– Enhorabuena.-April dejó el lápiz sobre la mesa-. ¿Cuánto hace que os conocéis?

– Lo suficiente -dijo él.

Blue no podía fingir que lo que había visto April unas horas antes no había ocurrido.

– Lo que pasó anoche fue una equivocación. Quiero que sepas que me acosté en la cama totalmente vestida.

April arqueó una ceja con escepticismo.

Blue intentó parecer avergonzada.

– Hice voto de castidad cuando tenía trece años.

– ¿Que hiciste qué?

– No hizo voto de castidad -dijo Dean con un suspiro.

En realidad, Blue sí lo había hecho, aunque incluso a los trece años había tenido serias dudas al respecto. Sin embargo, si se hubiera negado a hacer aquel pacto con Dios, la Hermana Lucas la habría vuelto completamente loca.

– Dean no está de acuerdo, pero para mí la noche de bodas tiene un significado especial. Por eso dormiré en la caravana esta noche.

Él bufó. April miró a Blue durante largo rato y luego a él.

– Es muy guapa.

– En eso sí que estoy de acuerdo. -Colocó el boceto sobre la mesa-. Pero no te cortes y di lo que piensas en realidad de ella. Créeme, le he dicho cosas bastante peores.

– ¡Eh!

– La primera vez que la vi fue en una feria. -Se dirigió a la cocina para examinar las puertas del mueble superior-. Había metido la cara por uno de esos paneles de madera, es normal que llamara mi atención. Debes admitir que tiene una cara excepcional. Para cuando vi el resto, era demasiado tarde.

– Sigo aquí sentada -les recordó Blue.

– Yo no le veo nada malo -dijo April sin demasiada convicción.

– Tiene un montón de cualidades maravillosas. -Probó los goznes de la alacena-. Así que pasé lo demás por alto.

Blue ya tenía una vaga idea de a dónde conducía esa conversación, así que se limitó a pasar el dedo por el azúcar glaseado del fondo de la caja de donuts.

– No a todo el mundo le interesa la moda, Dean. No es un gran pecado. -Lo decía una mujer que bien podría haberse subido encima de la mesa en ese momento y recorrerla como si participara en un desfile.

– Me ha prometido que en cuanto nos casemos me dejará escoger su vestuario -dijo él.

Blue miró la nevera.

– ¿Hay huevos? ¿Y un poco de queso para hacer una tortilla?

Los pendientes de plata de April se enredaron en un mechón de su pelo.

– Tendrás que acostumbrarte, Blue. Cuando Dean tenía tres años, le daba un berrinche si no le tenía preparado sus Underoors, ya sabes, esos calzoncillos con dibujos de superhéroes. En tercero cambió a los de Ocean Pacific, y se pasó la mayor parte de secundaria usando los de Ralph Lauren. Te juro que aprendió a leer con Las etiquetas de la ropa interior.

Que April se pusiera a recordar cosas del pasado fue un gran error. El labio superior de Dean se afinó considerablemente.

– Me sorprende que te acuerdes de tantas cosas de tus años oscuros. -Se acercó a Blue y posó la mano sobre su hombro de una manera tan posesiva que ella se preguntó si su falso compromiso sería una treta para asegurarse de tener siempre a alguien de su lado. Dean aún no se había dado cuenta de que se había topado con Benedict Arnold [3] y que ella cambiaba de bando como de chaqueta.

– Por si Dean no te lo ha contado -dijo April-. Era drogadicta.

Blue no sabía cómo responder a eso.

– Y también fui una groupie -añadió April con sequedad-. Dean se pasó casi toda su infancia entre niñeras e internados para que yo pudiera continuar con mi sueño de colocarme y acostarme con toda estrella del rock que pillara.

Realmente, Blue seguía sin saber qué decir. Dean dejó caer la mano de su hombro y se apartó.

– Esto… ¿y cuánto tiempo llevas limpia? -dijo Blue.

– Unos diez años. La mayoría de ellos los he empleado de una manera muy respetable. Y he trabajado por mi cuenta los últimos siete.

– ¿A qué te dedicas?

– Soy estilista de moda en Los Ángeles.

– ¿Estilista? Genial. ¿Y qué es lo que haces exactamente?

– Por el amor de Dios, Blue. -Dean le arrancó la taza de las manos y se la llevó al fregadero.

– Trabajo para actrices de Hollywood con más dinero que gusto -dijo April.

– Parece genial.

