«Deja de hablar así de ti misma -le decía su amiga Charli cada vez que se acordaban de los viejos tiempos-. No has sido nunca una groupie, April. Tú has sido una musa.»

Es lo que se decían a ellas mismas. Tal vez para algunas había sido cierto. Tantas mujeres fabulosas: Anita Pallenberg, Marianne Faithfull, Angie Bowie, Bebe Buell, Lori Maddoxy… April Robillard. Anita y Marianne habían sido las novias de Keith y Mick: Angie estuvo casada con David Bowie; Bebe se lió con Steven Tyler; Lori con Jimmy Page. Y durante más de un año, April había sido la amante de Jack Patriot. Todas eran hermosas y más que capaces de labrarse un lugar en el mundo. Pero habían amado a esos hombres más de lo debido. A los hombres y a la música que hacían. Esas mujeres ofrecían consejo y amistad. Adulaban sus egos, acariciaban sus frentes, pasaban por alto sus infidelidades, y les ofrecían sexo. Más rock, por favor.

«No eras una groupie, April. Fíjate a cuántos rechazaste.»

April había rechazado a muchos hombres, a los que no le gustaban, no importaba su fama ni su lugar en las listas. Pero había acosado a los que sí deseaba, había estado dispuesta a compartir sus drogas, sus ataques de furia; a compartirlos con otras mujeres.

«Eras su musa y…»

Pero una musa tenía poder. Una musa no desperdiciaba los años de su vida entre alcohol, marihuana, peyote, mescalina y, finalmente, cocaína. Pero sobre todo, una musa no tenía que preocuparse por corromper a un niño al que prácticamente había abandonado.

Era demasiado tarde para arreglar lo que le había hecho a Dean, poro por lo menos podía hacer esto. Restaurar su casa y luego desaparecer otra vez de su vida.

April descansó la frente en las rodillas y dejó que la música la inundara.

¿Recuerdas cuando éramos jóvenes

y vivíamos cada sueño como si fuera el primero?

Cariño, ¿por qué no sonreír?


La granja era parte del valle. Dean y Blue llegaron al atardecer, cuando los últimos rayos de sol teñían las nubes de un tono entre naranja y amarillo y las colinas circundantes se llenaban de sombras como si fueran los volantes de la falda de una bailarina de cancán. Un camino curvo y lleno de baches conducía a la casa. Cuando Blue la tuvo ante sus ojos, todas las preocupaciones desaparecieron de su mente.

La casa grande y deteriorada por el tiempo hablaba de las raíces de América; de sembrar y cosechar, del pavo del Día de Acción de Gracias y de la limonada del Cuatro de Julio, de campesinas desgranando guisantes en cacerolas blancas, y de hombres sacudiéndose las botas llenas de barro en la puerta trasera antes de entrar. La parte más antigua y extensa de la casa estaba construida en piedra con un amplio porche delantero y ventanas de guillotina. Había un añadido posterior de madera a la derecha. El tejado bajo tenía aleros, chimeneas y tejas. No había sido una granja pobre, sino una muy próspera.

Blue dirigió la mirada a los enormes árboles y al patio con la hierba crecida, al granero, a los campos y los pastos. No podía imaginar a una estrella de la gran ciudad como Dean viviendo allí. Lo observó dirigirse al granero con largas zancadas, con la gracia de un hombre a gusto con su cuerpo, luego volvió a centrar la atención en la casa.

Le hubiera gustado llegar allí en unas circunstancias diferentes para poder disfrutar de ese lugar, pero el aislamiento de la granja hacía la situación más difícil. Quizá podría encontrar trabajo en una de las cuadrillas de la casa. O buscar algo en el pueblo cercano, aunque aquel lugar no era más que un punto en el mapa. Bueno, sólo necesitaba unos cientos de dólares. En cuanto los tuviera, se dirigiría a Nashville, buscaría una habitación barata, imprimiría unos cuantos folletos y empezaría una vez más. Pero lo primero y más importante era conseguir que Dean la dejara quedarse allí mientras volvía a reconstruir su vida.

No se hacía ilusiones sobre por qué la había llevado a la granja. Suponía que al no lograr quitarle la ropa la primera noche, ella se había convertido en un reto para él…, un reto que olvidaría en cuanto una de las bellezas locales llamara su atención. En definitiva, tenía que encontrar la manera de ser útil para él.

