Ayudó a Witt a entrar en el ascensor. Durante varias horas, rodeada de invitados vestidos con sus mejores galas y luciendo sus joyas más valiosas, se había olvidado de todo, excepto de la celebración del sesenta aniversario de Witt Danvers.
La cabina del ascensor empezó a subir con un gruñido y se paró en la séptima planta.
– Vamos, ya es hora de descansar -dijo ella, llevándolo apoyado en sus hombros, mientras llegaban a la habitación con vistas al río.
Mientras abría la puerta de la habitación, encendía las luces y le ayudaba a meterse en la enorme cama que la camarera había preparado poco antes, no hizo demasiado caso a la vista panorámica. Witt se dejó caer sobre las sábanas de seda como si fuera un saco de patatas.
– Ven aquí -le dijo él en un susurro, intentando alcanzar a su mujer mientras esta corría las cortinas.
– ¿Me deseas? -le preguntó ella riendo.
– Siempre -afirmó él-. Te quiero, Katherine. Gracias por todo.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Kat, mientras acababa de cerrar las cortinas. Se sintió conmovida por él.
– Yo también te quiero, cariño.
– Me gustaría poder… tú ya me entiendes…
– Calla. Eso no importa -dijo ella, y en ese momento realmente lo sentía así. El sexo era importante, pero hacía tiempo que había aprendido lo tacaña que era la gente con el amor. Acercándose a la cama, se soltó el pelo y le dio un beso en la mejilla-. Vuelvo en un minuto. Voy a ver si London ya está dormida.
– Voy contigo -añadió él, mientras la niebla de sus ojos se aclaraba un poco al pensar en su hija pequeña.
Kat suspiró. A pesar de lo mucho que adoraba a London, una pequeña parte de ella se sentía celosa por la atención que Witt le dedicaba a su hija más joven, la única hija de los dos. Mientras Witt se incorporaba en la cama, Kat abrió la puerta que daba a la habitación de la niña, dejando que un ligero rayo de luz entrara en el dormitorio que ocupaban esta y su niñera.
En un primer momento pensó que sus cansados ojos le estaban jugando una mala pasada, que había bebido demasiado champán y su mente ofuscada no podía ver con claridad, pero en cuanto entró en el pequeño dormitorio su corazón empezó a latir con rapidez, resonando en sus oídos. Pulsó el interruptor. De golpe la habitación se inundó de luz.
Las dos camas estaban vacías; ni siquiera estaban deshechas. Las sábanas estaban completamente lisas y sobre las almohadas descansaban dos pastillas de jabón de menta que nadie había tocado.
Katherine sintió que se le hacía un nudo en la garganta mientras su mente se quedaba paralizada por el miedo.
– ¿London? -dijo casi sin fuerzas.
Apoyándose en el marco de la puerta, miró hacia el armario abierto y se dio cuenta de que estaba vacío. Habían desaparecido las bolsas de viajes, los vestidos y los zapatos que poco antes habían estado allí. No había ni rastro de London y Ginny.
«Por Dios, que esto no sea más que un terrible error.» Avanzó por la habitación sintiéndose invadida por el frío de noviembre. «¡Manten la calma!» London había estado allí, tenía que estar en alguna parte. Pero algo no encajaba en todo aquello y sintió un miedo helado que le ascendía por la columna vertebral y le oprimía la cabeza.
– ¿Witt? -llamó ella, asombrándose de la calma que denotaba su voz. Después de todo, aquello no podía ser más que un error. La niñera habría llevado a London a otra habitación para asegurarse de que ella y Witt pudieran disponer de la intimidad que necesitaban-. ¡Witt!
– ¿Qué ocurre? -Witt se acercó hasta la puerta y apoyó un hombro en el marco-. ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó con voz emocionada, dándose cuenta de que Kat estaba completamente desolada, como si le acabaran de arrancar el alma.
– ¡Llama a seguridad! Aquí ha pasado algo raro. London y Ginny han desaparecido. Puede que estén en otra habitación, pero será mejor que llames a los de seguridad y al gerente del hotel, por si acaso.
Su mente, siempre tan fría y calculadora, empezaba a desbocarse y a dar forma a las peores pesadillas, mientras intentaba mantener la calma y ser razonable. Aquello no podía ser más que una confusión. No había ninguna razón para perder los nervios. Al menos, no todavía. Entonces, ¿por qué le estaban temblando las rodillas? «Oh, Dios, por favor, no dejes que le pase nada malo a mi niña.»
