– ¡Vamos! -animó a su montura mientras le apretaba los flancos con los talones.
Como un oleaje de fuerza pura, el animal empezó a ganar velocidad, con sus músculos tensándose y relajándose a un ritmo acompasado, y el frío y duro suelo centelleando bajo los cascos. El viento le azotaba la cara y hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas, mientras la entusiasta yegua avanzaba a toda velocidad, cruzando las vastas hectáreas de pradera en las que la hierba había crecido hasta ascender por los viejos troncos de los árboles. A lo lejos, las cimas rocosas de las montañas cubiertas de nieve se recortaban contra un cielo que empezaba a oscurecer.
Ella animó al animal a que corriera más, temerosa de que, si aminoraba la marcha un solo instante, podría darse cuenta de la locura que estaba a punto de cometer y tirar de las riendas dando media vuelta, obligándose a regresar al rancho -a la segundad-, lejos de aquel hombre que tanto podía salvarla como destrozarla.
El caballo de Zach se dirigió hacia un bosque de árboles bajos y Adria siguió tras él.
– Vamos, más deprisa -gritó Adria con el aire saliendo de sus pulmones como un desgarrón, con el miedo de enfrentarse a su destino pululando en las sombras de su mente. Pero aun así, seguía avanzando, dando caza a aquel hombre, y a su sueño, acercándose cada vez más a él.
Al cabo de un rato, él tiró de las riendas y su caballo aminoró la marcha al llegar a la orilla de un ancho río, que bajaba de las colinas y caía formando un salvaje torrente plateado delante de un acantilado. Entonces, como si hubiera sentido que alguien le perseguía, Zach se volvió en la silla.
A ella estuvo a punto de parársele el corazón cuando vio su perfil, de ángulos duros y afilados, como la silueta de las impresionantes montañas que se alzaban ante él, salvaje como el río que avanzaba furioso por el cañón y abría una grieta de agua entre el bosque. Él apretó las mandíbulas y sus ojos se entornaron en un silencioso reproche, pero ella no hizo caso. Apretó los flancos de su yegua y siguió avanzando. En el rostro de Zach no había ni rastro de regocijo.
Zach la estuvo siguiendo con la mirada mientras ella tiraba de las riendas deteniendo al animal. Cuando ya estuvo lo bastante cerca, él le dijo:
– Deberías regresar.
– ¿Volver a Montana?
– Volver a la casa.
– Todavía no.
Ella bajó del caballo y Zach hizo lo mismo. Se acercó a ella con el ceño fruncido y los labios apretados en una mueca furiosa, mirándola como si se tratara de una extraña… o peor, como si quisiera empezar a besarla y no parar jamás. -Por Dios…
– No, por mí, por nosotros -dijo ella, respirando con rapidez. Se quedó mirándolo obstinadamente, cuadrando los hombros y haciendo que sus furiosos ojos se clavaran en los de él.
– Nunca haces caso, ¿no es así? -No cuando se trata de algo en lo que no estoy de acuerdo.
El agua fría de la cascada salpicaba su espalda y podía oír el estruendo de la catarata estrellándose cien metros más abajo, sobre el rocoso fondo del cañón. Se quedó allí parada al lado de él, sin dar un paso atrás, retándolo silenciosamente con la mirada.
– No tienes ni idea de lo que quieres -dijo él con voz ronca.
– Dímelo tú.
Él se la quedó mirando con una dura expresión durante un largo rato, entornando los ojos contra el sol del atardecer, con el aliento echando vaho en el frío aire de la montaña.
– Nunca te das por vencida -dijo él con un tono de voz torturado, como si librara una batalla consigo mismo y estuviera a punto de perderla. De mala gana, él le apartó del rostro un negro rizo que le caía sobre la cara.
– No hay ninguna razón para hacerlo.
– Hay montones de razones, Adria. -Ninguna que me interese oír. -Ella alzó la cabeza, echando la barbilla hacia delante, dispuesta a discutir, sintiendo la brisa que se enredaba en su cabello.
Él la miró fijamente a los ojos haciendo que ella sintiera un brinco de anticipación en el corazón. Una pasión desatada y ruda anegaba los negros ojos de él, mientras le mantenía la mirada. Adria sintió de repente que el pecho se le aplastaba, como si se lo estuvieran apretando con cables de acero y se preguntó por un instante si quizá él tendría razón. Ella lo deseaba, sí, probablemente lo amaba, pero estar a su lado era mortalmente peligroso y le parecía que nunca tendría suficiente.
