Zach resopló disgustado. Las relaciones públicas y la opinión pública eran el departamento de Nelson. Seguramente el muchacho estaría ahora sudando la gota gorda.
– Y bien, ¿adonde vamos?
– Supongo que de vuelta al hotel.
– Habrá un enjambre de reporteros revoloteando por el vestíbulo -predijo él-Y el teléfono no parará de sonar.
– Eso se lo dejaré a los de seguridad -dijo ella, sonriendo, y bostezando añadió:-Además, imagino que tú los sabrás manejar.
– Tú misma -gruñó él, y ella hasta consiguió sonreírle mientras conducía hacia el hotel Orion.
Adria era más dura de lo que él había imaginado en un principio y, como tan vehementemente había afirmado en más de una ocasión, no iba a salir corriendo asustada. Su tenacidad e independencia habían hecho que se ganara su respeto.
– La prensa puede ser muy dura.
Ella miró en su dirección.
– Estoy acostumbrada a eso. -Por una décima de segundo, él pudo ver en sus ojos algo más que su usual hostilidad, una oscura mirada que le produjo un estremecimiento prohibido en el vientre-. No te preocupes por nada, Zach, estaré bien.
Intentando aplacar en silencio la lujuria que la presencia de ella despertaba en lo más profundo de su mente, Zach aparcó frente al hotel.
– Vamos a ello -dijo él bruscamente, conduciéndola hacia la puerta del hotel a través de la neblina. Sus pies corrían sobre la acera mojada y Adria agachaba la cabeza contra la lluvia.
Zach había supuesto que tendrían que enfrentarse a una multitud de periodistas hambrientos de noticias escandalosas, pero el vestíbulo estaba casi desierto. Solo había unas pocas personas, que vestían impermeables y llevaban paraguas, y entraban y salían con prisas del restaurante y del bar.
Adria se relajó un poco. Había sido un día largo que la había llevado al límite de sus fuerzas, no tanto a causa de los periodistas y de sus preguntas, sino más bien debido a Zachary. Él se había comportado de manera aprehensiva, con sus grises ojos mirando amenazadores a los periodistas y había contestando de forma brusca las pocas preguntas que le habían formulado. La tensión que él había sentido se podía oler en el aire, se notaba en los músculos tensos de su cuello cuando una de los periodistas le había formulado varias preguntas concretas, y la había notado cada vez que él le había dirigido la mirada. Había estado con ella la mayor parte del día, y solo la había dejado aproximadamente una hora, mientras ella había estado contestando a las preguntas de una periodista del Oregonian.
A Adria le parecía imposible creer que aquel hombre fuera su hermanastro. Le parecía tan sexy, tan oscuramente sensual que dudaba de que pudiera ser miembro de su propia familia. Seguramente no lo habría encontrado tan atractivo, tan peligrosamente seductor si en realidad corriera por sus venas la misma sangre. Como si él le hubiera leído el pensamiento, se la quedó mirando y ella pudo ver en sus ojos aquella diminuta llama de pasión que él trataba en vano de ocultar.
Se le hizo un nudo en la garganta y le pareció que el tiempo se detenía.
Ella se sintió como si ellos dos fueran las únicas personas en el mundo. Un hombre. Una mujer. Adria se mordió nerviosamente los labios y se dio cuenta de que los ojos de él habían seguido el movimiento de su boca. Tragó saliva con dificultad.
– ¿Señorita Nash? -El recepcionista la llamó intentando captar su atención.
– Ah, sí -dijo ella, alegrándose de la interrupción. Aclarándose la garganta y rezando para que su rostro no dejara traslucir lo que estaba pensando, añadió-: ¿Tengo algún mensaje?
– ¿Está lloviendo en Oregón? -dijo el recepcionista con ironía, intentando hacer un chiste mientras le pasaba un montón de notas que ella cogió.
Echó un vistazo rápido a cada uno de los mensajes. Algunos eran de periodistas, otros no sabía quién los había enviado, probablemente curiosos, personas sorprendidas de que alguien volviera a afirmar que era London Danvers. Caminaron juntos hasta el ascensor y Zach echó una última mirada hacia atrás, por encima del hombro, antes de tocarle el brazo.
– Espero que no te moleste que suba a tu habitación contigo y compruebe si tu amigo te ha dejado algún otro regalo.
