– ¿Qué me dice del millón de dólares de recompensa que ofreció Witt a quien pudiera encontrar a su hija? ¿No podría Ginny haber estado interesada por ese dinero?
– No puedo hablar por ella.
– En el momento del secuestro, algunas personas sugirieron que uno de los hombres de negocios locales, Anthony Polidori, podría estar detrás del asunto -preguntó otra mujer-. Witt Danvers siempre mantuvo que Polidori estaba involucrado.
– No sé quién estaba detrás de aquello.
– Polidori fue investigado por la policía pero no se pudo probar nada.
– No tengo nada que comentar al respecto.
– ¿Quién organizó el secuestro?
– No lo sé…
– Y qué dice usted, señor Danvers, ¿qué hay de usted y de su familia?
Zach contestó atravesando a aquella mujer con una mirada que la hizo estremecerse de miedo.
– No tengo nada que decir.
– Pero está usted aquí, junto a la mujer que afirma ser su hermana.
– Se trata de su circo, no del mío. -La sangre estaba empezando a hervirle.
– De modo que ¿eso es lo que piensa de este asunto? -insistió la mujer obviamente nerviosa mientras avanzaba hacia él-. ¿Y qué me dice del resto de la familia?
– Tendrá que preguntarles a ellos.
– Ellos no están aquí. Usted sí. ¿Qué opina usted?
– No tengo nada que comentar.
– ¿No fue usted uno de los principales sospechosos en aquel momento?
– Por el amor de Dios, ¡yo solo tenía diecisiete años! -dijo él con los ojos brillándole pero enseguida trató de calmarse-. Esa pregunta tendrá que hacérsela a la policía.
Agarró a Adria por el brazo y, si hubiera podido, le habría gustado largarse de allí con ella de inmediato. Los periodistas eran animales carroñeros. Todos ellos. Lo había aprendido personalmente cuando secuestraron a London.
– ¿Y qué es lo que tendría que decir la policía?-preguntó la mujer pelirroja.
Adria lanzó una mirada a Zach.
– Todavía nada -dijo Adria, pero no añadió que, a insistencia de Zach, ella había pasado las tres horas anteriores en la comisaría explicando su historia, dejándoles una copia de la cinta de vídeo y mostrándoles las notas amenazadoras-. Gracias a todos por haber venido. Si desean ponerse en contacto conmigo, por favor, dejen una nota en la recepción del hotel Orion. -¿El Orion? ¿Por qué no el hotel Danvers? -gritó un hombre.
– Espere un minuto…
– Solo unas pocas preguntas más…
Los dedos de Zach se apretaban con fuerza alrededor de su codo y la empujaban hacia el jeep.
– Maldito circo -gruñó él mientras la introducía en el coche y luego se sentaba al volante.
Mirando por el espejo retrovisor, vio a más de uno de los hambrientos periodistas que corrían hacia sus coches y furgonetas esperando, sin duda, seguirlos. «Buena suerte», pensó Zach ariscamente. Conocía aquella ciudad como si fuera la palma de su mano y había pasado la mayor parte de sus años de adolescencia dándole esquinazo a los coches de la policía. Puso la primera marcha, quitó el freno de mano y arrancó. Varios coches les siguieron y él no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción.
– Creo que ha estado bien, ¿no te parece? -preguntó Adria.
– Ha sido un fiasco.
– Hablando como un auténtico Danvers.
Frenó al doblar una esquina y las ruedas patinaron.
– ¿Nos están siguiendo? -preguntó ella.
– Sí. -Él miró por el retrovisor, frunció el entrecejo y giró por un callejón que desembocaba en Burnside-. Algunos de los buitres parece que no se han quedado aún satisfechos. -Aceleró sobre el oscuro río Willamette diciéndose hacia las montañas del este, luego giró en rendo en medio de la calzada, volviendo a cruzar el río y dirigiéndose hacia el sur, mirando continuamente por el retrovisor hasta que vio satisfecho que los coches qué estaban de uno a otro carril detrás de ellos ya no podrían darles alcance-. Ahora realmente has agitado el nido avispas.
– Ya era hora.
– No tendrías que haber llamado a la prensa lo primero…
– Te he dicho que no he sido yo.
– Bueno, pues alguien lo ha hecho.
– Sí -asintió ella, dándole vueltas a esa idea mientras dejaban atrás la ciudad-. Alguien lo ha hecho.. «¿Quién?» ¿Alguno de los Danvers? ¿Anthony Polidori? ¿El obseso que le había dejado aquellas feas notas? ¿Alguien que había estado espiando sus conversaciones telefónicas? ¿Trisha? ¿Nelson? ¿Jason? ¿Zach? Sintió que le dolía la cabeza y se dio cuenta de que aparte del café amargo y oscuro, que había tomado en la comisaría de policía, no había comido nada en todo el día.