Como si él le hubiera leído el pensamiento, se acercó a ella y la agarró por la nuca con los fuertes dedos de una mano; apretándose contra ella, la besó hasta que ambos quedaron sin aliento. Con la mano que tenía libre la rodeó por la cintura, haciendo que su cuerpo estuviera tan pegado al suyo que ella pudo sentir el acelerado ritmo de su corazón y la dura evidencia del deseo debajo de su bragueta. Olía a cuero y sudor, y su boca sabía a café mezclado con licor. Un fuego interior que la iba consumiendo lentamente se extendió por todo su cuerpo.
Las manos de él descendieron por su espalda, apretándole posesiva y desesperadamente los pechos contra su firme tórax.
Rodeándole el cuello con las manos, ella se entregó a él, resistiéndose a escuchar las persistentes dudas que asaltaban su mente. Abrió la boca para él, como hubiera abierto de buena gana todo su cuerpo.
Él se agarró a ella empujándola hacia el suelo, apretándola contra su cuerpo, dejándola caer sobre el lecho de hierba y hojas secas que estaban esparcidas por el suelo del bosque. La besó a lo largo del cuello y en los ojos, mientras retorcía su cabello con las manos.
– ¿Estás segura? -preguntó él casi sin aliento y con voz ronca, mientras el viento corría entre los árboles.
– Lo deseo, Zach -dijo ella, mirándole fijamente a los ojos-. Te deseo a ti.
Él dudó, pero ella presionó los labios contra su boca y todas sus defensas se derrumbaron. Ella sabía cuál era la razón de su reticencia -que él todavía creía que eran hermanos-, pero ella estaba segura de que no era así. Era imposible que fueran parientes; ella no podía creerlo. La mayoría de la gente opinaba que lo había engendrado Anthony Polidori y él se parecía mucho más al italiano que a Witt. ¡Así era! ¡Sin duda! Zach acarició su cuello y ella echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndose más a él.
Los dedos de Zach encontraron los botones de su blusa y el cierre de su sujetador, y al momento la empezó a desnudar. Aparecieron sus pechos, con sus oscuros pezones endureciéndose por el frío, aunque su cuerpo estaba caliente por el fuego que recorría sus venas.
Sus manos fueron rudas pero mágicas cuando la acarició recorriendo el valle de su espalda. El placer embriagaba el cuerpo de Adria y sintió que podría quedarse entre sus brazos durante el resto de su vida.
«Hazme el amor, Zachary», gritaba ella en silencio.
Los dedos de Zach recorrieron la cintura de su pantalón vaquero, y la liberaron de aquella prenda dejándola vestida solo con las minúsculas bragas. Ella gimió cuando él rozó sus pechos con los labios y las manos de ella se agarraron a su camisa, desgarrando los botones, sintiendo el mullido y oscuro vello de su pecho, mientras sus dedos recorrían los poderosos músculos de su tórax y los botones erguidos de sus masculinos pezones.
Él gimió con voz profunda, un gemido primigenio que la hizo estremecerse.
– Adria -susurró él con voz ronca, mientras la miraba a los ojos.
Ella colocó un dedo sobre sus labios.
– No, calla -le susurró ella, y una sacudida de calor le recorrió el cuerpo cuando él se metió aquel dedo en la boca y empezó a chuparlo con un desespero húmedo, hambriento y caliente.
El calor que ella sentía empezó a quemarla en el centro de su deseo, haciéndola sentir palpitaciones húmedas mientras él no dejaba de mirarla fijamente.
Su garganta estaba seca y la oscura humedad de su entrepierna empezó a vibrar de deseo. Lo deseaba por completo, sin importarle las consecuencias. Sin dejar de mirarla ni un instante, Zach empezó a descender las manos por su cuerpo, deteniéndose en la grieta entre sus nalgas hasta que ella empezó a retorcerse con todo el cuerpo, pidiéndole en silencio que siguiera adelante.
– ¿Estás segura? -preguntó él con las pupilas oscureciendo casi por completo el gris de sus ojos. Por encima de él, Adria vio las nubes que corrían por el cielo.
– ¡Sí!
– Puede que esto sea un error. -Las dudas ensombrecían sus ojos, mientras sus dedos se introducían profundamente en el cuerpo de Adria.
– No es un error -susurró ella, alzando la cabeza hasta que el aliento de él le rozó el rostro-. Hazme el amor, Zach -le pidió Adria, tirando por la borda cualquier precaución y haciendo oídos sordos a las dudas que gritaban en su mente-. Ámame y olvídate de todo lo demás.
