Toda su práctica de jugador de póquer desapareció. Nicole se dio cuenta de que estaba mintiendo de nuevo. Y sus mentiras parecían crecer cuando se enfrentaba a su hermano menor. ¿No iba a terminar nunca aquella cadena de engaños?
– Dame el número, Jason, o llámale tú mismo de una maldita vez. Quiero hablar con él -dijo Zach con mirada sombría.
– Me parece que necesitas un trago. Voy a buscar una botella de… -dijo Jason, retirándose.
– No necesito una copa -le cortó Zach-. Solo necesito ese maldito número.
Jason se quedó observando a su hermano y finalmente se ablandó.
– De acuerdo. Ven, vamos al estudio -dijo, mirando su reloj-. Sabrás que son casi las dos de la mañana en Memphis.
– Perfecto. Seguro que estará en casa.
– Puede que esté durmiendo.
– Pues entonces ya es hora de que se despierte -dijo Zach incapaz de aplacar la dura y desnuda tensión que había hecho nido en él desde que besó y tuvo entre sus manos a Adria.
Tenía miedo por ella. Miedo de que quienquiera que la estaba persiguiendo empezara a subir su apuesta. Pero no podía confiarle eso a su familia. No cuando uno de ellos podría ser el psicópata. Y por otra parte estaba el problema de sus sentimientos hacia Adria. Aquellos labios le habían ofrecido promesas tan dulces, con la cabeza echada hacia atrás en completo abandono y los pechos irguiéndose contra la fina tela de su sujetador. Había estado a punto de hacer el amor con ella, demasiado cerca, y había hecho todo lo que había podido para echarse atrás. Ella estaba allí, deseosa y suave, con su cuerpo rendido ante el suyo. En el momento de besarla ya sabía que no debería haberlo hecho, se había reprochado acariciar aquellos pechos y casi había perdido el control cuando ella le había aplastado la cabeza contra su pezón erguido. Nunca se había sentido tan excitado en su vida. Nunca había deseado algo tanto. Nunca había tenido que luchar tanto contra sus propios deseos.
Sólo pensar ahora en aquello hacía que sintiera una erección bajo la tela de sus téjanos. Se metió una mano en un bolsillo mientras Jason le mostraba el número de teléfono que tenía clavado en un corcho, al lado del escritorio. Apoyando el auricular en un hombro, Zach marcó el número y esperó impaciente, golpeando con los dedos de la mano que tenía libre en la esquina de la mesa.
– Venga, vamos -murmuró mientras Jason cerraba la puerta del estudio.
La voz nasal de Sweeny contestó al séptimo timbrazo.
– ¿Sí?
– Soy Zachary Danvers.
– Por Dios, ¿sabes qué hora es?
– ¿Qué es lo que has descubierto?
– Pensaba llamar a Jason por la mañana.
– Pues tienes suerte. Es por la mañana y Jason está aquí a mi lado -dijo Zach, mirando el reloj.
– Eres un gilipollas de mierda, Danvers. -Se aclaró la garganta y oyó el clic de un encendedor-. De acuerdo. No es mucho, pero al menos es un comienzo.
A Zach se le encogió el estómago. Si Sweeny confirmaba el hecho de que Adria era un fraude, entonces no era nada más que una buscona barata, una impostora. Pero si descubría que ella era London… Cielos, aquello podría ser aún peor, porque había estado con ella. El corazón le latía frenéticamente. De cualquier manera aquello no tenía remedio.
– Ha sido como buscar una aguja en un pajar -dijo Sweeny-. ¿Sabes lo que quiero decir? Bueno. Ahí va. Veamos, parece que el tipo que se casó con Ginny Watson se trasladó a Kentucky hace un tiempo. A Lexington. A finales de los setenta, por lo que he podido averiguar. Le iré a hacer una visita mañana.
– ¿Tienes su número de teléfono?
Zach no oyó nada más que silencio durante unos instantes.
– Bueno, ¿lo tienes o no?
– Claro, lo tengo. Pero me parece que verlo en persona será mucho mejor. Estar cara a cara con las personas hace imposible que puedan colgarte el teléfono.
– Quiero hablar con él.
– Tranquilo, muchacho. Tendrás oportunidad de hacerlo -dijo Sweeny tranquilamente-. Deja que yo rompa el hielo. Te llamaré en cuanto tenga más noticias. Le dejaré un mensaje a Jason.
– ¿Dónde te vas a alojar? -preguntó Zach.
