Sophia dejó el cigarrillo en el cenicero que había en la mesilla de noche y luego cogió el vaso. Hundiendo los cubitos de hielo con un largo dedo, se quedó mirando a Zach fijamente, dejando que sus ojos fueran desde su camisa medio desabotonada hasta su pelo revuelto por el viento.
– ¿Jason quiere que tú ocupes hoy su lugar?
– Ese parece ser el plan.
Ella tomó un trago de su bebida y se secó con la punta de la lengua los labios húmedos.
– ¿Eres virgen, Zachary?
Aquella pregunta lo golpeó como una bofetada en plena cara.
– Por supuesto que no.
– Hum… entonces, ¿habrás estado con montones de mujeres? -añadió ella, sorbiendo su bebida a la vez que trataba de disimular una sonrisa.
– Unas cuantas -contestó él, dándose cuenta de que los dos sabían que estaba mintiendo. «Demonios, ¿cómo se te ocurre decirle eso a una prostituta cuando te pregunta cosas así?»
– ¿Te han hecho alguna vez una mamada?
La cabeza empezó a darle vueltas. ¿Estaba hablando en serio o solo intentaba tomarle el pelo? Él la miró fijamente a los negros ojos y supuso que se estaba riendo de él. Pero sintió que se le hacía un nudo en los intestinos cuando ella depositó el vaso en la mesilla, dejando que la bata se le abriera y mostrara sus pechos. No podía apartar la vista, aunque quisiera.
Estaba empezando a ponérsele dura, pero no hizo nada por tratar de ocultar su erección. La bata se le deslizó por uno de los hombros y pudo ver una piel que parecía tersa y suave, y que se deslizaba suavemente bajo la tira de seda negra del sujetador.
– Bueno, tendremos que hacer algo al respecto, ¿no te parece? -preguntó ella mientras, recostada en la cama, sin sujetar ya con los dedos la bata rosa, dejaba visible su ombligo y la parte alta de las bragas de encaje negro.
Como vio que Zach no reaccionaba, se colocó más cerca de él, estirando primero las piernas, luego el resto del cuerpo y acabó por tumbarse completamente sobre la cama con sus redondas nalgas, aplastando el cobertor. Lo miraba con dos ardientes ojos que eran como negros espejos en los que se reflejaban los tormentos del alma de Zach. Cuando se puso de rodillas sobre la cama y se acercó a él, parecía haber pasado ya por alto todas las mentiras que le había dicho. Olía a perfume, tabaco y whisky.
– De modo que no me dices nada, ¿eh? De acuerdo, tú solo avísame si hago algo que no te gusta, ¿vale?
Ella se apretó contra él cálidamente, con la húmeda lengua rozando el contorno de su oreja y Zach dejó escapar un gemido. La hinchazón entre sus piernas empezaba a dolerle y, cuando la lengua de ella se introdujo en su oreja, se preguntó si sería una vergüenza para ambos que se corriera en los calzoncillos.
– ¿Venga, chico, a qué estás esperando? -le susurró ella con voz libidinosa.
No podía resistirse a aquella invitación.
La agarró y apretó los labios contra su boca con fuerza, manchándose en su ansiedad con lápiz de labios y tumbándola sobre la cama para poder sentirla bajo su cuerpo.
– Eso es, muchacho -gruñó ella, mientras él le arrancaba la bata y se quedaba mirando sus hermosos senos. Redondos, con oscuros pezones apuntando hacia arriba a través de la tela de encaje, invitándole a que los tomara con sus manos y su lengua, y Zachary la encontró tan dispuesta que no pudo resistirse.
Rozó uno de los pezones con el pulgar y ella se arqueó hasta que sus nalgas se separaron de la cama, con el desnudo abdomen apretándose contra la pernera de sus pantalones. Sus dedos encontraron los botones de la camisa de él y el muro de tela desapareció. Ella alzó la cabeza y mordisqueó juguetonamente los pocos pelos de su pecho, haciendo que él se dejara llevar por la maravilla de aquella caricia. Un tanto mareado por el champán, Zachary sintió que la habitación empezaba a dar vueltas cuando los dedos mágicos de ella acariciaron su piel desnuda, y su sedosa y caliente lengua empezó a deslizarse hacia abajo por su pecho.
En el momento en que ella acercó la cara a su ingle, él gimió y cerró los ojos, dejándose llevar por el éxtasis. Pero con el mismo entusiasmo con que había comenzado, ella se detuvo de repente y levantó la cabeza.
Zach se sintió molesto. Abrió los ojos y se dio cuenta de que ella estaba mirando fijamente hacia la puerta. Él buscó con la mano su bragueta.
¡Bam! La puerta se abrió de repente con un golpe seco contra la pared. Sophia dejó escapar un grito, se apartó de él y trató de salir de la cama.
