Estaba sentada en la sala de interrogatorios, en una silla situada al lado de una vieja mesa de fórmica. Zach estaba apoyado en el revestimiento de la pared. La habitación estaba envuelta en el siempre presente olor a humo y ceniza de cigarrillos, y había una papelera medio llena de vasos de plástico para café vacíos.

El agente encargado del caso era John Fullmer, un investigador que llevaba gruesas gafas y cuya vanidad parecía consistir en disfrazar su calvicie peinándose largos mechones de pelo castaño claro desde la parte de detrás de la cabeza, hacia delante.

Fullmer rebosaba una nerviosa energía. Fumaba y mascaba chicle al mismo tiempo, alternando las pompas de Wngley de menta que hacía reventar con las caladas a su cigarrillo Camel.

Habían pasado varias horas desde que Zach descubriera el cuerpo sin vida de Ginny y Adria había imaginado que esta, sabiendo que se enfrentaba a una acusación de secuestro, se había quitado la vida. Fullmer no opinaba lo mismo.

Colocando las manos alrededor de su vaso de café, Adria preguntó:

– Pero ¿cómo pudo haber descubierto alguien que la habíamos encontrado?

– Todavía no estamos seguros, y no queremos divulgar información que solo debería conocer el asesino, pero tenemos varias pistas. Habían forzado la ventana, de modo que parece que había alguien en la casa, esperándola. -Se quitó las gafas, las limpió con el dobladillo de su camisa e hizo reventar una pompa de chicle.

– Es que Ginny era zurda -dijo Zach a Adria secamente-. La navaja estaba en su mano derecha. Las puñaladas no tenían el ángulo correcto.

El detective golpeó sobre la mesa con una mano y se quedó mirando a Zach con mala cara.

– ¿Lo sabía usted?

– Lo recuerdo. -La mirada de Zach se movió por el centro de la habitación, pero Adria imaginó que en ese momento estaba a muchas millas de allí, perdido en la época en la que aún era un muchacho.

– ¿Cómo? -preguntó Adria.

– Porque una vez… hace mucho tiempo, cuando London todavía vivía con nosotros, Ginny tenía unas tijeras, que utilizaba para sus remiendos, supongo. Una vez las tomé prestadas. Tenía que abrir unos paquetes y no encontraba mi navaja. Intenté utilizar las malditas tijeras, pero me fue imposible. Al principio no entendía lo que pasaba, pero luego me di cuenta de que eran tijeras para zurdos. En aquel tiempo eran algo único. Ginny me pilló y me echó una buena reprimenda, diciéndome que no tocara sus cosas. -Su mirada se fijó en Adria de nuevo-. Pero eso no es una sorpresa.

El detective se quitó el cigarrillo de la boca y luego lo apagó en el cenicero rebosante.

– No tengo un informe oficial de la causa de la muerte. Tenemos que esperar el examen médico para eso, pero hay signos de lucha, pisadas en el charco de sangre y salpicaduras en las paredes que sugieren que fue asesinada. Parece que alguien la inmovilizó, cogió el cuchillo, apretó los dedos de su mano derecha alrededor del mango y le abrió las venas. Fin de la historia.

Adria se estremeció y se cogió las manos. El detective vació el cenicero en la papelera antes de encender otro cigarrillo.

Estuvieron hablando un rato más y luego les dejó marchar.

– Miren, sabemos que ustedes no atacaron a la vieja Ginny -les dijo el detective, pasándoles una tarjeta a cada uno-, pero puede que tengamos que hacerles algunas preguntas más.

– Puede localizarnos en Danvers International o en el hotel Danvers, en Portland -dijo Zach, mirando a Adria y escribiendo los números de teléfono en el reverso de una de las tarjetas de su empresa de construcción en Bend.

Cuando salieron de la comisaría Adria se sentía vacía, como si toda su vida se hubiera ido por el desagüe. Así que ella era London. Era la heredera de millones de dólares. ¿Y qué?

– Vamos, te invito a comer -propuso Zach, aunque parecía tan cansado como ella. Entre las sombras de su barba incipiente, su piel parecía más pálida y sus ojos angustiados. En el interior de ambos, algo les estaba preguntando cuánto tiempo más podrían continuar con aquella farsa, haciendo ver que no existía ninguna atracción entre ellos dos-. Conozco un sitio estupendo en Chinatown. Nos quedaremos aquí esta noche y mañana volveremos a casa para hacer públicas las novedades.

