– Se suponía que tenías que estar aquí a las siete, Sanjay. -Saludó a Blue con la cabeza y le señaló la cafetera-. Entonces tendrás que conseguir otro transporte. Las encimeras tienen que estar colocadas a última hora de la mañana para que los pintores puedan hacer su trabajo.

Dean entró en la cocina. Su expresión no revelaba nada cuando se acercó a la caja de donuts, pero cuando llegó a la mesa un rayo de sol se reflejó en su pelo y en el de April, y Blue tuvo la absurda idea de que Dios había lanzado un rayo especial justo para iluminar a esas dos criaturas doradas.

– No queremos retrasos -dijo April-. Será mejor que estés aquí en una hora. -Colgó y atendió a otra llamada, cambiándose el teléfono de oreja-. ¿Sí? Hola. -Habló en voz baja y les dio la espalda-. Te devolveré la llamada en diez minutos. ¿Dónde estás?

Dean se dirigió a las ventanas de la rinconera del desayuno y miró el patio trasero. Blue se imaginaba que estaba intentando asimilar el inminente fallecimiento de su madre.


El electricista, que momentos antes estaba arreglando la lámpara de araña del comedor, entró en la cocina.

– Susan, ven a echarle un vistazo a esto.

Ella le hizo una señal para que esperara a que finalizara la conversación y luego cerró el teléfono.

– ¿Qué sucede?

– Los cables del comedor son demasiado viejos. -El electricista se la comía con la mirada-. Hay que cambiarlos.

– Déjame verlos. -Lo siguió afuera.

Blue le echó al café una cucharada de azúcar y se acercó a examinar la cocina.

– Estarías perdido sin ella.

– Bueno, quizá tengas razón. -Dean ignoró los donuts glaseados y escogió el único que había de chocolate, el mismo al que ella le había echado el ojo.

Se oyó un taladro.

– Esta cocina es increíble -dijo ella.

– Supongo que está bien.

– ¿Sólo bien? -Pasó el pulgar sobre el anagrama de O'Keefe & Merrit que había sobre el panel frontal de la cocina y despegó un trozo de plástico-. Podría pasarme el día entero aquí dentro cocinando. Pan casero, tarta de fruta y…

– ¿Sabes cocinar de verdad?

– Por supuesto que sé cocinar. -Quizá trabajar de cocinera en aquella cocina esmaltada pudiera ser su pasaporte. El pasaporte para una seguridad temporal.

Pero él ya había perdido el interés en el tema.

– ¿No puedes ponerte algo rosa?

Ella se miró los pantalones cortos de ciclista y la camiseta de camuflaje.

– ¿Qué le pasa a esto?

– Nada, si piensas invadir Cuba.

Ella se encogió de hombros.

– No me interesa la ropa.

– Vaya sorpresa.

De todas maneras ella fingió considerar la idea. Pero si de veras quieres que me ponga algo rosa, tendrás que prestarme tu ropa.

Su sonrisa ya no fue can agradable y lo lamentó, pero si bajaba la guardia y dejaba de provocarle, acabaría confundiéndola con una de sus conquistas sexuales y ella no quería eso.

April regresó a la cocina y cerró el teléfono. Se dirigió a Dean con fría formalidad.

– El transportista está fuera con el carromato. ¿Por qué no sales y le dices donde quieres que lo ponga?

– Seguro que tienes alguna sugerencia al respecto.

– Esta es tu casa.

Él le dirigió una mirada helada.

– Abrevia.

– El carromato no tiene inodoro ni agua corriente, así que no lo pongas demasiado lejos de la casa. -Habló con alguien en el vestíbulo por encima del hombro-. Cody, ¿está aún ahí el fontanero? Tengo que hablar con él.

– Está a punto de marcharse -dijo Cody.

– ¿Qué carromato? -preguntó Blue cuando April desapareció.

– Uno del que la señora O'Hara me habló en uno de sus muchos correos electrónicos. -Tomó el café y el donut de chocolate antes de salir. Blue cogió uno de los donuts glaseados y lo siguió por el remodelado lavadero hasta la puerta lateral.

Cuando salieron al patio, le tendió el donut glaseado.

– Te lo cambio.

Dean le dio un gran mordisco al donut de chocolate y se lo ofreció.

– Vale.

Ella lo miró.

– Vaya, parece que siempre me veo forzada a vivir de las sobras de los demás.

