– Debe de estar intentando ganar puntos. Seguro que pretende conseguir más dinero -dijo Oswald.
Jason volvió de nuevo al presente. Apretó los labios.
– Probarlo depende de ti. Pero, desgraciadamente, eso llevará cierto tiempo.
Sweeny sonrió dejando ver un hueco entre sus dientes.
– Estás de suerte. En este momento estoy libre. -Cogió un formulario de un archivador que había sobre la mesa y un lápiz mordido por un extremo, y luego colocó un magnetófono entre ellos dos-. Empecemos de nuevo. Tu viejo contrató a un detective privado cuando secuestraron a London.
– Phelps, pero no descubrió nada. Se suponía que era el mejor, pero no fue capaz de descubrir nada. Puedes hablar con él, si quieres, ahora está ya retirado. Vive con su hija en Tacoma.
– Hablaré con él y pondré a la señorita Nash bajo vigilancia -dijo Oswald.
Aunque no le gustaba la idea de que otra persona la siguiera, él no podía estar en dos sitios a la vez y le parecía más importante darse una vuelta por Montana. Allí trataría de descubrir todo lo que pudiera, mientras ella estaba lejos de su hogar. Tenía un par de tipos en los que podía confiar para que la siguieran y le mantuvieran informado de todos sus movimientos. -Espero que no metas la pata.
– No te preocupes. -Sweeny había olido el dinero y no estaba dispuesto a dejar que se le escapara entre los dedos.
Mientras Jason le contó todos los detalles, Sweeny fue tomando nota de la información y pensó que, aunque solo fuera eso, aquella Adria Nash parecía ser una mujer con coraje. Algo difícil de encontrar en una mujer.
Dos horas más tarde, Jason se puso de pie, se sacudió el polvo de las mangas de la chaqueta y dejó a Sweeny con un adelanto de diez mil dólares. Oswald se metió el cheque en el bolsillo de la camisa y se acercó a la ventana. Abrió ligeramente las persianas. Vio cómo Jason, azotado por la lluvia, se metía en su lujoso Jaguar antes de poner en marcha el motor y alejarse perdiéndose en medio del denso tráfico.
Maldito rico desgraciado.
Observando los insectos muertos y el polvo que reposaban sobre el alféizar de la ventana, frunció el entrecejo y volvió a correr las persianas para que ocultaran aquellas pequeñas carcasas sin vida. Aquel lugar era una ruina, pero para él era más que suficiente. Abrió uno de los cajones inferiores de su escritorio, sacó una botella de Jack Daniel's y le quitó el tapón. Limpiando con la manga de la camisa el gollete de la botella, se echó un trago. El whisky le quemó la garganta y le calentó el esófago, mientras le llegaba al estómago.
Le encantaba ver a Jason arrastrándose hasta él. No era solo el dinero lo que le importaba, estaba también la satisfacción de tener a aquel rico y arrogante hijo de perra necesitando sus servicios. Había visto el desdén en la mirada de Jason mientras sus ojos recorrían la desolada oficina, el suelo sucio, los ceniceros rebosantes y la mugrienta ventana. Oswald recordaba cómo se habían encogido las aristocráticas fosas nasales de Jason cuando este había olido el viciado y dulzón aroma a humo de tabaco.
Riéndose entre dientes, Oswald sacó un Carriel del paquete que había sobre la mesa y lo encendió. Manteniendo el cigarrillo entre las comisuras de los labios, echó otro trago de whisky de la botella. Vaya, parecía que aquel asunto definitivamente tenía muy buen aspecto.
Zach colgó el auricular del teléfono y maldijo entre dientes. A pesar de los informes tranquilizadores que Manny, el capataz del rancho, le hacía llegar cada día -diciéndole que todo funcionaba perfectamente y no era necesaria su presencia allí-, Zach se sentía intranquilo y de mal humor. Y todo a causa de aquella maldita mujer.
Había intentado ponerse en contacto con Jason para decirle que se encargara él mismo del asunto, pero la fría voz de su secretaria le había informado de que el señor Danvers estaba reunido y estaría ocupado durante todo el día. Le aseguró que el señor Danvers le devolvería la llamada.
Sonó el teléfono y Zach volvió a levantar el auricular. La voz de Adria se deslizó por los cables como si fuera humo.
– Me has dicho que querías una respuesta.
– Exacto.
