– Nunca -dijo ella y el dolor de su voz rompió su duro caparazón.
Empujándola contra la pared, la besó con brutalidad, furiosamente. Le alzó las manos por encima de la cabeza y le asaltó la boca con la lengua. Sus pechos subían y bajaban tras la tela de su chaqueta, y él agarró uno con la mano.
– ¿Esto es lo que quieres, London? -dijo él, forzando aquellas furiosas palabras para que salieran de su boca, mientras metía la pelvis entre los muslos de ella, presionando contra su montículo.
– Yo no soy… -dijo ella, abriendo los ojos horrorizada.
– ¡Lo eres! Y es mejor que te enfrentes a ello. Él se estremecía por dentro de deseo, dispuesto a mandar a paseo sus precauciones y poseer su entregado cuerpo. La barrera de sus ropas era delgada, fácil de derribar, y entonces podrían estar desnudos. Solos. Hombre y mujer.
Hermano y hermana.
¡No! Si no paraba ese juego peligroso, se dejaría llevar por el anhelo de echarse sobre su cuerpo y poseerla. Demonios, y si ella no dejaba de mirarle de aquel modo… Él la besó de nuevo y esta vez su beso no fue tan brusco; la abrazó apretándola contra su cuerpo y perdiéndose en la maravilla de sus ojos. Introdujo los dedos en los espesos bucles de su pelo negro y sintió su boca abierta para él. Exploró con la lengua el sedoso paladar y ella gimió tan suavemente que apenas pudo oírla.
Le acarició el pecho, metiendo la mano por debajo del sujetador, sintiendo cómo se tensaba el pequeño pezón, sintiendo cómo el gemido del deseo ascendía por la garganta de ella.
– Yo… yo no puedo -susurró ella con lágrimas cayéndole por las mejillas.
– Lo sé. -Él se tragó su lujuria y de repente oyó un sonido que estaba fuera de lugar, como de cuero rozando madera. Su corazón desbocado se detuvo por un instante. j
No estaban solos. I
¡Demonios! I
Alzando lentamente la cabeza, colocó una mano sobre la boca de ella y le hizo un gesto para que se estuviera quieta. Por encima de sus manos callosas, él vio como sus cejas se juntaban por un instante y luego se alzaban de golpe. Ella había captado el mensaje
– Quédate aquí -le susurró él al oído.
– No… -dijo ella contra la mano de él, pero Zach le lanzó una mirada que no admitía discusiones y le seH ñaló que se metiera en la cabina; luego él subió lenta-j mente y sin hacer ruido las escaleras.
Con el corazón latiéndole deprisa y la mente nublai da por el miedo, ella lo vio salir. ¿Y si la persona que estaba en cubierta era el asesino que él insistía que andaba suelto? ¿Y si Eunice no era el asesino? ¿Quién podrías ser? Sintió los rápidos latidos de su corazón. No podía dejar que Zachary se enfrentara solo a él. Salió deprisa al salón en busca del arma, pero no la encontró y empezó a subir silenciosamente la escalera hacia la cubierta.
– …de manera que no te importa si es tu hermana o no, aun así te la quieres follar.
La voz de Jason Danvers susurraba por encima del sonido del viento.
A Adria se le puso la carne de gallina. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Les había estado siguiendo?
Subió la escalera del todo y se quedó espiando ai Jason, que estaba de pie, con un brazo apoyado en la botavara, con el viento de la noche haciendo que su chaqueta se hinchara alrededor de sus caderas. Estaba empezando a llover con fuerza, pero él seguía de pie, con la cabeza descubierta y los ojos clavados en su hermano menor.
Adria sintió que estaba en presencia de algo totalmente maligno. ¿Habría un teléfono a bordo? ¿Podría meterse de nuevo en la cabina y hacer una llamada sin que él se diera cuenta? ¿O acaso el teléfono estaría en el puente? ¿O una radio o algo por el estilo?
– Por Dios, Zach, es que nunca aprenderás. Primero Kat y ahora su hija. Adria se quedó helada.
– Tú también estuviste con Kat -dijo Zach con calma, con la espalda apoyada en el tambucho, mientras se enfrentaba a su hermano.
– Pero yo no he seguido luego con London.
– Posiblemente porque estabas demasiado ocupado matando a Ginny Slade.
– Eso es lo que te imaginas, hermanito. Por Dios, si te esfuerzas un poco más, puedes llegar a ganar un premio Agatha Christie o algo por el estilo. Tú y Adria, no, London, os habéis convertido en un par de detectives.
– No era necesario que la mataras.
