– Ella piensa por sí misma.

– Pensé que eso te gustaba en las mujeres.

– No en ésta.

Jason alzó una escéptica ceja.

– He oído que fue atacada, ¿está bien?

– Se pondrá bien.

– ¿La policía tiene algún sospechoso?

– Es probable.

– ¿Y qué dice al respecto tu amigo Len Barry? -peguntó Jason, fingiendo desinterés.

– Nada.

– ¿No te parece raro?

– Por supuesto que no. La policía se pondrá en contacto con Adria en cuanto tenga algo.

– ¿Y ella te mantendrá informado?

– ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? -dijo Zach, encogiéndose de hombros.

– Oye, que no pretendía fisgonear.

– Y una mierda.

– Sírvete lo que quieras.

– No esta noche. -Apoyando la cadera en el borde de la inmensa mesa del despacho de Jason, Zach dijo-: Solo he venido porque quiero ponerme en contacto con Sweeny.

– Ha llamado hace poco -dijo Jason, terminándose su bebida-. Hay nuevas noticias.

A Zach se le heló la sangre.

– La verdad es que llamó para pavonearse -continuó Jason mientras se dirigía al bar y añadía más whisky a su vaso lleno de cubitos-. Parece que ha encontrado a Bobby Slade, el que pensamos que puede ser el padre real de Adria. Roben E. Lee Slade. Es el ex marido de Ginny Watson, ya lo sabes, y ahora está viviendo en Lexington, Kentucky; parece que tiene una especie de tienda de recambios de coches, o algo así. -Jason hizo un gesto despreciativo con las manos, como si el empleo al que se dedicara Bobby Slade no tuviera la más mínima importancia-. Según Sweeny, Slade no sabe dónde está su ex esposa, y no ha sabido nada de ella desde la última vez, hace dos años, cuando se enteró de que estaba trabajando de niñera en San Francisco.

A Zach le empezaron a sudar las manos mientras recordaba a Ginny Slade: una mujer sencilla vestida con ropa pasada de moda y grandes zapatos que la hacían parecer una anciana al lado de Kat. Pero aquella insignificante niñera se las había apañado, de alguna manera, para robar el precioso tesoro de Witt delante de sus propias narices.

– ¿Y no dijo nada más ese tipo?

– Sí, muchas cosas. Bobby afirma que su mujer estaba chiflada. Completamente chalada. Perdió el poco juicio que le quedaba cuando su hija murió ahogada siendo aún una niña. Ella se culpaba a sí misma, lo culpaba a él y su matrimonio se acabó hundiendo. Sweeny dice que Slade parecía contento de haberse deshecho de ella.

– ¿Y qué hay de London?

– Ahí está la clave -dijo Jason, mirando hacia el techo-. Slade dice que hace años, a mediados de los setenta, según cree, justo antes de irse a vivir a Kentucky, ella se dejó ver por Memphis como caída del cielo. En aquel momento tenía una hija, una niña de pelo negro de unos cuatro años. En aquel momento le pareció raro, pero supuso que la niña era suya, tal como ella afirmaba. Siempre le habían gustado los niños, incluso después de perder al suyo. -Jason se quedó mirando fijamente a su hermano y el enfado oculto en sus ojos empezó a convertirse en odio-. Lo extraño de la situación es que, y eso es lo que hizo recelar a Slade, ella llamaba a la niña Adria, el mismo nombre que tenía su pequeña hija muerta.

– Dios bendito -susurró Zach.

– Yo pienso lo mismo. Odio tener que admitirlo, pero parece que Adria podría ser London.

Zach arañó el borde de la mesa. Aquello era un error. Tenía que serlo. Adria no podía ser su hermanastra. ¡Imposible! ¡No podían ser familia! Pensó en ella siendo golpeada, casi hasta dejarla sin vida, por un asaltante. Alguien que pensaba que ella era una impostora. Sintió que se le revolvían las tripas. Si el que había intentado matarla descubría la verdad… ¡cielos! Y había además otro problema, personal. Uno que él prefería olvidar. Pero no podía. Se acordó de cuando se había acostado con ella, de sus cuerpos brillando por el sudor y de la voz de ella gimiendo al ritmo furioso de sus arremetidas… por el amor de Dios…

– Nelson cree que debemos solucionar este asunto. Viene en camino.

– ¿Y qué hay de Trisha? -preguntó Zach, aunque a duras penas podía mantener su cabeza en la conversación.

– No he podido ponerme en contacto con ella -admitió Jason-. Posiblemente estará de juerga otra vez.