Justo en ese momento, se abrió la puerta principal y salió una de las más asombrosas criaturas que Blue hubiera visto nunca. Una amazona alta y delgada, con una cara llamativa, cuadrada y alargada, y una larga melena rubia con un corte en capas. A Blue le recordó las fotos de las grandes modelos del pasado, mujeres que estaban de moda en los años sesenta y setenta como Verushka, Jean Shrimpton o Fleur Savagar. Esta mujer tenía una presencia similar. Los ojos azules humo llamaban la atención en esa cara con la mandíbula cuadrada, casi masculina. Cuando la mujer llegó al escalón superior, Blue vio las débiles líneas que rodeaban esa boca ancha y sensual, y se dio cuenta de que no era tan joven como había pensado al principio, aparentaba algo más de cuarenta años.

Los ceñidos vaqueros dejaban a la vista los huesos de las caderas, afilados como cuchillas. Los estratégicos rasgones de los muslos y las rodillas no eran fruto del desgaste, sino del ojo calculador de un diseñador. Unos hilos plateados ribeteaban los tirantes de ante de un suéter de ganchillo en color melón. Las sandalias de cuero tenían adornos de flores. Su apariencia era a la vez descuidada y elegante. ¿Sería modelo?, ¿actriz? Era probable que fuera una de las novias de Dean. Con esa espectacular belleza, la diferencia de edad era poco significativa. Aunque a Blue no le intereresaba la moda, en ese momento fue muy consciente de sus abolsados vaqueros y su enorme camiseta, y de su cabello despeinado que necesitaba con urgencia un buen corte.

La mujer miró al Vanquish y curvó su amplia boca pintada de carmín en una sonrisa.

– ¿Está perdida?

Blue intentó ganar tiempo.

– Bueno, sé donde me encuentro desde el punto de vista geográfico, pero, francamente, mi vida ahora mismo es un desastre.

La mujer se rió, fue un sonido bajo y ronco. Había algo familiar en ella.

– Sé lo que quiere decir. -Bajó las escaleras y la sensación de familiaridad se incrementó-. Soy Susan O'Hara.

¿Esa criatura sexy y exótica era la misteriosa ama de llaves de Dean? No se lo podía creer.

– Soy Blue.

– Caramba. Espero que sea algo pasajero.

Blue lo supo en ese mismo momento. Mierda. Esa mandíbula cuadrada, esos ojos gris azulado, esa mente rápida y esa… mierda, mierda.

– Mi nombre es Blue Bailey -acertó a decir-. Tenían un… ah… mal día en Angola el día que nací.

La mujer la miró con interés.

Blue hizo un gesto ambiguo con la mano.

– Y en Sudáfrica.

Se oyó los pasos de unas botas en la grava.

Cuando la mujer se giró, la luz del atardecer hizo brillar los mechones dorados de su cabello. Abrió los labios rojos, y aparecieron unas arruguitas alrededor de los ojos. Los pasos se detuvieron bruscamente, y la silueta de Dean se recortó contra el granero, con las piernas abiertas y los brazos en jarras. La mujer podría haber sido su hermana. Pero no lo era. Ni siquiera era su novia si iba a eso. La mujer que poseía esos afligidos ojos azules como el océano era la madre de la que él había hablado con tanta brusquedad esa misma mañana, cuando Blue le había preguntado por su familia.

Él se detuvo sólo un instante, y luego sus botas perforaron la tierra. Ignorando el camino de adoquines desparejos como dientes rotos, cruzó por la hierba demasiado crecida.

– La jodida señora O'Hara.

Blue se quedó pasmada. No podía imaginarse a sí misma llamando a su madre con esa fea palabra, no importaba lo enfadada que estuviera con ella. Aunque su madre era inmune a los ataques verbales.

Esa mujer no lo era. Se llevó la mano a la garganta y la luz se reflejó en los brazaletes de sus muñecas y en los tres delicados anillos de plata de sus dedos. Pasaron unos segundos. Se dio la vuelta y entró en la casa sin decir nada.

El deslumbrante encanto que Dean desplegaba tan hábilmente había desaparecido. Parecía duro y distante. Sabía que necesitaba privacidad, pero ahora no era momento de eso.

– Si fuera lesbiana -dijo Blue para romper la tensión-, intentaría ligármela.

La mirada atormentada de Dean fue sustituida por el enfado.

