– ¿Por qué demonios ha venido? ¿Sabías algo de esto?

– Por supuesto que no lo sabía -replicó April-. Blue la encontró dormida en el porche. Ha debido escaparse de casa. Por lo visto sólo la cuida una au-pair.

– -¿Quieres decir que ese egoísta hijo de perra la ha dejado sola dos semanas después de que muriera su madre?

– ¿Cómo voy a saberlo? Hace más de treinta años que no hablo con él.

– Esto es jodidamente increíble. -La apuntó con el dedo-. Localízale ahora mismo y dile que envíe ya a uno de sus lacayos para recogerla. -Vio que April tensaba la mandíbula. Era obvio que no le gustaba que le dieran órdenes. Lástima. Se dirigió a la puerta-. Voy a hablar con ella.

– ¡No lo hagas! -El tono vehemente de April lo detuvo-. Has visto la manera en que te miraba. Es fácil darse cuenta de lo que quiere. No te acerques a ella, Dean. Es una crueldad dejar que se haga ilusiones. Blue y yo nos encargaremos de esto. No permitas que te tome cariño para luego dejarla de lado.

Él no pudo ocultar su amargura.

– Habló April Robillard, la experta en niños. ¿Cómo he podido olvidarlo?

Su madre podía ser muy dura cuando quería, y levantó la barbilla con orgullo.

– Tú has salido la mar de bien, después de todo.

Él le dirigió una mirada enojada y salió por la puerta lateral. Pero a mitad de camino aminoró el paso. Ella tenía razón. El anhelo en la mirada de Riley decía que buscaba en él lo que sabía que no encontraría en su padre. El que Jack hubiera abandonado a esa niña poco tiempo después del entierro de su madre describía su futuro con letras bien grandes: un internado caro y vacaciones con niñeras.

Pero aun así, estaría mejor de lo que estuvo él. Él había tenido que pasar sus vacaciones en casas de lujo, hoteluchos de mala muerte, o sórdidos apartamentos dependiendo de qué hombre o adicción tuviera April en ese momento. Con el tiempo le habían ofrecido desde marihuana y alcohol a prostitutas, y, por lo general había aceptado de todo. Para ser justos con ella, April no lo había sabido, pero debería haberlo hecho. Debería haber sabido un montón de cosas.

Ahora Riley había ido a buscarlo, y a menos que hubiera malinterpretado el anhelo de su mirada, quería que él formara parte de su familia. Pero era imposible. Había mantenido en secreto su parentesco con Jack Patriot durante demasiado tiempo para que todo se descubriera ahora. Sí, sentía lástima por ella, y esperaba por su bien que las cosas mejorasen, pero eso era todo lo que iba a obtener de él. Riley era problema de Jack, no suyo.

Se agachó para entrar en la caravana gitana. Blue y Riley estaban sentadas en la cama del fondo. Blue seguía vistiendo como de costumbre, luciendo esa cara de libro de rimas infantiles de Mamá Ganso no apto para menores en contraposición a unos pantalones flojos de yoga, que eran la idea que él tenía de lo que se pondría un payaso, y una camiseta naranja lo suficientemente grande para albergar un circo. La niña lo miró, había un mundo de sufrimiento reflejado en esa cara redonda. Llevaba unas ropas demasiado ajustadas y exclusivas, y la palabra SEXY de su camiseta se veía obscena sobre la inocente promesa de sus pechos. No le creería si intentara convencerla de que estaba equivocada respecto a su parentesco con Jack.

Ver tanta desesperación en el semblante de Riley le trajo malos recuerdos, y le habló con más severidad de la que pretendía.

– ¿Cómo me has encontrado?

Ella miró a Blue, asustada de revelar más de lo que quería. Blue palmeó la rodilla de Riley.

– Está bien.

La niña se pasó la punta del dedo por el pantalón de pana color lavanda.

– El novio de mi madre… le habló sobre ti el año pasado. Les oí sin querer. Él trabajaba para mi padre. Pero le hizo jurar que no se lo diría a nadie, ni siquiera a tía Gayle.

Dean apoyó una de sus manos en un lado de la caravana.

– Me sorprende que tu madre supiera de la granja.

– No creo que lo supiera. Oí sin querer a mi padre mencionar este lugar mientras hablaba por teléfono.

Riley parecía oír sin querer un montón de cosas. Dean se preguntó cómo se habría enterado su padre de lo de la granja.

