– No hagas esto, Kat -gimió Zach casi sin aliento.
– Tú también lo estás deseando -murmuró ella con un suspiro tan suave como una noche de verano.
Él se dijo que no podía besarla, o tocarla, ni siquiera pensar en ella, aunque se sentía demasiado débil para escapar de aquella situación. Ella entreabrió los labios y sus pechos, a través de la ligera barrera de la camiseta que llevaba puesta, rozaron el pecho desnudo de él.
En su mente gritaban un centenar de razones para detenerse, pero cuando su lengua le acarició los labios, y luego presionó ligeramente intentando introducirse entre ellos, él se dio por vencido y la besó, apartando de su mente todas las advertencias.
La lengua de Kat era caliente y maravillosamente húmeda. Tocó con su lengua el paladar de ella, la frotó contra sus labios y sus dientes, y sintió la promesa de placeres innombrables.
Zach sintió un calor que le recorría las venas y su pene empezó a ponerse tan duro que se tensaba contra la cremallera de sus vaqueros. «¡No lo hagas, no lo hagas!», le decía una voz interior, pero en lugar de protestar, él se incorporó y sus dedos se hundieron en el tupido cabello de ella. Ella agachó la cabeza y le besó el pecho desnudo deslizando la lengua por su piel.
Un estremecimiento que le quemaba como el fuego recorrió el cuerpo de Zach. Dejó caer la cerveza y la lata vacía rodó con estrépito por el tejado. Su cuerpo, convulso y ardiente de deseo, se apretó contra el de ella. Agarrándola con un anhelo desesperado, la volvió a besar en los labios con pasión, y ya no pudo pensar en nada más que en besarla y acariciarla, y en cabalgar sobre ella durante toda la noche.
«¡Es la mujer de tu padre, Danvers!», le gritaba su mente, y por una vez le hizo caso. Encontró la fuerza suficiente para apartarse de ella.
– Esto no puede funcionar -dijo él, respirando con dificultad, deseando poder borrar aquellas palabras en el momento en que acababa de pronunciarlas.
Estaba tan caliente que le parecía que iba a explotar. La cogió por los hombros manteniéndola a un brazo de distancia.
Katherine soltó una risa apagada y aquel sonido pareció hacer eco en las colinas que había a lo lejos. -¿Qué te pasa, Zach?
– Esto un error, eso es lo que pasa. -Él dejó caer los brazos y se quedó mirando hacia la distancia, mientras se pasaba unos dedos temblorosos y sudados por el largo cabello.
– ¿Desde cuándo te preocupas por si las cosas están bien o mal? -dijo ella, haciendo un mohín en la oscuridad.
– No juegues conmigo, Kat -la advirtió él y se sorprendió por la convicción que sonaba en sus palabras.
– Solo pensé que nos habíamos entendido. -Encogiéndose de hombros, se pasó un pie por debajo de la otra pierna y se lo quedó mirando fijamente-. No te entiendo, Zach. Yo pensaba… no, sabía, que deseabas esto.
– Pues no es así.
– Para decir la verdad, estaba segura de que era lo que necesitabas -resopló ella.
– No te necesito, Katherine -dijo él, deseando poder poner más distancia entre aquel sensual cuerpo y el suyo-. No necesito a nadie.
– Oh, cariño, en eso estás muy equivocado. -Para mortificarlo aún más, ella se acercó a él y le acarició la cabeza como si fuera un niño pequeño al que se acaba de perdonar una falta. Zach se apartó de su lado como si sintiera repugnancia.
– Déjame en paz, Kat -dijo él entre dientes.
Todavía sentía la entrepierna excitada y estaba ardiendo por dentro, pero miró a lo lejos, rehusando cruzar su mirada con la de ella. Se fijó en el oscuro perfil de las montañas que se elevaban en el horizonte y la oyó moverse, y tras ponerse de pie, recorrer la poca distancia sobre el tejado, introducirse por la ventana y desaparecer en el henil.
Cuando ya se hubo marchado, él se volvió a tumbar sobre los tablones de cedro, mirando con enfado hacia las estrellas y preguntándose por qué había sido tan estúpido. Podía haberla poseído, ella estaba dispuesta a ser suya, pero él, por algún latente sentido de la responsabilidad, no había hecho caso de sus acometidas. Todavía podía oler su perfume mezclado con el aroma de sus cigarrillos y recordar su tacto, aquel cálido tacto que le deshacía.
«¡Cielos, eres un estúpido!», se dijo.
