La cocinera depositó silenciosamente una cesta con bollos en la mesa y luego volvió a retirarse a la cocina.
– De ahora en adelante, hijo -le sugirió Anthony mientras tomaba un bollo de harina integral-, mantenme informado cuando pienses ver a la señorita Nash. -Partió el bollo por la mitad y lo untó con una buena cantidad de mantequilla-. Me gustaría poder hacer algo para evitarte a ti y a la familia un montón de problemas.
Zach caminaba de un lado al otro del estudio estirando el cable del teléfono hasta sus límites. Maldecía entre dientes y estuvo a punto de lanzar el auricular contra el suelo.
– Si pudiera hacerle una entrevista a la señorita Nash, cuando a ella le vaya bien… -insistía Ellen Rigley. Era una periodista agresiva, que no parecía entender el significado de la palabra no. Zach miró a través de la ventana hacia las hectáreas de terreno del rancho, que se extendía tanto como la vista podía alcanzar. Pero no tenía suficiente tierra. No lo bastante para esconder a Adria.
– Estoy seguro de que ella querrá contar su versión de los hechos…
Zach se mantuvo firme y se puso a mirar la primera página del periódico de la mañana, que descansaba sobre su escritorio. La foto de Adria estaba en la portada, al lado de las fotografías de Witt, Kat y London. Los titulares eran gruesos y negros y parecían gritar:
LA MUJER QUE AFIRMA SER LA HEREDERA DE LOS DANVERS ES ATACADA.
La prensa no había tardado demasiado en reaccionar. No hacía más de dos días que estaban en el rancho y aquello ya parecía una casa de locos.
A Zach le parecía como si estuviera andando sobre arenas movedizas. Cuanto más rápido se movía, cuanto más deprisa intentaba avanzar, más y más se hundía en la arena, hasta que sentía que empezaba a asfixiarse y no tenía escapatoria. No había manera de salvar a Adria.
«Bravo», pensó sarcásticamente. Estar tan cerca de Adria y mantener sus manos lejos de ella era el infierno; intentar evitar que la mataran se estaba convirtiendo en una misión casi imposible. Ella ya había hablado de volver a Portland, por el amor de Dios, cuando todavía no se le habían curado los golpes en la cabeza y sus heridas todavía no habían cicatrizado.
La voz femenina de aquella mujer tan pesada no dejaba de insistir:
– … yo puedo volar esta misma tarde, o mañana por la mañana, para encontrarme con ella en el rancho y…
– Ya le he dicho que la señorita Nash no tiene ninguna declaración que hacer. -Zach ya había tenido bastante.
– Necesito hablar con ella, señor Danvers. -Obviamente, ella estaba intentando intimidarle-. Adria aparece afirmando que es London Danvers y luego es atacada en un motel alejado de la ciudad por una persona desconocida. El Post desearía hacerle una entrevista para que pudiera contarnos su versión de la historia…
Zach colgó el aparato de un golpe y pulsó el botón para poner en marcha el contestador automático. Estaba harto de periodistas, de policías y de todo aquello. El teléfono volvió a sonar de inmediato y Zach, ignorando el impaciente timbre, tiró las llaves sobre el mostrador.
Había regresado a la casa del rancho después de pasar tres infructuosas horas en la oficina. Una horda de reporteros habían mantenido ocupada a Terry al teléfono y en persona, bebiendo y quejándose de su café, y esperando a que Zach hiciera alguna declaración. Les había hecho una -no apta para ser publicada- y la mayoría de los periodistas habían captado la indirecta, y se habían marchado de allí, golpeando la puerta al salir y con el rabo entre las piernas. Pero un par de tipos fornidos y espabilados habían seguido insistiendo, esperando que se diera por vencido y les ofreciera algo diferente a lo que habían dicho todos lbs periódicos de la nación.
Zach había abandonado la expectativa de poder trabajar y había dicho a Terry que cerraría la oficina durante el resto de la semana. Había metido unos cuantos papeles y un par de proyectos en su maletín, había cerrado la puerta de la oficina y había conducido su Cherokee como un loco hasta el rancho, hasta el ojo del huracán. Debería haber desconectado todos los teléfonos de la casa, pero quería estar en contacto con el sheriff de Clackamas y con la policía de Portland. Y además estaba esperando el informe de Sweeny. A Zach se le hizo un nudo en el estómago solo de pensar en él. Habían pasado dos días desde hablara con aquel baboso investigador privado y, según decía Jason, todavía no había dado señales de vida.
