– ¿Tienes que ser siempre tan vulgar?

– ¿Sabe algo la prensa?

– Aún no. Pero lo sabrán. Zach ha salido corriendo…

– ¿Zach? -dijo ella, frunciendo el entrecejo mientras dejaba escapar un chorro de humo que nublaba temporalmente el parabrisas.

– Sí, ha vuelto a la ciudad.

– ¿Con esa puta?

– Eso creo. -A Trisha se le heló la sangre al entender que sus sospechas eran ciertas. Ya no le importaba que Mario estuviera ocupado esa noche-. Jason está intentando mantener la historia en secreto. No quiere que lo sepa nadie más que la familia, y menos que nadie, Adria, pero Zach salió corriendo de aquí como un loco y creo que se lo va a contar.

– Mierda. -Trisha notó que su mundo estaba empezando a tambalearse. Primero Mario, y ahora todo lo que tenía que ver con ser una Danvers, su vida entera, su futuro, se estaba desmoronando. Por culpa de Adria.

– Yo opino lo mismo.

– ¿Dónde está ella?

– Escucha esto -dijo Nelson con un tono de voz irónico-: Parece que Zach la ha escondido en el maldito hotel. Jason lo acaba de comprobar, aunque ese encargado lameculos, Rich, no ha querido decirle en qué habitación está. Jason le ha amenazado con despedirlo, pero así y todo no ha podido tirarle de la lengua.

– Seguramente Zach le habrá amenazado con partirle las piernas. -Trisha frenó en un semáforo en rojo.

– Probablemente. Eso es muy del estilo de nuestro hermano -dijo Nelson malhumorado.

– Esto cada vez va de bien a mejor -dijo Trisha, intentando pensar en algo.

– O de mal en peor -se quejó Nelson.

– ¿Qué le importará a Zach que Adria lo sepa?

– Dímelo tú, Trisha. Tú siempre has sabido ver las emociones de los demás.

De repente todo parecía tener sentido. Sus sospechas habían cristalizado y se sonrió a sí misma orgullosa, mientras ponía en marcha su Alpha en cuanto el semáforo cambió a verde. Los neumáticos chirriaron cuando ella pisó a fondo el acelerador.

– Apostaría a que nuestro romántico hermano se ha enamorado de ella -dijo Trisha disgustada con la idea-. Me dan náuseas solo de pensarlo. Ella es su… nuestra… ¡oh, cielos!, esto es jodidamente increíble. -Pasó el siguiente semáforo en ámbar-. Sabes, esto puede jugar a nuestro favor.

– No veo cómo.

– Ya lo verás -le prometió Trisha mientras colgaba el teléfono y giraba en dirección al río. Puso en marcha la radio y empezó a canturrear una vieja canción de Tina Turner que se oía por los altavoces. Por fin empezaba a estar segura de que podría enfrentarse con Adria Nash.


Después de que Zach se marchara, Adria se puso a trabajar. Llamó a la policía y habló con la detective Stanton, quien no tenía nada nuevo que decirle. Luego llamó a la agencia de alquiler de coches y reservó uno, tras haber telefoneado al mecánico de Zach y dejarle un mensaje diciéndole que quería recuperar su coche lo antes posible. El siguiente paso era encontrar la manera de contratar a un buen abogado, algo que hasta entonces había intentado evitar.

Se habían acercado a ella varios abogados, desde que su historia apareciera en la prensa, y tenía en su poder más de una docena de tarjetas de presentación de hombres afables, vestidos con trajes caros, que se habían ofrecido a echar un vistazo a su caso. Varios le habían dicho que podrían trabajar para ella sin cobrar nada de momento, pero le habían parecido demasiado impecables… demasiado preocupados por sus propios intereses, y aún no se había decidido a contratar a ninguno.

Pero ahora las cosas habían cambiado.

Y para peor.

Se tumbó en la cama y se tapó los ojos con el antebrazo.

«¡Olvídate de él!»

Si pudiera hacerlo, pero fuera a donde fuese no dejaba de pensar en Zach, en su escarpada cara angulosa, y sentía de nuevo la emocionante sensación de los labios de él presionando contra los suyos, y se deshacía por dentro de ganas de estar con él.

«¡Estúpida! ¿No te das cuenta de que te está utilizando? Seguramente no eres para él más que una distracción… y aun así…»

Sonó el teléfono y ella saltó de la cama. Zach. Tenía que ser Zach. Nadie más sabía que se alojaba allí. Descolgó el auricular e intentó que su voz sonara tranquila.

– ¿Hola?

– Adria -dijo una arrulladora voz femenina-. ¿De modo que estás ahí?

Su corazón se sobresaltó al reconocer la voz de Trisha.

