La orquesta empezó a interpretar Porque es un muchacho excelente. Aunque su mente estaba todavía en la misteriosa Sophia, la puta con corazón, Zach observó cómo introducían en la sala un carrito con un pastel enorme en forma de abeto decorado. Tenía sesenta velas en una hilera, como las luces que se ponen en los árboles de Navidad, colocadas sobre las hojas heladas del árbol. Las diminutas llamas bailaban y vacilaban mientras Witt, con la ayuda de Katherine y de London, las soplaba hasta quedarse sin aliento. Los invitados prorrumpieron en aplausos y risas, y Witt, como si fuera un novio, cortó un gran trozo de tarta y se lo metió en la boca a su esposa. Hubo una enorme ovación y Zach pensó que se iba a poner enfermo. Entonces, Katherine le devolvía el favor a su marido, y luego, sonriendo, se lamía los dedos con fruición.

Mientras London era conducida al piso de arriba, a una de las lujosas habitaciones reservadas para la familia Danvers, le pareció que el viejo empezaba a estar ya un poco achispado. Éste lanzó una dura mirada en dirección a Zach e, incluso en la sala llena de gente, Zach pudo leer la advertencia en los ojos de su padre. El corazón le dio un vuelco. Por la experiencia que daban los años, sabía que Witt no olvidaría que su joven esposa había estado coqueteando con su hijo. Al viejo no se le escapaba una, y tarde o temprano encontraría la ocasión de hacerles pagar por eso. Zach tenía ya varias cicatrices en el trasero causadas por los correazos de su padre. El día siguiente, a esa misma hora, probablemente tendría unas cuantas más, por lo menos cicatrices psicológicas. Witt Danvers era un hombre brutal. No iba a perdonar los sentimientos de Zach, y haría saber a su rebelde hijo que no le parecía una buena persona y que nunca llegaría a estar a la altura de sus expectativas, hiciera lo que hiciera en la vida.

Así que, ¿a quién le importaba un carajo lo que pensara el viejo?

Aquella llave le apretaba el muslo.

Witt y Katherine empezaron a bailar de nuevo, y la atención de su padre pasó de su segundo hijo a su esposa. Zach aprovechó la oportunidad para escabullirse de allí. Sin mirar hacia atrás, atravesó varios grupos de vociferantes invitados y abrió las puertas del salón que daban al descansillo, donde se detuvo para tomar aliento y tratar de disipar el mareo que sentía a causa del champán ingerido, ¿Qué estaba haciendo? No podía irse sin más de la fiesta. El viejo se pondría realmente furioso.

Bueno. Iba a dar a Witt Danvers una preocupación más.


Antes de cambiar de opinión, Zach se lanzó hacia la barandilla y bajó a toda prisa la amplia escalera.

– Eh, Zach, ¿adonde vas? -le preguntó Nelson, su hermano pequeño.

Con catorce años, Nelson -quien ahora estaba agarrado a la barandilla en mitad de la escalera, con su melena rubia casi tapándole los ojos- idolatraba a su contestatario hermano mayor.

– Ahora no -refunfuñó Zach. No necesitaba la adoración de aquel chiquillo más de lo que necesitaba la desaprobación de Witt.

– Pero…

– Tú no digas nadas, ¿de acuerdo, Nelson?

Sin hacer caso de Nelson, mientras el chico corría tras él escalera abajo, Zach atravesó a grandes zancadas el vestíbulo, en el que había sillones, lámparas de pie y satinadas mesas negras colocados alrededor de una gran chimenea.


Cuando hubo rebasado el mostrador de recepción y los tiestos con palmeras, avanzó con paso rápido intentando no pensar en las consecuencias de sus actos, en lo que pasaría cuando Witt descubriera que había desaparecido.

Fuera la noche era húmeda. El olor del río, traído por el viento, parecía pegarse a la piel de Zach. Se quitó la chaqueta y empezó a caminar más rápido, hacia el norte, tratando de calmar su ánimo y aclarar sus ideas.

Lo que estaba a punto de hacer era una locura, pero había consumido suficiente alcohol como para sentirse más audaz de lo que solía ser. De modo que ¿qué le importaba si el viejo lo descubría? ¿Lo echaría de la mansión de los Danvers y le obligaría a irse a vivir con su madre? Esa idea era un poco difícil de tragar.

