María le había dicho que ella los había oído discutir, y que Eunice había, acusado a Witt de impotente, pero seguramente no se trataba más que de las palabras vengativas de una mujer amargada, porque nunca se demostró que fuera verdad. Eunice le había dado a Witt dos hijos más, Zachary y Nelson.

Desde el principio, se había, especulado acerca de la paternidad de Zachary. Este se quedó mirando a través de la oscuridad hacia el salvaje río.

– Parece que tu madre se preocupa de todos vosotros -dijo ella con un tono de duda.

– Mi madre nos abandonó.

– Porque no tuvo otra elección.

– Eso es lo que ella dice. -Se agachó y agarró una piedra que luego lanzó al río con toda la fuerza de sus músculos.

– ¿Esperabas que se quedara con tu padre?

– No -dijo Zach con los labios apretados en la oscuridad, mientras cogía otra piedra y la lanzaba al cauce del agua. Luego, como si se hubiera dado cuenta de la futilidad de aquel acto, se acercó a la base de un viejo abeto y se apoyó contra su rugoso tronco-. Esperaba que nos llevara con ella.

– Pero no podía…

– No quiso, querrás decir. En aquella época, los jueces y los tribunales de divorcios solían favorecer a la madre, aunque el padre fuera un hombre poderoso como Witt Danvers. Pero Eunice estaba demasiado asustada para ir a un juicio público, demasiado interesada en salvar la cara y conseguir todo el dinero que sus abogados pudieran sacarle a Witt. Tenía que mantener un caro estilo de vida. La verdad de todo es que, incluso cuando sus hijos eran pequeños, Eunice pasaba más tiempo en el club MAC, haciendo ejercicio y relacionándose, del que pasaba con nosotros. Y entonces, cuando mi padre decidió divorciarse de ella, no quiso que arruinaran su reputación por el hecho de que mi padre fuera un mujeriego y ella tuviera un lío con Polidori… -Miró en dirección a Adria, esperando su reacción-. ¿De verdad crees que yo era tan ingenuo para no enterarme de lo que pensaba la gente o tan sordo para no oír lo que todos comentaban? -Su sonrisa era tan fría como el helado fondo del río-. Desde que tengo memoria, he oído las conjeturas de la gente acerca de que yo era hijo de Polidori. Pero eso no es verdad.

Ella se acercó a él y se quedó parada bajo las ramas del macizo árbol. El olor a tierra húmeda y agua fresca se mezclaba en el aire con un aroma de puro almizcle masculino. La noche era seductora y los rodeaba como un suave manto oscuro.

– Se podían hacer análisis de sangre. Podían haber probado que eras…

– ¿Estás bromeando? ¿Witt Danvers yendo al médico para demostrar que había engendrado a su propio hijo? -Su voz era ronca y apenas audible por encima del sonido del agua que corría por entre los árboles-. No tienes ni idea del tipo de hombre que era. Un auténtico bastardo que solo pensaba en ponerle los cuernos a su mujer, en dominar a sus hijos con el cinturón y en comprar pequeños negocios en quiebra a precio de saldo. Había arrasado bosques enteros dejando la tierra yerma, sin pensar ni una sola vez en la reforestación o en la erosión que estaba causando, ni en nada que no fuera la manera de amasar más y más dinero. Sin siquiera parpadear, cerraba aserraderos y campos de explotación forestal, dejando a familias enteras en la calle sin que le importara un carajo; no si la finalidad de sus maniobras era que tenía una posibilidad de hacer más dinero. Era cruel y despiadado, y estaba orgulloso de su poder. Jamás habría permitido que su paternidad tuviera que demostrarse con un examen. Tienes que entender, Adria, que no le importaba nada ni nadie que no fuera él mismo. Resumiendo, su maldito orgullo y London; mierda, sí, se preocupaba por London. -Se dio la vuelta y la luz de la luna se reflejó en sus ojos llenos de ira.

– No te gustaba ella.

– No era más que una niña -dijo él, mirando el rostro de Adria, moviendo los ojos lentamente como si estuviera tratando de descubrir algo en sus facciones, buscando alguna prueba de que ella podía ser aquella pequeña desaparecida a la que apenas recordaba.

A Adria se le aceleró el corazón y de repente le pareció que le costaba respirar. Zach le rozó la mejilla con un dedo, mientras la seguía mirando fijamente.