– Déjame hablar con Sweeny. Puede que esté mintiendo…

– Por favor, Zach, tranquilízate.

– ¡Necesito hablar con él!

– ¿Porqué?

– Sólo quiero hacerle un par de preguntas -dijo Zach, y Jason le ofreció una de sus sonrisas engreídas, con la que le decía que podía leer el pensamiento de su hermano pequeño como si fuera un libro abierto.

– El número está sobre la mesa, Zach, pero eso no te va a llevar a nada bueno. Los hechos, como suele decirse, son los hechos. Posiblemente Adria Nash es nuestra hermana. La buena noticia es que ella no lo sabe.

– Sí -dijo Zach con una sensación de desazón.

– Y además -dijo Jason, apretando la mandíbula de una manera que de repente le hacía parecerse mucho más a su padre, y que hizo que Zach se estremeciera-, por lo que a mí respecta -añadió Jason con una calma mortal-, nunca lo sabrá.

23

– Por fin nos podemos tomar un respiro -dijo Sweeny, con una empalagosa voz de satisfacción que canturreaba a través de los cables.

Todos los músculos del cuerpo de Zach se contrajeron y apenas podía respirar.

– ¿Tienes alguna dirección en la que se pueda encontrar a Ginny Slade?

– No. Pero tengo una de donde trabajó hace dos años. Pacific Palisandes, en San Francisco.

– Pásamela.

El detective dudó por un segundo, y luego dio a Zach el nombre y el número de teléfono del último jefe de Virginia Watson. No era mucho, pero era todo lo que Zach necesitaba. Colgó el teléfono en el momento en que Nelson cruzaba las puertas del despacho de Jason, echaba una ojeada a su alrededor y se quedaba parado, con el rostro visiblemente pálido.

– ¿Qué demonios ha pasado?

– Sweeny ha encontrado a Ginny Slade -dijo Jason-. Bueno, casi. Cree que está en San Francisco.

– ¿Entonces es verdad…? -Empezó a decir Nelson mientras se dejaba caer en uno de los sillones y se masajeaba las sienes con los dedos. Estaba claro que pensaba que su vida se venía abajo-. No puedo creerlo. ¿Ella es realmente London?

– Eso parece -dijo Zach.

– ¡No tenemos por qué creerlo! -dijo Jason con rotundidad- No tenemos por qué complicarnos con… basta con que mantengamos la boca cerrada.

– Imposible. Ella tiene derecho a saberlo -dijo Zach, a pesar de que sentía que se retorcía por dentro y un sabor amargo le ascendía por la garganta al darse cuenta de que todavía la deseaba. A pesar de que empezaba a estar casi convencido de que ella era su desaparecida hermana, no podía dejar de pensar en ella como mujer.

Nelson se pinzó el puente de la nariz con dos dedos, como si tratara de calmarse un dolor de cabeza.

– Primero mamá y ahora esto…

– ¿Eunice? -dijo Zach, levantando la cabeza.

– Tropezó y se cayó mientras perseguía a uno de sus malditos gatos -dijo Nelson-. Ahora está bien, sólo cojea un poco. No han sido más que unos rasguños. Nada serio, gracias a Dios. Pero este asunto de London. Es increíble. -Se quedó mirando a Zach y su boca se torció con una sombra de lo que fuera su antigua sonrisa-. Ya sabes que hace mucho tiempo eras mi héroe. Te habían dado una paliza, habías estado con una prostituta… -Su voz se apagó poco a poco y bajó la mirada al suelo. Suspiró ruidosamente, era un alma torturada que iba a la deriva desde hacía muchos años-. Supongo que ahora todo se ha acabado.

Zach no podía pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Nelson siempre había estado perdiendo el paso y el hecho de que London hubiera aparecido no iba a cambiar nada para él. Colocó una mano sobre el hombro de su hermano menor y luego se marchó. Con paso firme cruzó la sala y abrió de un empujón las puertas.

– Oye, ¿adonde vas? -La voz de Jason lo siguió hasta el pasillo-. Espera un momento, ¡Zach! ¡Oh, mierda! ¿Qué estará pensando hacer ahora?

– ¿Qué importa? -dijo Nelson-. Esto se ha acabado, Jasse.

– Todavía no…

El resto de lo que iba a decir se perdió al cerrarse las puertas. Zach apretó el botón del ascensor con el puño. A pesar de que se sentía enfermo por dentro, con la idea de que Adria era London, se dijo que había sido inevitable, y que seguramente era mejor así. Aunque muy en el fondo no lo creía. La buena noticia era que estaban muy cerca de descubrir toda la verdad y que el manto que había cubierto durante muchos años a la familia iba a levantarse pronto. La mala noticia era que nunca más podría volver a tocarla.


