– No me pareces horrible.

– Supongo que piensas que no debería haber hecho esto, pero, como puedes ver, no tenía nada que perder.

– Bueno, ocultar tu identidad no es precisamente la mejor manera de lograr una reconciliación. Si es eso lo que andas buscando.

La mujer acercó más las rodillas al pecho.

– Es demasiado tarde para eso. Sólo quería que tuviera un buen hogar en este lugar, luego me marcharía antes de que él descubriera quién era realmente la señora O'Hara. -Con una risita avergonzada, levantó la cabeza-. Soy April Robillard. Aún no me había presentado. Esto debe ser muy embarazoso para ti.

– No tanto como debiera. Siento una malsana curiosidad por la vida de otras personas. -Observó que las pálidas mejillas de April recuperaban algo de color, así que siguió hablando-. Lo cierto es que aunque no compre las revistas del corazón, si entro en una lavandería y veo una, me abalanzo sobre ella.

April soltó una risa temblorosa.

– A todos nos gusta cotillear sobre la vida de otras personas, ¿verdad?

Blue sonrió.

– ¿Quieres que te traiga algo de beber? ¿Una taza de té? ¿Un refresco?

– Preferiría que te quedaras aquí conmigo y me hicieras compañía un rato? Echo de menos hablar con mujeres. Los hombres que trabajan aquí son buena gente, pero no dejan de ser hombres.

Blue tuvo la impresión de que April no pedía nada con facilidad. La entendía. El olor de la madera recién cortada subía por las escaleras cuando se sentó en el suelo enfrente de April y buscó un tema neutral.

– Me encanta lo que has hecho aquí.

– Intenté rescatar la esencia de la casa sin que por ello dejara de ser cómoda. Dean es muy inquieto. Quería que aquí pudiera relajarse. -Soltó una risita ahogada-. Supongo que lo único que he conseguido es todo lo contrario.

– Dean es muy exigente.

– Lo heredó de mí.

Blue pasó las manos por las viejas tablas del suelo, ahora pulidas. Bajo la luz del sol, brillaban como la miel.

– Has hecho un buen trabajo.

– Me he divertido haciéndolo. Deberías haber visto cómo estaba todo cuando llegué.

– Cuéntamelo -dijo Blue.

April le describió lo que se había encontrado al llegar y qué cambios había hecho. Cuando hablaba, el amor que sentía por la casa rezumaba por todos sus poros.

– Casi hemos terminado aquí arriba, aunque abajo aún quedan bastantes cosas por arreglar. Hemos colocado las camas, y poco más. Pensaba asistir a las subastas que se celebran en las granjas de los alrededores para completar el mobiliario que ya ha comprado Dean.

– ¿Dónde están las puertas?

– Las están puliendo y pintando. No podía permitir que se pusieran unas nuevas.

Escaleras abajo se abrió la puerta principal. La mirada de April se ensombreció y se puso de pie con rapidez. Blue tenía que dejarlos a solas, así que también se levantó.

– Tengo que llamar al contratista -dijo April mientras Dean subía las escaleras.

– No te molestes. Ya me ocuparé yo.

April apretó los dientes.

– Está hablando alguien que nunca ha restaurado una casa.

– Creo que lo podré manejar -dijo él con firmeza-. Si tengo alguna pregunta no dudaré en mandarte un correo electrónico.

– Necesito una semana para dejarlo todo organizado antes de irme.

– Olvídalo. Quiero que mañana por la mañana estés fuera de aquí. -Apoyó el pie en el escalón superior bloqueando la salida de Blue. Miró fríamente a los ojos de su madre-. Te he reservado habitación en el Hermitage de Nashville. Si quieres quedarte unos días más, puedes cargarlo a mi cuenta.

– No puedo irme tan pronto. Hay demasiado en juego.

– Tienes toda la noche para organizarte.

Con toda deliberación le dio la espalda para inspeccionar el cuarto de baño.

Por primera vez la súplica asomó a la voz de April.

– No puedo abandonar el trabajo, Dean. No cuando he invertido tanto tiempo en él.

– Mira, eres toda una experta en eso de abandonarlo todo sin pensártelo dos veces. ¿No te acuerdas de cómo era? Que llegaban los Stone. Tú te largabas. Que Van Halen tocaba en el Madison Square Garden. Allá voy, Gran Manzana. Quiero verte fuera de aquí mañana por la noche.