– London era preciosa, testaruda y lista como un lince -añadió él-. Tenía a Witt metido en su pequeño puño y lo sabía. Me seguía a todas partes como si fuera un maldito cachorro. No la necesitaba a mi lado, pero no podría decir que no me gustaba. De hecho, pensaba que era gracioso la manera en que el viejo había perdido la cabeza por ella. -Se acercó más a Adria y cogió entre los dedos un bucle de su cabello. De repente a ella se le hizo un nudo en la garganta-. No sé si tú eres London -dijo lentamente, con los ojos brillando en la oscuridad-. Pero si lo eres, las cosas van a ser realmente mucho más complicadas. -Se calló durante un instante, mirándola profundamente a los ojos. Ella tragó saliva y notó que la sangre se le acumulaba en el cuello.


En aquel instante eterno ella supo que él iba a besarla.

Ella emitió un gruñido de protesta y él acercó la cabeza a su rostro, pero ella no le detuvo. Sus labios encontraron los de ella en la oscuridad. Cálidos, ansiosos y ardientes, los labios de Zach se moldearon sobre los de Adria con una posesión estremecedora.

Ella sintió que el latido del corazón le resonaba en los oídos, mientras las manos de él la rodeaban, apretándola con fuerza, haciéndola sentir el calor de su sangre, el fuego de su vientre.

Caliente y duro, el cuerpo de él la presionaba y su lengua se introducía entre sus labios abiertos.

Dentro de ella empezó a crecer un remolino de deseo.

Le echó los brazos alrededor de su cuello, sintiendo el roce de su cabello en el dorso de las manos, degustando el sabor salado de su piel, oliendo su aroma almizclado, sintiendo el bulto bajo sus vaqueros allí donde él se apretaba tan íntimamente contra ella.

Zach introdujo las manos por debajo de su suéter, acariciando su abdomen antes de ascender por las costillas con sus dedos rudos y callosos.

– Dios, qué bien me haces sentir -musitó él mientras introducía la mano por debajo del delgado encaje. Ella gimió, esperando más, y sabiendo que estar así con él era un error.

– Adria -susurró él, mientras que con la punta de un dedo recorría el terso y excitado pezón. La volvió a besar, aún con más pasión. Luego le quitó la chaqueta y le levantó el suéter.

El aire frío acariciaba su abdomen. Su boca se movía lenta y sensualmente por su mandíbula y su cuello, dibujando con la lengua un pequeño camino circular sobre los huesos de la base del cuello, allí donde el pulso de ella martilleaba impacientemente.

Adria se combó contra el árbol.

Cuando él alzó la cabeza y se la quedó mirando, ella sintió que se deshacía.

– Te deseo -musitó él con una voz tan torturada como el viento que corría a través de los árboles.

– Lo sé.

– No podemos hacer esto.

– Lo sé.

Las manos de él cogieron uno de sus pechos, y ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, diciéndose que no podía, que no debería hacer el amor con él, pero cuando la boca de Zach rodeó uno de sus pezones, su voluntad se desvaneció tan rápidamente como si un viento potente se la hubiera arrancado de cuajo. Lo recorrió con su lengua ágil, sus labios lo chuparon a través del encaje húmedo de su sujetador y ella sintió que se le doblaban las rodillas. Los dos cayeron al suelo sobre el espeso manto de agujas que había bajo los árboles. El río bramaba furioso a su paso y Adria le apretó la cabeza contra el pecho, mientras que con los dedos exploraba sus gruesos mechones de cabello.

Pensamientos peligrosos se mezclaban con un temerario abandono.

«¿Por qué no hacer el amor con él? No sabes si es tu hermano… No sabes si piensa en ti como Kat.»

– Adria, por el amor de Dios -dijo él con voz ronca mientras enterraba la cabeza en el abdomen de ella.

Su aliento era como el aire templado del desierto, y se introducía por la pretina del vaquero de ella tocando la parte más femenina de su cuerpo. Ella le besó la coronilla.

Él incorporó la cabeza tomando aire temblorosa y lentamente, y luego se apartó rodando de ella.

– Zach…

– Déjame.

– Pero…

– Por el amor de Dios, vístete -le ordenó él sin mirarla.

– No pasa nada.

– No, sí que pasa algo. Ponte de nuevo la maldita ropa e imagina que esto no ha sucedido jamás. -Él se puso de pie, lanzó la linterna hacia ella y empezó a desandar el camino en la oscuridad.