– Dame tu teléfono -dijo-, así podré llamar a tu casa para decirles que estás bien.

– Sólo está Ava, y no le gusta que el teléfono la despierte tan temprano. Molesta a Peter. -Riley se mordisqueó el esmalte de uñas azul del pulgar-. Peter es el novio de Ava.

– ¿Ava es tu au-pair? -preguntó. «Bonito trabajo, Jack.»

Riley asintió.

– Es muy guapa.

– E increíblemente competente -intervino Blue arrastrando las palabras.

– No le he hablado a nadie sobre ti… ya sabes -dijo con seriedad-. Sé que es un gran secreto. Y creo que mi madre tampoco lo ha hecho.

Secretos. Dean se había pasado casi toda su infancia creyendo que su padre era Bruce Springsteen. April incluso se había inventado una historia sobre que Bruce había escrito «Candy's Room» pensando en ella. Pero sólo lo había hecho con la mejor de las intenciones, claro. Cuando Dean tenía trece años y April había hecho un alto en el camino en Dios sabía dónde, le había contado impulsivamente la verdad, y el ya demasiado caótico mundo de Dean se había venido abajo.

Finalmente, él había encontrado el nombre del abogado de Jack entre las cosas de April, junto con un montón de fotos de April y Jack juntos y la prueba del dinero que Jack desembolsaba para su manutención. Había llamado al abogado sin decirle nada a April. El tío había intentado sacárselo de encima con evasivas, pero Dean había sido tan terco entonces como lo era ahora, y al final, Jack le había llamado. Había sido una conversación breve e incómoda. Cuando April se enteró, desapareció del mapa durante un largo fin de semana.

Dean y Jack tuvieron su primer encuentro cara a cara -una reunión secreta y embarazosa- en un bungalow del Chateau Marmont cuando Jack había hecho una parada en Los Ángeles durante la gira de Mud and Madness. Jack había intentado actuar como si fuera el mejor amigo de Dean, pero Dean no había picado. Después de eso, Jack había insistido en verlo un par de veces al año, y cada encuentro secreto era más deprimente que el anterior. A los dieciséis, Dean se rebeló.

Jack lo dejó en paz hasta el segundo año de universidad de Dean en USC, cuando su rostro apareció en el Sport Illustrated. Jack empezó a llamarlo de nuevo, pero Dean lo había expulsado de su vida. Aun así, Jack había ido a verlo jugar algunas veces, y Dean había oído comentar que se había visto a Jack Patriot en un partido de los Stars.

Bueno, ahora tenía que centrarse en el presente.

– Necesito tu número de teléfono, Riley.

– Nunca me acuerdo de ese tipo de cosas.

– ¿Te has olvidado de tu número de teléfono?

Ella asintió con rapidez.

– Pues me pareces una niña bastante lista.

– Lo soy, pero… -tragó saliva-. Sé mucho de fútbol americano. El año pasado, completaste trescientos cuarenta y seis pases, sólo te placaron doce veces, y te interceptaron diecisiete.

Dean solía pedirle a la gente que no le recordara lo de las intercepciones, pero no quería inquietarla más de lo necesario.

– Estoy impresionado. Es interesante que puedas recordar todo eso y no tu número de teléfono.

Ella se puso la mochila en el regazo.

– Tengo algo para ti. Lo hice yo. -Abrió la cremallera y sacó un álbum de fotos azul. El nudo que Dean sentía en el estómago se contrajo al contemplar la portada, que había sido cuidadosamente pintada a mano. Usando acuarelas y rotuladores, había dibujado el logotipo dorado y azul de los Stars con un elaborado diez -el número de Dean- en el centro. Unos corazones con alas y estandartes con su nombre, Boo, decoraba el borde. Se sintió feliz de que Blue tomara la palabra porque él se quedó sin saber qué decir.

– Es un trabajo muy bueno desde un punto de vista artístico.

– Trinity lo hace mejor -contestó Riley-. Es más detallista.

– El detalle no siempre es lo que cuenta en el arte -dijo Blue.

– Mi madre dice que ser detallista es importante. O solía decirlo.

– Lamento mucho lo de tu madre -dijo Blue en voz baja-. ¿Ha sido muy duro para ti?

Riley frotó uno de los corazones de la portada del álbum.

– Trinity es mi prima. También tiene once años, y es muy guapa. Es hija de mi tía Gayle.