A Adria estuvo a punto de parársele el corazón. Se mordió el labio inferior dudando. «Esto es una estupidez, una completa estupidez, Adria. Siempre has sido una mujer inteligente, ¡de manera que no lo eches ahora todo a perder! ¡Piensa, por el amor de Dios! Quedarse a solas con Zachary en la habitación del hotel es andar buscando -no, es encontrarse- problemas tan serios que seguro que te vas a arrepentir. ¡Lo que te pide es imposible!» Encogiéndose de hombros, mientras él pulsaba el botón de llamada del ascensor, ella replicó: -Lo que tú quieras.
«Oh, Dios, ¿de veras había contestado eso?» Se metieron en el ascensor y la atmósfera pareció hacerse tan densa que casi no podía respirar. Zachary colocó las dos manos en el pasamanos de metal, apoyando sus caderas contra el pulido y limpio metal, sin atreverse a acortar la distancia que había entre los dos.
Ella no debería estar pensando en Zach en aquellos términos. No tenía tiempo de liarse con un hombre; no le quedaban fuerzas para eso y, hasta donde ella sabía, aquel hombre era su hermanastro y la única cosa sensata que podía hacer era mantenerse alejada de él. Lo cual le parecía imposible.
«Bueno, al menos trata de pensar en él en términos que no sean sexuales», se dijo mientras el ascensor se detenía y se abrían las puertas. «Es el peor candidato a amante que puedes encontrar. ¡La persona equivocada! ¡Por el amor de Dios, utiliza la cabeza, Adria!»
Intentando ignorar a Zach, salió hacia el largo pasillo. Estaba tranquilo y desierto. Demasiado desierto. Demasiado tranquilo.
«No dejes que tu imaginación empiece a jugarte malas pasadas.»
Adria intentó sacarse de encima la sensación de que algo estaba fuera de lugar, que no estaba perfectamente en su sitio, pero en cuanto llegó a la puerta, tuvo más de un segundo de duda. El miedo hizo que su mano se detuviera con la llave ya preparada. Por tonto que fuera, tenía el estremecedor presentimiento de que alguien o algo maligno había estado allí hacía poco, y un escalofrío de terror le recorrió la columna vertebral.
Lo cual era ridículo. No era más que la consecuencia del cansancio acumulado durante aquel largo día, y de las notas y el paquete que había recibido hacía poco; eso era todo. Sin embargo, aún dudó un instante antes de introducir la llave en la cerradura.
– ¿Pasa algo? -preguntó Zachary tan cerca de ella que pudo sentir su aliento en la parte de detrás de su cuello. «No seas tonta.»
– No, por supuesto que no.
– ¿Quieres que entre yo primero? -dijo él, animándola y alzando una de sus negras cejas.
– No. Creo que me las apañaré -dijo ella con sarcasmo-. Olvídate de las tácticas de guardaespaldas, ¿de acuerdo?
Forzando una leve sonrisa, Adria metió la llave en la cerradura y abrió la puerta empujando con el hombro. Dio un paso hacia dentro.
La habitación estaba helada y el aire acondicionado encendido.
La mirada de Adria se topó con el gran espejo que había al lado del armario. Se le heló la sangre.
– ¡Oh, cielos! -susurró, intentando apagar un grito.
– ¿Qué? -le preguntó Zach, avanzando a su lado, para detenerse en seco al observar la escena-. ¡Cielos!
El espejo estaba roto y salpicado de sangre, como si alguien hubiera golpeado el cristal con un puño. Entre los trozos de espejo alguien había pegado una gran fotografía de Adria mutilada. La cabeza estaba separada del cuerpo y la sangre que manchaba el espejo parecía salir de su cuello. Los ojos estaban recortados y rodeados de sangre, y el espejo estaba tan completamente rojo que cuando ella miró la imagen vio reflejados allí sus propios ojos bañados en sangre.
– ¿Qué tipo de monstruo ha podido hacer esto? -dijo Adria, empezando a temblar.
– Alguien que te quiere ver fuera de la escena -contestó Zach, rodeándole los hombros con un brazo-. No lo mires más.
Pero ella no podía apartar la vista de allí. El miedo la había dejado paralizada.
– Esto es una locura -susurró ella-. Una auténtica aberración.
– Es cierto.
– Alguien me odia.
– Y mucho. Y podría estar escondido detrás de ti en cualquier esquina.
– ¡Oh, Dios!
– Puedes acabar con todo esto cuando quieras, lo sabes -dijo él, apoyando la barbilla en la cabeza de ella y rodeándola con sus brazos-. Olvida todo este asunto de London. La familia te pagará…
Ella se apartó de él.