«¡Maldito hombre!» Cómo podía ser tan exasperante. Ella se arregló la ropa sin sentir ni pizca de remordimiento. No había intentado seducirlo y lo que se había estado cociendo entre ellos durante toda la semana simplemente había empezado a arder. Sabía que debería haber tenido cuidado y no haber continuado, eso era cierto. No podía hacer el amor con un hombre que podría ser su hermano, pero hubiera preferido arder en el infierno antes que aceptar toda la responsabilidad por el deseo que latía entre ellos dos. Adria cogió la linterna y empezó a subir por el camino, murmurando mientras el rayo de luz se movía delante de ella y el murmullo del río se iba apagando en la distancia.

Cuando dio la vuelta al último recodo del camino, vio el jeep con los faros iluminando la corteza agrietada de un enorme tronco. Alguien había grabado unas iniciales en la áspera corteza, rodeándolas con el imperfecto dibujo de un corazón. Qué irónico.


Cuando ella subió al asiento del acompañante del Cherokee, lanzó una mirada furiosa a Zach.

– Esto ha sido un error -dijo él.

– No pienso discutir nada.

– Bien.

– Pero no te comportes como si yo hubiera empezado.

– Simplemente ha sucedido, ¿de acuerdo? Y no volverá a suceder jamás. -Pero en el momento en que aquellas palabras cruzaban sus labios, él supo que estaba mintiendo. No había ninguna forma de que él pudiera mantener sus manos alejadas de ella.


Más tarde, Adria no vio ninguna razón para decir a Zach que iba a ver a Mario Polidori. Zach se había puesto furioso cuando ella había mencionado que Mario la había llamado. Decidió que ya estaba cansada de su actitud excesivamente protectora. La mitad del tiempo él actuaba como su hermano mayor, la otra mitad parecía que quisiera ser su amante.

Emociones opuestas luchaban dentro de ella y decidió que necesitaba alejarse de él para aclararse las ideas, para centrarse de nuevo en su investigación. Tenía que descubrir si era London. Si lo era, tendría que pelear con todo el clan Danvers para conseguir recuperar sus derechos; si no lo era… entonces se marcharía. O se convertiría en la amante de Zach. De una forma o de otra, se estaba arriesgando a un suicidio emocional.

Aparcó su viejo coche en la calle, al lado del antiguo mercado de verduras donde Stephano Polidori había empezado a amasar su fortuna. El mercado, a solo cuatro manzanas del hotel Danvers, estaba cerrado y se proyectaba construir un nuevo rascacielos de oficinas en aquel terreno.

Mario la estaba esperando, apoyado en una farola al lado de un bar irlandés.

– Ya pensaba que no vendrías -dijo él.

– Te dije que vendría -contestó ella incómoda, pero consiguiendo controlar sus nervios.

– Lo sé, pero imaginé que tu amigo te habría persuadido para que no me vieras -dijo él, poniéndose derecho y ofreciéndole una reluciente y seductora sonrisa.

– ¿Mi amigo?

Mario mantuvo la puerta del bar abierta para que ella pasara.

– Zachary Danvers. Tu hermano. -A Adria se le cayó el alma a los pies-. ¿No está jugando ahora a ser tu guardaespaldas?

– No está jugando a nada -dijo Adria mientras Mario la seguía hacia el interior lleno de humo.

Las risas y las conversaciones a gritos llenaban el local. Resonaba el tintinear de los vasos y el chocar de las bolas de billar, mientras los dardos cruzaban el aire. Una banda de jazz estaba tocando en un escenario improvisado, pero la música apenas se oía a causa de los estridentes clientes.

Sin preguntarle a ella, Mario pidió dos cafés irlandeses antes de meterse en negocios.

– Mi padre y yo nos estábamos preguntando si habías decidido algo sobre nuestra propuesta.

– Lo he pensado un poco -contestó ella mientras una delgada camarera colocaba ante ellos dos vasos de tubo-. Y la verdad es que no creo que pueda hacer tratos contigo o con tu padre. -Con una delgada pajita de plástico removió las gotas de crema de menta de la espuma cremosa de su café.

– Eso no lo sabes.

– Lo que no sé es quién soy. Pero aunque descubra que soy London, no podré hacer grandes demandas a la compañía.

– Tu serás la propietaria de la mitad de la compañía -dijo él, alzando sus oscuras cejas en señal de sorpresa.

– Aun así seré una intrusa.