– Después de lo que acabas de confesar, ¿esperas que te crea? -dijo él, apretando los puños.

Las sirenas de la policía sonaban ya muy cerca, pero Eunice no parecía darse cuenta.

– Yo ni siquiera sabía dónde estaba.

– Pero admites que tú hiciste que ella secuestrara a London. Y que le pagaste por ello. -Zach agarró el bolso de Adria y vació su contenido sobre la mesa: lápices de labios, un cepillo, una cartera, llaves, cartas y los duplicados de las notas que ella había entregado a la policía. Colocando un dedo sobre una de aquellas notas, Zach le dijo-: Tú las enviaste.

Eunice se quedó mirando aquellos objetos y apareció un tic bajo uno de sus ojos, mientras Zach añadía furioso:

– Y también le mandaste una rata muerta a su habitación del hotel.

La contracción en el ojo de Eunice se hizo más rápida y empezó a retorcerse las manos. Tenía los ojos vidriosos.

– Y destrozaste las sábanas y la ropa interior de Adria.

– No… la ropa de Kat… las sábanas de Kat…

– No de Kat. De Adria. De London.

– Es lo mismo -dijo ella con las fosas nasales dilatándose, como si de repente hubiera descubierto un olor nauseabundo-. Kat… London…

– Nada de eso.

Ella elevó de repente las manos como si suplicara, y a Adria le pareció un gesto patético viniendo de aquella mujer vieja, aunque no débil. Era lo suficientemente fuerte como para haberla echado a ella al suelo y haber intentado matarla, una persona retorcida capaz de matar una rata y sacarle la sangre, una maníaca capaz de destrozar una habitación, rasgando las sábanas, salpicando un espejo con sangre.

– No podía soportar la idea de veros juntos a los dos, Zach. No con Kat. No Kat… -Su voz se quebró y empezó a parpadear… como si tratara de aclararse las ideas. Cruzó los brazos por la cintura y empezó a balancearse-. Quiero decir no con London… ni con Kat… No podía permitir que eso sucediera… no tenía otra elección.

– ¿Otra elección? -repitió Adria, sintiendo de repente rechazo-. ¿Ninguna otra elección más que intentar matarme? -¿Quién era esa mujer? Una madre. Una vividora. Una asesina. Ella dio un paso atrás mientras Zach se dirigía hacia la mujer que lo había traído al mundo.

– Todo el mundo tiene otra elección, Eunice -dijo, volviendo a alejarse de ella.

– No es tan fácil como crees -sollozó ella, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta de algodón.

– Claro que lo es. Tú lo haces difícil. Intentando matar a Adria, y cuando saliste de allí herida, dijiste a Nelson que te habías caído persiguiendo al gato. Por Dios, tú estás mal de la cabeza. ¿Y pretendes que me crea que no nos seguiste hasta San Francisco y mataste a Ginny?

– Tengo una coartada -dijo ella tras dudar un instante.

– Muy conveniente. ¿Quién?

Dejó escapar un suspiro y uno de sus hombros se hundió ligeramente. Se sonó la nariz con un pañuelo de papel que acababa de sacar del bolsillo.

– Nelson. La noche en que mataron a Ginny, él estaba aquí conmigo.

– Por el amor de Dios, ¿te piensas que no sé que él mentiría por ti?

– Posiblemente, pero no tendrá que hacerlo. Yo estaba aquí, Zach, en el lago Oswego, cuando mataron a Ginny.

– No me creo lo que diga Nelson.

– Entonces puedes creer a su amigo. -Ella alzó la barbilla y miró a los ojos acusadores de Zach-. Aquella noche Nelson estaba aquí con alguien más. No se quedaron toda la noche, por supuesto, porque se supone que yo no sé que Tom es el amante de Nelson, pero pasaron por aquí unas cuantas horas, como viejos amigos, ya sabes; les preparé la cena y jugamos a las cartas. Si no me crees ni a mí ni a tu hermano, pregúntale a Tom.

Las sirenas sonaban ya tan cerca que retumbaban por toda la casa.

– Eso tendrás que decírselo a la policía; quizá ellos te crean, pero yo no.

– Eso ya no tiene importancia.

– Por supuesto que la tiene -dijo él, y al momento pareció darse cuenta de la extraña sonrisa que empezaba a formarse en las comisuras de los labios de su madre-. Espera un momento…

– Todo ha acabado, Zach.

– ¿Qué quieres decir? ¿Acabado? -Su mirada se posó sobre la taza de té-. ¿Qué has hecho?

– ¿Qué he hecho, Zach? -dijo ella-. Siempre he hecho lo que tenía que hacer. Tú no me crees, pero todo lo que he hecho ha sido porque te quiero.