Probablemente aquel corrupto detective se estaba guardando lo que sabía. O Jason.
Desde el día en que Adria había sido atacada no confiaba en nadie.
Dejó la chaqueta en un gancho al lado de la despensa, bajó al vestíbulo y salió por la puerta trasera. Una ráfaga de viento helado le recibió y pensó que iba a nevar; en las montañas ya se podía ver una fina capa de nieve blanca en las cimas. El cielo era claro, el sol brillaba sin llegar a calentar y solo unas pocas nubes rodeaban los picos de las montañas. Cualquier otro día se habría alegrado por el tiempo helado que prometía aquel viento, pero no hoy.
El rancho no era inexpugnable, y hasta que no hubo echado de allí a los periodistas y fotógrafos que insistían en pasearse por el porche de la entrada principal, no tuvo oportunidad de pensar con calma.
Por suerte, Manny había decidido meter sus nativas manos indias en el asunto. Con su más cuidada y severa expresión india, se había echado sobre los hombros una gruesa manta de pelo de caballo y se había colocado como vigía en la puerta de entrada al rancho. Llevaba un sensato rifle en el salpicadero de la camioneta y había colocado una señal de no pasar en un poste de la valla, bien visible desde el camino.
Nadie podría sospechar que la carabina del calibre 22 no estaba cargada ni que Manny Claerwater era el peor tirador que había por aquella tierras y uno de los tipos más tranquilos que Zach hubiera conocido jamás. Su semblante severo era suficiente para mantener alejados de la propiedad incluso a los más ambiciosos periodistas.
De momento.
Zach había previsto mantener a Adria allí hasta que se hubiera recuperado y la noticia de su ataque hubiera empezado a olvidarse. Pero aquel plan le había explotado en las manos y parecía que todo el mundo sabía ya dónde se escondía.
Incluyendo la persona que quería hacerle daño. Los músculos de la espalda se le tensaron y apretó las mandíbulas tan fuertemente que le dolieron. Desde que ella había declinado la protección policial, Zach había decidido que su responsabilidad era mantenerla a salvo. Y viva. Pero parecía que el mundo, y la propia Adria, estuvieran en su contra.
La conclusión era que tampoco allí estaba a salvo. Y eso le preocupaba. Y le hacía tener los nervios a flor de piel.
Encontró a Adria al lado del establo, con el sol bañando su oscuro pelo negro. Tenía los antebrazos apoyados contra la valla y observaba las yeguas y los potros pastando la hierba del campo descolorida por el sol.
Un remolino de viento, cargado de arena, danzaba alrededor del potrero, levantando algunas hojas secas y arrastrándolas hacia el campo, donde los potros iban de un penacho de hierba seca a otro. Tenían la piel polvorienta y pelada, ya que estaban empezando a cambiar el pelo corto por el grueso y largo del invierno.
Sin darse cuenta de que él estaba detrás de ella, Adria cambió de posición, apoyándose en la otra pierna y ofreciéndole el perfil de su cara. Su corazón dio un brinco al verla y se dijo que debería olvidarse de que se trataba de una mujer.
– Eres una dama muy popular. El teléfono no ha parado de sonar.
– ¿Por qué te piensas que me he refugiado aquí? -Ella pasó un dedo por el polvoriento borde de la valla; sus mejillas habían tomado un tono sonrosado por el frío-. Al principio he estado hablando con ellos, pero las preguntas eran demasiado pesadas y he decidido tomarme un respiro.
– Manny los está manteniendo al otro lado de la valla y el contestador recogerá cualquier cosa que necesitemos saber. -Él se paró a su lado y colocó un pie en la primera tabla de la valla. Aparentando mirar las montañas que se alzaban en el horizonte, preguntó-¿ Cómo te encuentras?
– Perfectamente, excepto por el camión de ochenta toneladas que parece haberme pasado por encima. -Sonriendo levemente, hizo aparecer en sus mejillas aquel hoyuelo que a él le parecía tan sexy-. Pero sobreviviré y me temo que eso va a decepcionar a algunas personas.
– No digas eso.
Pero aún no había terminado.