– Gracias por nada.

– Sólo estoy siendo sincera. Y yo que creía que mi madre llamaba mucho la atención.

– ¿Cómo sabes que es mi madre? ¿Te lo ha dicho ella?

– No, pero el parecido es tan evidente que es difícil equivocarse, aunque debía de tener unos doce años cuando te tuvo.

– El parecido es sólo superficial, te lo aseguro. -Subió las escaleras y se dirigió a la puerta principal.

– Dean…

Pero ya había desaparecido.

Blue no compartía la intolerancia de su madre contra la violencia -no había más que acordarse del reciente contratiempo con Monty-, pero la idea de que esa exótica criatura de ojos heridos fuera una víctima le molestaba, y lo siguió al interior de la casa.

Las pruebas de la restauración estaban por todas partes. Había una escalera con el pasamanos sin terminar a la derecha, justo al lado de una gran abertura cubierta de plástico que debía de conducir a la sala de la casa. A la izquierda, detrás de unos caballetes, estaba el comedor. El olor a pintura y a madera nueva lo invadía todo, pero Dean estaba demasiado concentrado en encontrar a su madre para notar los cambios.

– Créeme -dijo Blue-, comprendo mejor que nadie lo que significa tener problemas graves con tu madre, pero ahora no creo que sea el mejor momento para tratar el tema. ¿Podríamos hablarlo antes?


– Ni hablar. -Apartando el plástico a un lado, miró con atención la sala al tiempo que se oían unos pasos en el piso de arriba. Se dirigió hacia las escaleras.

Blue sabía que aquello no era asunto suyo, pero en vez de hacerse a un lado y dejar que él resolviera sus problemas a su manera, lo siguió.

– Sólo digo que creo que necesitas calmarte un poco antes de hablar con ella.

– Lárgate.

Dean ya había alcanzado el piso superior con Blue pisándole los talones. El olor a pintura era todavía más fuerte arriba. Ella se asomó por un lado de su ancha espalda para poder ver el pasillo de forma irregular. No había ni una puerta, pero, a diferencia del primer piso, esta zona ya había sido pintada, habían colocados las nuevas lomas de corriente para los apliques de pared y habían pulido los viejos tablones del suelo. Por encima del hombro de Dean, Blue vislumbró un baño que había sido restaurado con azulejos blancos, un friso de madera, y un lavabo antiguo con grifería de cobre.

La madre de Dean apareció por el recodo del pasillo llevando en la mano un bolso plateado lleno de papeles.

– No lo lamento -lo miró a los ojos con actitud desafiante-. He trabajado más que cualquier ama de llaves corriente.

– Te quiero fuera de aquí -dijo él con una voz fría y acerada que provocó en Blue una mueca de desagrado. -En cuanto lo deje todo arreglado. -Ahora. -Avanzó un paso más por el pasillo-. Esto es una chorrada incluso para ti.

– He hecho un buen trabajo.

– Recoge tus cosas.

– No puedo irme ahora. Mañana vendrán los carpinteros a rematar la cocina. Y los electricistas y los pintores. No harán nada si no estoy aquí.

– Ese es problema mío -le espetó.

– Dean, no seas estúpido. Me hospedo en la casita de invitados. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.

– No podrías pasar desapercibida ni aunque lo intentaras. Ahora recoge tus cosas y vete de aquí. -Pasó junto a Blue y se dirigió a las escaleras.

La mujer lo siguió con la mirada. Mantenía la cabeza alta y los hombros rectos, pero de repente la situación pareció superarla. El bolso se le cayó de las manos. Se inclinó para recogerlo y al momento estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared. No hizo nada dramático como llorar, pero parecía tan triste que a Blue se le partió el corazón.

La mujer se rodeó las rodillas con los brazos, los anillos de plata brillaron en los delgados dedos.

– Quería crear un hogar para él. Aunque sólo fuera una vez.

La madre de Blue nunca habría pensado en nada así. Virginia Bailey dominaba a la perfección los tratados de desarme nuclear y los acuerdos económicos internacionales, pero no sabía nada sobre crear hogares.

– ¿No te parece que ya es mayorcito para hacerlo él sólo? -le dijo Blue con suavidad.

– Sí. Ya es todo un hombrecito. -Las puntas desfiladas de su pelo caían sobre el encaje de ganchillo del suéter-. Pero no soy una persona horrible. Ya no.