Dio un portazo que hizo que las ventanas temblaran.
Manny, a pesar del frío, estaba sentado en una mecedora en el porche de su pequeña cabana, al otro lado del aparcamiento. De las comisuras de sus labios pendía un cigarrillo y estaba tallando un trozo de madera, mientras escuchaba música de la radio que tenía en la ventana. Se quedó mirando a Zach cuando este pasó delante de él de camino a su jeep.
– ¿Te marchas?
– Sí.
– Parece que estás para echar serpientes por la boca.
– De entrante.
– ¿Cuándo piensas volver?
– No lo sé. -Movió la cabeza hacia la casa principal-. Vigílala, ¿de acuerdo?
– Soy un indio Paiute, Danvers, no un jodido carcelero.
– Tú solo asegúrate de que se queda aquí y de que no aparece nadie que pretenda llevársela. No estaré fuera mucho tiempo.
– Problemas con mujeres -dijo Manny sin alterar el rostro. Le dio una chupada a su cigarrillo y echó el humo por las fosas nasales-. Lo peor que hay.
– Amén.
Zach subió al coche y colocó la llave en el contacto, puso en marcha el motor y salió del rancho. ¿Qué demonios le pasaba? Primero Kat y ahora una mujer que se parecía tan endiabladamente a ella que era estremecedor, jodidamente estremecedor.
De alguna manera, en algún momento, debería alejarse de ella y romper con ese círculo vicioso de pecado que no dejaba de dar vueltas a su alrededor, atrapándole en su peligro, destrozando su vida, engulléndolo en sus eróticos anillos.
Al día siguiente por la tarde abandonaron el rancho, y no cruzaron ni una palabra durante todo el camino hasta Portland. A Zach eso le pareció perfecto. Tenía la cabeza a punto de estallarle por su íntima relación con el Jack Daniel's de la noche anterior; su única relación aquella noche. No le había dirigido ni siquiera una leve inclinación de cabeza a la rubia que tanto interés había mostrado por él la noche anterior. Su sonrisa fácil y su cara pecosa eran preciosas, y también sus rellenos pechos obviamente apretados bajo una diminuta camiseta amarilla, pero él no podía liberarse del recuerdo de Adria por mucho licor que ingiriera. No le había hecho ningún caso a la rubia y esta había encontrado enseguida otro vaquero más dispuesto. Zach casi había acabado ahogándose en whisky. Manny había tenido que enviar a un jornalero del rancho para que lo fuera a recoger.
Y hoy lo estaba pagando. Vaya si lo estaba pagando.
Se colocó unas gafas de sol sobre el puente de la nariz para protegerse de su brillo durante el camino, aunque la verdad era que el sol estaba bien oculto tras un banco de nubes y que los ojos le dolían por el exceso de whisky, por el humo y por la falta de sueño.
Conectó la radio y empezó a sonar música country. Se preguntó qué demonios iba a hacer con Adria cuando llegaran a Portland. Había llamado a la policía, pero de momento no tenían ninguna pista importante, al menos ninguna que le pudieran confiar a él. O a Adria.
Adria.
Hasta el momento no le había dicho cuáles eran sus planes, pero él sospechaba que tenía la intención de dejarlo plantado. Mierda, no podía culparla por eso. La noche anterior había sido cruel con ella, pero era la única manera de poder alejarse de ella, y tenía que alejarse de ella. Por el bien de los dos. Pero aun así, debía protegerla de quienquiera que fuese el que la estaba persiguiendo.
Cuando ya entraban en los límites de la ciudad, él dijo:
– Te buscaré una habitación.
– Déjame adivinarlo… ¿no será en el Orion? -dijo ella sarcásticamente y sin siquiera mirar en su dirección.
– Creo que estarás a salvo en el hotel.
Volviendo unos ojos hostiles en su dirección, de pronto empezó a acusarlo:
– ¿A salvo? ¿Estás loco? ¿A salvo de quién? -Una negra ceja escéptica se alzó imperiosa sobre sus ojos-. ¿De la familia Danvers? ¿De la persona que me atacó? ¿De ti? No lo creo.-Notó el disgusto en los ojos de él y se dijo que no le importaba-. Alojarme en el hotel Danvers sería tanto como alquilar una habitación en una guarida de leones.
– No, si yo me encargo de controlar la situación.
– Oh, claro, tú lo tienes todo bajo control -se burló ella.
– De acuerdo, dime tú entonces a dónde vamos.
– No lo sé. Llévame a mi coche y yo…
– Tu coche todavía no está arreglado.