– No me hagas sentir culpable. -Le hincó el diente a su nuevo donut.

Recorrieron el patio trasero. Blue estudió el jardín descuidado con su ojo de artista. Se lo imaginó con flores de colores sobre un césped verde, lilas creciendo junto a la casa y una bomba de agua antigua. Una cuerda de tender la ropa con la colada ondeando bajo la cálida brisa… Vaya, se estaba poniendo sentimental.

Dean inspeccionó un área sombreada en un extremo del jardín. Blue se unió a él.

– ¿Un carromato del oeste? -preguntó ella- ¿Una caravana?

– Supongo que ahora lo veremos.

– ¿No sabes cómo es?

– Algo por el estilo.

– Enséñame el granero -dijo Blue-. A menos que haya ratones.

– ¿Ratones? Caramba, no. Es el único granero del universo que no los tiene.

– Estamos sarcásticos esta mañana, ¿eh?

– Caramba, lo siento.

Quizá estaba disimulando la pena. Confiaba en que así fuera por el bien de su alma.

Apareció un camión de transporte de vehículos con lo que parecía un pequeño vagón cubierto con un plástico negro. Ella se quejo donde estaba mientras Dean se acercaba para hablar con el conductor. Poco después, el hombre le daba palmaditas en el hombro herido y lo llamaba Boo. Por fin se pusieron manos a la obra. Mientras Dean lo dirigía, el conductor se dirigió a la zona de los árboles para descargar el camión. En cuanto situaron el carromato en la posición correcta, comenzaron a retirar los plásticos.

El carromato era rojo, pero las ruedas eran de un color púrpura brillante con los radios dorados como las ruedas de los carromatos del circo. Los laterales mostraban unas pinturas decorativas donde se exhibían vides y flores brillantes en las que danzaban un montón de unicornios de colores naranja, azul, añil y amarillo. En la parte frontal, un unicornio dorado bailaba sobre la puerta azul marino. El techo curvo del carromato tenía una pequeña cornisa sostenida por unas ménsulas de color limón. Los laterales del carromato se inclinaban hacia fuera para encontrarse con el techo y tenían una pequeña ventana con contraventanas azules.

Blue contuvo el aliento. El corazón le martilleó en el pecho. Era un carromato gitano. Una casa de nómadas. -Parné -dijo ella suavemente.

6

Mientras el conductor se alejaba, Dean metió los pulgares en los bolsillos traseros y examinó el carromato como si se tratara de un coche nuevo y reluciente. Ella no le esperó para subir la escalerilla y abrir la puerta.

El interior de color rojo oscuro era tan mágico como el exterior. Los mismos unicornios que bailaban entre las vides y flores del exterior decoraban cada superficie de las vigas que sostenían el techo curvo, los costales de madera, y las paredes. En la parte posterior del carromato, se había apartado a un lado una cortina de raso adornada con ribetes y flecos, dejando a la vista una cama que a Blue le recordó la litera de un barco. En el lado izquierdo había una litera alta con un armario de doble puerta debajo. Los muebles pequeños, envueltos en papel de estraza, habían sido depositados en el suelo.

El carromato tenía dos ventanas diminutas, una en el centro de la pared lateral donde estaba la mesa, y otra sobre la cama de atrás. Ambas tenían cortinas blancas de encaje con dibujos de casas de muñecas, y estaban recogidas con un cordón trenzado de color púrpura. Sobre un rodapié, un conejo moteado comía una sabrosa zanahoria. Era tan acogedor, tan absolutamente perfecto, que a Blue le habrían dado ganas de llorar, si no se hubiera olvidado de cómo se hacía.

Dean entró detrás de ella y miró alrededor.

– Increíble.

– Debe de haberte costado una fortuna.

– Hizo un buen trato.

No hacía falta preguntar quién.

Solo el centro del carromato tenía la altura suficiente para que Dean pudiera mantenerse completamente erguido. Comenzó a desenvolver una mesa de madera.

– Hay un tío en Nashville que está especializado en restaurar este tipo de caravana gitana. Así es como las llaman. Al parecer algún ricachón se echó atrás después de encargarla.

Caravana gitana. Le gustaba el nombre. Sugería algo exótico.

– ¿Cómo te convenció April para comprarla?

– Me dijo que sería un buen lugar para acomodar a los invitados que bebieran demasiado. Además, algunos de mis amigos tienen niños, y pensé que sería entretenido para ellos.