Él tragó saliva y el viento pareció calmarse. Besándola, recorrió todo su cuerpo con los dedos y por debajo de la seda de sus bragas. Agachando la cabeza empezó a recorrer su piel con la boca, mientras se tumbaba sobre ella. Su lengua se deslizó formando círculos alrededor de su ombligo y ella se tensó, levantando la espalda del suelo, deseando más, más de él, todo.
Él descendió un poco más, y ella se sintió morir cuando le arrancó las bragas y su aliento, caliente y húmedo, rozó los rizos del vértice de sus piernas. Retorciéndose, Adria sintió cómo él la acariciaba, primero lentamente y luego cada vez más deprisa, haciendo que ella se deshiciera por dentro.
– Zachary -susurró ella con voz ronca.
– Aún no -susurró él mientras guiaba una de sus manos hacia su bragueta.
Ella se la bajó y lentamente le empujó los vaqueros por debajo de las caderas. Con dedos ansiosos ella le acarició por encima de los calzoncillos y sintió cómo se flexionaban los músculos de sus piernas, bajo el toque de su mano. Ella paseó los dedos por su terso abdomen y él sintió que le faltaba el aire.
El calor pasaba de su cuerpo al de ella.
– Estás segura de que quieres esto -dijo él de nuevo, cuando ya estuvieron los dos desnudos y respirando entrecortadamente, con sus cuerpos entrelazados y sudorosos, con los nervios tensos en espera del climax.
Como respuesta ella lo besó y él se colocó sobre su cuerpo, agarrando sus manos con sus fuertes brazos y colocándoselas bajo la cabeza. Sus ojos ardían de palpitante deseo y penetraban profundamente en el alma de ella.
Él la besó de nuevo y luego, bruscamente, como si estuviera luchando y perdiendo una batalla interior, le abrió las piernas. Ella alzó las caderas del suelo, mientras él se introducía en ella y Adria puso sentir su miembro duro e hinchado, rompiendo las barreras de sus vidas y profundizando más aún en el centro de su alma.
Ella cerró los ojos, pero él le habló besándole las mejillas.
– Mírame. No podremos olvidar nunca lo que nos está pasando hoy. No debemos olvidarlo jamás -susurró Zach con voz profunda.
Sus palabras eran como una funesta profecía, pero ella lo miró fijamente y empezó a moverse a su dulce y frenético ritmo. No podían detenerse, no podían parar ni a tomar aliento. Él se introducía en ella presionando más y más fuerte, hasta que ella empezó a sentir que se le nublaba la vista.
Adria estaba húmeda y caliente, como miel espesa, y sintió que él se vaciaba en ella en el mismo momento en que algo hacía erupción en su interior.
– ¡Adria, oh, Adria! -Su voz, un áspero silbido, hizo eco en las paredes del cañón y en la recámara de su corazón. Adria vio luces que brillaban ante sus ojos y su cuerpo se empezó a convulsionar alrededor del de Zach, agarrándose con fuerza a él como si temiera perder aquel precioso vínculo que acababan de descubrir: el éxtasis de amarse. Luego tragó saliva.
«Ámame», gritó ella en silencio, rodeándolo con sus brazos, mientras él caía sobre ella con el cuerpo sudoroso perfectamente acoplado al suyo. «Ámame, Zachary Danvers, y no pares jamás.»
Las lágrimas se le agolparon en los ojos -lágrimas de alegría o de alivio, no lo sabía-, pero no se dejó vencer por el persistente goteo y no quiso ponerse a pensar en el futuro.
Aunque este llegaría más pronto de lo que ella deseaba.
22
– Háblame de mi madre-dijo ella estremeciéndose mientras caía la noche, y mirando hacia arriba, a las balanceantes ramas llenas de agujas de los pinos que se recortaban contra el cielo azul. Unas cuantas nubes se movían lentamente por el cielo sin llegar a estropear el día.
A su lado, Zach se quedó tenso.
– Yo no conozco a tu madre -dijo él, subiéndosi los pantalones y abrochándoselos-. Vivía contigo, en Montana.
– Mi otra madre -le aclaró ella sin dejarse irritar por él, pero sin ninguna intención de que le diera excusas, como ya había hecho en el pasado. Ahora eran amantes, ahora podían compartirlo todo-. Katherine
El suelo estaba frío y a Adria se le puso la carne de gallina, mientras recogía los pantalones vaqueros y el suéter.
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