– ¿Que no está arreglado? Pero si funcionaba perfectamente…
Él resopló. El mecánico le había llamado por la mañana.
– No sé lo que significa perfectamente en Podunk, Montana, pero a juzgar por lo que dice el tipo que lo sabe todo sobre los Chevy, el tuyo necesita nuevos frenos, amortiguadores, bujías, correa del ventilador y la lista no acaba ahí…
– ¡Fabuloso! Déjame que lo adivine, ¡seguro que le habrás dado autorización para hacer las reparaciones! -Empezó a imaginar cómo podría recuperar su pequeño Nova sin tener que empeñarlo.
– No te preocupes por eso. Te conseguiré un coche. Uno fiable.
– No quiero tu ayuda, Zach…
– Pero…
– Ni tu compasión.
– Necesitas un coche.
– Ni tu vena testaruda, ¿de acuerdo? Llévame al aeropuerto y allí alquilaré uno -dijo ella crispada. Parecía que todo se le escapaba de las manos y tenía que darle un giro a su vida, descubrir la verdad y decidir luego qué iba a hacer.
– Deberías quedarte conmigo -dijo él, mirándola de reojo.
– Ah, para estar a salvo -le espetó ella, incapaz de disimular o esconder su tono sarcástico.
– Sí.
– Olvídalo.
El la miró, luego siguió conduciendo, se pasó la salida del aeropuerto y se dirigió hacia el centro de la ciudad. No detuvo el coche hasta que no hubo llegado al aparcamiento del hotel Danvers.
Ella estaba tan furiosa que apenas si podía mirarlo a la cara.
– Llamaré un taxi -dijo Adria mientras él recogía su bolsa de viaje del asiento trasero.
– Perfecto.
– Quedarse aquí es una gran pérdida de tiempo.
– Lo que tú digas. -El pulsó el botón del ascensor con el codo y esperó, sosteniendo la maleta de ella en una mano y golpeando irritado el suelo con la punta de la bota. Llegó el ascensor, esperó a que ella hubiera entrado y luego pulsó el botón del vestíbulo. En el mostrador de recepción, se acercó al encargado y le ordenó mirándole con sus grises ojos:
– La señorita Nash necesita una habitación privada con una sola llave. Nadie, excepto la señorita Nash, puede tener acceso a su habitación. Y eso incluye al personal del hotel y a cualquier miembro de mi familia, ¿entendido?
– Por supuesto -dijo el encargado, inclinando la cabeza.
– Y quiero que ponga un hombre de vigilancia en la puerta de su habitación…
– Zach, esto es ridículo -le interrumpió ella. -…las veinticuatro horas del día. El guarda tiene que estar allí tanto cuando ella esté en la habitación como cuando no esté, ¿entendido?
– Por supuesto, señor Danvers.
– Podrá recibir llamadas de teléfono y sus invitados podrán esperar en el vestíbulo, una vez que ella les haya dado autorización, pero nadie, ni siquiera Jason, podrá incumplir estas órdenes. Si alguien lo intenta, quiero que se me notifique inmediatamente. Y no es necesario que la registre. Es mi invitada.
– Sí, señor Danvers -dijo el encargado secamente. Dejó la llave de la habitación de Adria encima del mostrador y ella, apretando los dientes con gesto de impotencia, la cogió. De momento. Solo hasta que le arreglaran en coche y pudiera buscarse otro lugar. Pero Zachary todavía no había terminado.
– Yo mismo le llevaré el equipaje y, como usted bien sabe, la persona que se aloja en esa habitación es una VIP, y nadie, y quiero decir nadie, tiene por qué saber que ella está aquí.
Adria iba a empezar a protestar, pero se contuvo. «Déjale que haga lo que quiera». Solo sería cuestión de minutos y luego volvería a ser completamente independiente. ¿O no? Una parte de su corazón no estaba de acuerdo con eso, mientras ella lo observaba, con su tranquila autoridad y su aspecto rudo y fascinante. Diciéndose que sería capaz de hacerse inmune a él, siguió a Zach hasta el ascensor, donde su presencia llenaba la pequeña cabina, y subieron hasta la séptima planta, a una suite compuesta por varias habitaciones, chimenea, terraza privada y jacuzzi. El dejó su bolsa de viaje sobre el sofá y cerró la puerta con llave. El sonido de la cerradura la hizo sobresaltarse.
– Me sentiré más tranquilo si me quedo contigo -dijo él, señalando con la cabeza el sofá estampado en el que había dejado la bolsa.