– En realidad, todo es pura diplomacia.

Blue podía comprenderlo.

– ¿Algo así como convencer a una celebridad cincuentona de que no lleve minifalda?

– Cuidado, Blue -dijo Dean-, estás pisando terreno peligroso. April tiene cincuenta y dos años, pero te aseguro que tiene el armario repleto de minifaldas de todos los colores.

Blue miró las piernas sin fin de la madre de Dean.

– Y seguro que todas le quedan de vicio.

Él se apartó del fregadero.

– Vamos al pueblo. Tengo que comprar algunas cosas.

– Tienes que comprar comestibles -dijo April-. Yo como en la casita de invitados, así que aquí no hay mucho para picar.

– Vale, ya lo haremos. -Con Blue a remolque se dirigió hacia la puerta.


Blue rompió el silencio cuando Dean se incorporó a toda velocidad a la carretera.

– No pienso mentir. Como me pregunte por el color del vestido de las damas de honor, le digo la verdad.

– No habrá damas de honor, así que no tienes por qué preocuparte-dijo él con sarcasmo-. Nos fugaremos a las Vegas.

– Cualquiera que me conozca sabe que nunca me casaría en Las Vegas.

– Ella no te conoce.

– Pero tú sí, y casarse allí es como admitir ante el mundo que eres demasiado vago para planear algo mejor. Yo tengo mi orgullo.

Él subió el volumen de la radio para no oírla. Blue odiaba juzgar mal a la gente, en especial a los hombres, y no podía creer que él se estuviera comportando de manera tan insensible cuando teóricamente su madre estaba a un paso de la muerte. Bajó el volumen para volver a la carga.

– Siempre he querido ir a Hawai, pero hasta ahora no he podido permitirme el lujo. Me gustaría que nos casáramos allí. En la playa de algún hotel, al atardecer. Será estupendo tener un marido rico.

– ¡No vamos a casarnos!

– Exacto -replicó ella-. Por eso no quiero mentirle a tu madre.

– ¿Trabajas para mí o no?

Ella se incorporó en el asiento.

– ¿Trabajo? Ahora que has sacado el tema, ¿por qué no hablamos de eso?

– Ahora no.

Él parecía tan irritado que ella guardó silencio.

Pasaron por delante de un viejo molino de algodón casi tragado por la maleza, seguida de una autocaravana en buen estado y un campo de golf que anunciaba karaoke la noche de los viernes. Aquí y allá había arados viejos o ruedas sosteniendo un buzón. Decidió Blue había llegado el momento de entrometerse en la vida privada de su falso prometido.

– Ahora que estamos comprometidos, ¿no crees que ha llegado el momento de que me hables de tu padre?

Dean tensó ligeramente los dedos sobre el volante.

– No.

– Soy muy buena atando cabos.

– No los ates.

– Me lo pones difícil. En cuanto se me mete una idea en la cabeza…

Él le dirigió una mirada asesina.

– No hablo de mi padre. Ni contigo ni con nadie.

Discutió consigo misma sólo un momento antes de tomar una decisión.

– Si de verdad quieres mantener su identidad en secreto, no deberías cambiar de emisora cada vez que ponen una canción de Jack Patriot.

Él aflojó los dedos y los desplazó sobre el volante en un gesto demasiado casual.

– Estás imaginando cosas. Mi padre fue el batería de Jack Patriot durante un tiempo. Eso es todo.

– Anthony Willis es el único batería que ha tenido. Y como es negro…

– Repásate la historia del rock, nena. Willis se perdió la gira de Universal Omens por tener el brazo roto.

Dean podía estar diciendo la verdad, pero por alguna razón Blue no lo creía. April había hablado antes de su relación con las estrellas del rock, y Blue había visto cómo los dos se quedaban paralizados al sonar «Adiós, hasta luego» en la radio. La posibilidad de que Dean fuera hijo de Jack Patriot la dejaba anonadada. Le gustaba el rock desde que tenía diez años. Donde fuera que viviera, había llevado sus discos consigo y había pegado recortes de revistas en las libretas del colegio. La letra de esa canción le había hecho sentirse menos sola.

Un letrero les daba la bienvenida al pueblo de Garrison. Un segundo letrero anunciaba que el pueblo estaba a la venta, y que si alguien quería comprarlo debía contactar con Nita Garrison. Blue se volvió en el asiento en cuanto lo pasaron.