– Apuesto lo que quieras a que Trinity se preocupará por ti cuando se entere de que has desaparecido -dijo él.

– Oh, no -contestó Riley-. Trinity estará contenta. Me odia. Piensa que soy un bicho raro.

– ¿Y lo eres? -preguntó Blue.

Dean no entendía a dónde pretendía llegar con eso, pero Blue ignoró su mirada torva.

– Supongo -dijo Riley.

Blue sonrió.

– Yo también. ¿No es genial? Los bichos raros son las personas más interesantes, ¿no te parece? Todos los demás son aburridos. Trinity, por ejemplo. Puede que sea guapa, pero es aburrida, ¿no?

Riley parpadeó.

– Lo es. Todo lo que quiere es hablar de chicos.

– ¡Puaf! -Blue arrugó la cara más de lo necesario.

– O de ropa.

– Qué asco.

– Mira quién habla -masculló él.

Pero Riley ya le seguía el juego a Blue.

– O de que vomitar es lo mejor para no engordar.

– Estarás de broma -Blue arrugó su pequeña nariz afilada-. ¿Cómo sabe eso?

– Vomitar es muy importante para tía Gayle.

– Lo he pillado. -Blue le dirigió a Dean una rápida mirada-. Supongo que tía Gayle es también guapa y aburrida.

– Sí. Siempre me llama «cariño» cuando me ve y me quiere dar un beso, pero todo es pura hipocresía. También piensa que soy un bicho raro además de gorda. -Riley tiró con fuerza del dobladillo de su camiseta intentando cubrir el pequeño michelín que sobresalía por la cinturilla de los pantalones.

– La gente así me da pena -dijo Blue con seriedad-. La gente que siempre cree tener razón. Mi madre, que es una mujer de fuertes convicciones, me enseñó que no puedes sacar provecho de la vida si te pasas el tiempo criticando a los demás porque no son ni se comportan como una piensa que deberían hacerlo.

– ¿Y tu madre… está… viva?

– Sí. Está en Sudamérica ayudando a unas chicas. -El semblante de Blue se volvió sombrío.

– No parece aburrido -dijo Riley.

– Es una mujer impresionante.

«Una mujer impresionante -pensó Dean- que había dejado que su única hija se criara con desconocidos.» Pero al menos Virginia Bailey no se había pasado las noches colocándose y follando con estrellas del rock.

Blue pasó por su lado para coger su móvil de la mesa.

– Necesito que hagas algo por mí, Riley. Entiendo que no quieras darle a Dean tu número de teléfono, y comprendo tu privacidad hasta cierto punto. Pero tienes que llamar a Ava para decirle que estás bien. -Le tendió su teléfono.

Riley lo miró, pero no lo cogió.

– Hazlo. -Aunque Blue parecía una fugitiva del Reino de las Hadas, podía comportarse como un sargento de artillería si la situación lo requería, y Dean no se sintió sorprendido cuando Riley cogió el teléfono y marcó el número.

Blue se sentó a su lado. Pasaron varios segundos.

– Hola, Ava, soy yo, Riley. Estoy bien. Estoy con adultos responsables, así que no te preocupes por mí. Dale recuerdos a Peter. -Colgó y le devolvió el teléfono a Blue. Sus ojos, tan llenos de anhelo, se volvieron hacia Dean-. ¿Te gustaría ver el álbum?

No quería herir los sentimientos de esa niña tan frágil dándole falsas esperanzas.

– Quizá después -dijo bruscamente-. Tengo cosas que hacer. -Miró a Blue-. Dame un abrazo antes de que me vaya, cariño.

Ella se levantó, sin protestar por primera vez desde que la conocía. La aparición de Riley era un obstáculo en su plan para ocuparse de la mentira que le había contado de April, pero sólo de momento. Se acercó al centro de la caravana para no darse con la cabeza en el techo. Ella le rodeó la cintura con los brazos. El se propuso conseguir algo más, pero ella debió de leerle el pensamiento porque le pellizcó por encima de la camiseta.

– Ay.

Ella le sonrió cuando se apartó.

– ¿Me echarás de menos, bomboncíto?

El le dirigió una mirada torva, pasó por su lado y abandonó la caravana.

Tan pronto como estuvo fuera de la vista, metió la mano en el bolsillo trasero y cogió el móvil que ella había metido allí. Revisó rápidamente los menús, volvió a marcar el último número y comprobó que era el contestador de una compañía de seguros de Chattanooga.