Blue observó cómo April alzaba la barbilla. Era una mujer alta, pero aun así tuvo que levantar la vista para mirarlo.

– No me gusta conducir de noche.

– Solías decirme que la noche era el mejor momento para viajar por la carretera.

– Sí, pero estaba drogada.

Fue una respuesta tan sincera que Blue no pudo más que sentir un poco de admiración.

– Los buenos tiempos pasados. -Dean esbozó una mueca de desagrado y se giró para bajar las escaleras.

April le siguió, clavando la mirada en su nuca, mientras se desvanecían sus ganas de discutir.

– Una semana, Dean. Sólo eso. ¿Es mucho pedir?

– Nunca nos pedimos nada el uno al otro, ¿recuerdas? Caramba, claro que te acuerdas. Si fuiste tú quien me lo enseñó.

– Deja que finalice el trabajo.

Blue observó desde lo alto de las escaleras cómo April trataba de agarrarle el brazo, solo para dejar caer la mano sin haberlo tocado. El hecho de que no se atreviese a tocar a su propio hijo entristeció a Blue de una manera imposible de explicar.

– La casita está fuera de la vista de la casa. -April se puso delante de él, obligándolo a mirarla-. Estaré con los hombres durante el día. Me mantendré fuera de tu camino. Por favor. -Alzó la barbilla otra vez-. Esto significa mucho para mí.

Dean se mantuvo impertérrito a sus súplicas.

– Si necesitas dinero, te enviaré un cheque.

Las fosas nasales de April se ensancharon.

– Sabes de sobra que no necesito dinero.

– Entonces supongo que no tenemos nada más que decirnos.

April comprendió que estaba derrotada y se metió las temblorosas manos en los bolsillos de los vaqueros.

– Claro. Disfruta del lugar.

A Blue se le partía el corazón ver de qué manera se aferraba April a su dignidad. A la vez que se decía a sí misma que esto no era asunto suyo, unas palabras, imprevistas e imprudentes, escaparon de su boca.

– Dean, tu madre se está muriendo.

5

April abrió la boca en estado de shock. Dean se quedó petrificado.

– ¿De qué estás hablando?

Blue lo había dicho en sentido figurado -ciertamente, April se estaba muriendo por dentro-, pero Dean se lo había tomado al pie de la letra. No debería haber abierto la boca. Pero, honestamente, ¿acaso podían empeorar más las cosas?

Blue bajó lentamente la escalera.

– Tu madre… esto… el médico… -intentó arreglarlo-. Tiene un soplo en el corazón. Tu madre se está muriendo, pero no quería decírtelo.

April agrandó sus ojos azules.

Blue llegó abajo y se agarró a la barandilla del pasamanos. Bueno, quizá se le había ido un poco la mano, pero en lo que concernía a las relaciones maternas, se sentía demasiado implicada para comportarse de manera responsable.

El rostro de Dean había adquirido un tono ceniciento. Miró a su madre.

– ¿ Es cierto?

April movió los labios, pero no emitió ningún sonido. Blue apretó la barandilla con más fuerza. Finalmente, April salió de su estupor y tragó saliva.

– Puede… que no sea tan grave.

– Pero los médicos no se arriesgan a dar un diagnóstico favorable-dijo Blue con rapidez.

Dean le dirigió a Blue una dura mirada. -Y tú cómo lo sabes?

Buena pregunta.

– Tu madre no tenía intención de contármelo, pero tuvo un pequeño desvanecimiento allá arriba.

April se sintió ofendida.

– No tuve un desvanecimiento. Ni pequeño ni grande. Sólo me sentí algo indispuesta.

Blue la miró con tristeza.

– Qué valiente eres.

April fulminó a Blue con la mirada.

– No quiero hablar de ello, y apreciaría que tú tampoco lo hicieras.

– Siento haber traicionado tu confianza, pero me parecía una crueldad no contárselo.

– No es problema suyo -replicó April.

Si Blue había abrigado alguna esperanza de que Dean tomara de inmediato a su madre entre los brazos para decirle que ya era hora de arreglar sus viejas diferencias, salió rápidamente de su error cuando él se encaminó con paso airado hacia la puerta principal. Al desvanecerse sus pasos, Blue optó por mostrar una expresión satisfecha.