– ¿ Que dónde me voy a alojar? Esa es buena. ¿Puede que en el Ritz. ¿O quizá te parece mejor el hotel Danvers? ¿Tenéis alguno en Kentucky? Mierda, ¿cómo quieres que lo sepa? -Colgó y Zach pudo oír claramente el clic.
– ¿De qué va todo esto? -preguntó Jason, sirviendo dos vasos de whisky sobre la barra del bar. Sus ojos miraban expectantes a su hermano.
– Simplemente estoy cansado de esperar y no me fío de Sweeny.
– Ni yo tampoco, pero mantiene la boca cerrada, y si descubre algo nos lo hará saber. Aunque tiene su precio. Y dime, ¿dónde está Adria? ¿La estás escondiendo en alguna parte?
Zach no contestó y los labios de su hermano mayor se curvaron en una dura sonrisa.
– ¿Te la estás guardando solo para ti?
– Pensé que te parecía insignificante.
– Ya ha salido en las noticias y en los periódicos. Menuda insignificancia. -Jason se acercó al escritorio, abrió un cajón y sacó un montón de fotocopias y de faxes-. Ha aparecido en las noticias nacionales, ¿lo sabías? Y me refiero a algo más que una simple nota de agencia de noticias. Están empezando a llamar de las cadenas de televisión y hasta en el Este empiezan a tener interés por el tema. Cada vez que conecto el televisor, parece que hay alguien hablando de ella; y durante el día, en el despacho, tenemos un auténtico sitio de periodistas en el vestíbulo.
– Publicidad gratuita -dijo Zach sarcásticamente.
– Vete a la mierda, Zach -dijo Jason, acabándose de un trago su whisky-. Y ha empezado a molestar aquí, en casa. Está alterando a Shelly y a Nicole y… Empiezo a sentirme como cuando secuestraron a London… con todos esos periodistas haciendo guardia alrededor de la verja.
Zach recordó la multitud de periodistas que habían acechado a la familia con preguntas, llamando a todas horas por teléfono, merodeando alrededor de la verja y de las puertas. También había oído que en el hotel se habían congregado muchos periodistas. Ni siquiera había quedado inmune su oficina en Bend; Terry le había llamado para decirle que un puñado de periodistas habían estado allí preguntando por él desde que Adria apareció ante la prensa.
– Es mucho peor de lo que había imaginado -dijo Jason mientras iba a buscar la botella otra vez-. Incluso los abogados de Witt están empezando a preocuparse. Quieren hablar con la señorita Nash, pero les he pedido que esperen un poco.
– Déjame que yo me ocupe de ella.-No quería que un puñado de sanguijuelas como los abogados de la familia Danvers se dedicaran a molestarla. Impaciente, se pasó una mano por el pelo.
– ¿No ha contratado aún a un abogado?
– No creo -dijo Zach, encogiéndose de hombros-. Pero esta noche ha ido a ver a Mario Polidori.
– ¿Polidori? -Los músculos de la cara de Jason se apretaron en una mueca de incredulidad, mientras sus fosas nasales se dilataban con disgusto-. ¿Por qué?
– No lo sé. No me lo ha dicho.
– De modo que los buitres ya están empezando a revolotear. Muy bien, Zach, eso es magnífico -dijo Jason sarcásticamente y luego señaló a su hermano con un dedo-. No puedes permitir que ese tipo se acerque a ella.
– No es asunto mío.
– ¡Ni hablar! Polidori, por medio de una pantalla de humo de abogados, compañías y silenciosos inversores, ha estado intentando comprar durante años varias de las empresas de Danvers International: las propiedades en el muelle y el hotel, inmuebles en el centro e incluso un par de aserraderos. Como sabes, quiere poseer cualquier cosa que lleve el logotipo Danvers. Está empeñado en comprar todas las propiedades que vendemos, aunque de momento lo hemos mantenido alejado.
– ¿Su dinero no es tan bueno como cualquier otro?
– No se trata del dinero, se trata de que lo de que la verdad era que no le gustaba la idea de que Adria estuviera con otro hombre.
«Idiota», se dijo mientras encendía la radio. Mirando con los ojos entornados hacia las luces de los coches que avanzaban en dirección contraria, estuvo escuchando media hora un programa dedicado a las canciones de Bruce Springsteen, pero su mente iba de las letras de las canciones a Adria. Cielos, ¿qué iba a hacer con todo aquello? Sabía qué era lo que deseaba y era algo obsceno o sencillamente estúpido, o puede que un poco ambas cosas, dependiendo de quién se demostrara que era ella.