– ¡No! -chilló, intentando apartarlo de su lado.
Zach miró hacia la puerta sin comprender todavía lo que estaba pasando. Se quedó paralizado durante unos segundos y Sophia, temblando, consiguió apartarse de él. Dos hombres, uno alto y moreno y otro más bajo, estaban parados en el umbral de la puerta; eran dos figuras oscuras y amenazadoras. -Fuera de aquí -ordenó Zach. Los dos tipos no se movieron. -He dicho que…
– ¡Cállate! -le cortó el más alto, dando un paso hacia delante.
El más bajo lanzó una mirada a Sophia y luego cerró la puerta de un golpe tras él.
Zachary salió de la cama y se puso inmediatamente en guardia. Se podía oler la pelea en el aire; se quedó de pie entre la cama y aquel hombre, dudando entre la estúpida idea caballeresca de proteger a la mujer y el impulso de salir corriendo de la habitación como si lo persiguiera el diablo. Se quedó quieto donde estaba, mirando fijamente al hombre más alto.
– Llama a seguridad -ordenó a Sophia. -¿Danvers? -preguntó el más bajo. -¿Sí? -dijo Zachary, notando que se le encogía el estómago.
¿Aquellos tipos sabían su nombre? ¿Cómo? ¡La puta! Seguro que se trataba de una encerrona.
Zach saltó hacia el lado de la cama para alcanzar el teléfono que había sobre la mesilla. Pero no fue lo bastante rápido. El tipo más alto le quitó el teléfono de las manos.
– ¡Qué demonios…!
Zach se dio la vuelta. Demasiado tarde. El más alto de los intrusos le había agarrado por el brazo y se lo retorcía por detrás de la espalda. Zach se revolvió y forcejeó. Sintió un dolor agudo en la parte alta del brazo. -¡Estate quieto, tonto de los cojones!
Zach le dio una patada en la espinilla.
El aire salió silbando entre los dientes de su atacante.
– ¡Maldito hijo de perra! ¡Te vas a enterar, sucio bastardo!
El tipo retorció con más fuerza el brazo de Zach.
Un dolor agudo le desgarró el hombro. Zach sintió un desgarrón y los músculos empezaron a arderle.
– ¡Échame una mano, Rudy! -ordenó el más alto de los dos tipos.
Por el rabillo del ojo, Zach se dio cuenta de que Sophia miraba hacia detrás de la cama. Su cara estaba pálida de miedo, mientras trataba de recoger el auricular que colgaba del teléfono.
– Ni lo intentes, amiga -dijo el más bajo de los dos, el que se llamaba Rudy, mientras arrancaba el cable de la pared.
– Por favor -gritó ella.
– ¡Cállate! -gruñó el matón.
Zach volvió a patear a su atacante.
– ¡Suéltame!
– Ni lo sueñes, Danvers. La has vuelto a cagar una vez más. -Y volvió a retorcerle el brazo.
El dolor recorrió todo el cuerpo de Zach y este soltó un grito.
– ¿No estarás pensando en matarlo, Joey? -gritó Rudy.
– Es posible. -Joey dio media vuelta a Zach y le golpeó la cara con su grueso puño. Zach sintió una sacudida por todos los huesos y un dolor agudo detrás de los ojos. Empezó a sangrar por la nariz y se le doblaron las rodillas.
Rudy se quedó mirando un momento la cara destrozada de Zach y luego se dirigió a su compañero:
– ¡Oh, mierda! Oye, tío, me parece que nos hemos equivocado de tipo. Este no tiene pinta de…
– ¡Estáis cometiendo un error! -gritó Sophia con voz temblorosa, mientras se cubría con las sábanas.
– A mí no me lo parece -contestó el más alto de los dos sin demasiada convicción-. ¡Acabemos con esto, Rudy! ¡Vamos a darle una última vuelta de tuerca! Asustado, Zach se revolvió intentando avanzar hacia la puerta. Por el rabillo del ojo pudo ver que Rudy se metía una mano en el bolsillo. Un destello de acero brilló bajo la luz de la lámpara. A Zach se le revolvieron las entrañas con una nueva sacudida de miedo. Oyó un clic y estuvo a punto de mojar los pantalones. ¡Una navaja automática!
– ¡Venga, márcalo! -dijo Joey, lanzando su aliento húmedo sobre el rostro de Zach.
– ¡No! -Zach intentó resistirse con más fuerza, desplazando todo su peso de un lado a otro para que su agresor perdiera el equilibrio.
– ¡Te he dicho que lo marques! -volvió a gritar Joey. La navaja de Rudy se movió en el aire. Sophia se puso a chillar.
Zach se estremeció al sentir la hoja abierta moviéndose al lado de su oreja. Un pánico que casi lo cegaba se apoderó de él.