– Tonterías, Eunice -farfulló él-. ¿Qué demonios has hecho?

Cuando las sirenas ya se oían en la entrada de la casa, Zach miró sobre el mostrador de la cocina y descubrió un armario con la puerta entreabierta.

– Oh, no… -Abrió la puerta del todo y extrajo varios frascos de medicinas-. No habrás… -susurró Zach, observando la taza de té, mientras el sonido de pisadas y voces se filtraba a través de los muros. Barrió la tetera de encima de la mesa y esta se rompió en mil pedazos-. No tenías que haber hecho esto, mamá.

– Por supuesto que sí. Lo he hecho por ti.

En ese momento, Eunice se abalanzó contra Adria, sacando la mano que había estado todo el tiempo metida en su bolsillo. En el puño sostenía un delgado puñal que brilló mortalmente bajo la luz.

A Adria le dio un vuelco el corazón.

– ¡No! -gritó Zach.

– ¡No puedes hacerme esto, Kat! ¡No te lo permitiré! -Eunice arremetió contra Adria.

Adria la esquivó y golpeó el antebrazo de Eunice. El cuchillo osciló hacia abajo rasgando la camiseta de Adria.

– ¡Adria! -Zach agarró a su madre y la hizo caer sobre el suelo de baldosas. Ella miró a su hijo mientras este intentaba quitarle el puñal.

Con destreza, se echó a un lado y, mientras sus ojos se clavaban fijamente en los de Zach, dobló el brazo y dirigió la afilada hoja contra sí misma.

– Sabes, Zachary -dijo ella mientras hundía el puñal en su abdomen-, tú siempre fuiste el más listo. El más querido y el más brillante.

– ¡No!

Zach le sacó el puñal y la sangre le llenó las manos, tiñendo de rojo la chaqueta de deporte de Eunice.

– ¡Oh, Dios! ¿Por qué? -gritó a la vez que las puertas se abrían de golpe y cientos de pasos resonaban por toda la casa.

– ¡Policía! -gritó una voz ronca-. ¡Tiren las armas!


Normalmente a Anthony Polidori no le gustaba que lo despertaran, pero cuando su informante llamó para decirle que Eunice Danvers Smythe había sido trasladada al hospital, y que se la acusaba del secuestro de London Danvers, Anthony agradeció a aquel hombre por la información. Desgraciadamente, al final habían acusado a Eunice.

Le afligió un ligero sentimiento de culpa al pensar en ella, porque sabía que Eunice se había enamorado de él hacía treinta y cinco años. Él estaba interesado en ella, sí, pero no la amaba con la misma pasión que ella sentía por él; solo se había acostado con ella para fastidiar a Witt. Eunice se lo había imaginado. En ese sentido habían sido almas gemelas, disfrutando el uno del otro a expensas de Witt.

Aquel malnacido.

De modo que Eunice había decidido destruir la vida de Witt. Aunque durante años su familia había sido culpada del secuestro por su culpa, Anthony respetaba sus agallas. Quizá no debería haberse apresurado tanto a romper con ella, cuando Witt descubrió su aventura.

Salió de la cama y se puso una bata a rayas desgastada por los codos y con los dobladillos hechos jirones. Se la había comprado su mujer hacía casi medio siglo y, a pesar de que era un harapo, nunca había tenido el valor de deshacerse de ella.

Se preguntó si Mario estaría en casa o con alguna mujer -aunque no es que eso le importara. Arrastrando los pies por las baldosas del pasillo, se puso a pensar en su vida y se sorprendió al darse cuenta de que el profundo odio que había sentido por los Danvers parecía haberse debilitado con los años.

Llamó a la puerta del dormitorio de su hijo y esperó. Nada. Golpeó con más fuerza, frunció el ceño e intentó girar el pomo, pero estaba cerrada con llave.

– Mario, hijo, ábreme.

Oyó una voz adormilada.

– Venga, abre la puerta.

– Por Dios. -Tropezando y tirando cosas a su paso, Mario apareció finalmente ante la puerta, con el pelo revuelto y sin afeitar-. ¿Qué…?

– Tenemos que hablar.

– ¿Estás bien de la cabeza? Son las cuatro de la madrugada.

– Levántate. Te espero abajo.

Mario se pasó una mano por la cara y bostezó. Cuando se desperezó, su espalda crujió.

– Deja que me ponga las zapatillas y coja los cigarrillos -dijo él y luego se dio media vuelta, tropezó de nuevo y masculló algo entre dientes.

Aquel chico no crecería jamás.