– Zach no quería decirle a nadie dónde estabas, así que he tenido que dar palos de ciego y, aunque el recepcionista ha sido bastante contundente y no ha querido darme el número de tu habitación, no ha podido negarse a llamar él mismo para que pudiera hablar contigo -dijo ella irritada.

– ¿Qué quieres? -peguntó Adria, sorprendiéndose de que pudiera ser familia de aquella mujer.

– Tengo que hablar contigo.

– ¿Ahora?

– ¿Tienes algún plan mejor? -Sin esperar una respuesta, Trisha dijo-: Ahora estoy en el aparcamiento del hotel. Puedo encontrarme contigo en el bar dentro de cinco minutos, o… si prefieres ir a algún otro sitio…

– En el bar está bien -dijo Adna-. Te veré allí.

Y eso que estaba aquí segura, pensó, aunque en realidad no le importaba que supieran dónde se alojaba. Estaba ya harta de andar mirando todo el tiempo a su espalda y de tener que moverse entre las sombras. Acaso ya iba siendo hora de acusar a la persona que la había atacado y, de ese modo, descubrir exactamente qué había pasado veinte años atrás. Se pasó un cepillo por el pelo, se colocó una chaqueta sobre la blusa y cerró la puerta tras ella.

Estuvo a punto de darse de bruces con el guarda de seguridad, un fornido pelirrojo picado de viruelas, que estaba apostado en el pasillo.

– El señor Danvers me pidió que me quedara aquí -dijo él casi disculpándose-. ¿Va a salir?

– Solo será un momento.

– ¿Adonde?

– Abajo -dijo ella molesta por que aquel hombre se entrometiera en su vida privada, aunque sabía que solo estaba haciendo su trabajo.

Solo tenía que recordar el asalto que había sufrido hacía poco para no olvidar que debía estar en guardia. Trisha, aunque parecía una persona inofensiva, podía ser más peligrosa de lo que aparentaba. Adria se metió deprisa en el ascensor, y estuvo golpeando con los dedos nerviosamente en el pasamanos mientras la cabina descendía. En cuanto las puertas se abrieron silenciosamente salió al vestíbulo.


Zach la estaba esperando.

Apoyado con uno de los hombros en una columna, con las manos cruzadas sobre el pecho, miraba hacia la puerta del ascensor como si fuera un puma dispuesto a abalanzarse sobre una presa confiada.

– ¿Vas a algún sitio? -le preguntó mientras una sexual y lenta sonrisa se formaba en sus labios.

Una bandada de mariposas empezó a revolotear por su estómago.

– No, yo… -farfulló ella, pero no dijo más-. ¿Es necesario que estés ahí todo el tiempo, vigilándome para que no me escape?

La sonrisa desapareció de la cara de Zach y los ojos le brillaron con enfado.

– Creo que te estás volviendo muy confiada. Estás yendo demasiado lejos.

– Entonces apártate de mi camino -dijo ella, tratando de pasar a su lado.

– ¿Adonde crees que vas?

– Al bar.

– ¿Tienes sed?

– ¿Hay alguna razón especial para que seas tan imbécil o es tu talante natural?

– ¡Ay!

– Tú te lo has buscado. Y ahora, aunque no sea asunto tuyo, te diré que he quedado allí con tu hermana.

– ¿Trisha está aquí? -preguntó él, lanzando una mirada sombría hacia el bar a través de las puertas de cristal.

– Me está esperando; así que supongo que me dejarás pasar.

El no lo hizo. En lugar de eso, echó a andar delante de ella. Abrió las puertas del bar y echó un vistazo a la sala con ojos inquisidores. Su mirada sombría se detuvo fijamente en su hermana, quien estaba sentada en una esquina, con un vaso lleno de un líquido transparente en una mano y un cigarrillo en la otra. Con Adria pisándole los talones, avanzó por la alfombra estampada.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -dijo él sin apenas mover los labios.

– He venido a tomar una copa con mi… nuestra hermana -dijo Trisha, echando la ceniza de su cigarrillo al suelo-. ¿Te sientas con nosotros?

A Adria casi se le corta la respiración.

– Oh, caramba, no me digas que acabo de fastidiarte la sorpresa -dijo Trisha, aparentando consternación y colocándose los dedos sobre el pecho con un burlón gesto de sorpresa-. ¿No te lo ha dicho? -Lanzó a su hermano una mirada de sorprendida consternación y chasqueó la lengua-. Honestamente, Zach, creo que tiene derecho a saberlo, ¿no lo crees? -Volvió la mirada hacia Adria-. Ellos, quiero decir mis hermanos y sus detectives, están a punto de localizar a Ginny Slade, y parece que al final tenías tú razón en todo este asunto. Oh, Zach, no pongas esa cara de enfadado. Ya me he enterado de que tú lo sabías todo.

– Nadie ha hablado todavía con Ginny -dijo él.

– Solo es cuestión de tiempo.