– Pues yo creo que, dadas las circunstancias, eso podría ser un gran error -dijo ella, notando ya que se le aceleraba el pulso. La idea de estar a solas con él le causaba una violenta sensación de calidez en la parte más baja del estómago.
– No puedo protegerte si no me quedo contigo -dijo él. La distancia entre los dos era de solo unos pasos y ella apenas podía mantenerse en pie.
– Y yo no puedo protegerme a mí misma si estoy contigo. -Ella apoyó el trasero contra el alféizar de la ventana-. Esto ha ido demasiado lejos, Zach, y no te estoy culpando a ti. Lo que ha pasado entre nosotros dos ha sido un error… Ahora me doy cuenta, pero no sé, no estoy segura de poder confiar en mí misma si tú te quedas conmigo. -Estaba hablando con el corazón, pero luchando consigo misma, porque una parte de su ser deseaba ser acariciada por él, besarlo, sentir sus manos sobre el pecho. Se mordió los labios antes de decir algo que era mejor que no dijese.
– ¿Esa es tu opción, Adria? -dijo él con una voz dulce y tranquila, casi como una caricia.
A ella le dio un vuelco el corazón. Recordó la sensación de aquellas manos sobre su cuerpo, el sabor de su piel, la manera en que él gemía contra su oreja. -Es así como tiene que ser.
– Estaré en la habitación 714 -dijo Zach, encogiéndose de hombros, mientras los extremos de sus labios se hundían en sus mejillas.
A ella se le hizo un nudo en la garganta al oír el número de la habitación de la que había sido secuestrada London hacía tantos años.
– Llámame si me necesitas -añadió Zach. «¡Te necesito! ¡Te necesito ahora!» Sus dedos se curvaron sobre el alféizar de la ventana para refrenar el impulso de salir corriendo detrás de él.
Con la espalda rígida como un palo, él salió de la habitación y cerró la puerta tras él.
Maldiciendo entre dientes, Zach metió el coche en el aparcamiento de la oficina central de Danvers International. El aparcamiento estaba cerrado, pero utilizó su tarjeta especial y las puertas se abrieron para él con realeza. La realeza Danvers.
No le había hecho ninguna gracia tener que abandonar el hotel, aunque sabía que Adria habría echado el cerrojo, pero por si acaso él había hablado con la detective Stinson para tenerla informada y para asegurarse de que Adria estaba en contacto con la policía. Ahora mismo, Zach tenía que encontrar respuestas, y lo único que había conseguido sonsacarle a Jason por teléfono habían sido vaguedades y evasivas. Había llamado, había estado siguiendo la pista de su hermano por las oficinas, y había decidido que si era necesario golpearía a su hermano hasta dejarlo sin sentido, porque ya iba siendo hora de descubrir la verdad.
Antes de que él echara a perder la vida de Adria para siempre.
Preparado para la pelea, aparcó en una plaza, reservada para un vicepresidente y tomó el ascensor hasta la planta en la que estaban los despachos de los ejecutivos. Durante el día el edificio estaba atestado de gente; por la noche parecía una tumba.
Echó a andar por el pasillo iluminado solo por las luces de seguridad, pasó el área de recepción, vacía a esas horas, y abrió las puertas de madera del despacho del presidente.
Jason, vestido con un flamante traje y corbata, estaba recostado en el sofá rinconera, delante del televisor que estaba en la esquina. Parecía haber tenido un día de perros, porque llevaba el pelo revuelto y se había aflojado el nudo de la corbata. Con uno de los talones apoyado sobre la acristalada mesa de café, Jason sorbía el líquido ámbar de un vaso.
Zach dejó que la puerta se cerrara de golpe tras él y se quedó observando la habitación en la que se tomaban todas las decisiones importantes de la compañía. Los dos muros exteriores eran de cristal y ofrecían una vista panorámica de las luces de la ciudad y de dos de los puentes que cruzaban el río Willamette.
El interior estaba lleno de trofeos y placas, colgados en las paredes recubiertas de madera de cedro, un homenaje a los bosques que habían sido la fuente de la fortuna Danvers.
– Pareces enfadado -le dijo Jason mientras se ponía de pie y se metía los faldones de la camisa por dentro del pantalón.
Jason se quedaba realmente corto en su apreciación.
– Un poco.
– ¿Adria? -preguntó Jason, apagando el televisor y echando mano de su bebida.
"Morir por ti" отзывы
Отзывы читателей о книге "Morir por ti". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Morir por ti" друзьям в соцсетях.