Witt entró apresuradamente en la habitación, tirando la lámpara a su paso y lanzando exabruptos. De repente comprendió que su hija había desaparecido realmente, y empezó a abrir las cortinas y a quitar las sábanas, como si de esa manera pudiera encontrar a su querida niña o alguna pista de que había estado en aquella habitación.
– ¡No toques nada, por si viene la policía! -dijo Kat, abalanzándose sobre él-. Llama de una maldita vez a seguridad.
– No ha desaparecido -dijo de pronto Witt con una voz fría como el hielo-. No puede haber desaparecido. Está en el hotel. Seguro. Se habrán equivocado de habitación. -Luego abrió la puerta y se lanzó al pasillo-. ¡Jason, Zach, por Dios bendito, venid aquí inmediatamente! -Volviéndose hacia Kat, dijo:- La vamos a encontrar. Y a esa maldita niñera. Y cuando las encuentre, ¡te aseguro que voy a estrangular a esa Ginny Slade por el mal rato que nos ha hecho pasar!
Las palabras de Witt sonaban alteradas, pero su rostro estaba pálido y Katherine pudo sentir con horror la fría premonición de que jamás volvería a ver a su hija con vida. El miedo y el sentimiento de culpa la asaltaron. Amaba a London. Con todo su corazón. Pasaron por su mente todas las veces que había sentido celos por la atención que le prestaba su padre, y sintió que ahora estaba siendo castigada por ello. No era una persona creyente, pero… pidió a Dios que por favor la salvara. Corrió de nuevo hacia su habitación y con dedos temblorosos marcó el número de la recepción del hotel. Antes de que el recepcionista pudiera llegar a contestar, ella dijo:
– Soy Katherine Danvers. Mándeme a alguien de seguridad. Habitación 714. Y llame a la policía. ¡London ha desaparecido!
4
Witt se desabrochó los dos botones del cuello de la camisa y se quedó mirando a través de la ventana aquella ciudad que tanto amaba, la ciudad que él había colaborado a construir. Las luces de las calles, de los semáforos y del tráfico eran las mismas de cada amanecer de domingo, pero ahora la ciudad parecía contener algo siniestro y amenazador. Portland, su hogar, se había vuelto en su contra.
Vio su propio reflejo en el cristal de la ventana, espectral y borroso contra la luz del cielo del este. Su rostro estaba demacrado y macilento, los ojos apagados, los hombros caídos. Parecía tener noventa años en lugar de sesenta.
Quienquiera que había secuestrado a su niña pagaría por ello, pero un miedo oscuro hizo nido en su mente. ¿Qué pasaría si no la encontraba jamás?
No podía detenerse en pensamientos tan siniestros. Por supuesto que la iba a encontrar. Por el amor de Dios, se trataba de London Danvers. Aquello le dolía tanto como la propia pérdida: que alguien se hubiera atrevido a desafiarle, alguien que sabía cómo herirle de la manera más dolorosa.
Alcanzó el paquete de Virginia Slim de su mujer y encendió un cigarrillo, esperando que respirar aquel humo de nicotina le ayudaría. Pero no fue así.
Volviendo a su habitación, vio los rostros de los miembros de su familia, cansados y demacrados, con los ojos rodeados por las ojeras producto del miedo. Todos estaban allí, excepto London. Y Zach.
Un golpe sordo en la puerta lo sacó de su ensimismamiento.
– Danvers, ¡policía! ¿Qué demonios está pasando ahí?
Jason abrió la puerta e hizo pasar a Jack Logan, quien solo unas pocas horas antes había estado abajo, en la fiesta. Jack. Un policía honesto antes de conocer a Witt, quien estaba ahora atrapado en las manos de este. Junto con el sargento detective Logan entraron cuatro policías.
– Hemos recibido una llamada diciendo que London ha sido secuestrada -dijo Jack mirando al grupo. Hizo un recuento mental y se dio cuenta de que todos los Danvers estaban allí, excepto dos.
– Eso parece. -Witt apagó el maldito cigarrillo en un cenicero de vidrio y a continuación acompañó a los policías hasta la habitación de London.
– Jesús, María y José -murmuró Logan para sus adentros.
Fotografiaron la habitación, la registraron y la examinaron a fondo. A continuación, Logan volvió a la habitación de Witt, donde con la ayuda de otro oficial, el sargento Trent, empezaron el interrogatorio.
Preguntaron a cada uno de los miembros de la familia, unas veces a todos juntos y otras de uno en uno. Logan no creyó a ninguno de ellos.
