el que solo fluía una delgada corriente de agua.
Zach se tendió sobre el cuello del potro y le animó a correr todavía más aprisa. Ciclón mordió el bocado con sus dientes y sus patas volaron sobre la tierra cuarteada. El viento soplaba en sus oídos y el sudor empezó a oscurecer el pelaje del caballo. Riendo por primera vez en varias semanas, Zach gritaba:
– Muévete, miserable pedazo de carne de caballo. Solo cuando ya estaban cerca del potrero, Zach tiró de las riendas, tomando de nuevo el control del animal desbocado.
– Calma, calma -le gruñó, poniéndose de pie sobre los estribos.
Cuando entraban en el potrero, el animal ya había reducido su marcha del galope al trote y acabó moviéndose con un andar lento y tranquilo. Ciclón ladeó la cabeza, con la brida tintineando mientras luchaba con el endiablado jinete que llevaba sobre el lomo.
– Lo has hecho muy bien -dijo Zach. Ciclón respiraba muy deprisa y Zach lo mantuvo un rato más en movimiento, hasta que el caballo volvió a respirar de nuevo a su ritmo normal-. Eso está mejor.
Zach no se dio cuenta de que Trisha lo estaba observando; no la vio escondida bajo las sombras de un pino enano hasta que no hubo parado al lado de la cerca y atado a ella las riendas. Con una sensación de ahogo comprobó que le tocaba enfrentarse de nuevo a su familia y que pronto le iban a amarrar las alas. Todo el antiguo enfado y resentimiento volvió de nuevo a asaltarlo, y aquel rancho que solo unos instantes antes le parecía enorme se convirtió de repente en un lugar pequeño y cerrado.
– ¡Este lugar es una prisión! -dijo Trisha mientras apartaba una larga rama que caía sobre la valla.
– ¿Qué haces aquí? -Pero ya lo sabía. Estaban todos allí. Para quedarse.
– Vacaciones familiares -dijo ella con voz sarcástica. Y arrugó la nariz cuando vio los tábanos revoloteando alrededor de las ancas del potro. Parecía que la ofendiera el olor dulce del estiércol mezclado con la orina y el polvo-. Créeme, he intentado quitarle a papá la idea de la cabeza, pero ya sabes cómo es él cuando se empeña en algo.
– Sí -masculló Zach mientras desmontaba de su caballo.
– En cierta manera, entiendo que papá estuviera cansado de tenernos a todos sentados a su alrededor y esperando a que sonara el teléfono en la casa de la ciudad, por si era la policía o los federales, y sin hacer nada más.
Zach lo recordaba perfectamente.
– Papá dice que le estábamos sacando de quicio; lo cual tampoco es nada nuevo -añadió ella sarcásticamente.
Zach no contestó.
– En fin, creo que estaba preocupado por la posibilidad de otro secuestro.
– Imposible -dijo Zach mientras le quitaba la silla al caballo y la dejaba sobre la valla de madera-. ¿No eras tú la que decía que no se habría preocupado en absoluto si nos hubieran secuestrado a uno de nosotros? ¿Que solo lo hacía porque se trataba de London? Trisha hizo un mohín.
– ¿Sabes una cosa?, si hubiera desaparecido yo, creo que habría comprado la botella de champán más cara del mercado y lo habría celebrado.
– No es tan malo como tú piensas -dijo ella sin demasiada convicción; luego, viendo cómo Zach la miraba de reojo, añadió- De acuerdo, es así de malo. De todas formas, no importa por qué nos ha mandado aquí; lo que importa es que ahora estamos todos en este lugar alejado de la mano de Dios.
– ¿Eso es cierto?
– Incluida Kat.
A Zach se le encogió el corazón, pero se las apañó para mantener la expresión fría y sin rastro de emoción.
– Pues no creo que esté muy contenta -dijo él con indiferencia.
– Y que lo digas -dijo ella, cogiendo unas cuantas agujas de la rama que estaba al lado de su cabeza, y apretándolas y retorciéndolas entre los dedos-. Tenías que haber visto la pelea que tuvieron. Me recordó la bronca de mamá y papá cuando se separaron. La verdad es que Kat se enfrentó a él con valor, debo reconocerlo, pero aparte de los gritos con los que protestaba por ser alejada de Portland, ha acabado viniendo aquí, como todos nosotros, y eso realmente la ha cabreado. Quería quedarse cerca de la investigación y creo que antes le hubiera pegado un tiro a papá que abandonar la ciudad. Pero, por supuesto, papá ha acabado saliéndose con la suya. -Los ojos de Trisha se nublaron y Zach se dio cuenta de que ya no estaba pensando en Kat.
– Él siempre se sale con la suya.
– Creo que papá tenía algún motivo más para enviarla aquí -dijo Trisha, mirando fijamente a su hermano.
Zach alzó una ceja con desinterés.
– Kat se ha puesto como un demonio porque cree que la investigación está empezando a decaer. Los polis no tienen ni una pista y el FBI no lo está haciendo mucho mejor. Son todos una pandilla de estúpidos ineptos incapaces de mover el culo.
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