– ¿Todavía? -susurró Adria, casi sin poder creer que después de todos esos meses, después de todo el esfuerzo, estaba a punto de demostrar que ella era…

Su mirada se dirigió a Zach y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Si ella era London, entonces, a menos que Zach no fuera hijo de Witt… Se dio cuenta de que el color había desaparecido de su cara y las rodillas le fallaron por un instante, aunque hacía tiempo que había imaginado que esto podría llegar a suceder. ¿Acaso no era eso lo que quería?

– Espero no haberme ido de la lengua, ¿verdad? -preguntó Trisha mientras Zachary se sentaba en el banco que estaba frente al suyo, agarraba a Adria del brazo y la hacía sentarse sobre la mullida tapicería de cuero, a su lado.

– ¿Por qué no me lo habías dicho? -preguntó ella, dirigiéndole una mirada furiosa a Zach. Zach, que la había protegido. Zach, que se la había llevado de allí. Zach, que había hecho el amor con ella. Adria apenas podía respirar.

– Acabo de enterarme.

La mirada de Trisha pasó de su hermano a Adria.

– Esto complica un poco las cosas, ¿no es así?

– Siempre han sido complicadas -dijo Zach, mirando a su hermana.

– Lo sé, pero me refiero para vosotros dos.

El camarero llegó con otra copa para Trisha. Zach pidió una cerveza. Adria, tragando saliva, pidió un char-donnay y se dio cuenta de la burlona sonrisa de Trisha.

– Vino blanco, la bebida preferida en, cómo se llamaba, Elk Hollow, Montana, ¿no?

– Basta ya, Trisha -le advirtió Zach.

– Oh, hermanito, me parece que me has malinter-pretado, ¿no crees? Y en cuanto a tu hermana… Yo diría que estás metido en un lío. -Trisha cogió su primera copa y se la acabó de un trago-. En un buen lío.

El camarero dejó las copas sobre la mesa y Adria tomó el tallo de la suya con dedos temblorosos. Tenía los nervios a flor de piel, pero intentó controlarse. Estaban pasando demasiadas cosas y demasiado rápido para que pudiera asimilarlas.

– ¿Para qué querías verme? -preguntó Adria.

– Para advertirte de que te alejes de Mario Polidori -dijo Trisha con una quebradiza sonrisa, y al ver que Adria alzaba las cejas, añadió-: Hace mucho tiempo que estamos juntos.

– Yo no tengo ninguna relación con él.

– ¡Ah! -Obviamente, Trisha no la creía.

– Al menos no del tipo que tú imaginas. Solo hemos hablado de negocios.

– Él te tenía agarrada de la mano y se reía de sus chistes -dijo Trisha, echando otro trago y aplastando su cigarrillo en el cenicero-. Mira, no pretendas jugar conmigo, ¿de acuerdo? Mario está fuera de tu alcance.

– ¿Quién te crees que eres? -preguntó Adria con los ya crispados nervios estallando al fin-. Vosotros dos. Tú. -Se volvió hacia Zach-. Tratando de tenerme virtualmente prisionera. Y tú, Trisha, diciéndome a quién tengo que ver y a quién no. Dejadme en paz. Yo estoy fuera de esto… -Se levantó para marcharse, pero Zach la agarró del brazo y la mantuvo firmemente sujeta a su lado.

– Espera un momento -dijo él y luego dirigió unos ojos que echaban chispas a su hermana-. ¿Esto es todo?

– Todavía no -dijo ella, meneando la cabeza-. Solo en caso de que no estéis lo suficientemente seguros de algunas cosas, tengo que deciros que si estáis enrollados, os habéis metido en un gran problema.

– Que te den por culo, Trisha -gruñó él.

– Si tú eres London, Adria, y está empezando a parecer que así es, entonces será mejor que empieces a aceptar el hecho de que Zach es tu hermano. Yo también he oído todos los rumores, los mismos que han perseguido a Zach durante toda su vida, y estoy segura de que los dos suponéis que él es hijo de Anthony Polidori. Pero no lo es.

Zach apretó tan fuerte la mandíbula que los huesos le asomaron por debajo de la piel de la barbilla. -Te lo advierto…

– Es cierto. Mamá lo comprobó hace años. ¿Recuerdas, Zach, cuando me acusabas de escuchar tras las puertas las conversaciones de los demás? Bueno, pues lo hacía. Cada vez que tenía ocasión. Era la única forma que tenía de sobrevivir, la única manera de saber qué estaba pasando. Y llegué a oír montones de cosas. Recuerdo que una vez mamá, utilizando métodos muy discretos, descubrió el grupo sanguíneo de Anthony Polidori. Se sintió hundida porque se demostró sin una mínima sombra de duda que él no podía ser tu padre. Tú, el favorito, el hijo que ella esperaba que no fuera de Witt.