A casa. ¿Sentiría alguna vez ella que Portland era su casa?

Se estremeció al pensar en lo rápidamente que se había acabado la vida de Ginny.

– ¿Quién crees que pudo haberlo hecho?

– Ojalá lo supiera -dijo él, frunciendo el entrecejo mientras salían a la calle, donde estaba empezando a anochecer.

El viento que soplaba desde el océano era frío, con cortantes ráfagas heladas que ascendían hacia las colinas que rodeaban la ciudad; se le colaba por debajo de la chaqueta y le helaba hasta los huesos. Zach cogió la mano de Adria. Ella intentó soltarse, pero los dedos de él se apretaron alrededor de los de ella, mientras caminaban las tres manzanas que les separaban del lugar donde habían aparcado el coche.


Una vez dentro del Ford, él miró por el retrovisor y luego se mezcló con el resto del tráfico.

– Vigila por el retrovisor de tu lado -le dijo él, cambiando de uno a otro carril.

– ¿Crees que alguien nos está siguiendo?

– Es una buena suposición, ¿no te parece?

– ¿Aquí en San Francisco? -preguntó ella, aunque también había llegado a la misma conclusión que él, la misma que parecía haber insinuado el policía.

– Crees que nosotros condujimos al asesino… -Su voz se apagó y se quedó mirando por el retrovisor, comprobando si alguno de los coches que iban detrás del suyo cambiaba de carril, pero sin poder divisar nada que se saliera de lo normal.

– Obviamente, debe de tratarse de una conspiración que empezó hace bastantes años -dijo Zach, juntando las cejas-. Y por supuesto eso no incluye a tu madre o a… Witt. De modo que debemos asumir que la persona que te quería quitar a ti de en medio también quería matar a Ginny para mantener su secreto. -Golpeó el volante con los dedos-. Esto me hace pensar en Kat. Se suicidó o la asesinaron.

– Oh, Dios -dijo Adria, estremeciéndose-. Crees que las dos muertes, la de Ginny y la de Kat, pueden estar relacionadas.

– No solo relacionadas, sino cometidas por el mismo asesino.

– Pero ¿quién? -susurró ella. -Podría ser cualquiera.

– Alguien de la familia. -A Adria se le encogió el estómago. Alguien emparentado con ella. -Quizá.

– O alguien de la familia Polidori -dijo ella, a pesar de que la lista de sospechosos era muy corta.

Era cierto que Anthony Polidori podía haber estado detrás del secuestro, y estaba segura que había hecho que la siguieran, pero también los herederos de la fortuna Danvers podrían estar detrás del secuestro. Jason era una persona ambiciosa de poder; Trisha un animal herido, deseando hacerle a su padre el mismo daño que este le había hecho a ella. Nelson sin duda era entonces demasiado joven, solo tenía catorce años, y Zach también era casi un niño.

Satisfecho al ver que no les habían seguido, Zach se dirigió hacia Chinatown y aparcó en un callejón. El restaurante era pequeño, ruidoso, con poca luz y estaba lleno casi por completo. El ruido de los platos, las voces de la gente que hablaba en una lengua extraña y el chisporrotear de las sartenes que salía de la cocina abierta se mezclaban entre sí. Les colocaron en una mesa para dos, al lado de la cocina, y Adria no tuvo objeción al respecto, aunque apenas podía entender lo que decía el camarero ni ninguno de los clientes, los cuales parecían hablar solo en chino.

Sin embargo, le gustaba aquel ambiente. Hacía que las cosas fueran más fáciles. Estar allí a solas con Zach era la parte difícil. Pidieron sopa agridulce, pollo con especias y un plato de gambas tan picantes que hizo que le goteara la nariz, y todo eso lo acompañaron con cerveza china. Pero la comida le pareció insípida porque no podía olvidar los cenicientos ojos de Ginny Slade y toda aquella sangre vertida en el pequeño cuarto de baño.


Después de la comida, bebieron una taza de té con aroma de hierbas, que al llegar a su nariz le trajo a la memoria recuerdos desagradables y agrios. La noche en que la atacaron, ella había olido algo dulce en el aliento de su atacante, con un aroma de jazmín en el fondo. Abrió los dedos. La taza resbaló de sus manos y cayó sobre la mesa esparciendo el té por la superficie barnizada. El té caliente goteaba desde la mesa sobre su muslo.

– ¿Adria? -preguntó Zach.