– He decidido aceptar la hospitalidad de los Danvers. Su mano se quedó rígida alrededor del auricular y sintió una ráfaga de decepción, a pesar de que sabía que las cosas se iban a desarrollar de aquella manera. Iba a morder uno por uno todos los anzuelos, hasta que acabara consiguiendo lo que quería o decidiera al menos aceptar un trato.
– Reúnete aquí conmigo a las seis -dijo Zach, mirando su reloj.
Ella colgó y Zach se preguntó si acaso le importaba lo que ella hiciera. Así que iba a alojarse en aquel mismo hotel. ¿Por qué no? Se estaba preguntando qué sería lo que habría descubierto en la biblioteca, revisando los periódicos antiguos y los artículos de revistas que hablaban de la familia. Mientras Witt estuvo vivo, se las había apañado para mantener la mayoría de los secretos de los Danvers bien lejos del alcance de la prensa. Tras la muerte del viejo, Jason había asumido aquella responsabilidad. Pero Adria podía llegar a investigar a fondo; no iba a conformarse con datos superficiales, no, era demasiado pertinaz.
Entonces, ¿cómo había llegado a obsesionarse creyendo que era London? ¿O acaso todo aquello no era más que una representación? Existía una posibilidad, una maldita posibilidad, de que todo lo que salía a través de sus hermosos labios no fueran más que mentiras.
«Deben de estar realmente preocupados», pensó Adria mientras Zach abría la puerta de la habitación en la última planta del hotel. Con un salón completo con chimenea, dos dormitorios, dos baños, jacuzzi, ventanales que se abrían a una terraza enlosada y una vista de la ciudad que se extendía varios kilómetros, la habitación era espaciosa y estaba decorada en colores melocotón claro y marfil. Los muebles parecían antiguos, aunque Adria imaginó que la cómoda, la cama estilo reina Isabel, la mesilla de té y los sillones Chippendale no eran más que imitaciones modernas de las piezas auténticas. La alfombra era de felpa, el bar estaba provisto de las mejores marcas y sobre la mesilla acristalada de té reposaba un jarrón con rosas.
– ¿Es esto un soborno? -preguntó ella mientras Zach metía su bolsa de viaje en uno de los armarios.
– Puedes llamarlo como prefieras -dijo él, encogiéndose de hombros.
Ella había aceptado alojarse en el hotel solo como un gesto de buena fe. Aunque sospechaba que la familia pretendía vigilarla de cerca, había decidido aceptar su oferta.
– ¿Espero que esto no suponga compromiso alguno? -preguntó ella.
– No conmigo -dijo él, mirándola con los ojos entornados-. Tendrás que preguntar a Jason qué es lo que espera de ti.
– Si piensa que con esto me puede comprar…
– Eso cree, supongo. -Zach la miró, diciéndole en silencio que le parecía una ingenua-. Pero eso forma parte de su carácter. No te lo tomes como algo personal. Y no seas tonta. Esta pequeña muestra de generosidad significa cualquier cosa menos que la familia haya decidido recibirte con los brazos abiertos.
– Ya lo sabía.
– Bien.
Ella se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de una silla.
– Creo que tú no te pareces demasiado al resto de la familia
El resopló y no se molestó en disimular su sarcasmo. -¿En qué no me parezco? -Metió la mano en el bolsillo y sacó la llave del hotel lanzándola al aire-. Ahora eres una huésped de la familia Danvers. No sé realmente qué es lo que eso supone, pero estoy seguro de que mi hermano Jason te lo hará saber.
Él se dirigió hacia las puertas dobles de la habitación, pero ella le detuvo agarrándolo por el codo.
– Dime… ¿hay alguna razón para que tengamos que llevarnos tan mal?
El dio media vuelta y se quedó mirando sus ojos tan azules como un día de verano. Dirigiendo la mirada hacia su garganta, sintió que se le encogía el estómago a la vez que miles de recuerdos se agolpaban en su mente. Se había sentido hipnotizado demasiadas veces por los traicioneros y seductores ojos de Kat. Lo mismo que le podía llegar a pasar con esa mujer.
– ¿Acaso quieres que seamos… bueno, quiero decir entre hermanos, quieres que seamos amigos? -le preguntó él incapaz de ocultar el cinismo de sus palabras.
– ¿Por qué no? -dijo ella. Su sonrisa era sincera y una grieta se abrió en un oscuro rincón de su roto corazón, un rincón que él habría preferido que se mantuviera oculto-. No conozco a demasiada gente en esta ciudad.