Durante los siguientes días, Zach se las arregló para mantenerse a distancia. Se levantaba horas antes de que Katherine se hubiera despertado y volvía a casa a la caída del sol, después de una larga jornada de trabajo. Kat se pasaba el día encerrada en su habitación, viendo la televisión. Él nunca entraba allí. Y en cuanto a sus hermanos, todos ellos le sacaban de quicio. Jason se pasaba el día a su alrededor, invitándole a que le acompañara a Bend para conocer a algunas chicas, pero Zach siempre declinaba la invitación y Jason acababa yendo solo a desfogarse. Trisha estaba todo el tiempo pensando en Mario y probablemente tramando cómo escapar de la familia. Y en cuanto a Nelson, todavía no había superado la etapa de crearse héroes, y no dejaba de perseguirle mientras él iba de un trabajo a otro con la intención de que le contara algo más sobre la noche que pasó con la prostituta. No parecía importarle las muchas formas en que Zach había tratado de explicarle que no había sucedido nada, excepto que había salido de allí con unas cuantas nuevas cicatrices; Nelson estaba todavía embelesado, pensando que seguramente Zach se lo había «montado» con la puta, pero que estaba protegiendo su honor, o cualquier otra idiotez por el estilo.
Aquel chico estaba enfermo, pensaba Zach mientras salía de la ducha y agarraba un pantalón vaquero. La fascinación de Nelson por todo lo sexual le parecía retorcida. Quería saber todo sobre el bondage, el sadomasoquismo y toda esa mierda de la que Zach en realidad no sabía nada ni tenía ganas de saber. Hombres y mujeres con cadenas y pieles, como si fueran un grupo de depravados Angeles del Infierno o algo por el estilo. Aquellas cosas le producían náuseas.
Dejando a un lado sus pensamientos sobre Nelson, Zach encontró en la cocina las sobras de la cena, y como la cocinera ya se había retirado a descansar, recalentó las costillas de cerdo en el microondas, se sacó una cerveza del frigorífico y se llevó la cena al porche trasero, donde dormitaba el viejo collie al lado de la mecedora. Shep alzó el hocico al olor de la carne y en cuanto Zach se sentó se quedó mirando las costillas.
– No me mires así -dijo al animal-. Estás ya demasiado gordo.
Shep golpeó las tablas del suelo con el rabo. En algún lugar a lo lejos ululó suavemente una lechuza y el batir de unas alas rompió el silencio de la noche. El aire olía a caballos, polvo y artemisa. Zach pensó que podría encontrar la paz ahí afuera, en mitad de ninguna parte. Si no fuera por su familia.
Zach acabó su cena, le dio los huesos al perro y se limpió los dedos en el dobladillo de sus Levi's. Se acabó su Budweiser en dos tragos y volvió a la cocina a por otra. Tras beberse la segunda en otros dos tragos, empezó a sentirse mejor, mientras aplastaba el aluminio de la lata con las manos. Se dirigió hacia su habitación, donde conectó el equipo de música y se tumbó sobre la cama. La canción era un viejo tema de los Doors… Come on baby, light my fire… Como Kat. Chico, esa mujer puede encender fuegos peligrosos. Zach cerró los ojos y dejó que la música lo envolviera.
.… Try and set the night onfire [2]1 Las contraventanas estaban entornadas y un soplo de brisa movía las cortinas. Tenía los ojos abiertos mirando al techo. Estaba caliente, tan caliente como cuando Kat le había besado en el tejado del cobertizo. Solo pensar en estar con ella le había hecho tener sueños húmedos durante tres noches consecutivas. El dolor que sentía en los riñones era tan fuerte que había llegado a considerar la posibilidad de ir con su hermano en coche a Bend, y buscar a alguna mujer que pudiera aliviarle aquel dolor, pero el recuerdo de su última visita a una puta le había hecho preferir quedarse en el rancho. No necesitaba más problemas, pero, ¡cielos!, sí que necesitaba un poco de alivio. Aquella presión. Martilleando, martilleando…
En lo más profundo de su mente sabía que lo que quería no era simplemente cualquier mujer, que no podría llegar a aliviarse con cualquier mujer que estuviera dispuesta; estaba seguro de que nadie más que Kat podría hacerlo, y Kat, su «madrastra», era la peor elección de todas. Se tumbó de lado y se planteó hacerse una paja. Por supuesto que no iba a ser la primera vez que lo hacía, pero aquello le dejaba tan… vacío, o solo, o sintiéndose estúpido. «Enfréntate a eso, Danvers, la deseas a ella. Lo único que tienes que hacer es bajar al vestíbulo, girar en el pasillo y llamar a la puerta de su habitación y ¡el más dulce cono de este lado de las Rocosas te estará esperando para ofrecerte cualquier fantasía con la que puedas soñar!»