Mientras conducía por la carretera hacia Estacada, Adria miró por el espejo retrovisor. Veía los faros de los coches que iban tras ella y no podía sacarse de encima la sensación de que la estaban siguiendo. Durante la cena con Mario Polidori había estado tensa. Incómoda. Y cuando había salido de Portland había presentido que ojos ocultos entre las sombras la observaban y vigilaban cada uno de sus movimientos.
«Eres tan mala como todos los de la familia Danvers», murmuró mientras el vehículo que iba detrás de ella, una gran camioneta que se elevaba bastante desde el suelo, la adelantó lanzando el polvo y barro del camino sobre su parabrisas. Puso en marcha los limpiaparabrisas e intentó ignorar la paranoia que la amenazaba.
La camioneta, que iba a más de noventa por hora, desapareció detrás de una curva y los haces de sus propios faros iluminaron los charcos, el húmedo pavimento y las cortezas cubiertas de musgo de los abetos gigantes que flanqueaban la carretera forestal.
Estaba cansada; su mente daba vueltas sin parar, repleta de imágenes de Zachary y de habitaciones de hotel ensangrentadas. La detective Stinson le había comunicado que la sangre que había en el espejo roto no era humana, sino sangre de rata, probablemente de la que le habían enviado al hotel.
Su estómago se encogió con ese pensamiento. A pesar de que había nacido en una granja y se había enfrentado cada año a la matanza de animales, o había ayudado a su padre a trocear los animales que cazaba y había encontrado cuerpos sin vida de ratas y de pájaros cazados por los gatos, esto era diferente: matar un animal y luego sacarle la sangre para utilizarlo en el siguiente acto de terror.
Sintió un escalofrío y se dijo que tenía que dejarlo correr. Sabía que su aparición afirmando que era London Danvers provocaría resistencia; pero no había supuesto lo macabra que podría llegar a ser.
Empezó a sentir que le dolía la cabeza. Su encuentro con Mario Polidori había resultado un fracaso. El interés que él mostraba por ella había pasado de la curiosidad y un moderado flirteo a algo más serio, algo que ella ni siquiera había contemplado como posible. Había visto un destello de desafío en sus ojos, cuando él la miraba fijamente, y había tenido la indudable e incómoda sensación de que él estaba deseando acostarse con ella. Al principio se había dicho que eran imaginaciones suyas, pero conforme avanzaba la noche y él se volvía más atrevido, con una mirada sombría y una sonrisa cada vez más provocativa, ella había estado segura de que trataba de seducirla. Y no porque la encontrara extremadamente fascinante, sino porque estaba relacionada con la familia Danvers y porque suponía un reto para él.
«Inténtalo», murmuró poniendo en marcha los limpiaparabrisas conforme la llovizna se hacía más persistente.
Lo que no necesitaba ahora era a un hombre -cualquier hombre- complicando las cosas. Sus emociones ya eran lo suficientemente complicadas con la atracción que sentía por Zachary. Dio un respingo al pensar lo cerca que había estado de hacer el amor con él. Y lo mucho que lo había deseado.
Se había estado diciendo que no había sido más que una reacción al hecho de sentirse amenazada, pero era algo más que eso. Mucho más, y algo peligrosamente impensable.
Su dolor de cabeza se hizo más intenso cuando se puso a pensar en lo que habría podido pasar aquella noche, lo que habría pasado si él no hubiera recuperado la sensatez, apartándose de ella.
«Idiota -murmuró, pero no sabía si estaba hablando de ella o de él-. No pierdas los nervios.»
Cuando giró la última curva a las afueras de los límites del pueblo de Estacada, vio el cartel del Fir Glen Motel que centelleaba en neones amarillos. Letras rosadas anunciaban que quedaban habitaciones libres en el pequeño motel.
El jeep de Zach no estaba aparcado en su sitio habitual y a ella empezó a acelerársele el corazón. Aquello era estúpido. Sí, claro que la tranquilizaba saber que él estaba en la habitación de al lado, pero más que eso, ella empezaba a depender de él, a preocuparse por él, a pensar en él en términos que sobrepasaban cualquier tipo de barreras. A veces deseaba no ser London. Eso podría resolver algunos problemas.
Pero no aclararía qué tipo de sentimientos había albergado él por Kat. De vez en cuando, Adria se daba cuenta de que él la miraba como si no estuviera viéndola a ella, sino recordando a otra mujer, a la mujer que ella creía que era su madre.
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