– Ya veo, y decidiste añadirla a tu colección. La única caravana gitana de los alrededores y todo eso.

Él no lo negó.

Ella pasó la mano por las paredes.

– Hay muchas serigrafías, pero casi todo está hecho a mano. Es un buen trabajo.

Dean comenzó a curiosear, abrió las puertas de la alacena y los cajones, y examinó un aplique de hierro forjado con forma de caballito de mar.

– Tiene tomas eléctricas, así que podremos tener luz. Tengo que decírselo al electricista.

Blue quería quedarse un rato más, pero él mantuvo la puerta abierta para ella, lo que la obligó a seguirlo al jardín delantero. El electricista estaba en cuclillas ante una caja de conexiones, en la radio que tenía al lado sonaba una vieja canción de Five for Fighting. April estaba a unos metros, con un bloc de notas, estudiando las losas que se colocarían en la parte posterior de la casa. La canción de Five for Fighting terminó y comenzó a sonar «Adiós, hasta luego», una de las baladas de Jack Patriot. Los pasos de Dean vacilaron, el cambio de ritmo fue tan sutil que Blue no se habría fijado si April no hubiera levantado la cabeza de golpe al mismo tiempo. Cerró el bloc.

– Apaga la radio, Pete.

El electricista la miró por encima del hombro, pero no se movió.

– Olvídalo. -April se puso el cuaderno debajo del brazo y se metió dentro. Al mismo tiempo, Dean atravesó el jardín delantero para hablar con el electricista.

Blue echó un vistazo al descuidado jardín. En vez de buscar la manera de llegar a la ciudad para encontrar trabajo, pensó en lo que acababa de suceder. «Adiós, hasta luego», terminó y comenzó a sonar una canción de las Hermanas Moffatt, «Vidas doradas». Algunas de las mejores emisoras musicales del país se dedicaban a poner canciones de las Hermanas Moffatt desde la muerte de Marli, generalmente junto con «Adiós, hasta luego» de Jack Patriot, algo que Blue encontraba bastante vulgar ya que Jack y Marli llevaban años divorciados. Siguió pensando en todo ello mientras entraba en la casa.

Tres hombres hablando en un idioma que no entendía colocaban las puertas superiores de los armarios. April estaba sentada en un rincón del comedor mirando con el ceño fruncido una hoja de su bloc.

– Tú eres artista -le dijo a Blue cuando entró-. ¿Puedes ayudarme con esto? No se me da mal la ropa, pero con los detalles arquitectónicos me pierdo, en especial cuando no estoy segura de qué es lo que quiero.

Blue había esperado conseguir otro donut, pero en la caja sólo quedaba azúcar glaseado y un par de manchas de mermelada.

– Es el porche cerrado para la parte trasera de la casa -dijo April.

Blue se sentó a su lado y miró el dibujo. Mientras los hombres charlaban, April le explicó lo que había imaginado.

– No quiero que parezca el porche de una cabaña de pesca. Quiero grandes ventanales de suelo a techo para que entre mucha luz ymolduras en todo el perímetro, aunque no sé de qué tipo.

Blue lo pensó unos minutos y comenzó a esbozar algunos adornos sencillos.

– Me gusta ése -dijo April-. ¿Podrías dibujarme la pared? ¿Con las ventanas?

Blue esbozó cada una de las paredes como April la había descrito. Hicieron algunos ajustes y entre las dos llegaron a un acuerdo.

– Eres muy hábil -dijo April cuando los trabajadores hicieron una pausa para fumarse un cigarrillo-. ¿Te interesaría hacer algunos bocetos interiores para mí? A lo mejor estoy suponiendo demasiado. No sé exactamente cuánto tiempo vas a quedarte ni qué tipo de relación tienes con Dean.

– Blue y yo estamos comprometidos -dijo Dean desde la puerta.

Ninguna de las dos lo había oído acercarse. Dejó la taza vacía de café encima de la cocina y se acercó para coger el boceto de Blue-. Se quedará mientras yo esté aquí.

– ¿Comprometidos? -dijo April.

Él ni siquiera levantó la vista del boceto.

– Exacto.

Blue apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Éste era un claro ejemplo del desprecio que sentía hacia su madre. Quería recordarle lo poco que le importaba; tan poco, que ni siquiera se había molestado en decirle que se casaba. Una crueldad hacia alguien que se suponía que estaba al borde de la muerte.