Anthony bajó las escaleras, y cuando su único hijo entró dando traspiés en la cocina, ya había descorchado una botella de champán.

– ¿Qué demonios ha pasado? -dijo Mario, chasqueando la lengua.

– Tenemos una celebración.

– Mierda, ¿y no podía esperar hasta una hora más decente…? ya sabes, hasta las seis o las siete de la mañana.

– No. Y tampoco es este momento para sarcasmos.

– Lo que tú digas, papi. -Mario acercó un encendedor a su cigarrillo-. De acuerdo, Estoy impaciente por saberlo. ¿Qué celebramos?

– Varias cosas. Ven, acércate. -Anthony palmeó el brazo de su sillón indicándole a su hijo que se sentara allí, como cuando era niño. Echando humo por la comisura de los labios, él hizo lo que su padre le pedía-. Muy bien. Aquí… -Anthony pasó una copa a su hijo; luego, cuando Mario la tuvo en la mano, rozó el borde de su copa con la de su hijo-: Por el futuro.

– Bueno, sí, pues por el futuro. -Mario, pensando que su padre había perdido un tornillo más y estaba un paso más cerca del manicomio, empezó a beber, pero la mano de su padre lo detuvo-. Y por el fin de la enemistad familiar.

– ¡Dios mío!

– De acuerdo, pues por Dios también -dijo Anthony magnánimo.

– ¿De qué estás hablando? ¿La maldita enemistad familiar ha acabado? ¿Cómo ha sido? ¿Abres una botella del mejor champán y afirmas que la enemistad familiar se ha acabado, y toda esa mierda que nos ha estado persiguiendo durante años queda olvidada? ¿Así de simple? -Mario hizo chasquear dos dedos. Luego se frotó los ojos-. Estoy soñando. Eso es lo que me pasa. Se trata de una especie de pesadilla.

– Estamos celebrando también otra cosa.

– Oh, bien. ¿De qué se trata?

– Tu matrimonio.

– Ahora sí que estoy seguro de que estoy soñando.

– No, Mario. Ya va siendo hora. Necesitas una esposa. Y yo necesito un nieto. Tenemos que pensar en el futuro y no en el pasado. Tú te casarás, tendrás hijos y todos seremos felices.

– Oh, sí, claro. ¿Qué te ha pasado esta noche?-preguntó Mario-. Cuando me fui a la cama todo estaba como siempre, y ahora me sacas de ella y te pones a hablar como si fueras un adivino. ¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo por el estilo?

Anthony ignoró los delirios de su hijo y volvió a golpear con el borde de su copa la de Mario. Había muchas posibles esposas para su hijo, pero a él se le había ocurrido que Adria Nash -London Danvers- era la potencial candidata. Era hermosa, inteligente y rica. ¿Qué más se le podía pedir a una nuera? Por supuesto que existía la posibilidad de que ella no le quisiera. Bueno, en ese caso había otras posibles mujeres jóvenes entre las que elegir. Mujeres fértiles, hermosas, aunque no necesariamente tan inteligentes como esa London.

– Solo hay una mujer con la que siempre he querido casarme -dijo Mario súbitamente despierto, y Anthony tuvo que contener una expresión de disgusto-.Trisha.

Apretando los dientes, el viejo tuvo que tragarse el último pedazo de su falso orgullo.

– Yo no te lo voy a impedir. -Luego volvió a tomar un sorbo de champán, mirando la cara de incredulidad de su hijo, y se rió a mandíbula batiente, como no se había reído en años. Palmeó a Mario en una rodilla, con un gesto de cariño que aún no había olvidado; el cariño que había sentido en otro tiempo, cuando su mujer aún estaba viva y Mario tenía cuatro o cinco años, y casi no tenían problemas-. Bebe. Disfrútalo. Y déjame que te cuente lo que ha pasado esta noche…


Mientras salía del hospital en el centro de Portland, Zach estaba desalentado. Había observado sin decir una palabra la llegada de la policía, del abogado de Eunice y de Nelson, todos ellos hablando y gritando. A Zach se le había agriado el ánimo. Trisha -cuando se dignó aparecer- había pasado de largo sin siquiera saludar a Adria, para decir a Zach:

– Mira lo que habéis hecho.

Un grupo de periodistas se agolpaban en la puerta del hospital. Todos gritaban tratando de llamar su atención. -Señorita Nash, ¿es cierto que finalmente se ha demostrado que es usted London Danvers? -Sí, eso parece.

– ¿Cómo se siente ahora que por fin recupera a su familia natural?

– Todavía no lo sé. -Se sentía extraña. Aunque se suponía que Eunice se recuperaría, iba a pasar una temporada en el hospital, bajo vigilancia policial.