– Si hay algo más que quieras saber -preguntó ella.
– ¿Por qué no nos dejas en paz?
– No puedo.
– Esa es tu misión, ¿no es así?
– Veo que lo has pillado, Nelson. -Como aquella conversación no parecía llevar a ninguna parte, ella cambió de actitud-. Mira, esto tampoco tiene por qué ser una batalla -dijo.
– Por supuesto que lo es. -Él se la quedó mirando con unos ojos que de repente parecían haberse quedado sin vida. Ella deseaba apartar la vista de aquella mirada muerta, pero no lo hizo-. Y si conoces algo a nuestra familia, entenderás que no puede ser de otra manera.
– Ya veo que nos hemos entendido -dijo ella, señalando hacia la barra del bar-, y no te preocupes por la cuenta, diré que la carguen a mi habitación.
Nelson se la quedó mirando, mientras cruzaba las puertas acristaladas del bar. No le habían salido demasiado bien las cosas. Había pretendido hacerse amigo de ella y sonsacarle algo de información, pero ella le había dado la vuelta a la conversación y él no había sabido qué decir. Normalmente no se ponía nervioso con las mujeres, en casi todos los sentidos era inmune a ellas, pero ocasionalmente se encontraba con alguna que podía hacerle perder los nervios, y Adria Nash, fuera quien fuese, había conseguido mucho más que ponerle de los nervios.
Tuvo la horrible premonición de que aquella mujer era London. No solo por su apariencia, sino por su manera de hablar, por su arrogancia y su firmeza. Había esperado encontrarse con una tímida y tonta campesina de Montana, una muchacha interesada en conseguir algo de dinero y batirse enseguida en retirada, pero en aquella mujer había mucho más de lo que aparentaba y eso lo asustaba sobremanera.
Pasándose los dedos por el cuello de la chaqueta, se vio reflejado en el espejo que había tras la barra del bar. Otra mirada turbia se cruzó con la suya y Nelson sintió que se le reblandecía la nuca. Había pasión en aquella mirada, descarada energía sexual, que le golpeó con una intensidad que hizo que se le helara el aire en los pulmones. Sintió la misma conmoción oscura que había tratado de negarse durante años. Durante un instante le mantuvo la mirada al extraño, pero luego dio media vuelta y salió corriendo. No tenía tiempo para ligues de una noche. Además, eran bastante peligrosos. Tenía que pensar en su carrera política y no podía, solo por una lengua húmeda deslizándose hacia abajo por su columna vertebral, caer en el oscuro deseo que le había perseguido desde la primera vez que se había sentido interesado en el sexo. Una sola noche podía poner todo su futuro en peligro. Especialmente ahora.
Ignorando el calor que crepitaba en su espalda, y que hacía que su labio superior transpirara, abandonó el bar y encorvó los hombros contra la fría brisa de octubre. Con paso rápido, antes de dejarse llevar por los demonios sexuales que todavía ardían en su mente y que le empujaban a dar media vuelta y encontrarse de nuevo con el sensual extraño, caminó las pocas manzanas que le separaban del hotel Danvers, donde había aparcado su coche. Sin dudarlo un momento, llamó a Jason desde el teléfono móvil que tenía en su Cadillac.
– Acabo de estar con Adria -dijo, mirando hacia atrás por encima del hombro, como si estuviera esperando a alguien; acaso al potencial ligue de una noche, que podría estar mirando por la ventanilla-. Ahora mismo voy para tu casa.
– ¡Perfecto! -Jason colgó el teléfono y se pasó los dedos por las vértebras de la nuca.
Había sido un día infernal. Había estado toda la mañana reunido, pero su mente estaba muy lejos de los negocios. No había podido dejar de pensar en Adria Nash ni un minuto: la proverbial mosca en el culo.
¿Cómo iba a poder quitársela de encima la familia? Había algo en aquella mujer que le hacía hervir la sangre y se había imaginado golpeándola hasta dejarla sin conocimiento o haciendo el amor con ella, o ambas cosas a la vez. Se le ponía dura solo con imaginarse que la tumbaba en la cama y que la follaba como un loco. «Contrólate», se dijo en voz baja. El simple hecho de pensar en una relación sexual con ella ya era ridículo; era una idea peligrosa y que seguramente le venía a la mente por lo mucho que le recordaba a Kat. La culpa, que siempre había sido su compañera, le estaba devorando.