Tenía la garganta tan seca que no podía tragar saliva y los ojos le escocían; al final se resignó a su destino echando mano a la bragueta de sus pantalones.
Sintió un crujido en la puerta del balcón, notó el viento que entraba en la habitación y su corazón dio un vuelco. Abrió los ojos de golpe. Al principio pensó que estaba sufriendo alucinaciones al ver a aquella hermosa mujer al otro lado del cristal. La luz de la luna provocaba reflejos plateados en el negro cabello de Kat y refulgía en la parte superior de su pijama de seda. Su corazón empezó a latir con tanta fuerza que estaba seguro de que ella podría oírlo.
Las puertas se abrieron del todo y varias hojas secas entraron en la habitación arrastradas por el viento. Ese mismo viento le apartó el cabello del rostro mientras entraba en la habitación; pudo ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Le temblaban los labios y le goteaba la nariz.
– ¿Qué… qué estás haciendo aquí?
– Por favor, abrázame, Zach -susurró ella con una voz estrangulada por el dolor.
– ¿Qué sucede?
Avanzando a tientas hacia el borde de su cama, ella sollozó con fuerza y luego se quedó de pie delante de él, como si dudara.
Él se sentó en la cama. -No deberías estar aquí, Kat…
– Lo sé…, pero… ¡Oh, Dios! -Ella levantó los ojos al cielo y las lágrimas le resbalaron por las mejillas. Entre sollozos apagados, le dijo-: Witt acaba de llamar y dice que la policía ya ha dejado de buscar, la investigación sigue abierta, pero todos creen, la policía y el FBI, que London… que London está muerta. -Las últimas palabras eran apenas un quejido y Zach no pudo contenerse. Se puso en pie y la abrazó intentando consolarla, mientras su cuerpo se estremecía entre sollozos. -¡Oh, Dios, oh, Dios!
Enterrando su cabeza en el pecho de ella, y abrazándola con fuerza, hizo todo lo posible para pensar en ella no como una mujer, sino como una persona a la que el destino acababa de jugar una mala pasada. Ella se colgó de su cuello y empezó a llorar como un niño, con las lágrimas cayéndole sobre su pecho. Él le dijo que todo iba a ir bien, que por supuesto que London estaba viva, que algún día todos ellos la volverían a ver de nuevo, pero incluso mientras pronunciaba aquellas palabras, estaba convencido de que no eran nada más que mentiras.
Cuando al final cesó el estremecimiento de los sollozos de ella, él levantó la cabeza.
– Deberías volver a tu dormitorio, tómate alguna pastilla para dormir…
– No puedo. No quiero estar sola. Por favor, Zach, no me digas que me marche. Deja que me quede contigo. Solo abrázame. Por favor.
Sus palabras tenían un eco funesto, pero él no se podía negar y cuando ella volvió la cara hacia él, Zach le besó los temblorosos labios sabiendo que estaba a punto de cruzar una barrera a partir de la cual ya no habría marcha atrás. La vida ya jamás sería igual que antes. La verdad empezaría a llenarse de mentiras. Pero la besó y ella respondió a sus besos con el cuerpo anegado de deseo y de temor.
Su cerebro estalló, y la sangre se le hizo más líquida y caliente cuando ella recorrió su espalda con los dedos, a lo largo de la curva de su columna vertebral hasta llegar a sus nalgas. Él sintió que su ya rígido pene se alzaba para la ocasión, sabiendo que no había vuelta atrás, mientras ella se apretaba contra él, le abría los botones que mantenían sus pantalones cerrados y ponía sus manos sobre su miembro erecto. Con una suave calidez, sus dedos le descubrieron una magia con la que él jamás hubiera podido soñar.
Cayeron juntos sobre la cama, buscándose con los labios, apretándose con las lenguas y, antes de que pudiera considerar todas las consecuencias de sus acciones, Zachary le arrancó la camisa de noche, desgarrando los botones de sus ojales, mientras las costuras de la fina tela se rasgaban sin oponer resistencia. Entonces le vio los pechos, sintió la suave presión de los dedos de ella sobre su espalda y la observó mientras ella se lamía los labios. Cuando ella le pasó la lengua alrededor de los pezones, a Zach casi se le cortó la respiración; Kath abrió las piernas con ansiedad, alzando las caderas para frotar sus húmedos rizos escondidos contra la entrepierna de él.
"Morir por ti" отзывы
Отзывы читателей о книге "Morir por ti". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Morir por ti" друзьям в соцсетях.