– Tendrás que marcharte del Orion.
– Lo sé.
– ¿Tienes algún otro lugar en el que alojarte?
– Aún no.
– Jason piensa que deberías venirte al rancho.
– ¿Contigo?-preguntó ella.
– Supongo.
De repente el interior del jeep pareció empequeñecerse y la atmósfera se fue cargando, mientras ella pensaba cómo podría ser vivir lejos de la ciudad, con Zachary. ¿Qué tal sería encontrárselo a su lado cada mañana? Echó una mirada a su perfil. El corazón empezó a latirle con fuerza. Por supuesto, no podía aceptar aquella proposición; tenía muchas cosas que hacer allí, en el valle del Willamette. Y aquello no era más que otra estratagema de la familia para quitarla de en medio.
– Me da igual lo que piense Jason. «¿A solas con Zachary Danvers? ¿A salvo?» No podía creerlo ni por un segundo. Zachary era peligroso desde muchos puntos de vista como para pensar en eso. Nunca podría estar a salvo con él.
– Eso te gustaría, ¿no es así? -dijo ella, tocando con el dedo el interior de la ventanilla y limpiando el vaho que se había formado en el cristal-. De ese modo estaría encerrada en un lugar en el que la familia me pudiera tener vigilada, escuchando mis conversaciones telefónicas y teniéndome controlada veinticuatro horas al día. Gracias, pero creo que no me interesa.
Él abandonó la autopista y se metió en un área de servicio. Al final del camino había un restaurante con un neón centelleante que anunciaba desayunos y comidas las veinticuatro horas. Zach aparcó al lado de la puerta de entrada.
– Bueno, vayamos a comer algo y luego decides. -Él se acercó a ella para abrirle la puerta. El contacto con su cuerpo cálido y firme rozando sus muslos tuvo un efecto definitivo en la velocidad del pulso de Adria. «Detente.»
Como si él hubiera sentido lo mismo, sus ojos se encontraron con los de ella y durante un ridículo instante él deseó besarla de nuevo. Sus ojos se ensombrecieron por un momento, buscando los de ella, y su aliento le rozó la cara. Olía a cuero y a café, y a masculino almizcle, y su mandíbula estaba casi negra por no haberse afeitado.
Salvaje y rudo.
Primario y lascivo.
Apasionado y mordaz.
Zachary Danvers era todo eso y mucho más. Ella se mordió los labios y aguantó la respiración. Esperando…, sintiendo que él podía leerle el pensamiento.
– ¿Qué demonios voy a hacer contigo?
– Tú no eres responsable de mí.
– ¿Ah, no? -Una de sus oscuras cejas se arqueó. Ella se puso tiesa, en actitud defensiva.
– Mira, Zach, supongo que debería agradecerte que me hayas ayudado hoy, pero la verdad es que no necesito a una niñera.
– Podría llegar a sorprenderte. -Él le dirigió una sonrisa que la atravesó. Pura animalidad masculina. Luego saltó a la calzada y ella tuvo que echar a correr para alcanzarle.
Tenía ganas de decirle que se perdiera y la dejara en paz, pero no podía hacerlo. Había estado a su lado cuando lo había necesitado y había tenido que aguantar la rueda de prensa; y no le había discutido, sino que incluso la había ayudado a reunir a los periodistas y había estado a su lado todo el tiempo, manteniendo la calma. Ella desconocía cuáles eran sus motivos, pero dudaba de que fueran nobles. Le estaba agradecida por su ayuda, a pesar de que pensaba que debería haber manejado aquella situación sola, y creía que probablemente él estaba siendo amable con ella solo para poder espiarla por orden de la familia. Pero, entonces, ¿por qué había insistido para que fueran a la comisaría y presentara una denuncia? Puede que no tuviera otra elección; quizá se había sentido acorralado y prefirió que se hiciera público de una vez por todas que había llegado a Portland otra mujer que afirmaba ser la hija desaparecida de Witt Danvers.
Entraron en el restaurante. Se podía oír música country por encima del bullicio de las conversaciones y del crepitar de la parrilla. Se sentaron a una mesa al lado de la ventana.
Al cabo de unos instantes, una camarera les sirvió café y les prometió que regresaría para tomar el pedido. Adria cogió un menú e intentó concentrarse en la lectura de los platos especiales del día, pero tener a Zachary sentado enfrente era una distracción, un tipo de distracción que ahora no deseaba.