– Creo que las cosas han ido bien, ¿no te parece? Bien mirado es lo mejor que podíamos hacer.

April parecía a punto de lanzársele al cuello.

– ¡Estás como una cabra!

Blue dio un paso atrás.

– Pero aún sigues aquí.

April alzó las manos, los brazaletes tintinearon y los anillos brillaron.

– Lo has empeorado todo.

– Con franqueza, me parece que las cosas no podían ponerse peor de lo que estaban. Pero no soy yo la que tiene reservada una habitación en un hotel de Nashville para mañana por la noche, o ¿es que me he perdido algo?

El motor del Vanquish rugió al cobrar vida, y las ruedas rechinaron en la grava. April perdió algo de fuelle.

– Se va a celebrarlo. Seguro que invita a todo el mundo en un bar.

– Y yo aquí pensando que la relación que tengo con mi madre es retorcida.

April entornó los ojos.

– ¿Y quién eres tú de todos modos?

Blue odiaba las preguntas de ese tipo. Virginia le habría contestado diciendo que ella era hija de Dios. A Blue le hubiera gustado que su padre, el Altísimo, se compadeciera de ella en ese momento y reclamara su presencia, antes de tener que explicarlo todo sobre Monty y el disfraz de castor. Por fortuna, April encontró su propia explicación.

– No importa. El efecto que tiene mi hijo en las mujeres es algo legendario.

– Soy pintora.

April la recorrió con la mirada, desde la descuidada coleta hasta sus botas militares llenas de rozaduras.

– No eres el tipo de mujer con la que suele salir.

– Eso seguro, mi cociente intelectual tiene tres dígitos y me distingue de todas ellas.

April se sentó en el penúltimo escalón.

– ¿Qué demonios voy a hacer ahora?

– Tal vez podrías intentar reconciliarte con tu hijo mientras esperas los resultados de las últimas pruebas. Considerando los asombrosos avances de la medicina en el tratamiento de enfermedades cardiovasculares, estoy bastante segura de que recibirás buenas noticias.

– Era una pregunta retórica -dijo April secamente.

– Sólo era una sugerencia.


April se marchó poco después a la casita de invitados, y Blue vagó por las habitaciones silenciosas y polvorientas. Ni siquiera la maravillosa renovación de la cocina de la casa podía animarla. No importaba que sus motivos hubieran sido nobles, no tenía por qué andar ejerciendo de hada madrina ni intentar arreglar los líos familiares de otras personas.

Al anochecer, Dean todavía no había regresado. Cuando la oscuridad envolvió la casa, Blue descubrió, para desesperación suya, que sólo la cocina y los cuartos de baño disponían de luz. Esperaba sinceramente que Dean regresara pronto a la casa, porque había pasado de ser un lugar acogedor a uno amenazador. El plástico que cubría el hueco de la puerta de la sala crujía como huesos secos. Los suelos rechinaban… Como no había puertas, no podía encerrarse en un dormitorio, y sin coche, no podía ir al pueblo y buscar un autoservicio abierto las veinticuatro horas. Estaba atrapada. No podía hacer nada más que irse a dormir.

Deseó haberse hecho una cama mientras todavía había luz. Anduvo a tientas apoyándose en los respaldos de las sillas del comedor para llegar a la lámpara portátil que los carpinteros habían dejado en una esquina. Unas amenazadoras sombras danzaron por las paredes del comedor cuando la encendió. Rápidamente la desenchufó y con cuidado subió por las escaleras, agarrándose al pasamanos mientras arrastraba el cable de la lámpara tras ella como si fuera una cola.

Había cinco dormitorios a cada lado del pasillo, pero sólo uno tenía cuarto de baño con instalación eléctrica. Cuando alcanzó el interruptor, las grandes sombras danzantes la pusieron tan nerviosa que fue incapaz de avanzar más. Las luces del baño eran muy débiles, pero eran mejor que nada. Conectó la lámpara portátil y la dejó en una esquina de la habitación. Luego extendió las sábanas apiladas encima del colchón. La cama era enorme con un cabecero curvo en madera de cerezo, pero no tenía pies. La cama, y un tocador de tres cuerpos eran los únicos muebles de la estancia. Seis ventanas sin cortinas la observaban como si de unos ojos oscuros y amenazadores se tratasen.