Nacida Para Seducir
1
No todos los días se encontraba uno con un castor sin cabeza, caminando por el arcén de la carretera, ni siquiera Dean Robillard.
– Hijo de… -Pisó de golpe el freno de su Aston Martin Vanquish recién estrenado y detuvo el coche justo al lado.
La castora caminaba en línea recta, con la gran cola plana rebotando en la carretera y la respingona naricita apuntando bien alto. Parecía bastante enfadada.
Y, definitivamente era una castora, porque al tener la cabeza descubierta, podía ver que llevaba el sudoroso pelo oscuro recogido en una descuidada coleta corta. Como Dean llevaba rato rezando para que apareciera alguna pequeña distracción, abrió la puerta y bajó con rapidez a la carretera de Colorado. Su último par de botas de Dolce & Gabbana fue lo primero que salió, luego siguió el resto, todo un metro noventa de duro músculo, reflejos muy afilados y esplendorosa belleza… o, al menos, eso le gustaba decir a su agente publicitario. Y si bien era cierto que Dean no era tan vanidoso como la gente se pensaba, dejaba que lo creyeran para evitar así que se le acercaran demasiado.
– Señora, eh… ¿necesita que le eche una mano?
Las patas no bajaron el ritmo.
– ¿Tiene un arma?
– Aquí no.
– Entonces usted no me sirve de nada.
Y siguió caminando.
Dean sonrió ampliamente y echó a andar tras ella. Con sus larguísimas piernas sólo necesitó un par de zancadas para ponerse a la altura de las cortas patas peludas.
– Bonito día -dijo él-. Demasiado calor para estas alturas de mayo, pero no me puedo quejar.
Ella le fulminó con unos grandes ojos de pirulí violeta, por lo visto una de las pocas cosas redondas que observaba en esa cara. El resto, según pudo apreciar, era todo planos y delicados contrapuntos: unos pómulos marcados en contraposición a una pequeña nariz respingona y una barbilla tan afilada que bien podría cortar el cristal. Pero después de todo, tampoco parecía tan peligrosa. Un voluptuoso arco llamaba la atención sobre un labio carnoso. El labio inferior era incluso más exuberante y daba la impresión que de alguna manera ella se había escapado de un libro de rimas infantiles de Mamá Ganso, no apto para menores.
– Una estrella de cine -dijo ella con un deje de burla-. Vaya suerte la mía.
– ¿Por qué piensa que soy una estrella de cine?
– Usted es todavía más guapo que mis amigas.
– Es una maldición.
– ¿No le da vergüenza?
– Son cosas que uno termina por aceptar.
– Tío… -gruñó contrariada.
– Me llamo Heath -dijo él, mientras ella seguía andando-. Heath Champion.
– Parece un nombre falso.
Lo era, pero no de la forma que ella pensaba.
– ¿Para qué necesita un arma? -preguntó Dean.
– Para cargarme a mi ex novio.
– ¿ Fue él quien le escogió el vestuario?
Su gran cola golpeó la pierna de Dean cuando se giró hacia él.
– Piérdase, ¿vale?
– ¿Y perderme la diversión?
Ella dirigió la vista al coche deportivo; el sinuoso y letal Aston Martin Vanquish negro con un motor de doce válvulas. Esa preciosidad le había costado doscientos mil dólares, una fruslería para sus bolsillos. Ser el quarterback de los Chicago Stars era muy parecido a ser dueño de un banco.
Ella casi se sacó un ojo al apartarse un mechón de pelo de la mejilla con un gesto brusco de la pata, que no parecía ser desmontable.
– Podría llevarme en el coche.
– ¿Me roería la tapicería?
– Deje de meterse conmigo.
– Usted perdone. -Por primera vez en el día, se alegró de haber decidido salir de la interestatal. Señaló el coche con la cabeza-. Venga, suba.
Aunque había sido idea suya, ella vaciló. Finalmente, lo siguió arrastrando los pies. Debería haberla ayudado a entrar -incluso le abrió la puerta-, pero se limitó a observarla divertido.
Lo más difícil era meter la cola. Esa cosa estaba llena de muelles y al intentar sentarse en el asiento de cuero del copiloto, le rebotó en la cabeza. Se sintió tan frustrada que intentó arrancársela de un tirón y, al no conseguirlo, empezó a patalear.
Él se rascó la barbilla.
– ¿No está siendo un poco ruda con el viejo castor?