En el momento en que el aroma de jazmín llegó a sus fosas nasales comprendió quién la había atacado.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Zach, mirándola fijamente con preocupados ojos grises.

– De todo. -Empezó a limpiar el té de la mesa, sin mirarle a la cara, diciéndose que seguramente estaba equivocada. Pero sabía que no era así. Lo sabía. Él le cogió una mano, apretándosela, y no le dejó acabar de limpiar la mesa con su servilleta.

– ¿Qué?

– Creo que sé quién me atacó en el hotel -dijo ella con voz temblorosa, deseando no haber descubierto la verdad.

– ¿Cómo?

– La persona que me envió aquellas notas desagradables.

– ¿Quién?

– Este té -añadió ella, señalando la copa que estaba sobre la mesa-. Es de jazmín, el mismo aroma que noté en la persona que me atacó.

A Zach se le hizo un nudo en la garganta mientras olía la taza. Una sensación de rechazo le hizo apartar la taza de un golpe, derramando parte del contenido sobre la mesa.

– Eunice -dejó escapar él con los ojos convertidos en apenas una delgada línea.

Adria asintió en silencio, incapaz de formular las palabras que se cernían sobre ellos: que la madre de Zachary había asesinado a Ginny Slade.


«Tengo que hablar contigo a solas.» Eunice dejó el mensaje en el teléfono móvil de Zach. «Tengo que decirte algo importante y la única manera de que descubras la verdad es hablando conmigo. Por favor, Zach, sé que imaginas cosas horribles de mí, pero no son verdad. Déjame que te explique realmente lo que pasó. Eres la única persona en la que puedo confiar.» Volvió a dejar el auricular sobre el teléfono de pared que tenía en la cocina y no dudó ni por un instante que Zach la iría a ver.

Pronto.

Mientras estaba sentada a la mesa de la cocina, leyendo en el periódico el artículo que hablaba del asesinato de Ginny Slade, Eunice supo que solo era cuestión de horas que Zach se presentara allí, acusándola de haber asesinado a Ginny.

Y no le creería cuando ella lo negara.

Frunciendo el entrecejo, echó una mirada a las aguas verdosas del lago Oswego, como si observando aquellas aguas oscuras pudiera imaginar qué era lo que iba a suceder. Eunice se había rendido pocas veces en su vida y no iba a hacerlo ahora.

Pero ¿quién había asesinado a aquella estúpida niñera? Seguramente alguien relacionado con la familia; puede que incluso alguien de la familia. ¿Uno de sus propios hijos?

Alguien lo suficientemente listo como para saber que Zach, y posiblemente la policía, la acusaría a ella. Alguien, acaso, que sabía que la muerte de Kat no había sido un suicidio y que Eunice había jugado un papel importante en el fallecimiento de la segunda esposa de WittDanvers.

«Maldita sea», murmuró ella enfadada al ver que sus planes habían fracasado. ¿Por qué no se había ido de la ciudad aquella zorra cazafortunas? ¿Por qué no había dejado de proclamar que ella era London? ¿La preciosa niña de Witt?

Aquello la ponía enferma. Su estómago se encogía y le subía por la garganta el gusto amargo de la rabia contenida, una furia al rojo vivo que corroía su sangre. Ella había dado a Witt cuatro hijos. ¡Cuatro! Y él les había dado la espalda cuando aquella cazafortunas había puesto sus falsos ojos en él. Maldito viejo loco.

Pero había tenido su merecido al perder a su niña favorita y al encontrar a su querida esposa en la cama con su hijo. Le temblaron las rodillas al pensar en Zach y Kat juntos en la cama. Aquello era enfermizo, eso era. Sucio. Incestuoso; y ahora… y ahora estaba haciendo lo mismo con la hija de aquella horrible mujer. Aquello era insoportable.

Eunice no tenía ninguna duda de que Adria era London; el parecido de la chica con Kat era espeluznante. A Eunice se le ponía la carne de gallina solo de pensarlo. Si al menos Zach hubiera sido engendrado por Anthony Polidori, las cosas serían más sencillas. Mucho más sencillas. Más limpias.

En realidad…

Eunice se estremeció y se frotó la herida que se había hecho en la mano, cuando había atacado a Adria en aquel apestoso motel. Estaba dolorida y todavía cojeaba a causa de aquel ataque que no había dado ningún resultado. Estaba tan enfadada, tan fuera de sí que enloquecía. Se acordó de sí misma escondida en la oscuridad, esperando, sabiendo que Adria, al igual que Kat, estaba con Zach.