– ¿No querrías que la dejara ir por ahí contando su historia? Sabía lo de mamá. Sabía que ella era la única que estaba detrás del secuestro. -Sonrió burlonamen-te, lanzando una mirada enfermiza y lasciva a la oscuridad-. Pensé que podría utilizar los planes de mamá para conseguir lo que quería. Pero tenía que ir un poco más lejos. Incluso sabía que había matado a Kat. Me sorprendió que la policía no lo averiguara.
– Pronto lo sabrán.
– Demasiado tarde. Pero fue una suerte que Sweeny encontrara por fin a Ginny. La estuve buscando durante años.
– ¿Para qué?
– Para asegurarme de que nuestra pequeña hermanita no volvería a aparecer.
Adria trató de escabullirse de nuevo por la escalera.
– No te muevas de ahí, London -dijo Jason y ella se quedó helada-. ¿No creerás que no te había visto? -Chasqueó la lengua-. Ven aquí y únete a la fiesta.
– Esto no es una fiesta. Déjala marchar.
– No puedo hacerlo. -Hizo un gesto a Adria con las manos para que subiera la escalera y entonces ella pudo ver la pistola, acerada y fría, brillando en su mano. Así que eso era todo. El callejón sin salida. A menos que Zach pudiera detenerlo-. Dime -dijo Jason-, ¿qué se siente al ser la mujer más rica de Portland? Será mejor que disfrutes de la sensación, porque no te va a durar demasiado.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella, subiendo por la escalera y sintiendo las frías gotas de lluvia que caían sobre su piel.
– Estaba charlando con mi hermano. Ahora tú eres parte de la familia, así que puedes unirte a nosotros.
– ¿Cómo nos has encontrado?
– Oh, bueno, tampoco ha sido tan difícil -se burló Jason mientras el viento arreciaba-. Sabía que estaríais juntos en alguna parte. Sólo era cuestión de imaginar dónde podríais querer pasar el rato juntos. Tenía que ser en algún lugar cercano, pero privado. Por Dios, Zach, sé que te crees que eres una especie de rebelde irreverente, pero ¿tirarte a tu propia hermana?
– Eres un miserable hijo de puta -dijo Zach, arremetiendo contra Jason, pero este dio un paso atrás y le lanzó una sonrisa tan malvada que a Adria se le heló el corazón.
– ¡No! -gritó ella, esperando oír el estallido de un disparo.
En lugar de eso, Jason empujó la botavara, y esta dio media vuelta atrapando a Zach por la cintura y arrojándolo contra la barandilla.
– ¡Oh, Dios! -Adria se lanzó sobre Jason, pero era demasiado tarde, pues este había agarrado a su hermano y le golpeaba en la nuca con la empuñadura de la pistola.
Adria gritó.
A Zach se le doblaron las piernas.
– ¡Maldito bastardo! -Adria se echó sobre Jason, agarrándole la mano con la que sujetaba la pistola, pero él la empujó lanzándola contra la barandilla. ¡Crac! El dolor le recorrió el cerebro. Se golpeó la cabeza contra la dura madera y se quedó atontada, con los pies resbalando por el suelo del puente, mientras su mirada se centraba en los dos hermanos.
Zach se levantó y le lanzó una patada hacia arriba, alcanzando a Jason en la ingle.
Con un gruñido de absoluta agonía, Jason se dobló.
Tambaleándose, Zach trató de patear a su hermano de nuevo.
Pero Jason era rápido. Agarró la bota de Zach entre las manos y lo trabó contra la barandilla.
«¡No, oh, no!» Adria avanzó tambaleándose hacia Jason, mientras este le retorcía la pierna a Zach. Este gritó de dolor y Adria se lanzó hacia delante, resbalando con los pies, mientras trataba de caer sobre la espalda de Jason.
Él todavía sostenía la pistola en una mano, pero a ella no le importó; se lanzó sobre él, dándole patadas y arañándole, luchando con todas las fuerzas de su cuerpo, mientras el barco se mecía y la lluvia seguía cayendo como una gruesa cortina.
Jason volvió a retorcerle la pierna a Zach y este aulló cuando se oyó el escalofriante ruido de los tendones separándose del hueso. Adria concentró todos sus músculos en la espalda de Jason, pero en ese momento, Jason empujó a su hermano y lo hizo caer a las frías y oscuras aguas del Columbia.
– ¡Oh, Dios, no! ¡No! -gritaba Adria, pateando con más fuerzas. No podía perder a Zach de aquella manera. ¡No podía!
Jason la apartó de un empujón.