– ¡Ya está bien! -Y comenzó a alejarse por la carretera.
Dean sonrió ampliamente y le gritó:
– ¡Lo siento! No me extraña que las mujeres no respeten a los hombres. Me avergüenzo de mi comportamiento. Vamos, deje que la ayude.
La observó debatirse entre el orgullo y la necesidad, y no se sorprendió al darse cuenta de cuál de las dos emociones había ganado. Al regresar a su lado, permitió que la ayudara a doblar la cola. Mientras ella se la apretaba firmemente contra el pecho, él la ayudó a sentarse. Tuvo que hacerlo sobre una nalga y mirar por un lado de la cola para poder ver por el parabrisas. Él se puso detrás del volante. El disfraz de castor desprendía un olor almizcleño que le recordaba al olor del vestuario del instituto. Abrió un par de centímetros la ventanilla antes de dar marcha atrás e incorporarse de nuevo en la carretera.
– ¿Adónde nos dirigimos?
– Siga hacia delante unos dos kilómetros. Luego gire a la derecha hacia la Iglesia Bíblica del Espíritu y la Vida.
Ella sudaba como un linebacker bajo todo ese pelaje maloliente y él puso el aire acondicionado a tope.
– ¿Es fácil encontrar trabajo como castor?
La mirada burlona que ella le dirigió le indicó claramente que sabía que se estaba divirtiendo a su costa.
– Estaba haciendo una promoción para la tienda de bricolaje El Gran Castor de Ben, ¿vale?
– ¿Cuando dice promoción quiere decir…?
– Al parecer el negocio no marcha todo lo bien que debiera, o por lo menos, eso es lo que me dijeron. Llegué a la ciudad hace nueve días. -Señaló con la cabeza-. Esta carretera conduce a Rawlins Creek y a la tienda de bricolaje de Ben. Esa autopista de ahí atrás, la de los cuatro carriles, conduce a la tienda de bricolaje Home Depot.
– Ya empiezo a entenderlo.
– Exacto. Cada fin de semana, Ben contrata a alguien para que se pasee por la carretera con carteles que anuncian los negocios que hay de camino a su tienda y así atraer compradores. He sido la última en picar.
– La recién llegada a la ciudad.
– Es difícil encontrar a alguien lo suficientemente desesperado como para hacer el trabajo dos fines de semana seguidos.
– ¿Y el cartel? No importa. Lo habrá dejado con la cabeza.
– Era imposible regresar a la ciudad con la cabeza puesta.
Lo dijo como si él fuera corto de entendederas. Dean sospechaba que esa mujer ni siquiera habría intentado regresar al pueblo con el disfraz puesto si llevara ropa debajo.
– No he visto ningún coche por la carretera -dijo él-. ¿Cómo llegó hasta allí?
– Me llevó la mujer del dueño después de que mi Camaro escogiera precisamente este día para pasar a mejor vida. Se suponía que tenía que venir a buscarme hace una hora, pero no apareció. Estaba tratando de decidir qué hacer cuando de pronto vi al rey de los gilipollas en el Ford Focus que yo misma le ayudé a pagar.
– ¿Su novio?
– Ex novio.
– El que quiere asesinar.
– No estoy bromeando. -Miró por el lado de la cola-. Allí está la iglesia. Gire a la derecha.
– ¿Si la llevo al lugar del crimen, me convertiré en su cómplice?
– Sólo si quiere.
– Claro. ¿Por qué no? -Giró en la calle llena de baches que conducía a un barrio residencial de clase media donde la mayoría de las destartaladas casas estilo rancho estaban rodeadas de hierbajos. Aunque Rawlins Creek estaba sólo a unos treinta kilómetros al este de Denver, no corría peligro de convertirse en una ciudad dormitorio popular.
– Es esa casa verde con el cartel en el patio -dijo ella.
El se detuvo frente a un rancho de estuco, donde un ciervo metálico entre girasoles dorados montaba guardia desde un cartel móvil en el que se podía leer: SE ALQUILAN HABITACIONES. Algún graciosillo había escrito un gran NO delante. Un sucio Ford Focus plateado estaba aparcado en el camino de entrada. Al lado, una morena de piernas largas apoyaba las caderas contra la puerta del copiloto mientras se fumaba un cigarrillo. Cuando vio el coche de Dean se enderezó.
– Esa debe de ser Sally -siseó Castora-. El último ligue de Monty. Yo fui el anterior.