– ¡Basta! -La sangre empezó a brotar de la herida mojándole los ojos y la cara.
– Este no es el tipo al que estábamos buscando -dijo Rudy mientras limpiaba la sangre de la navaja en sus pantalones-. He visto a muchos Danvers…
– No me importa. Y además, ha dicho que era él. -¡Mierda!
Cegado por la sangre, Zach volvió a dar puntapiés. -A quién le importa quién demonios es -añadió al fin Rudy.
La navaja se sumergió en el hombro de Zach. El dolor le recorrió todo el brazo. Sintió ganas de vomitar y todo el cuerpo empezó a temblarle. «Me van a matar. Voy a morir como un cordero en el matadero», pensó Zach mientras intentaba zafarse de sus agresores, pero apenas podía moverse.
– El afirma ser Jason Danvers, de manera que acabemos de una vez con este asunto -dijo Joey.
«¿Jason? ¿Pensaban que era Jason?»
– Zachary -dijo Zach, escupiendo junto con las palabras sangre a través del hueco entre sus dientes. Trató de liberarse de su atacante y se le doblaron las rodillas-. Yo soy Zachary… Zachary Danvers.
– ¿No es Jason? -repitió Rudy-. ¡Lo sabía!
– ¡Mierda! -Joey soltó a Zach y extrajo la navaja de su hombro. La herida le quemaba como ácido. Zach cayó al suelo agarrándose la cara con las manos y sin poder moverse del charco de sangre que estaba empezando a formarse a su alrededor.
– Te había dicho que nos habíamos equivocado de tipo. Joder, tío, ¿por qué nunca me haces caso? -siseó Rudy. Miró hacia la cama, donde Sophia estaba encogida de miedo-. Tú, vístete y lárgate de aquí.
– Pero ¿y el muchacho? -susurró Sophia.
– Vivirá -gruñó Rudy, lanzando una sombría mirada a Zach, antes de volver de nuevo la mirada hacia la puta-. A menos que quieras tener que dar explicaciones acerca de lo que estabas haciendo aquí, con el hijo de Witt Danvers medio muerto, será mejor que muevas tu dulce culito y te largues.
«No te vayas», intentó decirle Zach, pero las palabras no se llegaron a formarse en su lengua. Desde el suelo vio tres pares de zapatos que se movían lentamente alejándose de él: los de ella, pequeños y abiertos, y los otros dos, gruesas botas de trabajo. Oyó pasos amortiguados por la alfombra del pasillo. Trató de ponerse de pie, mientras la sangre seguía salpicando sobre el suelo.
– ¡Maldito bastardo! -Zach vio el zapato, sintió la patada en la ingle y se quedó hecho un ovillo. La bilis empezó a subirle por la garganta-. Quédate tranquilo, Danvers. No te vas a morir de esta.
Una nube negra empezó a cubrirle los ojos mientras hacía esfuerzos por mantenerse consciente. Vio cómo se abría la puerta de la habitación 307, cómo se cerraba poco después, y se dejó llevar por el cálido y oscuro vacío que empezaba a tragarlo.
A Katherine le dolían los pies, la cabeza le daba vueltas y los ojos le quemaban por el humo del tabaco. La fiesta había sido un éxito y Witt, si no hubiera sido por la ausencia de sorpresa, habría hecho un buen papel reaccionando asombrado ante la celebración tan cuidadosamente preparada por su mujer.
Sentada en una de las sillas que había al lado del escenario vacío, sin hacer caso de la suciedad del suelo, se sacó uno de los zapatos de tacón para frotarse la planta del pie.
Dentro de poco, el amanecer empezaría a despuntar por el cielo del este, y todavía quedaban unos cuantos invitados que hablaban y reían en pequeños grupos, rehusando dar por concluida la velada.
– Vamos arriba -sugirió Kat a su esposo, mientras volvía a colocarse de nuevo el zapato-. London debe de estar todavía despierta, esperándonos. -Se levantó y se estiró, sabiendo que después de tantas horas en pie, con el cabello despeinado y el maquillaje corrido, todavía era hermosa y sexy. Captó más de una mirada masculina que se dirigía a las curvas de su trasero. Witt, que había estado bebiendo champán durante horas, bostezó y le pasó un brazo por encima de los hombros. Era un hombre fornido y grandullón, y ella se tambaleó por la combinación de su peso y las muchas copas de champán que había ingerido.
Unas cuantas horas antes, mientras se preparaba para la fiesta, se había vestido de manera especial con la intención de seducir a su marido, sin importarle el trabajo que le pudiera costar, pero ahora estaba cansada, le dolían los pies, sentía la cabeza pesada y no tenía ganas de nada, salvo de echarse sobre el mullido lecho de su habitación y dormir por lo menos un millón de horas seguidas.
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