– Desde la primera vez que te vi sabía que no me traerías nada más que problemas. -La pistola apuntaba directamente a su corazón, pero a ella no le importaba, no cuando Zach se estaba ahogando.
– Y tú eres un maldito asesino -dijo ella con una furia que le salía del alma-¡Púdrete en el infierno! -Corrió hacia la barandilla y saltó por encima, convencida de que oiría el sonido de un disparo a sus espaldas.
Pero no oyó nada más que el silencio mientras se sumergía en las aguas heladas y rezaba para ser capaz de encontrar a Zach. Antes de que fuera demasiado tarde.
Jason se la quedó mirando mientras se sumergía en el río y bajó la pistola. No podría durar más de dos minutos en el río. La temperatura del agua era muy baja y si la alcanzaba la corriente descendería por el río como un torrente. Él no tendría que asumir la responsabilidad de ninguna de las dos muertes, y con los arreglos adecuados, la prensa y la policía creerían probablemente que se trataba de un suicidio pactado: puesto que eran amantes, cuando descubrieron que eran hermanos decidieron acabar con todo aquello.
Sí, aquello podría funcionar, pensó, empapado y temblando de frío. Pensó en Zach y no sintió nada más que disgusto. Años atrás, la noche del secuestro, Jason le había jugado una mala pasada a Zach, intentando matar dos pájaros de un tiro. Sabía que los matones de Polidori le irían a buscar al hotel Orion. Sophia, la puta, era el cebo y Zach había sido un ingenuo. El que además le hubieran acusado del secuestro de London había sido un golpe de suerte. Al menos para Eunice. La policía se había tragado su coartada y Zach estaba tan empapelado que se convirtió en el sospechoso número uno. Jason pensó en su madre, convaleciente en el hospital. Posiblemente muriéndose. ¿Podrían culparla de alguna manera por las muertes de Adria y Zach? Por supuesto que no. Estaba bajo vigilancia policial las veinticuatro horas. Ni siquiera Jack Logan había podido acercarse a ella.
Secándose la lluvia de la cara, Jason escudriñó las estigias aguas del Columbia buscando algún signo de vida. No vio nada.
Puede que ya estuvieran muertos. Lo cual le facilitaba las cosas. Cuando Adria apareció por Portland, Jason sintió pánico. Las noticias que le había hecho llegar Sweeny de que ella era realmente London habían sido un duro golpe, pero instintivamente había sabido qué era lo que tenía que hacer. Para su sorpresa, matar le había parecido más fácil de lo que al principio había pensado. Después de comprar una coartada, había seguido a Adria y Zach hasta San Francisco, esperando poder matar a Ginny antes de que ellos avisaran a la policía o hablaran con ella. Por supuesto, no había sucedido así. Pero había conseguido salir de la casa antes de que lo atraparan.
Había aprendido muy bien de su madre. Eunice nunca podría imaginarse las cosas que le había enseñado. Había estado espiándola durante años y recientemente había descubierto lo que ella era capaz de hacer. Siempre había creído que él era quien tenía más osadía para hacer cualquier cosa con tal de preservar el nombre y la fortuna Danvers, todo aquello que tenía que heredar de su padre. Pero estaba equivocado. Eunice era la más fuerte de la familia.
Miró su reloj y escudriñó las aguas del río por última vez. Había pasado casi media hora desde que Zach y Adria cayeran por la borda. Tiempo suficiente para que el río hubiera hecho su trabajo.
Ahora había llegado la hora del espectáculo.
– ¡Socorro! -gritó, haciendo bocina con las manos en dirección a la caseta del guarda-. ¡Hombre al agua! ¿No me oye nadie? ¡Por el amor de Dios, necesito ayuda! -Corrió escaleras abaj o, llegó al teléfono y llamó al 911.
Esperó un rato, hasta que se asomó la primera persona de un barco vecino y empezaron a oírse a lo lejos las sirenas de la policía. Entonces se quitó los zapatos y la chaqueta, y se lanzó al agua a esperar. Para cuando llegara la policía, la corriente se habría llevado los cadáveres de London Danvers y su amante -su hermano- hacia el mar. Quizá la policía sospecharía de él, pero nunca podrían probar nada… dos vidas más arrebatadas por la fuerza del río.
Zach tosió, se hundió en el agua y luego tosió de nuevo. Cielos, estaba helado. Endemoniadamente helado. Sentía la cabeza como si le hubieran golpeado con una barra de hierro. Instintivamente, se empujó hacia arriba notando que la corriente lo arrastraba. Una vez en la superficie, llenó los pulmones de aire y sintió que se hundía de nuevo.
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