Él se quedó esperando, con el rostro frío como una máscara, sin atreverse a mover un solo músculo, pero especialmente consciente de aquella mano que le sujetaba por el codo. «Cielos.»
– Pienso que podrías dejarme que te invitara a cenar.
– ¿Porqué?
– Porque sería mucho más fácil para los dos que no estuviéramos todo el tiempo pensando en cómo deshacernos el uno del otro.
– ¿Y crees que eso es posible?
– Por supuesto -dijo ella, y su respiración pareció detenerse por un instante-. Créeme.
Él sabía que lo mejor que podía hacer era largarse de allí inmediatamente. Abrir aquella puerta y cerrarla de golpe detrás de él. Pero, en lugar de eso, se quedó mirando aquel rostro vulnerable, pensando cómo podía ser considerado peligroso alguien con una apariencia tan inocente.
– No creo que sea una buena idea -dijo él y vio cómo la punta de los dientes de ella se depositaban sobre el suave y carnoso labio inferior. Él sintió un deseo que ascendía por su estómago. De repente se le hizo difícil respirar y empezó a notar entre las piernas los inicios de una erección.
– ¿Qué es lo que temes?
Apenas podía articular palabra. De repente parecía que el calor de la habitación había aumentado. Tenía que salir de allí.
– No se trata de miedo.
– Entonces, ¿de qué?
– No creo que pueda asociarme con el enemigo -dijo él, esperando que sus palabras sonaran despiadadas.
Ella se rió suavemente, y su risa sonó como una seductora ola que rompe en la orilla. Un sonido que retumbó en los oídos de Zach.
– ¿No te ha enviado tu hermano para que me espíes? ¿No has estado esperándome a la salida del motel y luego me has seguido hasta la biblioteca? Lamento que no te haya parecido lo bastante interesante la experiencia, que no haya sido la típica misión de agente secreto. De todas formas, estás metido en esto tan hasta el fondo como yo, Zach, y por mucho que te empeñes en protestar, en realidad tú tienes tantas ganas como yo de averiguar si soy realmente tu hermana o no.
– Medio hermana -le aclaró él.
– De acuerdo. -Ella quitó la mano de su codo y se apartó la hermosa y salvaje cabellera de los hombros-. Medio hermana. Dame un minuto para que me cambie de ropa.
Sabía que debería decirle que no y salir a toda prisa de allí. Pero no lo hizo. En lugar de eso, su mirada se paseó por su gastada camiseta y sus viejos vaqueros. -Yo te veo perfecta.
– Parezco una granjera que acaba de salir de una granja de Belamy, Montana. No tardaré más de un minuto.
No esperó a que él contestara y atravesó deprisa la puerta del dormitorio principal. Por un momento ella pensó que acaso él se daría una segunda oportunidad y saldría corriendo de allí, pero cuando se hubo vestido con un suéter blanco de cuello alto y unos vaqueros negros, y se hubo pintado los labios y cepillado ligeramente el pelo, él estaba aún en el mismo lugar donde lo había dejado, en el salón, con una mano apoyada en el marco de la ventana, un vaso de bebida en la otra y mirando a través de la ventana. Tenía la cadera ladeada y ella se dio cuenta de la manera en que sus vaqueros se habían estirado entre las nalgas y del movimiento muscular de las mismas, apretándose a través de la gastada tela de sus pantalones.
Él la vio reflejada en el cristal, se dio la vuelta, pero no se movió. Sus labios se convirtieron en una delgada línea ante la visión de ella -como si estuviera de repente enfadado- y su mirada la recorrió de arriba abajo.
– ¿Estás listo?
– Tanto como lo he estado siempre -contestó él, dejando su bebida sobre la mesa.
Durante todo el camino hacia la planta baja, él estuvo callado y meditabundo, y sus ojos sombríos parecían lanzarle acusaciones que ella no era capaz de entender. La cabina del ascensor le parecía demasiado pequeña, el aire era denso y olía a whisky y a cuero, y a pesar de que él se había hecho el firme propósito de mantenerse tan alejado de ella como lo permitía el reducido espacio, ella podía oír los latidos de su corazón.
Sus botas se deslizaron sobre el suelo de cemento del aparcamiento y Adna casi tuvo que correr para mantenerse a su lado, intentando esquivar los charcos de agua que se formaban a causa de las goteras de las tuberías que cruzaban el techo del garaje.
"Morir por ti" отзывы
Отзывы читателей о книге "Morir por ti". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Morir por ti" друзьям в соцсетях.