Don 't sit under the apple tree…

La noche anterior, Dean había cubierto con plástico negro todos los huecos de las puertas de los cuartos de baño antes de irse, y tuvo que ir al aseo que había debajo de las escaleras. Como todos los demás, ese cuarto de baño estaba diseñado especialmente para él; el lavabo era alto y el techo inclinado estaba a suficiente altura para que Dean no se golpeara la cabeza. Blue se preguntó si él se había dado cuenta de cómo lo había personalizado todo su madre. O tal vez April se había limitado a seguir las órdenes de Dean.

Mientras se hacía el café, encontró algunas tazas en las cajas con enseres de cocina que se desempacarían cuando la cocina estuviera pintada. Los platos sucios le recordaron la cena que había compartido con April. Dean se había disculpado, diciendo que tenía cosas que hacer. Blue se apostaba lo que fuera a que esas cosas incluían una rubia, una morena y una pelirroja. Abrió la puerta de la nevera para sacar la leche y observó que Dean había dado buena cuenta de las sobras de camarones al estilo criollo. A juzgar por lo poco que quedaba en el plato, el sexo le despertaba el apetito.

El agua cayó en el fregadero cuando se puso a lavar algunos platos para el desayuno. Las tazas blancas tenían franjas rojas en el borde y los tazones tenían impresas cerezas de color rojo. Se sirvió café, añadió un chorrito de leche y se dirigió a la parte delantera de la casa. Al llegar al comedor, se detuvo en la puerta. La noche anterior April le había dicho que estaba considerando la idea de que pintaran allí unos murales de paisajes, y le había preguntado si ella hacía ese tipo de cosas. Blue le había dicho que no, pero no era cierto del todo. Había hecho bastantes murales -mascotas para clínicas veterinarias, logotipos comerciales para oficinas, algún verso de la Biblia en la pared de la cocina- pero se negaba a pintar paisajes. Los profesores de la universidad habían criticado con demasiada rudeza los únicos que había pintado en clase, y ella odiaba sentirse incompetente.

Salió por la puerta principal. Tomando unos sorbos de café se acercó a las escaleras para observar la niebla matutina. Al girarse para mirar un grupo de aves que estaba posado en el techo del granero, se sobresaltó y se salpicó la muñeca de café. Una niña yacía profundamente dormida en la esquina del porche.

Debía tener unos trece años más o menos, aunque no había perdido la grasa infantil, así que podía ser menor. Llevaba un sucio plumífero rosa de marca y pantalones color lavanda llenos de lodo que tenían un roto con forma de V en la rodilla. Blue se lamió el café de la muñeca. El pelo alborotado y rizado de la niña cubría una mejilla redonda y sucia. Se había quedado dormida en una posición incómoda, con la espalda pegada a la mochila verde oscuro que había colocado contra la esquina del porche. Tenía la piel aceitunada, las cejas oscuras y la nariz recta, y se mordía las uñas. Pero a pesar de la suciedad, su ropa parecía cara, igual que las deportivas. Esa niña llevaba la palabra «ciudad» escrita en la frente; otra nómada había llegado a la granja de Dean.

Blue dejó la taza y se acercó a la niña. Se acuclilló a su lado y le tocó con suavidad en un brazo.

– Oye, tú… -susurró.

La chica se incorporó de golpe y abrió los ojos con brusquedad. Eran de color miel.

– No pasa nada -dijo Blue, intentando calmar el miedo que vio en su mirada-. Buenos días.

La niña hizo un esfuerzo por levantarse y la ronquera matutina profundizó su suave acento sureño.

– Yo… no he roto nada.

– No hay mucho que romper.

Riley se apartó el pelo de los ojos.

– No quería quedarme dormida.

– No escogiste una cama demasiado confortable. -Parecía demasiado nerviosa para que Blue la interrogara-. ¿Quieres desayunar?

La niña se mordió el labio inferior. Tenía rectos los dientes delanteros, pero se veían demasiado grandes para su cara.

– Sí, señora. ¿No le importa?

– Estaba esperando que alguien me hiciera compañía. Me llamo Blue.

La niña se levantó con dificultad y cogió su mochila.

– Me llamo Riley. ¿Sirves aquí?

Estaba claro que esa niña pertenecía a la clase privilegiada.

– Pues si sirvo o no sirvo -contestó Blue- depende de mi estado de ánimo.

Riley era demasiado joven para captar la broma de un adulto.