– ¿Es eso lo que quieres? ¿Es que tú formas parte de… de esta locura? -le preguntó intentando razonar. ¿Estaba allí Zach por encargo de alguien, para ser su salvador, para hacerla entrar en razón o para asegurarse de que se marchara de allí?
– Solo me preocupa tu seguridad.
– Y que me vaya.
– Adria…
– Pues no ha funcionado. Creo que ya te lo había dicho antes, no me dejo asustar fácilmente.
– Esto no es una broma.
– Lo sé. Pero no pienso echarme atrás. -Aunque estaba temblando, se encaró con él-. Puedo enfrentarme a esto, Zach -dijo ella, cruzando los brazos sobre la cintura-. Maldito bastardo enfermo. No se va a salir con la suya. No pienso permitírselo.
Zach la miró por un instante y luego inspeccionó rápidamente el lavabo y los armarios. Todo parecía en orden. Estaban solos.
– Quienquiera que haya hecho esto ya se ha ido, pero no hace mucho. La sangre todavía no está seca. Puede que haya sido descuidado, quizá ha dejado alguna huella dactilar, algún pelo o algo por el estilo.
– Bastardo -murmuró ella, temblando como un pedazo de gelatina.
A pesar de las duras palabras que le había dirigido a Zach, tenía ganas de desplomarse, de tirar la toalla, de aceptar la derrota y marcharse de allí. ¿A quién demonios le importaba si ella era o no London Danvers? No valía la pena. No cuando estaba enfrentándose con un psicópata. Y ya no podía más. No cuando estaba tan cerca de sentirse obviamente asustada por culpa de aquel desgraciado.
– Voy a llamar primero a la policía y luego a seguridad del hotel. -Zach inspeccionó el pasillo, luego volvió a entrar y se acercó al teléfono.
– Espera un momento -dijo ella, agarrándole la mano.
– ¡Ni lo sueñes! Esto es muy grave. Quien te está haciendo esto es un enfermo. Primero la rata, ahora esto. -Él levantó el auricular.
– Quienquiera que está haciendo esto se ha marchado de aquí corriendo -matizó ella, intentando mantener la calma, algo que se le estaba haciendo demasiado difícil de conseguir. Se recordó que estaba a salvo. Que Zach estaba a su lado.
«Pero ¿él no es parte de la familia? ¿No te estaba diciendo que te marcharas, e incluso sugiriéndote que aceptaras una recompensa?»
A Adria se le secó la garganta. ¿Podía confiar en él? Y si no podía confiar en Zach, ¿en quién?
– Necesito un minuto para pensar y… arreglar un poco esto y…
– ¡Ni hablar! No te acerques ahí. -Él la miró fijamente-. No pensarás tocar eso, ¿verdad? Mira, no se trata de una broma de niños. Se trata de la obra de un perturbado. De alguien que está obviamente trastornado. No quiero ni pensar qué podría hacer luego.
– Yo no… no tengo miedo -mintió ella.
– Y una mierda. Tienes tanto miedo como yo. No quieras engañarme. Mira, no discutí contigo cuando quisiste hablar con la prensa, y estuve a tu lado como si fuera una estatua de mármol mientras tú dabas las entrevistas. Pero no pienso dejar que te pase algo malo solo porque eres demasiado cabezota para dar marcha atrás cuando un auténtico chiflado te está amenazando.
– ¿Quieres que dé marcha atrás?
– Sí, eso es lo que quiero.
– Y eso es lo que quiere él. Es lo que él espera.
– Muy bien, ¿y a quién le importa?
– A mí.
Zach se quedó mirándola fijamente.
– Entonces es que no eres tan lista como había imaginado. -Él cruzó la habitación y la agarró por los hombros antes de acercar su rostro al de ella. Sus fosas nasales palpitaban y sus ojos estaban entornados-. Esta noche no te vas a quedar aquí.
Ella prefirió no discutirle. No podía seguir en aquella habitación ni un segundo más.
– He captado el mensaje -dijo ella con los nervios a flor de piel-. Y tienes razón, estoy asustada. Lo que ha pasado aquí esta noche me ha aterrorizado.
– Es normal.
– Pero estoy intentando mantener la calma todo lo que puedo -admitió ella-. Lo cual no es fácil.
– Estoy de acuerdo con eso.
– ¿Cómo habrá podido entrar aquí?
– Con una llave… alguien del personal -dijo Zach, pensando en voz alta, mientras volvía a echar un rápido vistazo por la habitación. Le apretó los hombros cariñosamente y luego la soltó-. De cualquier manera, eso no importa. Aquí no estás segura.
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