Trisha estaba borracha

Entró en su Alpha y lo puso en marcha, haciendo correr su pequeño deportivo a toda velocidad y conduciendo en medio de la noche sin saber a dónde iba. Esperaba encontrarse con Mario, pero sus planes se habían desbaratado. Una vez más. Sus dedos se apretaban alrededor del volante y tomó una curva demasiado rápido; los neumáticos rechinaron y el coche se fue al otro carril. Unos faros la deslumhraron. El conductor del otro coche la evitó, pero estuvo a punto de estrellarse contra un árbol y se puso a tocar el claxon, mientras Trisha maniobraba su coche para volver a colocarlo en el carril de la derecha. «Que te jodan», murmuró entre dientes y luego miró por el retrovisor para asegurarse de que el otro tipo no había dado media vuelta para perseguirla. «Bueno, déjalo estar.» Le había demostrado lo que podía hacer un coche de verdad. Estaba de un humor de perros.

Por culpa de Mario. Y de Adria.

Mario había dicho que no podía quedar con ella, que estaba ocupado con algún negocio, pero Trisha no era tan estúpida como para creerle. A pesar de que se había disculpado varias veces, ella no había notado ni una pizca de arrepentimiento en el tono de su voz. Sabía cuál era la razón: había encontrado a una nueva mujer, alguien más excitante, alguien que representaba un nuevo reto para él. No hacía falta ser un lince para saber que la nueva persona que iba a ocupar su puesto en la cama de Mario podía ser Adria Nash.

Desde que había estado con Adria la otra noche, Mario había evitado a Trisha, dejándola plantada con alguna pobre excusa. Pero Trisha sabía a qué estaba jugando. Cada vez que se liaba con otra mujer, Mario se volvía una persona distante y distraída -a veces solo durante unos días, otras veces incluso meses-, pero luego siempre volvía a ella, completamente arrepentido, reanudando su romance con nuevo vigor y pasión, afirmando que la amaba.

Por el sexo merecía la pena esperar.

No así por la presión sentimental.

De modo que ahora él estaba interesado en Adria y a ella eso le molestaba -más de lo que le había molestado ninguna de las otras.

«Zorra», masculló Trisha, pensando en la pistola que tenía guardada en la guantera. No sabía a quién disparar primero, a Mario o a Adria. Quizá a los dos a la vez. Había comprado la pistola para protegerse y jamás la había utilizado, pero esa noche sus fantasías estaban yendo muy lejos y si encontraba a Mario -su Mario- con esa putilla de medio pelo de Montana, estaba segura de que les volaría los sesos a los dos.

¡Adria, que tanto se parecía a Kat! A Trisha se le revolvieron las tripas al recordar a su madrastra, la zorra que la había convencido de que abortara, para salvar a Mario de la cólera de Witt y de su amenaza de denunciarlo por violación.

Bien, Kat acabó llevándose su merecido, ¿no es así? ¿Cuántas veces más dejaría que Mario le rompiera el corazón?

A Trisha le sudaban los dedos mientras giraba el volante para tomar otra curva. La idea de asesinarlos era atractiva, muy atractiva. Disgustada consigo misma, apretó el encendedor del coche y pensó en parar a comprar algo. Un poco de coca le levantaría el ánimo y acaso le diera el valor suficiente para llevar a cabo sus planes asesinos. Sacó un Salem Light del paquete y se lo colocó entre los labios.

El teléfono móvil empezó a sonar y ella se puso a sonreír. Mario había cambiado de opinión. Sujetando el volante con una mano, cogió el teléfono.

– ¿Sí? -dijo casi sin aliento y oyó, decepcionada, la voz de Nelson al otro lado del aparato.

– Pensé que deberías saberlo -dijo él con una voz que denotaba desesperación-. Parece ser que Adria es London.

– Mierda, no…

El encendedor se disparó y Trisha se colocó el teléfono entre la oreja y el hombro, mientras encendía el cigarrillo y le daba una larga calada. Sin dejar de mirar la carretera, echó el humo por la comisura de los labios.

– Tampoco yo puedo creerlo, pero Sweeny está seguro de que ha encontrado una prueba concluyeme.

– Esa pequeña zorra no debe saberlo si no queremos que nos tenga bien agarrados por las pelotas. -Volvió a colocar el encendedor en su sitio y dio otra larga calada.