– ¿Has visto eso? ¿Puede alguien vender un pueblo?

– Vendieron uno en eBay hace tiempo -dijo él.

– Es cierto. ¿Recuerdas cuando Kim Basinger compró aquel pequeño pueblo de Georgia? Había olvidado que estamos en el sur. Sólo aquí puede pasar esa clase de cosas.

– Mientras estés aquí, será mejor que te guardes esa opinión para ti-dijo él.

Pasaron por delante de una funeraria de estilo Partenón y una iglesia. La mayoría de los edificios eran de color arena y parecían haber sido construidos a principios del siglo XX. La ancha calle Mayor tenía coches aparcados a ambos lados. Blue vio un restaurante, una farmacia, una tienda de segunda mano y una panadería. Al lado de una tienda de antigüedades llamada El Ático de Tía Mirthe había un ciervo disecado de cuya cornamenta colgaba el cartel de abierto. Justo enfrente, unos viejos árboles daban sombra a un parque con un reloj de arena y unas farolas de hierro negro con tulipas blancas. Dean aparcó delante de la farmacia.

A pesar de su anterior comentario, Blue dudaba que Dean la incluyera en su nómina, y se preguntó si podría encontrar trabajo en el pueblo.

– ¿No ves nada extraño? -dijo ella cuando él apagó el motor.

– ¿Aparte de ti?

– No hay ningún establecimiento de comida rápida. -Bajó del coche y observó la calle que, aunque algo descuidada, no dejaba de ser pintoresca-. En realidad, ahora que lo pienso, no he visto ningún restaurante de carretera durante todo el trayecto. No es un pueblo grande, pero sí lo suficiente para que hubiera un NAPA Auto Part o un Blockbuster. A simple vista no veo ninguno. Si no fuera por los coches y la ropa de la gente, no sabría decir en qué año estamos.

– Es interesante que menciones la ropa. -Se dedicó a estudiar sus pantalones cortos de ciclista y la camiseta de camuflaje-. Me parece que no has leído la parte de tu contrato que hace referencia a tu vestuario.

– ¿Ese galimatías? Lo tiré.

Apareció de pronto la cara de una mujer en el escaparate de Peluquería-Spa de Barb que estaba al lado de la farmacia. En la compañía de seguros, al otro lado de la calle, un hombre calvo los observaba desde detrás de un cartel que anunciaba la venta benéfica de objetos usados a favor de la iglesia. Blue imaginó un montón de cabezas similares observándolos desde los escaparates de sus negocios. En un pueblo tan pequeño, la noticia de la llegada de un vecino famoso se propagaba con rapidez.

Siguió a Dean a la farmacia, manteniéndose tres prudenciales pasos por detrás de él, lo que pareció molestarle, aunque él se lo había buscado con su actitud. Dean desapareció en la parte de atrás de la tienda mientras ella hablaba con la cajera y descubría que allí no había ofertas de empleo. Dos mujeres entraron con prisa en el establecimiento, una blanca y otra negra. Les siguió el hombre de la agencia de seguros y una mujer mayor con el pelo mojado. Después apareció un hombre delgado con una etiqueta de plástico en la solapa que lo identificaba como Steve.

– Ahí está -le dijo el hombre de la compañía de seguros a los demás.

Todos estiraron el cuello para ver a Dean. Una mujer con un brillante traje de chaqueta rosa entró corriendo en el local, sus zapatos resonaban en el pasillo de baldosa. Parecía tener la edad de Blue, demasiado joven para llevar tanta laca en el pelo, ¿pero quién era ella para criticar el peinado de nadie? Ella misma debería habérselo cortado antes de salir de Seattle con tanta rapidez. Se acercó con indecisión hacia el expositor de rímel mientras la mujer llamaba a gritos a Dean, pronunciando su nombre con un arrastrado acento sureño.

– Dean, justo estábamos comentando tu llegada a la granja. Iba a pasarme por allí para darte la bienvenida.

Blue miró con atención desde el expositor a tiempo de ver cómo Dean componía un semblante inexpresivo al reconocerla.

– Mónica. Qué agradable sorpresa. -Llevaba un cortaúñas, un paquete de vendas Ace y lo que parecía una caja de plantillas de gel. Nada de condones.

– Bueno, estás en boca de todo el mundo -dijo Mónica-. Todos estábamos esperando que aparecieras. ¿ No es un encanto Susan O'Hara? ¿ No es fantástico lo que está haciendo en la granja?