– ¿Vive alguien aquí?

– Yo. -Blue abrió la puerta principal y le hizo un gesto a Rileypara que entrara.

Riley miró con atención el interior. Su voz temblaba de desilusión.

– No hay nada. No hay muebles.

– Alguno sí. La cocina está casi acabada.

– ¿Pero ahora no vive nadie aquí?

Blue decidió pasar por alto la pregunta hasta descubrir lo que buscaba la niña.

– Tengo hambre. ¿Y tú? ¿Prefieres huevos o cereales?

– Cereales, por favor. -Arrastrando los pies, Riley la siguió por el vestíbulo hasta la cocina.

– El cuarto de baño está allí. Aún no tiene puerta, pero los pintores tardarán un poco en llegar, así que si quieres lavarte, nadie te molestará.

La chica miró alrededor, se fijó en el comedor y luego en las escaleras antes de dirigirse al cuarto de baño con la mochila.

Blue había dejado algunos alimentos imperecederos en las bolsas hasta que los pintores terminaran. Entró en la despensa y cogió unas cajas de cereales. Cuando Riley regresó con la mochila y el plumífero en la mano, Blue colocó todo sobre la mesa, incluyendo una jarrita llena de leche.

– Elige.

Riley se llenó el tazón de Honey Nut Cheerios y añadió tres cucharillas de azúcar. Se había lavado las manos y la cara, y algunos rizos se le pegaban a la frente. Los pantalones le quedaban demasiado ajustados, igual que la camiseta blanca con la palabra SEXY estampada en brillantes letras púrpura. Blue no podía imaginar una palabra menos apropiada para describir a esa niña tan seria.

Se frió un huevo para ella, se hizo una tostada y llevó su plato a la mesa. Esperó a que la niña hubiera acabado antes de comenzar a hablar.

– Tengo treinta años. ¿Cuántos años tienes tú?

– Once.

– Eres muy joven para andar sola por el mundo.

Riley dejó la cuchara en el tazón.

– Estoy buscando a… alguien. Una especie de familiar. No… no un hermano ni nada así -añadió rápidamente-. Algo como un primo. Creí… que podría estar aquí.

En ese momento, se abrió la puerta trasera y se oyó el tintineo de unas pulseras. April apareció al instante.

– Tenemos compañía -dijo Blue-. La encontré dormida en el porche. Te presento a mi amiga Riley.

April giró la cabeza y un aro plateado asomó entre su pelo.

– ¿En el porche?

Blue dejó la tostada.

– Esta buscando a un familiar.

– Los carpinteros llegarán pronto. -April le dedicó a Riley una sonrisa-. ¿O tu pariente es uno de los pintores?

– Mi… mi pariente no trabaja aquí-balbuceó Riley-. Se… se supone que vive aquí.

La rodilla de Blue chocó ruidosamente contra la pata de la mesa. La sonrisa de April desapareció.

– ¿Que vive aquí?

La chica asintió con la cabeza.

– ¿Riley? -April se agarró al borde de la mesa-. ¿Cómo te apellidas?

Riley inclinó la cabeza sobre el tazón de cereales.

– No quiero decírtelo.

April palideció.

– Eres la hija de Jack, ¿verdad? La hija de Jack y Marli.

Blue casi se atragantó. Una cosa era sospechar el parentesco entre Dean y Jack Patriot, y otra confirmarlo. Riley era hija de Jack Patriot, y a pesar de su torpe intento por ocultarlo, el familiar que estaba buscando sólo podía ser Dean.

Riley se apartó un mechón de pelo de la cara mientras seguía mirando el tazón.

– ¿Me conoces?

– Yo…, sí-dijo April-. ¿Cómo has llegado hasta aquí? Vives en Nashville.

– Estoy de paso. Con una amiga de mi madre. Tiene treinta años.

April no señaló la obviedad de la mentira.

– Siento lo de tu madre. ¿Tu padre sabe dónde estás? -El semblante de April se endureció-. Por supuesto que no lo sabe. No tiene ni idea, ¿verdad?

– La mayor parte del tiempo no sabe por dónde ando. Pero es muy simpático.

– Simpático… -April se frotó la frente-. ¿Y quién se encarga de ti?

– Tengo una au-pair.

April cogió el bloc de notas que había dejado sobre la encimera la noche anterior.

– Dame su número para llamarla.


– No creo que se haya levantado aún.

April cerró los ojos.