Esperaba una llamada de Sweeny y acababa de tener una pelea con Kim, quien insistía en que hiciera de una vez realidad el divorcio que tan a menudo le había prometido. No necesitaba más problemas por ese día y ahora ahí llegaba Nelson, quien estaba empezando a perder los papeles. Aquel muchacho estaba a punto de cambiar de bando con ese asunto Adria-London. Normalmente muy calmado, Nelson estaba ahora a punto de acabar realmente trastornado. Jason echó un vistazo a su reloj y frunció el entrecejo. «Venga, Sweeny», se dijo antes de servirse otra copa y tomársela de un trago.
Tres minutos más tarde sonó el teléfono. Jason descolgó el auricular al segundo timbrazo y oyó la voz nasal de Sweeny.
– He investigado todo lo que he podido en este agujero de mierda -le anunció Oswald a modo de saludo-. Nuestra amiga la señorita Nash ha estado muy ocupada. Después de descubrir la cinta de vídeo de su padre, estuvo investigando en todas las bibliotecas del estado, y se ha leído todos los libros sobre el negocio maderero y el de hostelería, así como sobre barcos e inmobiliaria.
A Jason se le pusieron en tensión todos los músculos del cuerpo. «Danvers International.»
– De manera que ha hecho los deberes.
– Demonios, sí, ha hecho los deberes. E incluso se ha ganado algunos puntos extra, si quieres que te diga la verdad. Pidió libros de otras bibliotecas de todo el Noroeste: Seattle, Portland, Spokane, Oregón City, y también periódicos. Y ha estado en contacto con todos los ayuntamientos de tres de esos estados. Como te he dicho, la chica ha estado realmente ocupada.
A Jason se le congeló la sangre. Había imaginado que era una guapa tonta, una farsante del tres al cuarto en busca de un poco de dinero. Y Sweeny seguía saturándole de malas noticias.
– Además, tienes que saber que se ha licenciado con la mejor nota en la universidad. Cum laude.
– ¡Cielos!
– Esta tía no es otra de tus guapas cabezas de chorlito. Tiene cerebro, y parece que está dispuesta a averiguarlo todo sobre ti, sobre tu familia y sobre la manera en que habéis hecho dinero.
Jason se apoyó contra la pared y se quedó mirando hacia la noche. Se sentía como si el suelo empezara a hundírsele bajo los pies.
– Si miras en tu lista de accionistas, te darás cuenta de que tiene acciones en Danvers International; no muchas, no te creas, solo un centenar, pero las suficientes para que le llegue toda la información que envías a tus inversores.
«¡Dios!» Jason resistió la urgencia de aclararse la garganta.
– ¿Algo más? -preguntó con las mandíbulas tan apretadas que empezaban a palpitarle.
– Oh, sí, mucho. Y nada que te guste oír. Se ha hecho un análisis de sangre. A negativo. No es que sea tan poco común, pero dado que Witt era O negativo y Katherine A negativo, su hija muy bien podría ser A negativo. No he encontrado ningún registro del grupo sanguíneo de London, pero no me extrañaría en absoluto que hubiera sido A negativo. Lástima que Witt y Katherine ya no estén aquí para hacerse un análisis de ADN. Ha sido toda una amabilidad por su parte el que haya esperado a que los dos padres naturales de London estuvieran incinerados, ¿no te parece?
– Muy conveniente para ella, maldita sea. -Por ahora, me parece que te tiene pillado por los pelos cortos -dijo Sweeny, y Jason pudo notar un tono de satisfacción en su empalagosa voz. Jasón respiró profundamente para calmarse. -Ahora cuéntame las buenas noticias -dijo Jason, esperando que hubiera alguna grieta en la historia de Adria.
– Está en bancarrota.
– ¿Cómo que en bancarrota?
– Tan endeudada que se está ahogando en tinta roja. Incluso aunque ha hipotecado la granja, parece que la tendrá que vender y aun así todavía tiene que pagar un montón de facturas de hospital. La calderilla de los Danvers podría hacer que no acabara, de hundirse en la miseria.
Esa noticia le animó. En una batalla legal, la señorita Nash perdería, a menos que diera con algún abogado ególatra o con algún renegado que esperara llevarse un trozo de la fortuna de los Danvers, y que estuviera de acuerdo en trabajar en la contingencia de no recibir dinero por adelantado. Jason tenía un montón de amigos en la ciudad, abogados que no se atreverían a ir en contra de la familia Danvers ante un tribunal, pero también había montones que sí lo harían -en el caso de que se presentase la eventualidad- solo por conseguir algo de fama.