– Sabes, Zach -continuó ella volviendo la cara hacia él, mientras la brisa mecía suavemente varios mechones rizados que ella mantenía sujetos con una goma para apartárselos de la cara-, no puedo quedarme aquí para siempre.
– Solo serán unos cuantos días.
– Tengo mi vida.
– Quieres decir la vida de London. -Él alzó una oscura ceja y levantó la cabeza hacia varias nubes blancas que avanzaban por el horizonte, mientras una bandada de patos pasaba sobre ellos volando veloces, en formación hacia el sur, como si quisieran recuperar el tiempo perdido.
Ella se protegió de los rayos del sol poniente con una mano.
– Ya es hora de que termine con este asunto.
– ¿Cómo?
– Creo que debería contratar a un abogado y a un investigador privado. Y hacer que la cosas empiecen a moverse.
Ella lo miraba tan intensamente -paseando la vista por sus ojos y su boca- que el deseo empezó a arder en él como una pradera en llamas que nadie puede apagar y que ningún mortal podría controlar. Se acordó de cuando la había besado y había estado a punto de hacer el amor con ella junto al río, y lo único que pudo hacer fue meterse las manos en los bolsillos e intentar ocultar el oleaje que empezaba a calentar su ingle. Tenía ganas de acercarse a ella y abrazarla, presionar sus labios contra los de ella y besarla hasta que ninguno de los dos pudiera respirar. Se imaginó tumbándola en el suelo hasta que su pelo se desparramara sobre la hierba.
¡Demonios, eso no le iba a llevar a ninguna parte!
Ella todavía estaba hablando de contratar a un detective.
– … será lo mejor para todos.
– Jason ya ha contratado a un tipo, un cretino llamado Oswald Sweeny. Él hará ese trabajo. -Para Jason y para ti.
Los extremos de su boca se tensaron involuntariamente.
– Dices que quieres saber la verdad.
– Y así es -dijo ella, parpadeando contra la luz del sol-. Pero corrígeme si me equivoco, ¿de acuerdo? Sweeny trabaja para la familia, ¿no es así? Está investigando e intentando demostrar que soy una impostora. De manera que no debería decirme, o la familia puede decidir que no hace falta que me informe, si ha encontrado alguna prueba positiva que demuestra que soy London. Sólo si no lo soy. -Ella se limpió el polvo de las manos en los pantalones vaqueros-. De manera que creo que será mejor empezar a buscar a algún tipo que esté de mi parte.
Él escarbó en el suelo con la punta de su bota.
– Por lo que sé, no creo que puedas gastarte mucho dinero.
Ella había estado esperando algo así, pero no de Zach. De los demás, sí, por supuesto, pero no de Zach, y no pudo detener la ligera punzada de miedo que sentía al pensar que él podría haber descubierto cosas sobre ella que no le hubiera dicho, que solo habría compartido con el círculo interno de la familia Danvers. Los pocos elegidos. Sintió un nudo en la garganta. Siempre había pensado que él estaba fuera del círculo familiar, pero -por doloroso que fuera- lo cierto era que solo ella estaba fuera de ese círculo. Obviamente, había secretos que Zach no le había contado, y se preguntó cuántas cosas sobre ella habrían estado hablando él y el resto de su familia a sus espaldas. ¿Les habría contado las confidencias que ella le había hecho a él sobre su vida en Montana? ¿Se habría reído de ella al descubrir que estaba en bancarrota? ¿Se habrían iluminado sus ojos con un brillo maligno cuando les hubiera contado que había estado a punto de hacer el amor con ella?
Estar al lado de Zachary Danvers era como andar por una frágil cuerda por encima de un cañón. Un paso en falso en cualquier dirección y podría caer sobre los afilados acantilados emocionales. Demasiada tensión y la cuerda se podría romper. No era tan estúpida como para imaginar que la había llevado hasta allí solo para protegerla.
– ¿Qué es lo que quieres de mí?
Él dudó, buscando con sus ojos los de ella, y a Adria le pareció que él podía leerle el alma.
– Sólo quiero mantenerte a salvo.
– Hasta que tu familia pueda demostrar que estoy mintiendo. -Ella sintió el aire que se movía entre ellos-. No puedes mantenerme aquí, no contra mi voluntad.
– ¿Eso es lo que estoy haciendo?
– Eso es lo que pienso. Sí -contestó ella, apretando los labios.
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