– Te aseguro que no le importará que la despierte.

Riley apartó la mirada.

– ¿Puedes decirme si mi… mi primo vive aquí? Tengo que encontrarle.

– ¿Para qué? -dijo April entre dientes-. ¿Para qué tienes que encontrarlo?

– Porque… -Riley tragó-, porque tengo que hablarle de mí.

April soltó un tembloroso suspiro. Miró su bloc.

– Eso no va a ser tan fácil como crees.

Riley la miró fijamente.

– ¿Sabes dónde está? ¿Lo sabes?

– No. No lo sé -dijo April con rapidez. Miró a Blue, que todavía trataba de asimilar lo que estaba oyendo. Dean no se parecía a Jack Patriot, pero Riley sí. Tenían el mismo tono aceitunado de piel, el pelo color caoba y la nariz recta. Esos enigmáticos ojos color miel la habían mirado desde infinidad de portadas de discos.

– Mientras hablo con Riley -le dijo April a Blue-, ¿puedes encargarte del problema de arriba?

Blue captó el mensaje. Suponía que April quería mantener a Dean a distancia. Cuando era una niña, le habían dolido los secretos soterrados de los adultos, y no le gustaba ocultar a los niños la verdad, pero esto no era asunto suyo. Se apartó de la mesa, pero antes de poder levantarse, se oyó un ruido de pasos en el vestíbulo.

April tomó a Riley de la mano.

– Vamos fuera para hablar.

Era demasiado tarde.

– Huele a café. -Dean entró en la cocina, se acababa de dar una ducha, pero no se había afeitado; era un anuncio andante de GQ con unas bermudas azules, una camiseta amarilla con el logotipo de Nike Swoosh y unas deportivas aerodinámicas de color verde lima. Vio a Riley y sonrió.

– Buenos días.

Riley se quedó paralizada, con los ojos clavados en él. April se apretó el estómago como si le doliese. Riley abrió la boca. Finalmente, recuperó el habla.

– Soy Riley. -Su voz fue apenas un graznido.

– Hola, Riley. Soy Dean.

– Ya lo sé -dijo ella-. Tengo un álbum.

– ¿De veras? ¿Qué clase de álbum?

– Uno… sobre ti.

– ¿En serio? -Dean se dirigió a la cafetera-. Así que te gusta el fútbol americano.

– Soy… -se humedeció los labios-, soy algo así como una prima tuya.

Dean giró la cabeza.

– Yo no tengo pri…

– Riley es la hija de Marli Moffatt-dijo April con tono glacial.

Riley sólo lo miraba a él.

– Jack Patriot también es mi padre.

Dean clavó la vista en ella.

Riley se sonrojó por la agitación.

– ¡No quería decirlo! -gimió-. Nunca he dicho nada a nadie sobre ti. Lo juro.

Dean estaba paralizado. April parecía incapaz de moverse. Los afligidos ojos de Riley se llenaron de lágrimas. Blue no podía quedarse quieta presenciando tanto dolor, y se levantó de la silla.

– Dean acaba de levantarse de la cama, Riley. Démosle unos minutos para que se espabile.

Dean intercambió una mirada con su madre.

– ¿Qué está haciendo aquí?

April se apoyó contra la encimera.

– Supongo que está tratando de encontrarte.

Blue podía ver que ese encuentro no se estaba desarrollando tal como Riley había imaginado. Las lágrimas amenazaban con desbordar los ojos de la niña.

– Lo siento. No volveré a mencionarlo.

Dean era el adulto y debería hacerse cargo de la situación, pero estaba tenso y silencioso. Blue se acercó a Riley

– Dean no se ha tomado aún el café y parece un oso gruñón. Mientras se espabila, voy a enseñarte dónde dormí anoche. No te lo vas a creer.

Cuando Blue tenía once años, habría desafiado a cualquiera que intentara alejarla, pero Riley estaba acostumbrada a mostrar una ciega obediencia. Agachó la cabeza y cogió a regañadientes la mochila. La niña era la viva imagen de la pena, y Blue sintió simpatía por ella. Le rodeó los hombros con un brazo y la condujo a la puerta lateral.

– Primero tienes que decirme qué sabes de los gitanos. -No sé nada -murmuró Riley. -Por suerte para ti, yo sí.


Dean esperó a que la puerta se cerrara. En menos de veinticuatro horas, dos personas habían averiguado el secreto que llevaba años ocultando. Se volvió hacia April.