En su fuero interno, una parte de él todavía apreciaba a la mujer que lo había engendrado, pero ella no se merecía su amor, no desde el momento en que los abandonó a todos ellos en la solitaria casa de la colina, con Witt. Zach no conocía toda la historia, pero lo esencial de la misma era que Witt había pillado a su mujer en la cama con su más odiado rival, Anthony Polidori. Ella había estado liada con él durante años, y para no exponerse a sí misma ni a su amante a la opinión pública, no tuvo más remedio que aceptar los términos de divorcio impuestos por Witt: le había dejado a los niños y había renunciado a la mayor parte de sus riquezas; a cambio había recibido una pensión y había podido evitar el feo escándalo de tener que testificar en un juicio por divorcio, en el que se la habría acusado de adúltera. Su posición social había quedado ilesa, pero no así las vidas de sus hijos.

De la misma manera que Zach sentía desprecio por el viejo, también sentía un reticente respeto por Witt Danvers y por el poder que parecía ejercer sobre la gente de la ciudad. En cuanto a su madre, Zach solo sentía un poco de odio por Eunice. Había avergonzado a su padre con un lío que había destrozado el corazón del viejo. Había sido Eunice la que había herido el orgullo de Witt Danvers de tal manera que, muchos años más tarde, Witt había caído en los brazos abiertos de Katherine LaRouche. Había conocido a Katherine en el hotel Empress de Victoria, en British Columbia. Y se había casado con ella aquella misma semana. Witt había explicado a sus hijos que Katherine procedía de una rica familia de Ontario. Aunque era treinta años más joven que él, se había convertido en la nueva madre de sus hijos.

La familia había sufrido una gran conmoción y los abogados de los Danvers se habían enfurecido, pero el daño ya estaba hecho. Katherine LaRouche, fuera quien fuera, se las había arreglado para convertirse en la esposa de uno de los hombres más ricos de Portland. En un principio se había portado bien con Zach, pero, recordando el pasado, se daba cuenta de que su actitud hacia él había ido modificándose de manera sutil con el paso de los años. Cuando había llegado a la adolescencia, se había dado cuenta de que ella lo vigilaba más de cerca, sin sacarle la vista de encima cada vez que él se quitaba la camisa, cada vez que nadaba en la piscina en pantalones cortos o cuando montaba a pelo alguno de sus caballos. Cuanto más se desarrollaban sus músculos, más aumentaba el interés de Katherine por su hijastro.

Se había dicho a sí mismo que no eran más que imaginaciones suyas, que solo se trataba de que su recién descubierta masculinidad le había hecho cambiar de percepción, pero ahora ya no estaba tan seguro. Y Jason había puesto en palabras esas mismas sospechas.

Espirando el aire por la nariz, sacudió la cabeza tratando de poner en claro sus ideas. Con la mano palpó la llave que llevaba en el bolsillo y se le hizo un nudo de aprensión en el estómago. ¿Qué pasaría si iba al hotel Orion, subía en el ascensor hasta el tercer piso, llamaba a la puerta y le abría una mujer marchita, vieja y desdentada? ¿Y si le abría la maldita puerta un hombre? ¿O un marica vestido de puta? ¡Oh, cielos! ¿Y si todo aquello no era más que una broma pesada, el resultado del retorcido sentido del humor de Jason?

Apretó los dientes y miró al frente mientras se aproximaba al hotel Orion. Nadie parecía haberle seguido, y solo Jason podía saber que se encontraba allí. De alguna manera, se sintió seguro en su anonimato y siguió avanzando hacia el edificio que se alzaba ante él bañado por la luz de unos focos: una mole de cemento blanco que cortaba un cielo negro como la obsidiana.

Dudando durante una fracción de segundo, Zach apretó las mandíbulas, agachó los hombros y empujó la puerta de entrada del hotel decidiendo que había llegado el momento de convertirse en un hombre.

3

El pasillo del hotel -un amplio corredor con alfombras de color tabaco y puertas de metal pintadas imitando la madera- estaba vacío. El Orion no tenía el encanto del hotel Danvers, pero a Zach no le importó. Tragándose las ganas de dar media vuelta y salir corriendo, Zachary cruzó la puerta del pasillo -que resonó tras él al cerrarse- y con el corazón latiéndole a toda velocidad se dirigió hacia la habitación 307. Hacia Sophia. Su destino.

Antes de acabar de perder su ya escaso coraje, golpeó con decisión en la puerta y esperó.

– Está abierto -contestó una fría voz femenina desde el otro lado de la puerta de metal.