Sally era joven, delgada, con grandes pechos y mucho maquillaje, lo que dejaba a Castora con el pelo sudado en gran desventaja a pesar de que aparecer en un Aston Martin deportivo con él tras el volante podría haber puesto un estadio en pie. Dean vio por el parabrisas cómo un tío melenudo con aspecto de bohemio y gafas redondas de montura metálica salía de la casa. Ése debía de ser Monty. Llevaba unos pantalones militares con una camisa que parecía robada a una pandilla de revolucionarios sudamericanos. Tendría unos treinta y tantos, era bastante mayor que Castora y mucho más viejo que Sally, que no debía de tener más de diecinueve.
Monty se detuvo en seco cuando vio el Vanquish. Sally apagó el cigarrillo con la punta de una brillante sandalia rosa y se los quedó mirando. Dean se tomó su tiempo para salir, rodear el coche y abrir la puerta del acompañante para que Castora pudiera soltar su jerga aniquiladora. Por desgracia, cuando ella intentó poner las patas en el suelo, la cola se interpuso en su camino. Trató de echarla a un lado, pero lo único que consiguió fue que se desenrollara y le golpeara en la barbilla. Se quedó tan aturdida por el golpe que perdió el equilibrio y se cayó de bruces a sus pies con la gran cola balanceándose sobre su trasero.
Monty se la quedó mirando fijamente.
– ¿Blue?
– ¿Ésa es Blue? -dijo Sally-. ¿Es payasa o algo así?
– No la última vez que la vi. -Monty desvió la atención de Castora, que trataba de ponerse a cuatro patas, a Dean-. ¿Y tú quien eres?
El tío tenía ese tipo de tono falsete de la clase alta que hacía que Dean quisiera escupir tabaco y decir: «¿Qué
– Un hombre misterioso -dijo con acento arrastrado-. Amado por unos. Temido por otros.
Monty pareció desconcertado, pero cuando Castora logró finalmente ponerse en pie, su expresión se volvió francamente hostil.
– ¿Dónde lo tienes, Blue? ¿Qué has hecho con él?
– ¡Mentiroso, hipócrita, poetucho de tres al cuarto! -Ella arrastró los pies por el camino de grava con la cara brillante de sudor y el asesinato reflejado en los ojos.
– No te he mentido. -Lo dijo de una manera tan condescendiente que si a Dean, que no tenía por qué molestarse, le enfureció, no podía imaginarse cómo se lo tomaría Castora-. No te he mentido nunca -seguía diciendo-, te lo explicaba todo en la carta.
– Una carta que no leí hasta después de haberlo abandonado todo, plantado a tres clientes y conducido más de dos mil kilómetros a través del país. ¿Y qué me encontré cuando llegué aquí? ¿Me encontré al hombre que llevaba los dos últimos meses rogándome que dejara Seattle para venir a vivir con él? ¿Me encontré con el hombre que lloraba como un bebé al teléfono, me hablaba de que se iba a suicidar, me decía que era la mejor amiga que había tenido nunca y la única mujer en la que confiaba? No, claro que no. Lo que encontré fue una carta en la que ese hombre, que juraba que yo era la única razón de su existencia, me decía que ya no me quería porque se había enamorado de una chica de diecinueve años. Una carta donde también se me decía que por favor no me lo tomara como algo personal. ¡Ni siquiera tuviste el valor de decírmelo a la cara!
Sally dio un paso hacia delante con expresión furibunda.
– Eso es porque eres una tocapelotas.
– ¡Tú ni siquiera me conoces!
– Monty me lo contó todo. No quiero que creas que soy una bruja, pero deberías ir a terapia. Te ayudará a dejar de sentirte amenazada por el éxito de otras personas. En especial de Monty.
Las mejillas de Castora se pusieron de un rojo brillante.
– Monty se pasa la vida escribiendo poemas penosos y haciendo trabajos para chicos universitarios que son demasiado vagos para hacerlos ellos mismos.
La fugaz expresión de culpabilidad de Sally llevó a Dean a sospechar que así era exactamente cómo había conocido a Monty. Pero aquello no la detuvo.
– Tienes razón, Monty. Es una víbora.
Castora tensó con fuerza la mandíbula y avanzó de manera amenazadora hacia Monty.
– ¿Le has dicho que soy una víbora?
"Nacida Para Seducir" отзывы
Отзывы читателей о книге "Nacida Para Seducir". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Nacida Para Seducir" друзьям в соцсетях.