– De acuerdo, ¿qué más?
– Eso es todo por ahora, pero espero conseguir algo más en cuanto vuelva de Memphis.
– ¿Qué es lo que hay allí?
– Espero que Bobby Slade.
– ¿El marido de Virginia? -Jason empezó a sentir un pequeño rayo de esperanza-. ¿Lo has encontrado?
– Creo que sí, y te advierto algo: será mejor que empieces a rezar para que por sus venas corra sangre del tipo A negativo. Eso podría lanzar una gran sombra sobre la historia de la chica. Ah, hay otra cosa que debes saber. Esta noche una limusina recogió a la señorita Nash en la puerta del hotel Orion.
– ¿Quién?
Sweeny dudó por un momento y Jason tuvo la odiosa sensación de que le estaba apretando las tuercas.
– Bueno, ahí va el golpe -soltó al fin Oswald Sweeny, alargando las palabras-. Parece que tu buen amigo Anthony Polidori la llevó a cenar.
– Escucha -dijo Nelson, dejando la chaqueta sobre el respaldo de una silla-, te digo que es una incógnita. Hay que saber enseguida qué es lo próximo que va a hacer. Me dijo que iba a ir a la prensa y creo que está dispuesta a hacer lo que dice. No creo que me estuviera tomando el pelo.
Zach se acercó a la chimenea y apoyó la cadera en el mármol italiano; se sentía incómodo en aquel salón tan formal; la misma habitación a la que nunca le habían dejado entrar cuando era un niño. Decorada en color blanco, con pequeños toques en negro y dorado, era una habitación fría y él hubiera deseado estar en cualquier otra parte del mundo antes que estar allí, arrinconado en la vieja casa familiar con todos sus hermanos.
Ahora sus ojos se dirigieron hacia Nelson. El más joven de los Danvers era una persona exagerada y probablemente por eso mismo podría llegar a ser un buen político.
Nelson había estado caminando nervioso de un lado a otro a lo largo de todo el salón, lanzando inquietas miradas a Zach desde el momento en que su hermano mayor apareció.
– ¿Y qué piensas que debemos hacer? -preguntó Zach incapaz de descifrar la expresión de su hermano menor. Zach nunca lo había entendido, ni siquiera cuando Nelson no era más que un muchacho.
– ¡Mierda, no tengo ni idea de lo que debemos hacer! Por eso estoy aquí.
– Pues tú eres quien pretende convertirse en un gran alcalde -dijo Zach antes de acercarse la botella de Coors a los labios.
– Gobernador -aclaró Nelson.
Trisha acercó un encendedor a su cigarrillo.
– ¿Y qué piensas tú que podemos hacer, Zach?
– Dejarla en paz. Y esperar a que el juego se le vaya de las manos.
Trisha se rió en medio de una nube de humo.
– El que a ti no te importe este asunto no quiere decir que a los demás nos traiga sin cuidado.
– ¿Tienes alguna idea mejor?
– Alquilar a un matón. -Trisha cruzó las piernas y se echó hacia atrás sobre los mullidos cojines del sofá.
– ¡Ni pensarlo! -le soltó Nelson.
– ¡Cielos! ¿Es que no sabes reconocer cuándo estoy bromeando? -Trisha miró hacia otro lado, pero Zach pudo ver una extraña sombra en su mirada, algo que ella disimuló al momento.
– Nadie es capaz de darse cuenta de cuándo estás bromeando, Trisha. Ni siquiera tú -dijo Nelson, enfrentándose a su hermana.
– Eres muy listo, Nelson. Muy listo.
Nelson se pasó ambas manos por el pelo.
– Lo mejor es que nos andemos todos con cuidado. La chica acaba de recibir dos anónimos amenazadores y cierto maldito paquete del que no me quiso contar nada -dijo Nelson.
– Qué bonito -ronroneó Trisha, pero Zach notó que todos los músculos de su cuerpo se ponían en tensión.
– ¿Qué quieres decir?
Mientras Nelson les relataba la conversación que había mantenido con Adria, a Zach se le heló el corazón. ¿Alguien estaba amenazando a Adria? Pero ¿quién? Solo las personas que había en aquella habitación, y su madre y la familia Polidori, sabían dónde estaba alojada. No, eso no era así; estaban también los criados que habían podido oír las llamadas telefónicas, y también el investigador privado que Jason había puesto tras sus huellas. Trisha, con una expresión indescifrable, aplastó su cigarrillo en un cenicero de cristal.
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