¡Oh, cielos!, a Zach casi se le para el corazón. Cogió leí pomo con dedos temblorosos y abrió la puerta. La mujer estaba tumbada, dándole la espalda. Sensualmente echada en la cama, vistiendo solo un sujetador negro y un cinturón de encaje negro del que salían unas ligas anchas que colgaban sobre un corto par de medias, se desperezó. Zach pudo ver unos rizos que sobresalían por la parte de detrás de sus largos y torneados muslos, y se le quedó la boca seca.

– Llegas tarde -le reprendió ella amablemente.

El diafragma de Zach ascendió apretando sus pulmones de tal manera que apenas podía respirar. Empezó a sentir que un calor le subía desde la ingle.

Ella se dio la vuelta lentamente, dejándole disfrutar de la visión de unos pechos redondos constreñidos en un sujetador varias tallas más pequeño, y le sonrió con una mirada provocativa que se desvaneció en el momento en que sus miradas se cruzaron.

– ¿Quién eres tú? -preguntó ella con sus negros ojos llenos de miedo-. ¡Largo de aquí! -Echó una ansiosa mirada a su alrededor, como si estuviera buscando un arma o la ropa para taparse-. ¡Vete a joder a otra parte! -Agarró una bata de seda rosa y empezó a meter, nerviosa, los brazos en las mangas.

– Me envía Jason.

Ella se quedó parada.

– ¡Qué demonios! -murmuró, mirándole incrédula con sus negros ojos. La bata no le tapaba demasiado, de modo que él aún podía ver una buena parte del hueco entre sus pechos.

A Zach se le hizo un nudo en la garganta e intentó decir algo, rogando a Dios que le saliera la voz.

– Él se ha quedado en la fiesta de nuestro padre y…

– ¿Padre?

– Soy su hermano, Zachary.

Empezó a abrir los brazos, sabiendo que aquello era un error, y deseó poder salir de allí antes de que le diera un ataque al corazón. Aquella chica era una puta, por el amor de Dios, una profesional, y él era un tímido, inepto e inexperto virgen. Seguramente ella ya se había dado cuenta.

– No te pareces a tu hermano -dijo ella, mirándole con recelo.

Aquella era la maldición de la existencia de Zach.

– Lo sé -dijo él sin moverse del sitio.

– Cierra la puerta.

Zach cerró la puerta pero no se molestó en echar el cerrojo.

Ella se apoyó en la cabecera de la cama, sujetando la bata cerrada sobre el pecho con ambas manos y mirando hacia la puerta como si en cualquier momento fuera a salir disparada, y preguntó:

– ¿Por qué te ha mandado a ti? -Se apartó un delgado mechón de un pelo negro como el carbón de la cara-. ¡Cielos, me has dado un susto de muerte!

– No era mi intención.

– Bueno, acércate -le ordenó ella con nerviosismo.

Con cuidado, temiendo que ella saltara de la cama y saliera corriendo al pasillo en cualquier momento, gritando que la estaban atacando, cruzó la alfombra de color naranja y se sentó a los pies de la cama.

– ¿De modo que te ha enviado Jason? -preguntó ella, cogiendo de la mesilla de noche un arrugado paquete de cigarrillos, que estaba al lado de un vaso medio vacío. Sacó un Pall Man sin filtro con dedos ligeramente temblorosos y lo encendió-. ¿Por qué?

– Eh, bueno, él tenía que quedarse allí. Mi padre quería que estuviera a su lado.

Ella arqueó dos finas cejas morenas, mientras daba una calada al cigarrillo y luego se lo apartó de los labios.

– Pero ¿no quería que tú te quedaras también allí? -preguntó ella escéptica.

– Jason es el mayor -contestó Zach, como si eso lo explicara todo, lo cual en cierto modo así era.

Jason había sido educado desde el día en que nació para ser el heredero de la fortuna de los Danvers. Y nada había cambiado en ese sentido por el hecho de que Witt hubiera tenido un segundo hijo varón.

– De modo que él es el favorito -dijo la puta, sonriendo.

– London es la favorita del viejo.

– Ah, Jason me ha hablado de ella. La pequeña. Ya debe de tener unos tres años, ¿no?

– Casi cinco -contestó Zach sin entender qué importancia tenía la edad de London, especialmente en aquella situación.

¡Estaba en una habitación de hotel con una prostituta y se dedicaba a discutir sobre la edad de su hermana pequeña! Bueno, ¿no le había dicho Jason que a ella le gustaba hablar? Aunque él había esperado que la conversación fuera de alguna forma un poco más sensual.