Una vez hubieron hecho sus pedidos, Zach se bebió su café y se sentó de lado en la silla.
– Creo que podrías decirme qué es lo que piensas hacer, Adria -dijo él, mirándola con unos ojos que parecían poder ver hasta en los rincones más oscuros de su alma-. Porque de aquí en adelante me parece que no va a haber demasiada diversión.
«Y por eso estoy aquí. Para descubrir la verdad. Para descubrir por mí misma si realmente soy la hija de Witt y Katherine Danvers…» Su voz era clara. Potente. Su barbilla estaba levantada como diciendo que no podía dar marcha atrás.
«Maldita sea.»
En su habitación, quien asesinó a Katherine observaba las imágenes de Adria Nash en la televisión.
«Por qué no ha vuelto a su casa? ¿Por qué demonios ha tenido que montar una rueda de prensa? ¡Ahora todo Portland -por no decir todo el maldito país- la estará mirando!»
La rabia le ardía por dentro.
¿Y si ella fuera realmente London? ¡Cielos, se parecía tanto a Kat que casi daba miedo!
Por su memoria pasaron varias imágenes de Katherine Danvers.
Kat, una mujer joven y con éxito, segura de su sexualidad, caminando por una calle al lado de Witt.
Kat, un poco más mayor, con el anillo de oro brillando en su dedo y demostrando que ella era la señora de Witt Danvers.
Kat, embarazada y todavía seductora, con su otrora terso vientre ahora redondeado. Aquel niño creciendo en su interior le había dado un aspecto orgulloso. Ahora ya estaba unida a Witt y a la fortuna de los Danvers de manera irrevocable.
El asesino de Kat parpadeó, sintiendo el sudor que le corría por la frente y luego caía sobre la mullida alfombra. «Cálmate, cálmate. No dejes que te saque de quicio.» Pero las imágenes que veía en la televisión le recordaban otras del pasado, fotografías mentales que nunca podría olvidar. Imágenes que ardían y emitían destellos dolorosos. ¡Flash!
Kat con la niña, maravillosa, y Witt pegado a las dos, como si no tuviera ya una familia, como si no tuviera ya otros cuatro hijos, como si esa preciosa criatura fuera más importante que los otros cuatro juntos. Cielos, aquello era asqueroso. Horrible. Quien asesinó a Katherine estaba estremeciéndose por dentro. Recordando. ¡Flash!
Kat intentando recuperar de nuevo su esbelta figura, quemando cualquier resto de grasa que hubiera quedado del embarazo y posando en un impecable y diminuto traje de baño de una sola pieza. ¡Flash!
Kat, con el pelo negro reluciente y recogido sobre la cabeza, rodeada de la élite de Portland. Jugando al bridge. Acudiendo a fiestas de caridad o a bailes de gala en sus ceñidos trajes… ¡Flash!
Kat flirteando con alguien, vestida solo con unas bragas.
¡Flash!
Kat desnuda… Su cuerpo reluciente… En la ducha… Oh, Dios, qué vulnerable que había, sido desde que London fue apartada de su lado… qué fácil había sido poner píldoras en su bebida y después, cuando estaba desorientada, cuando tropezó ahí afuera, darle un empujón por encima del muro. ¡Flash!
Kat cayendo por encima del muro, el reconocimiento escrito en sus ojos cuando sus miradas se cruzaron, el miedo contrayendo sus hermosos rasgos.
Y luego el sonido. El horripilante sonido de los huesos rompiéndose y los músculos golpeando con un ruido seco contra el pavimento, ahí abajo. No fue muy difícil. Se podría hacer de nuevo.
«Solo unas pocas preguntas más», un periodista seguía insistiendo, pero la cámara ya no enfocaba a Adria. La cámara enfocaba ahora el pétreo semblante de un Zachary Danvers, quien parecía realmente cabreado. Mientras empujaba a Adria alejándola de la muchedumbre, una vena se hinchaba en su cuello y sus ojos estaban tan oscuros que casi parecían negros.
Por supuesto que él tenía que estar allí. Zachary nunca había podido resistirse a las mujeres hermosas. ¿Por qué no iba a sentirse, como tantos otros hombres, cautivado por su madrastra? ¿Por qué no iba a arriesgarse a sufrir la cólera de Witt por estar con ella?
Y ahora estaba con una mujer que podría ser una copia de aquella.
"Morir por ti" отзывы
Отзывы читателей о книге "Morir por ti". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Morir por ti" друзьям в соцсетях.