Mientras los policías estaban aún buscando huellas, Logan pidió una lista de los invitados a la fiesta. Quería los nombres y números de teléfono de cada uno de los invitados y del personal de servicio, así como el de los miembros de la orquesta, los floristas y los camareros. ¿Quiénes fueron los transportistas de todo el material? ¿A qué agencia había encargado Katherine los preparativos? ¿Qué podían decirle del artífice de la escultura de hielo? ¿Había fotógrafos o periodistas en la fiesta?
¿Quién era Ginny Slade? ¿De dónde era? ¿Sabían si tenía familia? ¿Cuáles eran sus referencias?
¿Qué relación tenía con Zach?
– ¡No tenían ninguna relación! -dijo Katherine de manera enfática, perdiendo por un momento su frialdad habitual. Los ojos de Kat, rodeados de rímel corrido, miraron fijamente al sargento detective-: Zach no tiene nada que ver con…
– También ha desaparecido, ¿no es así? -la interrumpió Logan apretando los labios, pensativo-. ¿No le parece una extraña coincidencia?
– Por el amor de Dios, no es más que un muchacho de diecisiete años. ¿Cómo iba a ser capaz de hacer algo así? Posiblemente también él ha sido secuestrado -añadió Witt, y Logan le dedicó una rápida mirada que le decía en silencio que eso era una tontería.
– Ese muchacho no ha dejado de meterse en problemas desde los doce años, Witt. Le he tenido que cubrir las espaldas más veces de las que quisiera recordar.
– Pero nunca había hecho nada parecido -dijo Witt con calma, a pesar de que en su fuero interno sentía un retortijón de miedo pensando que quizá Logan tuviera razón. Zach tenía un historial del tamaño de Nevada y nunca se había llevado bien con nadie de la familia, incluida London, a pesar de que la encantadora niña lo adoraba-. Tú sabes bien a quién tienes que arrestar, Logan. Polidori está detrás de todo esto.
– Eso no lo puedes saber.
– ¡Por supuesto que lo sé! -gritó Witt con repentina decisión. La tensión empezaba a aumentar en la habitación y sintió que sus nervios comenzaban a tensarse como si fueran cables de electricidad.
Logan, mirando todavía a Witt como si este hubiera perdido el juicio, se pasó una mano por el cabello blanco como la nieve. Logan tenía el rostro lleno de profundas arrugas, agrietado por el viento incesante que soplaba en las gargantas del río Columbia, en cuya orilla el policía había estado trabajando durante más de diez años. Unas delgadas líneas rojas cruzaban la piel de su nariz, producto de una larga vida dedicada al whisky irlandés. Sin embargo, Logan había sido un hombre sensato que, por esa misma razón, había recibido muchos golpes de la vida. A Witt le había llevado años conseguir malear a aquel hombre, lograr que se saltara un poco las reglas o conseguir que aceptara algún soborno. Logan había luchado contra todo eso, pero cuando la presión había llegado a ser demasiado grande, y Logan había necesitado ayuda para su hija drogadicta, Risa, Witt le había dado la oportunidad de internarla en una clínica de manera discreta, para que ese asunto no pudiese llegar a las emisoras de televisión o a los periódicos locales.
Logan había sido un amigo de confianza desde aquel momento. Pero todavía era un tipo que decía lo que pensaba.
– En mi opinión, Zach sabe lo que le ha pasado a tu hija, Witt. -El detective miró a Kat, cuyo rostro había adquirido un color pálido y parecía que estuviera a punto de desmayarse-. ¿Se os ocurre alguna razón por la que podría haber querido hacerle daño a la niña…?
– No es más que un muchacho… -dijo Katherine, dejando escapar un gemido.
– … o tan solo daros un susto a vosotros dos?
– ¡No! -Una sensación incómoda empezó a formarse en las entrañas de Witt.
Él y Zach jamás se habían llevado bien. Habían sido como el agua y el aceite durante años, y el hecho de que Zach no se pareciera en nada a ninguno de los Danvers le hacía sospechar del muchacho. Además se habían oído rumores… feos rumores que venían a sugerir que Zach no era hijo suyo. Y luego estaba el problema con Kat… Witt se había dado cuenta de cómo bailaba ella con su hijastro, cómo lo manejaba, cómo le susurraba al oído solo para luego ponerlo en ridículo delante de todos. Eso podría haberle dado ganas de vengarse… ¡Por todos los demonios, no! Zach era el único de sus hijos que parecía querer a London. Y solo tenía diecisiete años. No podía haber tramado algo así. ¡No era más que un muchacho!
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